Resumen
Sexta parte
Capítulo 1
Raskólnikov vuelve a caer en un estado de delirio a causa de las palabras de Svidrigáilov y vuelven a hablar varias veces en la casa de Sonia, aunque no tocan el tema de su confesión.
Svidrigáilov comienza a ayudar a los Marmeládov. Por su parte, Raskólnikov asiste a las misas por Katerina que paga Svidrigáilov, donde suele ver a Sonia rezando. Ella apenas le habla, pero lo sorprende tomándole de las manos o apoyando la cabeza en su hombro sin la menor repugnancia, a pesar de lo que sabe sobre él.
Raskólnikov suele vagar sin rumbo durante esos días. Una noche despierta entre los arbustos de una isla: se ha perdido el funeral de Katerina, pero así lo prefiere.
Un día, Razumijin visita a Raskólnikov y le pregunta si está loco, por lo mal que ha tratado a su madre y a su hermana. Su madre está enferma y cree que Sonia es la novia de Raskólnikov, pero Razumijin averiguó que no es así. Razumijin no cree que esté loco, sino que esconde un secreto que lo atormenta. Aunque no quiere hacer el esfuerzo de enterarse de qué se trata, asume que es un conspirador político que está tramando algo y ha metido a su hermana Dunia en la misma danza. Razumijin menciona que Dunia ha recibido una carta y Raskólnikov teme que sea algo sobre él. Antes de marcharse, Razumijin le dice que se enteró por Porfiri de que el caso de asesinato ha sido resuelto debido a que uno de los pintores lo ha confesado todo. Mientras baja las escaleras, Razumijin se reprocha por haber albergado la sospecha de que Raskólnikov era el asesino.
Raskólnikov se siente más seguro tras la confirmación de que Porfiri ha aceptado la confesión del pintor: “Sentía unas energías renovadas. De nuevo iba a entablar la lucha y se vislumbraba un desenlace” (p.582). Sin embargo, para quedar impune, debe enfrentar el asunto de Svidrigáilov cuanto antes.
Cuando abre la puerta para salir, se encuentra con Porfiri y lo invita a entrar.
Capítulo 2
Porfiri expresa cierto pesar por cómo se desarrolló su último encuentro, admite que sospechaba de él y le dice que siente apego por él.
Raskólnikov llega a pensar que quizá Porfiri realmente crea en su inocencia. Por su parte, Porfiri continúa describiendo cómo las circunstancias le llevaron a sospechar de Raskólnikov, pero asegura no actuó de mala fe. Le cuenta que registró el apartamento mientras Raskólnikov estuvo enfermo, pero no encontró nada. También esperó a que se quebrara psicológicamente, pero necesitaba alguna evidencia física. Finalmente, la repentina e inesperada aparición de Mikólka acabó con toda duda. Sin embargo, no considera que la confesión de Mikólka tenga fundamentos reales.
Raskólnikov interrumpe para decir que Razumijin acababa de contarle que aceptó la confesión. Porfiri se ríe de Razumijin (sin duda, fue parte de su estrategia de manipulación). A continuación, hace un análisis psicológico de Mikólka, que es susceptible e imaginativo, y estuvo involucrado en prácticas religiosas que lo hacen propenso a buscar el sufrimiento como algo virtuoso. De hecho, durante un tiempo fue discípulo de un anacoreta, un asceta religioso. No hay duda de que Mikólka no es el responsable del crimen, pero quiere sacrificarse por motivos religiosos.
Sofocado por el miedo y la sorpresa, Raskólnikov pregunta quién mató a las mujeres. Porfirio, asombrado por la pregunta, responde: “Mató usted, Rodión Románovich. Usted fue quien mató” (p.594). Sin embargo, Porfiri reitera que ha ido con el ánimo de ser completamente franco. Raskólnikov lo acusa de utilizar nuevamente sus viejos trucos psicológicos y le pregunta por qué no lo encierra si lo cree culpable. Porfiri responde que no le convendría hacerlo, ya que aún no tiene pruebas físicas. Sin embargo, lo van a detener tarde o temprano. Añade que ha venido para ofrecerle la oportunidad de entregarse para poder rebajar su pena. Ante ello, Raskólnikov declara que no le interesa una reducción y Porfiri le responde: “No desdeñe así la vida… que aún queda mucha por delante” (p.597). Luego lo alienta a encontrar su fe. Antes de irse, le pide que si decidiera atentar contra su vida, sería muy amable de su parte dejar una nota detallando el crimen y la ubicación de los objetos robados.
Capítulo 3
Raskólnikov va en busca de Svidrigáilov y se encuentra frente a una taberna, junto a una de las ventanas. Aunque piensa que es una coincidencia, Svidrigáilov le dice que le había dado dos veces la dirección. Al parecer, Raskólnikov lo había olvidado. Tras una conversación trivial, Raskólnikov le pregunta a Svidrigáilov qué quiere, advirtiéndole que lo matará si planea chantajear a Dunia con lo que sabe sobre él. Svidrigáilov le dice que en realidad no tiene ningún tema en mente, solo quiere observarlo y conversar. A lo largo de la charla, hablan de la debilidad de Svidrigáilov por las mujeres; su ‘libertinaje’ como lo llama Raskólnikov. Svidrigáilov le quiere contar la historia de una mujer que trató de salvarlo: es obvio que habla de Dunia.
Capítulo 4
Svidrigáilov está bastante borracho y explica un arreglo que tenía con Marfa sobre su matrimonio. Él había anunciado que no podía serle fiel y acordaron que podían pasarlo por alto siempre que cumpliera la condición de no enamorarse. Sin embargo, Marfa hizo imposible mantener ese acuerdo cuando trajo a Dunia a casa y habló maravillas sobre ella. Además, compartió con Dunia los defectos de su marido. Esto provocó la lástima de Dunia, que se propuso salvarlo. Svidrigáilov admite que interpretó el papel del pecador arrepentido para incitar más aún en ella el deseo de ayudar. Si bien intentó seducirla, Dunia rechazó sus halagos y, como consecuencia de ese rechazo, él cayó en un periodo de libertinaje y le rogó que se fugara con él, ofreciéndole todo su dinero si lo hacía. Aquí, por supuesto, irrumpió en escena Marfa y el resto es historia.
Svidrigáilov se jacta de su relación con Dunia: “En su relación hay siempre un rinconcito ignorado del mundo entero y solo conocido por ellos dos. ¿Está seguro de que Avdotia Románovna me miraba con repugnancia?” (p.619). De todas maneras, intenta apaciguar el enojo de Raskólnikov aclarándole que está a punto de casarse con una chica de dieciséis años, hija de un funcionario jubilado, y ya no tiene intenciones con Dunia.
A Raskólnikov le escandalizan las tendencias aparentemente pedófilas de Svidrigáilov: “En usted despierta lujuria esa monstruosa diferencia de edad y de experiencia” (p.622). También menciona a los hijos de Katerina y cómo Svidrigáilov cuidó de ellos. Svidrigáilov responde que le gustan los niños y comienza a contar una anécdota malintencionada. Asqueado por su depravación, Raskólnikov le ordena que pare y Svidrigáilov se comporta groseramente con él. Ese cambio repentino le resulta a Raskólnikov muy peligroso.
Análisis
A lo largo de esta sección, la paranoia e inestabilidad psicológica de Raskólnikov alcanzan extremos preocupantes. Una de las sensaciones más indicadoras de sus tendencias persecutorias es la constante certeza de que se encuentra acompañado o de alguien lo observa a escondidas, algo que se señala directamente cuando afirma que, “Aunque últimamente había estado casi siempre solo, el caso era que no conseguía notar que estaba solo (…). Cuanto más recoleto era el lugar, más fuerte era la percepción de una presencia inquietante y próxima” (p.576). Bajo un análisis psicoanalítico, cabe pensar que esa presencia acechante no es más que él mismo, porque es claro que se trata de una persona que se encuentra escindida entre, por lo menos, dos versiones de sí. Su oscilación constante y sus posicionamientos contradictorios dan cuenta de que Raskólnikov posee dos yoes.
Por su parte, Razumijin sabe que Raskólnikov no está loco y que hay algo más en el fondo del asunto. Una vez más, somos testigos de esa visión clara, casi premonitoria, que caracteriza a este personaje. Sin embargo, termina arribando a una conclusión incorrecta porque es incapaz de aceptar que su amigo es un asesino. Su claridad, por lo tanto, se ve oscurecida por la incapacidad para pensar lo peor de las personas a las que ama.
Es necesario detenerse en las palabras que le dice Svidrigáilov a Raskólnikov: “Todas las personas necesitamos aire, aire, aire, sí… ¡Eso, ante todo!” (p.575). Esta idea del “aire” (y su contrapartida en la asfixia) aparece como metáfora del tema de la libertad frente a la esclavitud en más de una ocasión. Por ejemplo, en la sección anterior, cuando Raskólnikov se siente ‘liberado’ tras la confesión ante Sonia y piensa en que ella lo entiende, una bocanada de aire entra a la habitación. Con la perspectiva de escapar de la sospecha gracias a la confesión falsa de Mikólka, Raskólnikov se siente en control por primera vez en mucho tiempo.
En el Capítulo 2 de esta sección, Porfiri gana más y más poder sobre Raskólnikov gracias a sus juegos psicológicos. Esta vez, se presenta con total franqueza y le deja saber que tiene plena certeza de que él es el asesino. Para Raskólnikov, enfrentarse de pronto a una acusación firme es sorprendente y desestabilizante. Cabe mencionar que, en lugar de plantear a Porfiri y Raskólnikov como antagonistas absolutos, Dostoyevski hace que Porfiri demuestre cierta compasión hacia el protagonista de la novela. Considera, por ejemplo, que es un joven inteligente y con un futuro prometedor, pero que su inmadurez lo ha llevado al error: “Su artículo es absurdo, una fantasía, pero trasluce una profunda sinceridad, hay en él el orgullo juvenil e insobornable, tiene la audacia de la desesperación” (p.589). Incluso le concede que su crimen fue una “cosa de la enfermedad” (p.594), en lugar de la maquinación de una mente perversa. Porfiri le alienta, además, a buscar un sentido en su vida y reponerse tras reconocer su crimen y pagar por él: “¿Quién le dice que no le tenía Dios predestinado para esto? Además, que los grilletes no son para siempre” (p.597). Más adelante, abre la posibilidad de la redención:
Como ya no tiene fe en nada, piensa que esta es una burda lisonja. Pero ¡si no ha vivido apenas, si no comprende todavía las cosas! Se inventó una teoría, y ahora se avergüenza de que no sea válida ni tan original como usted se creía. El resultado ha sido una vileza, cierto; pero usted no es un ser vil sin remedio (p.598).
Frente a ello, Raskólnikov le pregunta desafiante qué clase de profeta es. En este punto, si bien Raskólnikov no está listo para aceptarlo a un nivel consciente, su pregunta apunta a algo muy cierto: Porfirio se comporta como un profeta, diciéndole que busque la fe y encuentre la vida. Además, explica que el sufrimiento puede ser bueno y que no debe perder más el tiempo razonando. El propósito de los profetas es preparar a sus oyentes para la salvación y estos tres puntos son realmente el camino hacia la redención según sus prácticas.
Como decimos, Porfiri explica la confesión de Mikólka a través de la idea ascética de la “necesidad de sufrir” (p.593). El sufrimiento, desde la cosmovisión cristiana, opera como un agente purificador que limpia a las personas del pecado: hay que atravesarlo para que el alma se limpie de impurezas. Sin fe y con demasiado orgulloso como para arrepentirse, lo que hace Raskólnikov es huir del sufrimiento, pero esta misma huida solo lo vuelve más agudo y duradero. En las antípodas de su comportamiento, Sonia abraza al sufrimiento -incluso literalmente, cuando abraza a Raskólnikov- y encarna de ese modo el ideal cristiano de la aceptación, el sufrimiento y la redención. De este modo, la joven predica con su ejemplo y, al igual que Porfiri, elige la compasión, tratando de animarle a salvar su vida
En el Capítulo 3, Raskólnikov siente que algo lo une Svidrigáilov: “¿Sería el destino o un instinto lo que los juntaba?” (p.603). Esta postura que asume es irónica respecto a Svidrigáilov porque toma el lugar del moralista. Todo lo que Svidrigáilov representa escandaliza y repugna a Raskólnikov, pero él no es capaz de reconocer en su propio crimen esa depravación. De hecho, se pregunta: “¿Qué podría haber en común entre ellos? Ni siquiera la maldad podía ser idéntica en los dos” (ídem). Sin duda, el libertinaje de Svidrigáilov -incluso ante los ojos del lector- es mucho peor que el de Raskólnikov, en la medida en que el segundo reconoce la gravedad de sus crímenes, mientras que el primero alude cínicamente a su tendencia pederasta, sin ningún tipo de remordimiento por sus acciones deplorables. De todas maneras, lo cierto es que Svidrigáilov, a pesar de ser simplemente un criminal depravado, comparte con Raskólnikov muchas características. Por ejemplo, es capaz de actos de generosidad como ayudar a la familia de Sonia. Queda la duda, sin embargo, de si esos actos están respaldados por motivaciones oscuras, mientras que Raskólnikov es más transparente dentro de su ambivalencia y sus contradicciones.
Svidrigáilov, un hombre extraordinariamente inteligente, nos da algunas pistas sobre el carácter de Dunia a través de su deseo de salvar a alguien: “Es lo que ansia y exige: padecer por alguien. Y, si no sufre por ese martirio, es capaz de tirarse por la ventana” (p.616). Esto no es noticia para Raskólnikov, ya que Dunia estuvo a punto de sacrificarse para salvarlo a él mismo, al menos económicamente, mediante su compromiso con Luzhin. Según Svidrigáilov, esta vocación hacia otro había ocasionado que Dunia cayera más fácilmente en una familiaridad peligrosa con él, aunque su castidad impidió que se dejara seducir por completo.
A través de Svidrigáilov, Dostoyevski se detiene en la complejidad moral de las personas con muchísima profundidad: se trata de un personaje que es, a la vez, enteramente vil y, de alguna extraña manera, inmensamente compasivo. Además, es muy lúcido al momento de hacer una radiografía de la sociedad: “La gente del pueblo se emborracha, la juventud cultivada se consume en la inacción, entregada a las fantasías y a ensoñaciones imposibles, desquiciada por las teorías… y el resto de la gente se entrega al libertinaje” (p.623). Aparte de diagnosticar lo que observa como los problemas de la sociedad, Svidrigáilov también reconoce la cuestión moral que atraviesa a su época; ciertamente conoce la diferencia entre el bien y el mal, pero ha elegido deliberadamente el mal y, por tanto, parecería estar más allá de la posibilidad de redimirse.