En el siglo XIX, Rusia era la única nación de Europa que todavía se aferraba a las formas del feudalismo. Aproximadamente la mitad de los campesinos rusos estaban vinculados a un terrateniente como "siervo". La esclavitud era hereditaria, y la condición de esclavo se pasaba de generación en generación.
En 1856, tras el pobre espectáculo de Rusia en la guerra de Crimea y el evidente atraso de su cultura respecto a la del resto de Europa, el zar Alejandro II emitió el Manifiesto de Emancipación en 1861, que exigía la liberación de todos los siervos. Los campesinos pudieron entonces comprar tierras. Así, una clase media emergió, poblada por industriales, empresarios, comerciantes y otros profesionales, creando una nueva conciencia burguesa. Simultáneamente, la aristocracia terrateniente entró en declive.
La esperanza, en aquel momento, era que se iniciara una transformación del orden social y se desencadenara una economía de mercado. El jardín de los cerezos tiene lugar en este período de transición que requirió una intensa capacidad de adaptación a los nuevos modos de vida.