El jardín de los cerezos (Símbolo)
El jardín de los cerezos funciona en la pieza como un símbolo. En principio, el jardín metaforiza el auge del poderío aristocrático: es propiedad de la familia protagonista, quien lo heredó de generación en generación, y engloba un conjunto de atributos propios de esa clase social, como los valores de nobleza, belleza y antigüedad en términos de linaje. Además, es tierra improductiva, no genera riquezas, y el hecho de la familia la conservara y valorara a pesar de ello da cuenta de valores aristocráticos, propios del pasado. Así, el jardín opera como símbolo de una época pasada, en la cual la aristocracia disfrutaba con comodidad sus privilegios sociales y económicos por sobre el resto de la población.
De algún modo, el hecho de que la tenencia de la propiedad que incluye el jardín de los cerezos corra peligro para la familia de Liubov funciona luego como símbolo del declive de esa aristocracia, ahora atestada de deudas. Esto se vislumbra en muchos parlamentos de la protagonista, quien lamenta la potencial pérdida como la de su propia vida.
El ferrocarril (Símbolo)
En El jardín de los cerezos, Chéjov atiende dos eventos de importancia en el siglo XIX ruso, uno de los cuales es la llegada del ferrocarril en 1830. Esta innovación implica un progreso tecnológico en el territorio que funciona a su vez como motor de cambios sociales. En la pieza, el ferrocarril es un elemento presente desde el inicio y hasta el final, en tanto la protagonista llega por ese medio al comienzo de la acción, y en él se retira, junto a casi todos los demás personajes, en el último acto.
En tanto la intriga de la obra se sustenta en el tema del cambio social, el ferrocarril funciona como un símbolo del progreso que tiene por consecuencia el declive del poder aristocrático y el ascenso del campesinado.
Las llaves de Varia (Símbolo)
Desde su primera aparición en la pieza, Varia se mueve de un lado a otro cargando en su cintura un manojo de llaves. Esto funciona como un símbolo de su rol en el hogar, así como de su carácter: ella es quien asume el control de todas las cuestiones de la casa y es también el personaje con más sentido de la responsabilidad y el orden, en tanto se angustia cada vez que su madre u otros miembros de la familia tienen comportamientos excesivos que afectan la estabilidad (económica, sobre todo) del hogar.
En el tercer acto, cuando Lopajin anuncia que compró la finca, Varia arroja con ímpetu las llaves al suelo. El gesto es también simbólico, en tanto el personaje se desliga de su rol y deja de estar a cargo de las situaciones de esa casa para siempre.
La asociación simbólica entre Varia y las llaves llega hasta el final de la pieza, en tanto la muchacha anuncia que, al abandonar la finca familiar, se desempeñará como ama de llaves en otra propiedad.
La muerte de Firs encerrado en la casa (Símbolo)
El final de la pieza tiene una gran fuerza simbólica. Después de que todos abandonan la finca, aparece en escena el viejo Firs, a quien dejaron olvidado dentro de la casa cerrada. Este personaje secundario funcionaba ya de por sí en la obra como un símbolo del viejo orden señorial y de la incapacidad de adaptación a los nuevos tiempos. El final de la pieza lo encuentra olvidado, enfermo, con una muerte anunciada, en una casa que dejará de existir para transformarse en lo que la modernidad disponga. En sus últimos parlamentos, el personaje se lamenta por no haber vivido su vida: Firs se abocó enteramente a la fidelidad a sus amos, los mismos que ahora lo dejaron olvidado, creyendo que estaba en el hospital. Ahora que su ama abandonó la casa para siempre, él ya no tiene razón para vivir.
La obra termina con un hombre inmóvil, próximo a la muerte, acurrucado en el piso de una casa en la que nació siervo y nunca dejó de serlo. El fin de la vida de Firs coincide con el fin de la obra en un símbolo: el antiguo orden señorial no existe ya más que en un pasado a punto de ser destruido para siempre. Los tiempos avanzan sobre él, un nuevo sistema de clases acaba de configurarse con el fallecimiento de los últimos siervos y la integración de sus hijos en la sociedad. La presunta muerte de Firs representa la conclusión de un largo proceso de cambio, que comienza con la emancipación de los siervos, sigue con el avance del campesinado y el consecuente declive de la aristocracia, y acaba con la muerte de los últimos que seguían viviendo acorde al antiguo sistema.
El sonido del hacha contra los árboles (Símbolo)
La última didascalia de la obra indica el sonido de un hacha talando los árboles del jardín de los cerezos. En el último acto, la finca es propiedad de Lopajin, y este dio ya inicio a su proyecto de talar el jardín para construir pequeñas casas de alquiler para los veraneantes.
El sonido del hacha contra los árboles funciona en la pieza como una representación simbólica del cambio social y el consecuente cambio de manos del poder económico, en tanto aquel jardín que funcionara como símbolo del poderío aristocrático, ahora está siendo talado y transformado por el campesinado en ascenso, encarnado en Lopajin. La pronta desaparición del jardín (tal como indica el sonido del hacha) promete la inauguración de un tiempo que deja atrás el poderío aristocrático para siempre.