Resumen
Un par de días después, Bruno visita a la marquesa, una noble que conoció a Johnny Carter en Nueva York en la época en que el músico se hizo famoso, durante la posguerra. En esa época, Johnny comenzó también a consumir drogas y a olvidarse de su familia -Lan y los chicos -durante largos periodos de tiempo. En verdad, Johnny siempre se movió por fuera de las convenciones sociales y nunca fue capaz de comprender las reglas más básicas de la vida en sociedad o en familia. Estos olvidos terminaron, finalmente, en el abandono de su familia en pos de una vida itinerante que terminó llevándolo hasta París.
La marquesa se encuentra en compañía de Marcel Gavoty y Art Bouyaca, músicos que conforman el grupo de jazz de Johnny. Además de contarle sobre una sesión de grabación del día anterior en la que Johnny sobresalió particularmente, Marcel accede a prestarle su saxo para el concierto de la noche, cosa que alivia sobremanera a Bruno.
Bruno manifiesta la ambivalencia de sus sentimientos con respecto a la vida del jazzman cuya biografía ha escrito. Johnny se le figura como un ángel enfermo, poseedor de un talento fuera de este mundo para la música, pero de una inteligencia mediocre y totalmente incapaz de valerse por sí mismo. En parte, siente envidia por su talentoso amigo, pero al mismo tiempo el comportamiento autodestructivo de Johnny lo llena de furia y a veces lo empuja a desear que todo aquello se acabe de una buena vez.
Bruno lleva el saxo a Johnny, quien parece encontrarse mejor, y esa noche el concierto es un éxito rotundo. Después del concierto, Bruno habla con Tica sobre la noche en que Johnny tuvo si primera gran crisis, como una forma de persuadirla para que deje de pasarle marihuana. Luego, Bruno se pierde en cavilaciones sobre lo que implicaría para todos ellos el fracaso de Johnny, ya que todos giran en torno a su figura, como si fueran satélites que lo necesitan.
Bruno piensa mucho en el talento y las capacidades de Johnny. Si lo más fácil es pensar que las adicciones del músico son una forma de evadirse, el propio Johnny piensa todo lo contrario: en verdad, no está tratando de evadirse de la realidad, sino que todo lo que hace es una forma de perseguir el deseo; su música no es una fuga, sino una confirmación de la realidad, es la forma más concreta de estar presente en la tierra, mucho más que cualquier otra. Johnny es el perseguidor, siempre buscando, explorando la realidad, aunque esta termine por escapársele todos los días.
Cuatro días después del concierto, Bruno se encuentra con Art Bouyaca, quien le cuenta el último episodio de Johnny durante una grabación. En primer lugar, el jazzman llegó tarde y dejó plantados por horas a sus dos amigos y a dos chicos nuevos que integrarían su banda. Luego, al llegar, Johnny se negó a tocar y adujo que no se sentía de humor. Finalmente, lo convencieron de que se les uniera para interpretar "Amorous", una pieza que tenían en su repertorio. El solo de Johnny en esa pieza fue sublime, algo que nunca se había escuchado ni volvería a escucharse en la escena del jazz, algo que valía por mil solos de los que se escuchan todos los días. Sin embargo, Johnny se mostraba totalmente disgustado por su pieza y exigía a todo el mundo que se destruyera la grabación -algo que, por fortuna, no se hizo-. Luego también grabaron "Streptomicyne", y la interpretación de Johnny fue perfecta, pero no tuvo la potencia creativa de "Amorous". Después de tocar, Johnny había comenzado a hablar nuevamente de su delirio sobre un campo lleno de urnas con cenizas y había sacado un montón de hojas de árboles que llevaba en los bolsillos y las había esparcido por el estudio de grabación. Para evitar que lo destruyera, Marcel recuperó su saxo y luego llevó a Johnny, ayudado por uno de los chicos nuevos, hasta su hotel.
A la mañana siguiente, Bruno escucha en las noticias que Johnny ha intentado prender fuego su pieza de hotel y ha salido desnudo a correr por los pasillos. Bruno lo visita en el hospital, donde lo encuentra delirando todavía, y con tanta marihuana dentro como para enloquecer a diez personas. A los cinco días, Dédée lo telefonea para avisarle que Johnny ya está mejor y que le han organizado una gira por ciudades del interior, que seguramente serán un éxito. Cuando Bruno vuelve a visitarlo, Johnny no para de hablarle del campo lleno de urnas invisibles que ha encontrado. Cada urna contiene las cenizas de un muerto, y en el campo hay miles de ellas; sin embargo, Johnny detiene su explicación cuando aparece un médico a la entrada de su habitación, y luego se pone a hablar de la gente que se cree superior por haber estudiado y por ostentar algún puesto de relevancia social, como los médicos. Se trata, para Johnny, de hombres que piensan que comprenden el mundo solo porque han leído unos cuantos libros, cuando en verdad es imposible conocer y comprender la realidad, incluso en sus aspectos más mínimos; ni siquiera cortar un pan con un cuchillo es algo que pueda explicarse realmente, algo que tenga sentido. Una vez, en un restaurante, Johnny sintió al cortar el pan que era incapaz de comprender el sentido de aquella acción y terminó gritándoselo a todos los comensales, hasta que se lo llevaron preso.
Cuando Johnny se queda dormido, Bruno piensa en él y llega a la conclusión de que no está frente a ningún genio, sino tan solo ante un pobre diablo trastornado, incapaz de encajar en los esquemas más simples o de comprender las cuestiones más sencillas. Quizás, más que un ángel Johnny es el hombre común, y todos ellos, los funcionales, son los ángeles que están en el mundo.
Días después, ya solucionado el problema del incendio, Bruno se reúne con Dédée y los demás para escuchar las grabaciones de "Streptomicyne" y de "Amorous". Johnny, que los acompaña, no puede entender qué le encuentran de fantástico a esa última pieza, en la que él no hacía más que buscar algo que se le estaba escapando, y Bruno entonces comprende que para su amigo no existe la genialidad en su música, puesto que toda ella es una forma de perseguir un sentido que se le está escapando: lo que para el público puede ser la perfección, para Johnny no es más que una distracción en su camino. Desde esta perspectiva, en Johnny no hay ninguna grandeza, tan solo una búsqueda frenética e inútil que lo conducirá a la ruina.
Análisis
Como todo lector habrá notado, "El perseguidor" es un cuento sobre el mundo del jazz, tanto desde la perspectiva de los músicos como de los críticos y hasta de los oyentes. Como Cortázar lo ha manifestado en innumerables ocasiones, el jazz es un género musical que le fascina y le interesa particularmente; lo que es más, encuentra en él un correlato musical a lo que busca con el estilo de sus cuentos. Dicho por él mismo, la música ayuda a Cortázar a entrar en un état second, un estado de trance en el que se conjugan una concentración extrema con una abstracción profunda del entorno y en el que el artista logra un momento de plenitud creativa. Y en este sentido, el jazz es el género más propicio para producirle estos trances; por eso, la escritura de Cortázar está extremadamente preocupada por el ritmo.
Para Cortázar, a través de la música es posible acceder a ciertas dimensiones de la realidad, y eso es lo que explora mediante el personaje de Johnny Carter. En "El perseguidor", el ambiente del jazz sirve como un vehículo para la exploración del tiempo, del ritmo de la ciudad e incluso para la experimentación estilística en la escritura, como se verá a continuación.
En su trabajo sobre "El perseguidor", González Riquelme explica cómo el ritmo del jazz, compuesto de beats y off-beats sirve para crear una temporalidad múltiple: mientras que los beats marcan el ritmo principal, los off-beats (que son acentos rítmicos dislocados) son una constante fuga de dicho ritmo e introducen múltiples variaciones. En palabras de González Riquelme, “un improvisador de jazz pasa a través de las unidades estables de una pieza estándar y abre, una y otra vez, espacios «entre»: off-beat” (González Riquelme, 2003, p. 37). Estos espacios que se abren en la improvisación son los que Johnny utiliza para sumergirse en otra temporalidad, que en la sección anterior se ha analizado desde el concepto de eón. El acto creador del jazzista utiliza estos off-beats para generar agujeros en la realidad cotidiana y en ellos se refugia del tiempo cronológico.
Estos agujeros, sin embargo, son peligrosos cuando el artista los busca obcecadamente, como le sucede a Johnny, quien intenta vivir en ellos. Son peligrosos porque para experimentarlos, el artista debe romper constantemente su conexión con la realidad para escaparse de la alienación que implica, necesariamente, vivir en sociedad, y esa ruptura siempre tiene consecuencias. Johnny persigue la ruptura y esta lo coloca en una marginalidad y una precariedad difíciles de sostener. Tras los conciertos y la grabación de "Amorous", Johnny intenta prender fuego su habitación de hotel y termina internado; cuando Bruno lo visita, el jazzman le muestra el desprecio que siente por los médicos y las profesiones socialmente respetables, que se encargan de ignorar o tapar los agujeros de la realidad:
… hasta el más modesto se sentía seguro. Eso era lo que me crispaba, Bruno, que se sintieran seguros. Seguros de qué, dime un poco, cuando yo, un pobre diablo con más pestes que el demonio debajo de la piel, tenía bastante conciencia para sentir que todo era como una jalea, que todo temblaba alrededor, que no había más que fijarse un poco, sentirse un poco, callarse un poco, para descubrir los agujeros. En la puerta, en la cama: agujeros. En la mano, en el diario, en el tiempo, en el aire: todo lleno de agujeros, todo esponja, todo como un colador colándose a sí mismo… pero ellos eran la ciencia americana, ¿comprendes, Bruno? El guardapolvo los protegía de los agujeros; no veían nada, aceptaban lo ya visto por otros, se imaginaban que estaban viendo. Y naturalmente no podían ver los agujeros, y estaban muy seguros de sí mismos, convencidísimos de sus recetas, sus jeringas, su maldito psicoanálisis, sus no fume y sus no beba… (pp. 328-329)
Este pasaje es el primer momento clave del relato para comprender la relación conflictiva de Johnny con las estructuras sociales institucionalizadas que normalizan la conducta humana: su diatriba contra los médicos y sus métodos para diagnosticar patologías y “curarlas” es el mejor ejemplo de cómo el sistema patologiza e intenta corregir todo aquello que se escapa a la norma establecida. La forma de experimentar el mundo que busca Johnny está lejos de buscar seguridad y solidez e implica explorar el mundo sin conductas o saberes heredados, para encontrar en él lo que sea que la realidad depare, por más terrible y angustiante que pueda suceder. Esta forma de estar en el mundo, para Bruno “sería como vivir sujeto a un pararrayos en plena tormenta y creer que no va a pasar nada” (p. 324). Así describe el crítico el comportamiento de Johnny, como el de una persona que no es consciente de las consecuencias que pueden tener sus acciones. Es verdad, sin embargo, que Johnny abandona las responsabilidades de la realidad en la que vive para entregarse de lleno a la percepción de ese tiempo fuera del tiempo, y Bruno es consciente de que aquella conducta terminará solo con su muerte.
Muchos autores han comparado el estilo de Cortázar con el ritmo del jazz, y ello puede observarse en "El perseguidor", aunque quizás tan solo como un germen de lo que el autor desarrollará en su obra cúlmine, Rayuela. Cortázar explora y utiliza todas las posibilidades de la lengua y combina en su escritura, de forma natural, la lógica con la fantasía, el lenguaje florido y las jergas más coloquiales, las secuencias lógicas y lineales con la superposición de recuerdos y sueños. En "El perseguidor", por ejemplo, el narrador utiliza tres tiempos de la enunciación: el presente, que le sirve para reflexionar sobre la vida de Johnny; el pasado (valiéndose del pretérito perfecto compuesto antes que el indefinido, algo que no suelen hacer los argentinos) para referirse a las acciones que realizan los personajes; e, incluso, el futuro hacia el final del cuento, en un movimiento que acompaña a las dislocaciones temporales que experimenta Johnny y que quiebra en cierto sentido la linealidad del relato.
El estilo de Cortázar se hace evidente también en los cambios de registro que acompañan a los distintos personajes: mientras que Bruno es el narrador, la prosa es precisa, las ideas y las acciones se organizan de forma clara y secuencial, y la puntuación articula un discurso coherente y cohesivo. Cuando es Johnny quien habla, en cambio, las frases se suceden sin demasiada coherencia, se pisan unas con otras y dan forma a un discurso más urgente y acelerado que revela las ansiedades y las inquietudes del personaje. Este registro dislocado, como se verá en la sección siguiente, se hace cada vez más oscuro y difícil de comprender hacia el final del relato, Cuando Johnny, después de la muerte de su hija, se encuentra totalmente abrumado por la realidad.