Enero

Enero Citas y Análisis

"Hablan de la cosecha y no saben que para entonces ya no habrá remedio —piensa Nefer—; todos los que están aquí, y muchos más, van a saberlo, y nadie dejará de hablar". La angustia le nubla los ojos y lentamente dobla su cabeza, mientras con la mano arrea modestos rebaños de miguitas por el hule gastado de la mesa. Su padre acaba de decir algo sobre la cosecha y estira la mano pidiendo el repasador que enjuga por turno manos y bocas, y que la madre le pasa, atropellando en su prisa un perro que aúlla y se refugia bajo el banco. Al caminar, su sombra pasa sobre las de los comensales, que la luz de un farol fija en los muros. "Va a llegar el día en que mi barriga empiece a crecer", piensa Nefer. Los bichos vibran, aletean y caen contra el farol, vuelven a trepar por la lata, vuelven a quemarse y a caer, y nadie la mira inmóvil en su rincón mientras comen inclinados sobre los platos y oyen de vez en cuando las frases que don Pedro cambia con el turco, que acaba de soltar los caballos del carro y traga su sopa resoplando.

Nefer y Narrador, 8

Estas son las frases iniciales de la novela. En ellas se condensan varios de sus elementos fundamentales. En primer lugar, se evidencia el protagonismo de Nefer, ya que desde el comienzo se destacan su figura, sus pensamientos y sus emociones. En segundo lugar, sabemos de entrada que está embarazada y que eso la angustia, así como notamos que, por el momento, este embarazo es problemático y secreto. En tercer lugar, la escritura ya entrelaza las voces del narrador y de la protagonista. En cuarto lugar, se pone de relieve la pertenencia de esta obra a la tradición de la novela rural, dado que sabemos enseguida que el ambiente del relato es el campo. En ese sentido, se destacan las metáforas rurales con las que se describe el movimiento de Nefer al limpiar la mesa como si arriara un rebaño de migas de pan.

Por su cara bajan lágrimas, pero no lo sabe. El hombre tomó vino, tiene olor, ella lo vio esa tarde riendo y hablando.

La toma por un brazo y las espinas del monte se incrustan en su espalda. El hombre tiene bigotes y olor a vino, hace calor, las ramas de los árboles son un mundo, el Negro está con Delia, el hombre suda, hace calor, me ahogo, ah Negro, Negro, qué me has hecho, mirá mi vestido, era para vos. Durante meses esperé este día para invitarte...

Narrador y Nefer, 14

En el primer capítulo se narra la escena de la violación que provoca el embarazo de Nefer. Es fundamental recordar que esta novela no es pionera en la literatura argentina apenas por tratar el tema del aborto, sino también por presentar la violencia sexual desde la perspectiva de la afectada. El episodio se reconstruye a través de una combinación de acciones narradas en tercera persona (Nefer llora, el hombre la aborda y agarra) y de imágenes y emociones de la protagonista (el olor a vino, el calor, el sudor, el ahogo, la angustia porque el Negro está con otra chica).

Cabe destacar que la brutalidad de la violencia sexual hace que Nefer se disocie de lo que ocurre en su cuerpo y se concentre en pequeños detalles del entorno, como los árboles que puede ver desde el piso. También es fundamental observar el simbolismo del vestido floreado que la chica se ha confeccionado para llamar la atención del Negro, pero que es arruinado por la violencia perpetrada por Nicolás. Este vestido nuevo simbolizaba su inocencia y su enamoramiento; arruinado, representa el daño que sufre la muchacha y su pérdida de la inocencia.

—Capitán, vos no sabés nada y yo no sé qué hacer. Yo pensé: "Tal vez si me subo a caballo y galopo mucho, tal vez si trabajo muy bruto, tal vez si me duermo muy profundamente podré despertarme sin nada... Yo pensé que si iba a casa de, de alguna persona me podría... a casa de... Tal vez si Dios me ayuda... ¿Dios? ¿Y si rezo? ¿Y si rezo un avemaría y tres credos y sucede un milagro? Tal vez el señor Dios me esté asustando para que rece más porque no soy rezadora. Pero pocos rezadores hay, y a ninguno le pasan estas desgracias. La Delia, por ejemplo, no ha de ser muy buena, y tal vez Dios la castigue. Tal vez se le enrede el pelo en un talar y se quede días y noches gritando sin que la oigan, o se le dispare la yegua del sulky y la voltee con las patas por el aire justo cuando el Negro esté mirando, y esté yo cerca también, y el Negro me mire y nos riamos juntos, y ya después seamos amigos, y en los bailes yo sea la más linda y él venga derechito a sacarme a bailar, y ella nos vea y se reviente de envidia, y no tenga más remedio que ir a nuestro casamiento, y para casarme me haré un vestido de raso con cola larga, y guantes puestos, y entonces, así...".

Dobla la cabeza y algo duro, que lastima la garganta e impide las lágrimas, permite que un gemido largo salga entre sus dientes y suene amortiguado en la lana del perro.

Nefer y Narrador, 38-39

En este parlamento de Nefer se ponen de manifiesto varias cuestiones relevantes de la novela. En primer lugar, se destaca el carácter de Capitán como personaje. A pesar de ser un perro (es decir, de no ser un personaje humano), se trata de la figura con la que más interactúa Nefer y con la que más comparte sus emociones. Incluso se produce aquí un intenso contacto físico entre el cuerpo de la muchacha y el del perro.

En segundo lugar, la protagonista expresa su desesperación y sus deseos de interrumpir el embarazo. Así, enumera las opciones que ha contemplado hasta el momento (galopar mucho, trabajar duro, visitar a la vieja Borges, rezar), combinando acciones físicas con ciertas esperanzas depositadas en el pensamiento mágico, como si el embarazo pudiera disolverse por milagro.

En tercer lugar, esta cita da cuenta del uso de eufemismos y elipsis para referirse al aborto, palabra que no se menciona. Los puntos suspensivos marcan la elipsis, es decir, el borramiento del término específico, y las ideas de "desgracia" y de "milagro" puede entenderse como reemplazos eufemísticos de los términos "embarazo" y "aborto".

Por último, este parlamento es también uno de los momentos en los que Nefer fantasea como adolescente enamorada. Esta fantasía incluye un momento de violencia contra Delia, a quien le desea grandes sufrimientos, y un momento de encuentro amoroso con el Negro, de quien está enamorada y con quien sueña casarse.

—¡No quiero! ¡Dije que no quiero! ¡No quiero porque voy a vomitar! ¡Porque voy a tener un chico! Estoy preñada... ¡Sí!... Y vos podrías haberte dado cuenta si sos tan vieja y sabés tantas cosas... ¿O no te diste cuenta? ¿O no ves que me crece la panza? ¿Sos ciega, acaso? ¿Sos estúpida, acaso?...

Nefer, 58

Con estas palabras, Nefer confiesa ante su familia que está embarazada, configurando la escena central del capítulo 7 como el clímax de la novela. A partir de este punto, la narración decanta hacia su resolución que, de todas maneras, no implica el fin del sufrimiento para la protagonista.

La confesión es explosiva y la joven responde de manera agresiva a su madre, que viene tratándola como a una niña y pretende obligarla a comer. En estas palabras, Sara Gallardo logra elaborar de manera muy efectiva y verosímil el tono que suelen adoptar las adolescenetes irritadas al pelear con sus madres. Nefer se muestra harta y rabiosa, y desafía la autoridad de su madre llamándola "estúpida"(58), pero también reclama atención, cariño y cuidado al preguntarle cómo no se ha dado cuenta antes.

El tiempo se ha detenido en el cuarto donde los ojos de las mujeres evitan encuentros y una canilla gotea sin pausa.

Nefer ve que el doctor unta con vaselina el índice del guante, y el alma se le espanta y repliega hacia otros mundos: se encuentra recordando la tela de un vestido de infancia, las florecitas blancas de centro rojo, el doctor se acerca y le habla, ella obedece pero piensa en su caballo, doña María está mirando, su caballo tordillo que doña María mira y el doctor aquí con este olor a perfume, su caballo de pasto verde, es decir, su caballo comiendo el pasto, el pasto verde, por suerte descansando su caballo, no como Nefer, ay este médico, este médico, cómo lo odia y a su madre y a ese canario imbécil que pía y salta como si todo anduviera bien sobre el mundo.

Narrador, 66-67

Para confirmar el embarazo, un médico examina el vientre y los genitales de Nefer. Toda la experiencia de la revisación es narrada como una instancia extremadamente invasiva. Para la joven, la vivencia es tan violenta que se asemeja a la de la violación: el sufrimiento es tal que se disocia de su cuerpo y se pierde en imágenes y memorias. Sin embargo, esto no le impide sentir odio hacia el médico y hacia su madre, que la ha llevado allí y es testigo de la secuencia sin intervenir. Al igual que en la escena de la violación, aquí también se entremezclan la voz narradora y la conciencia de la protagonista.

—Mañana acabamos con todo. Ya vas a ver.

Un temor nuevo se apodera de Nefer y súbitamente siente que el enemigo que observa sus noches y sus días se ha transformado en aliado secreto. Cruza los brazos con gesto taciturno.

—Conmigo no se va a meter nadie... —dice.

Doña María, Nefer y Narrador, 67

Tras la visita al médico, doña María le da a entender a Nefer que al día siguiente podrá interrumpir el embarazo, probablemente en el consultorio del mismo médico, aunque esto no se especifica. Se destaca una vez más el borramiento de palabras específicas para hablar del asunto y el uso del eufemismo "acabar con todo" para referirse al aborto.

A pesar de que ponerle fin a esta gestación es lo que Nefer desea desde el comienzo, en este momento siente miedo y dice que nadie se meterá con ella. Esto puede entenderse como un cambio de opinión, como unas repentinas ganas de darle continuidad al embarazo. Sin embargo, en el capítulo siguiente la joven se arrepentirá de no haber aceptado esta propuesta. Es por ello que podemos interpretar esta reacción como la manifestación del miedo a las intervenciones médicas invasivas, por un lado, y de un potente deseo de no ser manejada por los demás, como si ella misma no tuviese ningún poder de decisión, por el otro.

Bueno, pero sea como sea, verse libre, verse libre de esto.

Cómo, ¿no dijo doña María que la policía lleva...? Las cosas escondidas no pueden hacerse de acuerdo con los patrones porque ellos no comprenden. Los patrones y los policías tienen ideas parecidas.

No. Se ha equivocado. ¿Cómo no recordó antes? Su madrina dijo que abortar —esa es la palabra— era peor que un crimen, porque es matar a uno que no puede defenderse. Aunque lo dijo hace tiempo vuelve a oírla: "¿Porque no conocemos su cara no nos duele matarlo?"

Narrador, 75

En esta cita se pone de manifiesto el entramado de esferas sociales que sostienen la prohibición del aborto en este contexto, a mediados del siglo XX, en el campo argentino. Los patrones ricos y las fuerzas del Estado representadas por la policía y el catolicismo aúnan su poder para obstaculizar el acceso al aborto de las chicas pobres como Nefer. La definición del aborto como algo peor que un crimen es propia de la iglesia católica y cabe recordar que la patrona, doña Mercedes, es la gran defensora de esta institución y su moral para regular los vínculos familiares y sociales.

Nefer levanta los ojos y descubre la mirada de él recorriéndole el vientre. Como un golpe, la noche, el olor a vino, los jadeos, vuelven a ella. No es recuerdo sino revida que la inunda.

Narrador, 77

Al enterarse de que Nefer está embarazada, doña Mercedes determina que debe casarse con Nicolás, ignorando o pasando por alto el hecho de que él la ha violado, y que ella no desea tener ese hijo. En el momento en el que Nicolás le cuenta el arreglo a Nefer, la mira, concentrándose en su panza. Esto la lleva a revivir el momento de la violación, y la narración reproduce las imágenes de aquella secuencia. Tal como leemos en la cita, no se trata de un recuerdo sino de una "revida", es decir, de una reactualización de la experiencia para Nefer. La protagonista es así revictimizada, forzada a vivir para siempre con los efectos de esa violencia sexual y sin poder nombrarla como tal.

—Si sos buena y hacendosa, a mí no me importa. Yo soy un tipo bueno, también. A veces me enojo, pero se me pasa... Ya sabrás, ¿no? Yo estoy trabajando de carnicero allá, meta cuchillo, meta serrucho. No vas a poder ser delicada porque a veces tengo los brazos enchastrados hasta acá... Pero la cuestión es que allá estamos en el pueblo, y al final vas a estar mejor que acá... Pero, que sos piba, ¿eh? Quién iba a pensar... Y bueno, ché, hay que perdonar, el vino es el vino... Y al final, al final, tan mal no lo habrás pasado, ¿eh?, digo yo...

Guiña el ojo riendo y se rasca la nuca.

—Pero... ¿quién iba a decir...? A mí, que toda la vida he sido loco por las mujeres grandotas, rubias, me viene a pasar esto. Hay que ver... Me caso con una chiquilina morochita. Es un misterio...

Nicolás y Narrador, 78

Estas palabras de Nicolás dan continuidad al modo violento en el que trata a Nefer desde la violación. En primer lugar, él mismo dice que suele enojarse y se describe como carnicero, haciendo uso de cuchillos y proyectando una imagen sanguinaria de sí mismo. En segundo lugar, se desliga de toda responsabilidad por haberla violado (se justifica, alegando haber estado borracho) y remite a la violación como si hubiese sido una relación sexual divertida y placentera para la protagonista. Por último, habla de su aspecto físico peyorativamente, llamándola "chiquilina morochita" (78), y enfatizando que a él le gustan las mujeres rubias y grandes. Esta caracterización es otro modo de insultarla y rebajarla.

—La cosecha. Todas las cosechas las veré casada.

Nefer, 81

Con esta frase de Nefer se cierra la novela. Es fundamental observar que, así, Enero comienza y termina con referencias a la cosecha, motivo destacado de las novelas rurales. Aquí, sobre todo, la referencia a las cosechas sirve como indicador del paso del tiempo y del futuro. De ese modo, esta se proyecta como una "novela cíclica" (De Leone 2012, 168), ya que el tiempo parece repetirse de manera circular: se siembra, se cosecha, se vuelve a sembrar, se vuelve a cosechar. Tal circularidad se relaciona con la situación de las mujeres como Nefer, obligadas a sufrir cíclicamente diferentes formas de la violencia y la opresión. De hecho, la cosecha puede pensarse en paralelo con el futuro parto de la protagonista. Si desde el comienzo sabe que "no habrá remedio" (8), que se verá obligada a darle continuidad al embarazo y a tener ese hijo, al final reconoce que, a partir de ese momento, será una mujer casada –contra su voluntad– para siempre.