La urbanización fantasma
Connell lleva a Marianne a conocer la "urbanización fantasma" (p.37), una zona de casas a medio construir que está justo detrás del colegio, a la cual Marianne no ha ido jamás. Se trata de un terreno abandonado donde los estudiantes suelen juntarse a beber de noche. El relato describe con varias imágenes el espacio: “Las casas eran enormes, con fachadas de hormigón visto y jardines invadidos por la maleza. Algunos de los huecos sin ventanas estaban tapados con plásticos que batían ruidosamente con el viento“ (p.38). Luego, cuando entran a la casa donde se suelen reunir los estudiantes, la sordidez del espacio es profusamente descrita:
La puerta principal del número 23 estaba abierta. Estaba más tranquilo en el interior, y más oscuro. El sitio daba asco. Marianne golpeó con la punta del zapato una botella de sidra vacía. El suelo estaba lleno de colillas, y alguien había llevado un colchón hasta el salón, por lo demás vacío. Tenía unas manchas enormes de humedad y de algo que parecía sangre (p.38).
Marianne
Cuando los personajes entran a la universidad, la trama comienza a focalizarse en Connell. Por lo tanto, Marianne se describe, en su primer encuentro en Trinity, desde el punto de vista de él. La descripción ahonda en detalles por medio de imágenes.
En la fiesta donde los personajes se reencuentran, Marianne "lleva una chaqueta de pana encima de un vestido y el pelo recogido hacia atrás. La mano que sostiene el cigarrillo se ve larga y etérea bajo esa luz" (p.75). El relato también se detiene en su "sonrisa gigantesca que deja a la vista sus dientes torcidos" y en que "se ha puesto pintalabios" (Ibid.).
La novela busca plasmar en imágenes, en este momento de la trama, el cambio que ofrece Marianne a la vista de Connell. La chica "lleva un vestido gris bastante largo con el que su cuerpo se ve esbelto y delicado" (p.76) y usa "el pintalabios es muy oscuro, color vino, y lleva también los ojos maquillados" (Ibid.). Las imágenes describen una figura feminizada. Marianne sorprende a Connell con su nueva identidad, no solo como la persona más popular de la universidad, sino también como mujer: "Su vestido es escotado por delante y deja ver sus pálidas clavículas como dos guiones blancos" (p.81).
La casa de Marianne
Varias escenas de la novela tienen lugar en la casa familiar que Marianne posee en una zona rural de Italia. El espacio, en esos momentos, se pinta en imágenes: "La fachada de piedra y las ventanas con contraventanas blancas" antecede a que "en el vestíbulo, un arco de piedra da paso a un corto tramo de escalera. La cocina es una sala alargada inundada de luz, con baldosas de terracota, armarios blancos y una mesa junto a las puertas del jardín" (p.157). Las descripciones por vía de imágenes tienden a acentuar el carácter rural y veraniego de la propiedad: "El calor asfixiante de la tarde" se conjuga con "la maleza que crece por fuera de la verja zumba plagada de insectos" y con "un gato de pelo anaranjado" que está "tumbado sobre el capó de un coche al otro lado de la calle" (p.156).
El golpe de Alan
Hacia el final de la novela se produce un punto de inflexión en la protagonista, en lo que se refiere a su reacción cuando recibe violencia por parte de su hermana Alan. Nos referimos al momento en que la joven es perseguida y violentada por su hermano, situación después de la cual ella acude a Connell para que la socorra. Hasta ese momento, la respuesta de Marianne al abuso ha sido abandonar su cuerpo, desprenderse de sus sentidos, resignarse al sufrimiento sin ofrecer resistencia. Pero esta capacidad de sometimiento se agota: el golpe que acaba infligiéndole Alan le produce un shock distinto, algo parecido a un despertar.
El clímax de esta situación de violencia y el dolor que siente Marianne es descrito por la voz narradora en imágenes: “Oye un crujido cuando impacta contra su cara, luego nota una sensación extraña dentro de la cabeza” (p.229), se detalla cuando la puerta golpea con fuerza la nariz de la protagonista. “Hay un zumbido, pero no es tanto un sonido como una sensación física, como la fricción de dos placas metálicas imaginarias en algún lugar de su cráneo. Le gotea la nariz” (Ibid.), prosigue el narrador, “la nariz le gotea de un modo terrible. Aparta la mano y ve que tiene los dedos cubiertos de sangre, sangre templada, húmeda” (Ibid.).
El nivel de detalle de las imágenes funciona para transmitir esta idea de punto de inflexión al interior de la protagonista, como si ella estuviera volviéndose consciente, por primera vez, de la magnitud de la violencia recibida. “Alan está diciendo algo. La sangre tiene que estar saliendo de su cara. Su visión se desliza en diagonal y el zumbido aumenta” (p.229). Con gritos y agresiones discursivas que suenan de fondo con la voz de su hermano, el capítulo termina con una protagonista que sigue, como alienada, inmersa en su propia sensación:
Marianne se lleva la mano de nuevo a la nariz. la sangre brota a tal velocidad que no puede contenerla con los dedos. Le corre por la boca y le resbala por la barbilla, la nota. Ve cómo aterriza en goterones sobre las fibras azules de la moqueta (p.229).