La muerte de Rob (Símbolo)
La muerte de Rob cumple una función simbólica, que opera principalmente afectando al personaje de Connell. El duelo que trae como consecuencia no implica solamente, para Connell, llorar la pérdida de quien fuera su amigo, sino que su muerte lleva al personaje a duelar, también, la infancia y adolescencia que dejó atrás para siempre. “Siento que me marché de Carricklea pensando que podría tener una vida distinta. Pero odio esto, y ahora ya nunca podré volver. (...) Rob ya no está, no puedo volver a verlo. No podré nunca recuperar esa vida” (p.208), afirma, en este sentido, la voz narradora. La muerte de Rob marca así un final irreversible, configura el cierre simbólico y definitivo de una etapa de la vida que ya nunca volverá. Una etapa de la vida en la que Connell aún sostenía, además, varias expectativas en relación con un futuro, que nunca será tan feliz como esperaba. Si el presente no es un refugio para Connell, la muerte de Rob ahora le demuestra que, además, no podrá aferrarse al pasado.
El beso de Marianne y Connell (Símbolo)
En el último capítulo de la novela, el relato hace un repaso por los últimos meses de Marianne y Connell viviendo como una pareja estable. En una de las situaciones narradas, ambos están en una fiesta en Carricklea, y Connell besa a Marianne delante de todos sus excompañeros del colegio, que los miran curiosos. Marianne lo siente como una suerte de redención, de reconciliación con el pasado.
Si se tiene en cuenta el historial de la pareja y su relación con la opinión de los demás, podemos leer que el beso cumple una función simbólica. Al inicio de su historia de amor, Marianne y Connell habían roto su relación porque a Connell le avergonzaba que lo vieran junto ella, ya que él era un chico popular en el colegio. Ahora, han atravesado altibajos, han aprendido y crecido, y también lo han hecho sus excompañeros. De algún modo, el beso presenta simbólicamente el cambio en la relación de pareja, así como el crecimiento individual de Connell, Marianne y sus conocidos de la adolescencia.
El modo de peinarse de Marianne (Símbolo)
Hacia el final de la novela, Marianne y Connell expresan un gran crecimiento personal. Esto se ve en el modo en que atraviesan y resuelven juntos una última disyuntiva: si Connell viajará o no un año para estudiar en Nueva York. Si bien Marianne se sorprende por esta posibilidad, que implicaría que se dejen de ver por mucho tiempo, intenta pensar con calma qué es realmente lo mejor para Connell. Mientras le hace algunas preguntas, la voz narradora acota la acción que realiza la protagonista: “Marianne sigue pasándose el cepillo metódicamente por el pelo, buscando a tientas los nudos y luego, despacio, con paciencia, desenredándolos. Ya no tiene sentido ser impaciente” (p.253). Este modo en que Marianne se desenreda el pelo funciona en términos simbólicos. Representa el crecimiento personal de la protagonista, su nueva capacidad para controlar la ansiedad y, sin arrojarse a lo que le produzca una satisfacción inmediata, su modo buscar con paciencia el mejor camino hacia su bienestar y el de los demás.
Helen (Símbolo)
Helen, la joven con la que sale Connell en su vida adulta, tras dejar a Marianne, simboliza la normalidad que él anhela para su vida desde la escuela secundaria. La novela va mostrando a los personajes en distintas etapas de su vida, hasta llegar al momento en que el protagonista masculino forma pareja con Helen. Esta etapa transmite una realidad de aparente estabilidad y alivio en el personaje. Para Connell, es importante la sensación de normalidad y tranquilidad que le brinda su relación de pareja, y le enorgullece saber que puede ser querido por alguien normal y estable como Helen. Siente que esta nueva relación hace florecer los atributos más positivos de su personalidad, mientras que su relación con Marianne, por la densidad del vínculo y por las características personales de ella, parecía conducirlo a lugares más oscuros de sí mismo. Sin embargo, hacia el final de la novela se dará cuenta de que él mismo no es tan normal como pensaba, y que la normalidad, entendida como una mera adecuación a las normas del mundo, no es un valor en sí mismo.