Resumen
El capítulo abre con un epígrafe del poema “Buda en Kamakura”, en el se que exhorta a quienes esperan el Día del Juicio a que sean comprensivos con los paganos que rezan a la estatua del Buda, en Kamakura.
Kim, un joven de doce años, está sentado en el cañón Zam-Zammah contraviniendo las ordenanzas municipales que lo prohíben. Ese monumento, cuyo nombre significa “el dragón de aliento de fuego” (9), suele ser el primer botín de los conquistadores, de modo que quien se apodera de él es el dueño de la región de Panjab. Kim, a pesar de su aspecto indio y de usar la lengua materna India, es un europeo pobre, un inglés. Como India es en ese entonces parte del Imperio británico, el narrador opina que el chico tiene algo de razón al decidir sentarse allí.
La madre de Kim era una mujer humilde blanca, niñera de la familia de un coronel. Se casó con Kimball O’Hara, un joven sargento del regimiento irlandés que nunca volvió a su tierra. Murió de cólera dejando a su hijo y a su marido, quien murió luego por su adicción al opio, como fallecen los europeos pobres.
El padre de Kim le dejó como herencia tres documentos: el primero, que sirve como garantía de la validez de su firma, un certificado de liberación y la partida de nacimiento de Kim. Según O’Hara, su hijo no debe desprenderse de esos documentos, ya que están intervenidos con magia y pueden ayudarlo en el futuro. Por eso, la mujer a cargo de Kim cosió los tres documentos en una bolsa de cuero y se encargó de comunicar a Kim la profecía de su padre: algún día vendrá en su busca un gran toro rojo sobre un campo verde, un coronel a caballo y novecientos demonios. Antes llegarán dos hombres que allanarán el camino para que aquello suceda.
Kim conoce de extremo a extremo la ciudad de Lahore, capital del Panjab, y es conocido por todos como el “Amigo de todo el Mundo” (12). Se dedica a realizar encargos nocturnos y tareas ilícitas, conoce todas las facetas del mal desde temprana edad y disfruta del juego por el juego, merodear oscuros callejones, oír conversaciones ajenas y huir por los tejados. Asimismo, mantiene relaciones amistosas con los faquires que piden limosna y comida. La mujer que lo cuida le insiste para que use ropa europea, pero Kim prefiere la indumentaria hindú o musulmana para determinados asuntos. Por ejemplo, cuando le hacen algún encargo o para divertirse, usa como disfraz un traje hindú que le obsequiaron. Además, como en su casa pocas veces hay comida, se la pasa en la calle procurándose alimento con sus amigos indios.
Un día, Kim juega al rey con sus amigos sobre el Zam-Zammah. Ellos quieren subir al monumento, pero Kim los burla diciendo que los musulmanes y los indios como ellos se cayeron de ese monumento hace años. De pronto, ve en el mercado a un hombre muy distinto a todos los que vio en su vida, incluso para él, que dice tener un gran conocimiento de todas las castas. Es un hombre alto, lleno de arrugas, vestido con un tejido marrón y un sombrero rojo, un estuche para guardar plumas y un rosario de madera. Kim reconoce que es un extranjero, pero no logra develar cuál es su religión ni su casta. Cuando se lo pregunta, el extraño cuenta que viene de las montañas del Tíbet y que es un lama, un gurú que se dirige a visitar los cuatro Santos Lugares antes de morir. Luego, el lama pregunta por la Casa de las Maravillas, el museo que tienen enfrente. Kim se ofrece a escoltarlo hacia su interior.
La Casa de las Maravillas de Lahore es un museo consagrado a las artes y manufacturas indias. El lama se conmueve al ver allí una imagen de El Señor, Sakyamuni (o el Buda), figura sobre cuyas enseñanzas se forjó el budismo, y comprende que su peregrinación ha comenzado bien. En eso, Kim le señala al sahib que se encarga de conservar el museo, un hombre inglés de barba blanca, a quien el lama se acerca y le dice que viene por recomendación de otro de los suyos que también peregrinó a los Santos Lugares. El sahib y el lama conversan elevadamente sobre religión y sobre las imágenes que honran al Buda y repasan los episodios de su historia. Kim se tumba en el suelo para escuchar la conversación a escondidas.
El sahib le cuenta al lama sobre las investigaciones de los eruditos europeos que identificaron los Santos Lugares del budismo, los sitios en los que transcurrió la vida del Buda. El lama cuenta que su objetivo es recorrer los Santos Lugares y se lamenta de la crisis que atraviesa su religión, asediada como está por la idolatría. El objetivo del anciano es “liberarse de la rueda de las cosas mediante una senda amplia y sin barreras” (22).
Por fin, le revela al sahib su objetivo último: según las escrituras, el Señor fue sometido a una serie de pruebas de fortaleza a la hora de buscar una compañera. Entre ellas se encontraba una prueba de arco y flecha. Al lanzarla, su flecha se alejó más que ninguna otra y, al caer en la tierra, formó allí un río que tiene la propiedad de lavar de todo pecado a quien se baña en él. El lama quiere llegar a ese río para purificarse y liberarse de la rueda de las cosas. Sin embargo, el sahib se disculpa por desconocer el paradero de ese río.
Decepcionado, el lama asegura que partirá cuanto antes rumbo a Benarés, y viajará por carretera y por tren. Se lamenta de que al abandonar las montañas llevaba consigo un chela (un discípulo) que pedía limosna en su lugar, como exige la regla, pero luego este murió y ahora viaja solo. El sahib le obsequia un cuaderno, unos lentes nuevos y le desea suerte en la travesía.
Por su parte, Kim está emocionado por lo que acaba de escuchar. Comprende que el lama es una absoluta novedad, un descubrimiento suyo y está dispuesto a tomar posesión de ese hallazgo. Es por eso que ofrece ayuda al anciano, valiéndose de sus contactos para mendigar alimento, bebida y cigarrillos, y le consigue alojamiento en el mercado. Cuando el lama se queda dormido, Kim aprovecha para ir a buscar su disfraz indio, con el fin de confundir al anciano.
Al despertar, el lama ve al joven hindú, pero se lamenta de haber perdido el rastro del otro joven, aquel que lo acompañó a la Casa de las Maravillas. Está convencido de que aquel muchacho le fue enviado para ser su nuevo chela, después de que él se inclinó ante la Ley en la Casa de las Maravillas. Kim, sorprendido de ver que el lama dice la verdad incluso a un extraño, revela su identidad y admite que escuchó la conversación que mantuvo con el conservador del museo. Le propone entonces viajar juntos y perseguir el destino de cada uno de ellos: el río para el lama, y el toro y las columnas de la profecía para Kim.
Como es de noche, Kim propone dormir en el caravasar de Cachemira, donde tiene un amigo que les dará alojamiento. En el mercado, el niño y el anciano se cruzan con miembros de todas las castas de la India del norte. Kim conduce a su maestro al hospedaje de Mahbub Ali, el tratante de caballos, un afgano para quien ha trabajado desde pequeño como informante y acopiador de chismes.
Allí, el chico convence a Mahbub para que le dé dinero para su peregrinación. A cambio, Mahbub le encomienda a Kim que lleve un mensaje suyo a un oficial que reside en Ambala: un manojo de papel de seda doblado para confirmarle al oficial que el pedigrí de un semental blanco recientemente vendido está certificado. Kim se guarda esos papeles en la bolsa, junto a sus amuletos, y se echa a reír, pues en el fondo no cree en ningún momento la historia del semental.
Kim no lo sabe, pero Mahbub Ali es un espía del Gobierno indio, anotado en los libros secretos del departamento indio como “C.25.1B”. Dos o tres veces al año, C.25 envía un informe develando noticias sobre remotos principados montañeses, exploradores de nacionalidades no inglesas y comercio de armas. Recientemente, una potencia del norte denunció que se infiltraron noticias desde sus cinco territorios hacia la India británica. Los primeros ministros de esos reyes, sospechando, entre otras personas, de Mahbub Ali, organizaron emboscadas y redadas con el objetivo de matarlo. Mahbub se tropezó varias veces durante sus viajes con esas emboscadas y por eso se dirigió a Lahore a buscar refugio. El asunto es que Mahbub lleva consigo información sensible de la que necesita desprenderse haciéndola llegar pronto a destino: un manojo de papel con información que compromete a los cinco reyes, a la potencia del norte que les dio aviso, a un banquero hindú, a una firma belga de fabricantes de armas y a un destacado gobernante musulmán.
Desde su llegada a Lahore, Mahbub ha enviado a través de un emisario varios telegramas con mensajes asociados a sus costumbres comerciales, que son interceptados y analizados en busca de información sensible. Así ha conseguido despistar a sus perseguidores. La llegada de Kim con el lama le resulta beneficiosa para cumplir su objetivo: un lama errante y un criado de casta humilde nunca levantarán sospechas y nadie se atreverá a robarles. En caso de que suceda lo peor y le pase algo al muchacho, el papel de por sí no revela ninguna información.
Luego de despedirse de Kim, Mahbub se dirige hacia lo de las arpías, donde se reúnen mujeres que seducen forasteros, y visita a una joven que sabe que tiene vínculos con el hombre de Cachemira que interceptó sus telegramas. Mahbub se dedica a beber con ella hasta quedar inconsciente, y luego la mujer se aprovecha y le roba la llave de su aposento. Al rato, Kim, que pasa la noche en lo de Mahbub, escucha cómo un elegante hombre de Delhi revisa minuciosamente todas las pertenencias de aquel. Luego, cuenta el narrador, el hombre se encuentra con la mujer y al pandit para contarles que no encontró nada en la habitación del afgano; entonces llegan a la conclusión de que Mahbub no es la persona que buscan. Así, la estrategia de despiste de Mahbub resulta exitosa, si bien sospecha que lo seguirán vigilando.
Al volver a su aposento, Mahbub se entera de que Kim y el lama ya han partido rumbo a Benarés. El narrador agrega que fue Kim quien instó al lama a irse pronto, ya que comprendió que los intrusos no eran simples ladrones. Lo más probable es que hayan buscado el presunto pedigrí que tiene entre manos y por eso decide partir cuando antes: la tarea es urgente.
Análisis
El primer capítulo de Kim instala algo que será común a todos los demás: se abre con un epígrafe que corresponde a un fragmento de un poema del autor. En este caso, como en el del capítulo 2 y 3, el poema en cuestión es “Buda en Kamakura”, que remeda la voz del Buda. Como veremos a lo largo de la obra, el autor entabla un diálogo entre cada uno de los epígrafes con lo narrado en su respectivo capítulo. Así, el epígrafe ya sitúa la novela en una cultura y un espacio particular: el de la India. Como se verá, el capítulo también esboza los principales temas que vertebrarán la novela.
Kim está situada en los últimos años del siglo XIX, en el período de la India colonial, bajo el dominio del Imperio británico. Este capítulo transcurre en Lahore, capital de Panjab, región del sur de Asia, al norte del subcontinente indio. Panjab fue la entrada por donde ingresaron los invasores extranjeros a India. Así, desde el comienzo se enmarca el relato en la situación política que atraviesa la India durante este período: esta parte de la India, el Panjab, está colonizada por el Imperio británico, es parte de él. El monumento sobre el que se sienta Kim, el cañón Zam-Zammah, es símbolo de esa conquista: es el botín que los conquistadores toman antes que nada, para hacer efectivo su sometimiento del pueblo indio. A ello se debe el hecho de que, como comenta el narrador, Kim tenga más derecho que sus amigos de estar allí sentado a pesar de las prohibiciones municipales: Kim es de ascendencia inglesa, por lo tanto, en sus venas corre la sangre del conquistador, mientras que sus amigos, uno indio, otro musulmán, representan al pueblo sometido por el Imperio británico.
El narrador de Kim es un narrador omnisciente, frecuentemente focalizado en la figura de Kim, pero hay pasajes en los que se desvía de la figura del protagonista para hacer aclaraciones o introducir información nueva que este desconoce. Tal es el caso del comentario respecto al presunto derecho de Kim de sentarse en el monumento, como un modo simbólico de apropiarse de su identidad británica. El narrador interrumpe así el relato para opinar sobre aquello que narra.
En este sentido, el acto irreverente de sentarse sobre el monumento da cuenta ya, desde el comienzo, de una de las características distintivas de Kim: su rebeldía y su espíritu de libertad, actitudes que lo llevan a renegar de las normas y desafiar la ley. Además, se divierte haciendo travesuras, engañando a la gente con mentiras y disfraces. Su temprana orfandad lo obliga a lanzarse a la calle para la supervivencia. En suma, esas vivencias lo hacen famoso entre las personas de Lahore, que lo bautizan “Amigo de todo el Mundo” (12), y le dan experiencias y conocimientos sobre la gente que le serán de gran utilidad a lo largo de la novela. Como cuenta el narrador, antes de conocer al lama, Kim se dedicó a trabajar por encargo para jóvenes con dinero, generalmente en tareas ilícitas, y tuvo contacto temprano con el mal, lo cual lo ha convertido en un muchacho muy avispado: “Se trataba de relaciones ilícitas, por supuesto —eso lo sabía perfectamente, de la misma manera que estaba familiarizado con todas las facetas del mal desde que empezó a hablar—, pero lo que le gustaba era el juego por el juego” (12). A pesar de volcarse a esas tareas ilícitas, no hay en Kim propósitos malignos, sino, más bien, picardía. Él se divierte con la posibilidad de jugar y de adquirir experiencias nuevas.
Una práctica muy común en Kim es la de disfrazarse: tiene un disfraz de hindú que alguien le regaló y, a pesar de que su niñera le recomienda que use su traje europeo, prefiere camuflarse y jugar con su identidad. Así, el tema de la identidad y de las apariencias se presenta desde un comienzo como eje transversal a la novela. En principio, el recurso de cambiar de identidades es parte de la actitud pícara de este personaje, algo que hace por pura diversión. Aunque ahora solo se trate de un juego de niños, esa habilidad le significará con el tiempo un beneficio para su futuro en el Gran Juego, esto es, en su carrera como espía para el gobierno en el marco del conflicto geopolítico entre el Imperio británico y el Imperio ruso por el dominio de Asia Central y el Cáucaso.
En esta línea, es notable el engaño en el que hace caer al lama: luego de conseguirle alojamiento, Kim va en busca de su ropa hindú para despistarlo con otra apariencia. Sin reconocer la estratagema, el santo le confiesa entonces la tristeza que le genera haber perdido al joven que lo acompañó a la Casa de las Maravillas, pues contaba con él para oficiar de chela. Ante ello, Kim se sorprende de su honestidad, de que le cuenta la verdad a un desconocido, y por ello renuncia al engaño y se presenta nuevamente al lama con su verdadera identidad. Ese cambio de actitud en Kim es el indicio del incipiente aprendizaje que se avecina para él.
Como ya señalamos, el primer capítulo de la novela sirve como un primer acercamiento al diverso mundo de la India. En primer lugar, el lector percibe que la India presenta un sistema de castas muy definido, uno de los tópicos centrales de la historia. Efectivamente, desde la antigüedad, la India ha organizado su sociedad según un sistema rígido de estratificación social que depende exclusivamente del linaje de las personas: según su ascendencia, las personas pertenecen a una u otra casta. Por encima está la casta de los brahmanes, esto es, los sacerdotes o maestros, y en la base está la casta más baja, la de esclavos, obreros y campesinos. Por lo tanto, el origen de las personas determina su lugar en la pirámide social y les asigna un estatus de por vida: no hay posibilidad de movilidad social. Además, las características que diferencian las castas suelen ser de raza y de religión, con lo cual se trata de un sistema racista y discriminatorio.
Si bien Kipling en Kim no describe en detalle cada casta, retrata el modo en que los locales de la India reparan en la ascendencia de las personas para caracterizarlas, especialmente en la noción de “raza”. Este término, que hoy, en el siglo XXI, ha caído en desuso por su carga despectiva, en la India colonial era una categoría corriente para estratificar a las personas, atribuyendo raíces biológicas a una desigualdad que en realidad era social y política. Así, por ejemplo, en el caravasar de Cachemira el narrador adscribe a esa visión racista de la sociedad india: “El niño y el anciano se abrían camino entre la multitud de todas las razas de la India septentrional” (34).
Cabe mencionar que Kim se cree conocedor de todas las castas que conforman la comunidad de la India del norte. Por eso el lama es una novedad para él, porque no reconoce ni su casta ni su religión. Parte de la novedad, además, tiene que ver con la ruptura que la llegada del lama implica en su modo de vida: el santo trae una nueva visión, pues a él no le importará la división en castas. Para el lama, son una construcción, no definen realmente a las personas: “En la senda media no hay alto ni bajo” (38). Su llegada pone en evidencia también la importancia de otro pilar fundamental en la novela: el tema de la religión. En la India parecen convivir muchas religiones, que definen modos de vincularse para las personas, y el lama es el ejemplo perfecto de ello. También hay profusión de lenguas, lo cual da cuenta de la diversidad cultural de la India de ese periodo.
Ese panorama construye otro de los núcleos temáticos: el choque entre el mundo occidental y el oriental dentro de la figura de Kim quien, a pesar de su sangre europea, se cría como un niño indio. De hecho, como las castas tienen tanta relevancia en la India, su niñera le aconseja que use su traje europeo, pero Kim prefiere alternar sus facetas porque porta con soltura cualquiera de las dos identidades. Su picardía se hace efectiva en el modo en que se mueve de un mundo a otro elásticamente y sin prejuicios, pidiendo favores y consiguiendo lo que quiere a través de engaños que no lastiman a nadie, pero le permiten subsistir en un contexto hostil y desigual. En suma, su doble identidad le da la flexibilidad de fluir entre ambos mundos y consagrarse como “Amigo de Todo el Mundo” (12).
En este capítulo aprendemos también cuál es la historia de Kim, sabemos que es huérfano desde muy pequeño y que vive en la marginalidad. Conocemos también que su padre pronosticó para él un futuro grandioso, aquel condensado en la siguiente profecía:
Vendrá en tu busca un gran toro rojo sobre un campo verde, con el coronel a lomos de su magnífico caballo, sí, y novecientos demonios (...) pero antes, dijo mi padre, llegarán dos hombres que tienen que allanar el camino para lo que suceda después (11).
Esta profecía, como veremos, marca un camino para Kim.
Significativamente, el encuentro fortuito del lama y de Kim conlleva un gran beneficio para ambos, pues los dos cargan con una misión: la de conseguir el río para su purificación, en el caso del lama; la de cumplir su profecía, en el caso de Kim. En ese sentido, ambos personajes están hermanados en una búsqueda que será ni más ni menos que la búsqueda de la identidad. Así, además de ser una novela picaresca, Kim asume también los rasgos de una novela de aprendizaje y aventura, en la medida en que el viaje que emprende Kim con el lama no es solo un viaje físico. Así, el viaje funciona como un motivo literario y un símbolo: representa el tránsito de Kim hacia la adultez y su salida al encuentro de su identidad. Ese tránsito implicará para nuestro protagonista abandonar su condición humilde, reconocer sus aptitudes y consolidarse profesionalmente. A nivel personal, supondrá el abandono de prácticas infantiles e interesadas, y el conocimiento del amor y la razón.
Como decimos, la llegada del lama es un acontecimiento significativo para Kim. El santo llega como una figura nueva e inclasificable, una novedad total, un mundo nuevo y estimulante por conocer. Kim añora acompañar al lama en su viaje y apropiarse de ese hallazgo:
Aquel hombre era una novedad para él, y estaba decidido a continuar investigando, exactamente igual que habría investigado un nuevo edificio o una inusual celebración religiosa en la ciudad de Lahore. El lama era un descubrimiento suyo y estaba dispuesto a tomar posesión (27).
De alguna manera, Kim proyecta sobre el lama su cosmovisión, conformada desde su infancia sobre la base de una realidad colonialista e imperialista, como la que el Imperio británico imprime sobre la India: Kim busca colonizar, tomar posesión de lo desconocido, de lo otro, hacerlo propio y usarlo en su provecho. Pero el aprendizaje que la historia le propone a Kim consiste en desviarse de ese propósito y asimilar nuevas maneras de vincularse, menos interesadas y más amables. Efectivamente, el lama se propone enseñarle a Kim un nuevo paradigma. Ante la expectativa de Kim de convertirse en rey, responde: “Mientras vayamos de camino te enseñaré a aspirar a cosas mejores” (33).
Por su parte, el lama tiene el objetivo de recorrer los lugares que recorrió el Buda en vida y purificarse en el río de la flecha. Su objetivo final es “liberarse de la rueda de las cosas mediante una senda amplia y sin barreras” (22), propósito que repite recurrentemente. El lama despliega en torno a ello toda una filosofía: observa con amargura el modo en que las personas viven atadas al ciclo continuo de la vida, lo cual es antagónico al objetivo último al que habría que tender, liberarse de lo mundano. La rueda es una metáfora de la rutina en la que viven las personas, alienadas y acostumbradas a una vida monótona que se acata sin cuestionamientos. El lama busca la desalienación, es decir, la desnaturalización de esa forma de vida automática, lo cual significa para él entregarse a la “senda amplia”. A la metáfora de la rueda, el lama opone la de la senda: la elección de una vida libre, sin caminos fijos ni obligados.
El capítulo anticipa también un conflicto importante en la novela: la querella entre la India británica y otras potencias, de gran relevancia en el viaje de Kim y el lama. Como sucederá en varias oportunidades, el narrador se desvía del relato para contar al lector información importante que hace a la trama, pero que Kim todavía desconoce y debe aprender. En esa digresión devela el tejido de espías que sostiene el Imperio británico, lo cual inserta a la novela dentro del género de novela de espionaje.
Mahbub, en este punto, tiene una importancia central, puesto que es quien introduce a nuestro protagonista al mundo de la inteligencia británica. Él también lleva una doble identidad: no es un mero tratante de caballos, sino un agente secreto del gobierno inglés, y el papel que le entrega a Kim no es la confirmación de un pedigrí, sino información sensible de enorme relevancia. Sin saberlo, Kim queda involucrado en un asunto político de alta complejidad.
En este punto, la novela traza una ironía dramática, en la medida en que Kim se dispone a emprender un viaje con un conocimiento deficiente que el lector supera: este sabe que ese viaje no es para informar un pedigrí, sino para alertar al gobierno de una traición política. Sin embargo, la astucia de Kim quiebra enseguida esa distancia entre el personaje y el lector, pues con su inteligencia y conocimiento de los engaños, el chico sospecha que el tratante de caballos le ha mentido sobre el propósito de su viaje. De todas formas, el chico se ríe de esa ocurrencia y no se interesa por averiguar el verdadero objetivo de Mahbub, aunque deduce que el objetivo que le encomendaron conlleva un gran peligro.
Entretanto, el lama, dedicado a asuntos menos terrenales y más metafísicos, no se entera de nada de lo que sucede. En este sentido se juegan dos órdenes del saber distintos, uno pragmático y mundano, representado por Kim, y otro trascendental, representado por el lama. Así, si bien este personaje parece conocer y entender muchas cosas del mundo, Kim tiene conocimientos prácticos que aquel desconoce. Efectivamente, el final del capítulo da cuenta de la inteligencia de Kim y su conocimiento de las personas: al ver al ladrón que entra en la habitación de Mahbub entiende que su amigo está metido en asuntos de importancia y decide irse cuanto antes a cumplir la misión que le encomendó. Salva, mediante esta decisión, a Mahbub, al lama y a sí mismo.
Por último, cabe señalar el tratamiento sobre el tema del dinero y de la tecnología que presenta este capítulo. En relación con el primero, Kim se muestra impulsado constantemente por la voluntad de conseguir dinero a toda costa, incluso si para ello debe engañar a personas honestas. Mahbub comparte ese afán de Kim, mientras que el lama, ajeno a las cuestiones mundanas, reniega del dinero, aun cuando comprende que es una herramienta necesaria para lograr llevar adelante su travesía.
En cuanto a la tecnología, el lama es quien se sorprende de los avances tecnológicos y los percibe con cierto temor, pues está acostumbrado a la austeridad y a costumbres más primitivas: “El lama se comportaba como un hombre que camina en sueños. Era su primer contacto con una gran ciudad comercial, y el tranvía lleno hasta los topes con el continuo chirriar de los frenos le asustaba” (34). En esta línea, en varias oportunidades criticará al tren y preferirá recorrer el paisaje a pie.