Resumen
Kim y el lama entran en la estación de ferrocarril. El lama se horroriza del movimiento y de los ruidos, así como de la enorme cantidad de pasajeros que, como cadáveres, duermen en las salas de espera esperando que salga el tren. Kim dice que deben sacar un pasaje a Ambala y el lama le recuerda que van a Benarés. El lama le da dinero y Kim paga un billete para Ambala. El empleado de la ventanilla intenta engañar a Kim dándole un billete para un destino más cerca, pero este se da cuenta y lo deja en evidencia, mostrándole así al lama la necesidad que tiene de un discípulo con tales conocimientos prácticos. Asimismo, Kim pide otro billete a Amritsar y el narrador señala que el chico no quiere gastar el dinero de Mahbub en algo tan vulgar como un billete a Ambala.
Una vez en el tren, Kim y el lama se acomodan entre la multitud. Un prestamista hindú se queja de que el tren los hace abandonar toda regla de conducta. Por ejemplo, deben sentarse al lado de todas las castas y tipos de gentes. Una mujer se burla del lama porque nunca ha tomado un tren. Otra, la mujer de un agricultor acaudalado, al ver que el lama, obligado por su regla, no le presta atención, se queja de que es uno de esos hombres que no pueden ni mirar ni responder a una mujer. Kim responde que eso no es así, sobre todo si la mujer en cuestión está dispuesta a ser caritativa con quien tiene hambre, y al decir esto pone las manos en señal de súplica. Entonces, Kim cuenta que van rumbo a Benarés y que el lama es un santo que medita sobre cosas elevadas que nadie allí entiende. La conversación entre los distintos pasajeros se extiende luego en torno a la diferencia entre distintas castas.
Al llegar a Amritsar, aparece un revisor que chequea los billetes de los pasajeros y al ver el de Kim le dice que debe bajarse. Kim se hace el desentendido, y dice que él viaja a Ambala, acompañando al hombre santo. Como el revisor lo insulta para que se baje, el chico rompe en llanto, diciendo que él es un huérfano y no puede separarse de su maestro pues depende de sus cuidados. Aunque los pasajeros intentan convencer al revisor, este hace bajar a Kim. El lama, desorientado, pregunta qué ha pasado y dice que Kim es su discípulo y debe ir con él hacia Benarés. Cuando intenta ofrecer dinero con tal de que lo dejen seguir, Kim lo hace callar y le dice que para eso existen las personas caritativas. Entonces el chico se acerca a una muchacha que se baja en esa parada y le mendiga algo de dinero, a cambio de una bendición del lama. La muchacha se conmueve y le da dinero que no solo alcanza para un ticket, sino para comprar comida. El lama observa a Kim y, a pesar de las críticas de los viajeros, dice que el muchacho ha conseguido ese dinero por su propio mérito.
El lama observa con temor la velocidad que toma el tren. Un pasajero se apiada de él y le asegura que, gracias a esa velocidad, recorren una gran distancia en muy poco tiempo. El lama se lamenta, sin embargo, de que aún están muy lejos de Benarés. Entonces pregunta a los pasajeros qué ríos hay allí. Un banquero responde que el más importante es el Ganges: quien se baña en él se limpia y queda listo para ir a hacer compañía a los dioses. El lama pregunta quién hizo el Ganges y todos responden que los dioses. Todos se sorprenden de que ese anciano no conozca la importancia del Ganges y le preguntan en qué Dios cree. Entonces el lama comienza un discurso sobre su señor, el Buda, y sobre el río que busca. Se vale de varias lenguas para ello y todos lo escuchan con asombro, pero insisten en que el único río que lava pecados es el Ganges.
El lama se siente desorientado. Le molesta la velocidad del tren y teme que hayan pasado por alto algún río. Le insiste a Kim para que lo oriente, ya que es su discípulo y le fue enviado para ayudarlo. El lama recuerda que Kim se le apareció con dos rostros y dos atuendos, como una señal divina, y también menciona la profecía que le hizo su padre. Kim le resta importancia a lo que dice el lama, pues no quiere llamar la atención entre los pasajeros.
Una vez que llegan a Ambala, la mujer del agricultor les dice a Kim y al lama que pueden hospedarse en su casa. Kim acepta con gusto pues le interesa encontrar un refugio para el lama durante la noche, mientras él busca al inglés de Mahbub Alí para entregarle el pedigrí. Al instalarse en esa casa, Kim miente al lama y le dice que irá en busca de provisiones. El lama le ruega que regrese y le pregunta si lo hará con la misma apariencia que lleva ahora.
Kim se escabulle rumbo a la casa del inglés, siguiendo las indicaciones de Mahbub. Llega a una casa resplandeciente de luces y rodeada de criados que van y vienen entre mesas elegantes. El chico se esconde detrás de unas plantas cerca del porche hasta que ve aparecer a un inglés vestido de gala. Como no logra verle el rostro, ensaya una vieja táctica, remedando el estilo de los mendigos y le dice al hombre que Mahbub Ali dice que el pedigrí del semental blanco está confirmado, y luego le lanza el trozo de papel de seda. A cambio, el inglés le entrega una moneda y se retira. Kim, fiel a su origen irlandés, comprende que, en todo este juego, el interés económico es lo menos importante, de modo que en lugar de marcharse, se arrastra hacia la casa para saber más.
Kim ve al inglés sentarse en un escritorio y ve cómo su rostro se ensombrece al examinar el mensaje de Mahbub Ali. Pronto, una voz de mujer anuncia que los invitados han llegado, y el hombre sale corriendo para recibir en el porche a un hombre alto, de cabello negro, que llega en un carruaje. El inglés pide hablar en privado con el hombre alto. En su escritorio, le muestra el mensaje de Mahbub, y Kim se esfuerza por escuchar el diálogo. El hombre alto dice que es cuestión de días o de horas y que lleva hace tiempo esperando que suceda, pero ese mensaje no hace sino confirmarlo. Luego asegura que esta misma noche hablará con Grogan y Macklin, y que se llevará el asunto ante el Consejo, si bien es un caso en el que está justificado actuar inmediatamente. Le pide al inglés que avise a las brigadas de Pindi y Peshawar, y señala que con un ejército de ocho mil tiene que alcanzar. También se lamenta porque entiende que esto pasa por no haber aplastado a los otros la primera vez. El inglés pregunta si esto significa la guerra y el hombre alto responde que no se trata de guerra sino de castigo. Luego, los hombres deciden ir a cenar y continuar el plan más tarde.
Entonces Kim se dirige a la parte posterior de la casa para buscar comida y también información. En la cocina, un sirviente trata despectivamente a Kim y, sin darse cuenta, le da la información que él busca: habla del inglés, a quien llama sahib Creighton, y de su huésped de honor, el sahib Jang-i-Lat, el comandante en jefe. Kim se escabulle otra vez y se ríe de la mentira de Mahbub Alí en torno al pedigrí. Piensa que Mahbub debería haber acudido a él para aprender a mentir un poco mejor. Luego reflexiona sobre las importantes noticias que escuchó: el plan de enviar a un gran ejército para castigar a alguien en algún sitio.
De regreso a la casa del agricultor, donde Kim y el lama pasan la noche, los anfitriones hablan de sus huéspedes con admiración, pues comprenden que son especiales. Pronto aparece el sacerdote de la familia, un anciano que inicia con el lama un debate teológico para impresionar a los presentes. Estos se deleitan con el relato del lama, que cuenta de su vida en las montañas, previo a su salida en búsqueda de la luz. Cuenta que en los días de su mundanidad, tuvo habilidades notables para los horóscopos y las predicciones sobre los recién nacidos. El sacerdote de la familia le hace describir sus métodos y él le comparte los suyos. Aparte, el agricultor le pregunta al brahmán qué opinión le merece el lama, y el sacerdote dice que es evidente que es un hombre santo, que avanza por el buen camino, aunque sus dioses no son los verdaderos.
Luego, Kim le pregunta al sacerdote si su profecía se cumplirá y encontrará por fin a su toro rojo en un campo verde. El sacerdote le pide que le diga la hora en que nació, pero Kim solo sabe que fue en la primera noche de mayo, el año del gran terremoto de Srinagar. El dato impresiona a la mujer del agricultor, que cree que ello confirma el origen sobrenatural de Kim. Entonces el sacerdote interpreta la profecía en relación con las estrellas: le dice que en tres días llegarán los dos hombres que anteceden al toro. Pero le pregunta a Kim qué relación tiene él con la guerra, pues el toro rojo significa que guerra estallará muy pronto. El lama interviene para decir que Kim no tiene nada que ver con la guerra, sino que ellos buscan la paz y el río, y se lamenta de que, en las predicciones del sacerdote, el toro no vaya a conducirlos a su río. Por su parte, Kim recuerda lo que escuchó en casa del inglés y se impresiona de que las estrellas hablen de él.
Al día siguiente, el lama insiste en marcharse para seguir buscando el río.
Análisis
Este capítulo profundiza el tema de los avances tecnológicos y la percepción que de ellos tiene el lama, quien se sorprende y se asusta del ferrocarril: “¡Esto es obra de demonios!” (47). El lama se encoge al ver la velocidad a la que pasan los postes del telégrafo, y su pavor por la tecnología genera la risa y la desconfianza de los otros pasajeros, que leen en ello la excentricidad del lama. Uno de los pasajeros intenta tranquilizarlo, poniendo en valor los beneficios del tren: “Hemos recorrido más distancia de la que puedes hacer en dos días” (55).
A lo largo de esta sección también se retoma el tema del dinero, y su importancia en el vínculo entre las personas. El empleado del tren intenta engañar descaradamente a Kim y venderle un pasaje erróneo, pero el chico se da cuenta, signo de que el pícaro tiene la habilidad de descubrir la picardía de otros. Como contrapartida, despliega su propia picardía con éxito y compra un billete más barato: “No tenía la intención de gastar el dinero de Mahbub Ali en algo tan vulgar como un billete en tren hasta Ambala” (49).
Más aún, su talento para el engaño se reafirma con más fuerza poco tiempo después, cuando engaña a todos, incluso al lama, haciéndoles creer que se confundió con el ticket comprado. En ese momento, realiza una actuación magistral que despierta la lástima del conjunto de los pasajeros. El resultado es el que buscaba: logra ahorrarse algo del dinero de Mahbub y conseguir une excedente con lo que mendiga a la muchacha. Estas habilidades de Kim dan cuenta de sus saberes prácticos, los cuales serán muy útiles durante el viaje y lo sacarán de apuros en varias ocasiones. Antes que arrepentirse, Kim es consciente de sus dones y se vanagloria de ellos ante el lama: “Sé cómo funciona el te-ren… Nunca un yogi ha necesitado un chela más de lo que tú me necesitas —le explicó alegremente al desconcertado lama— Te hubieran echado del tren en Mian Mir de no ser por mí” (49).
Así, la novela plantea un contrapunto interesante entre los saberes prácticos, representados por Kim, y los saberes teóricos y filosóficos, representados por el lama. Ambos saberes tendrán un potencial en el avance de la trama y la escena en el tren que conduce a Ambala es un buen ejemplo de ello. La astucia de Kim es tan útil para engañar al empleado del tren y para mendigar dinero de la muchacha, como para conseguir alojamiento gratis en Ambala. Por su parte, los saberes espirituales del lama sirven para impresionar a los viajeros, a los vecinos del agricultor y al sacerdote de la familia. En ese punto, los conocimientos y habilidades de ambos personajes se conjugan: si bien el lama no busca nunca hacer ostentación de sus saberes, es la picardía de Kim la que le hace darse cuenta de que alardear de los dones de su maestro puede recompensarlos. Así, el dinero que Kim mendiga no solo es producto de su actuación y picardía, sino de ofrecer a cambio las bendiciones del hombre santo. El lama, insensible a la mundanidad, no se da cuenta de que su discípulo vende su fe, exponiendo su santidad a la lógica mercantilista que tanto desprecia.
El tren es un espacio donde la profusión de castas se hace visible. En el vagón, todas las castas viajan mezcladas y hay una clara incomodidad de los pasajeros a ese respecto: “No hay una sola regla de buena conducta que estos trenes no nos obliguen a quebrantar. Tenemos que sentarnos, por ejemplo, al lado de todas las castas y gentes” (50), dice uno de los pasajeros. Asimismo, se desliza tímidamente el tema de la misoginia que también caracteriza a esa cultura. La mujer del agricultor no se sorprende de que el lama, siguiendo sus reglas, no se dirija a ella y le recrimina: “Vaya, es uno de esos que no pueden mirar ni responder a una mujer” (51). Tras ello, la mujer también cuenta que en otros trenes mejores organizados hay divisiones por sexo en los vagones.
Durante el viaje, el lama se muestra ensimismado, abstraído en sus pensamientos en torno al río que busca, mientras Kim despliega sus picardías. Los presentes se sorprenden de que el santo desconozca a sus dioses y se preguntan cuál es la fe que él profesa. Luego, el lama también llama la atención de la familia del agricultor, sus vecinos y del sacerdote de la familia, que termina concluyendo sobre el lama: “Sus dioses no son los verdaderos dioses, pero sus pies avanzan por el buen camino” (67). Así se exhibe la dificultad de esa sociedad por tolerar y asimilar al distinto: ante la aparición de una religión novedosa, la conciben como falsa.
Por otra parte, el lama presenta signos de credulidad. Su abstracción de la vida mundana y su incapacidad para interpretar algunas señales del mundo práctico dan lugar a que interprete algunos de los engaños de Kim como señales divinas: cree que su aparición con doble rostro es el signo divino que le señala a su futuro chela. Además, la noción de que Kim está marcado por una profecía alimenta esas percepciones del anciano. Por eso, cuando Kim se va a buscar al inglés Creighton para entregarle el mensaje de Mahbub, el lama le pregunta: “¿Y regresarás con esta misma apariencia?” (61). En ese punto, nos enfrentamos a otra ironía dramática: el lector reconoce la picardía de Kim y sabe que el lama se equivoca al confiar en sus poderes mágicos.
En tanto pícaro, Kim adquiere conocimientos y vive aventuras a escondidas del lama. En este capítulo se hace evidente esto cuando Kim le miente a su maestro y se dirige a lo del inglés para darle el papel de Mahbub. El capítulo, en este sentido, es importante en la medida en que desarrolla de manera más explícita el conflicto mencionado en el capítulo anterior: hay una guerra a punto de desatarse, pero aún no se sabe entre quiénes. Ante una situación de tal envergadura, Kim comienza a ser parte de un embrollo que es totalmente ajeno para el lama, y que lo será durante toda la novela.
En relación con esa contienda política, Kim pone a disposición todos sus saberes prácticos. Para acercarse a Creighton y entregarle el papel actúa como un mendigo, imitando sus prácticas, sus formas de mirar y de pensar: “Acostumbrado como debe estarlo cualquier mendigo a observar semblantes” (63). Pero además, en esa escena deja al descubierto su inteligencia: a pesar de su usual interés por el dinero, Kim comprende que lo que se le presenta es más relevante que el rédito económico y, a pesar de que Creighton ya le ha dado su paga por la misión cumplida, el chico decide escabullirse para poder enterarse del trasfondo de ese asunto. De esta manera, la novela anticipa el ingreso de Kim al Gran Juego:
Era lo bastante irlandés para creer que en cualquier juego el interés económico es lo menos importante. Lo que le apasionaba eran los efectos visibles de una acción; de manera que, en lugar de escabullirse, fue arrastrándose hacia la casa (63).
Por último, resulta interesante el debate religioso sobre astrología, horóscopos y predicciones que se da en la casa del agricultor. El sacerdote de la familia sorprende a todos los presentes con su despliegue de conocimientos, mientras que el lama, ajeno a esa ostentación, se abstiene de replicar: “Con certero instinto, se abstuvo de intervenir” (69). Por su parte, la intervención del sacerdote es importante para la trama en la medida en que hace una interpretación de la profecía de Kim que, certera o no, condicionará en capítulos siguientes el destino del chico de manera irreversible. El sacerdote hace una lectura astrológica que confirma aquella profecía: advierte en las estrellas la figura del toro, su llegada en tres días, y el vínculo entre el signo de Kim y la guerra. De esta manera, el sacerdote permite trazar un paralelo entre el signo de Kim —los rasgos constitutivos de su personalidad y su historia— y los sucesos secretos que Kim conoció en lo de Creighton en torno a la guerra que se avecina. Queda establecido así el vínculo entre Kim y la historia de India: “Kim sonrió, recordando lo que había oído en el despacho del inglés. Sin duda alguna las estrellas sentían predilección por él” (ibid.).