Resumen
El capítulo se abre con un epígrafe, un fragmento del poema de Kipling, “El hijo pródigo”, en el que se alude a un personaje que, luego de una larga ausencia, regresa a su casa y es recibido con un cerdo a modo de festejo.
Continúa el periplo de Kim y el lama junto a la comitiva de la mujer. El lama va conversando con la mujer —que lo considera un consejero espiritual— y se distrae momentáneamente de su búsqueda del río. El narrador señala que, de todas formas, el lama está dispuesto a emplear los años de vida que le quedan en esa búsqueda, pues carece de la impaciencia que caracteriza a los europeos. Por su parte, Kim aprovecha para vagabundear por el terreno, admirado porque todo lo que ve es nuevo para él.
De pronto, llegan a un pastizal, y Kim ve avanzar hacia ellos a cuatro hombres con armaduras; reconoce que se trata de soldados ingleses. Kim y el lama se esconden detrás de unos árboles y observan a los soldados. Dos de ellos ingresan al bosque donde ellos se esconden; se trata de la avanzada de un regimiento que se encarga de marcar con banderas el emplazamiento de su campamento. Con sorpresa, Kim le susurra al lama que su horóscopo, el que previó el sacerdote de Ambala, se está cumpliendo: allí están los dos hombres que vienen a preparar todo para la llegada del toro rojo. Entonces, señala las banderolas que los dos soldados clavaron en la tierra, que llevan el emblema de los Mavericks, un toro rojo con fondo verde oscuro. El lama observa y convalida su lectura: lo que ven son señales que se asocian a la búsqueda que persigue Kim.
Kim y el lama oyen una música que proviene de la banda de los Mavericks y anuncia su llegada de las tropas al campamento. Las tropas arman un campamento con una velocidad alarmante y el lama se asusta, creyendo que es una obra de magia. Pronto ven acercarse a un sacerdote anglicano, llamado Bennet, y el lama pretende acercarse a preguntarle por su río, pero Kim señala que será mejor hacerlo después de la cena.
Luego de cenar con el séquito de la dama, Kim y su maestro vuelven a acercarse a los ingleses, pero esta vez Kim le pide al lama que se quede esperándolo a cierta distancia, porque hace demasiado ruido y él quiere enterarse más cosas sobre su toro rojo. Ante las quejas del lama, Kim le advierte que no puede protestar porque se trata de su propia búsqueda y debe perseguirla. Entonces Kim usa sus habilidades para escabullirse y se propone acercarse a Bennett para consultarle por el toro.
Kim se arrastra hasta el comedor y ve cómo los sahibs rezan y brindan en dirección a un toro dorado que adorna el centro de la mesa. Pero Bennet, luego de brindar, se retira del comedor y sin que el chico lo vea, se tropieza con Kim y cae al suelo. El reverendo toma a Kim por la garganta y pretende asfixiarlo. Kim se defiende y patea en el estómago al capellán, que se retuerce de dolor, pero logra arrastrar al chico hasta su tienda. Al llegar allí, Bennet se sorprende al notar que Kim es un niño. En una variedad muy precaria de la lengua india, Bennet le pregunta si es un ladrón. Kim inventa una historia y aprovecha un descuido del capellán para intentar escapar, pero el capellán lo atrapa y le arranca del cuello la bolsa con sus amuletos. Kim implora para que se la devuelva, pero Bennet lo trata de ladrón y llama a alguien para que lo ayude a ver qué hacer con el chico: entra a la tienda el padre Victor, un capellán católico, de la iglesia romana, que propone revisar el pergamino que llevaba Kim en el cuello para ver de qué se trata. Los dos capellanes revisan los papeles de Kim y el padre Victor se lleva una gran sorpresa al ver la firma de Kimball O’Hara, con lo cual comprende que Kim es hijo de un soldado europeo. Kim agrega que su padre fue miembro de un regimiento irlandés, por lo que Bennet comprende que es europeo y, por lo tanto, duda de sus primeras impresiones negativas sobre el chico. Entonces le dan la oportunidad para que cuente su historia.
Kim comprende que su amuleto ha causado una buena impresión en los capellanes y que, lejos de tratarlo como a un chiquillo bandido, lo tratan con cierto respeto. Entonces les cuenta que su madre murió al nacer y su padre cuando él era muy pequeño. Les cuenta también sobre la profecía del toro rojo y sobre el lama. Los capellanes creen que el chico está mintiendo y, a cambio, Kim les ofrece presentarles al lama para que vean que él no miente. Kim va en busca del hombre santo y, antes de llevarlo a la tienda, le cuenta que su búsqueda del toro ha terminado, que ahora solo Dios sabe lo que continúa, y le anticipa que los hombres ante quienes lo llevará son unos ignorantes.
En la tienda, Kim aprovecha que el lama y los capellanes no se entienden y oficia de intérprete, adaptando el diálogo a su favor. Bennett observa con desprecio al lama, porque lo considera un pagano y estima que nunca se puede llegar al fondo de las mentalidades orientales. Entonces, le pide a Kim que traduzca fielmente al lama todo lo que él vaya diciendo. Kim aprovecha que los capellanes no entienden el hindi para criticarlos ante el lama, pero también le cuenta lo que aquellos planean: como han descubierto que él es hijo de un sahib, consideran que debe tener una educación acorde. Por lo tanto, planean retenerlo en el regimiento para enviarlo a una madrasa, una escuela. Kim le dice al lama que ya le ha pasado anteriormente, pero logró zafarse, de modo que, esta vez, quizá deba pasar unas noches con los capellanes, pero luego podrá escaparse y seguir viaje con el lama.
Los capellanes exigen traducción de lo que el lama responde, y Kim les miente, exagerando la vehemencia del santo ante la necesidad de encontrar el río que hizo el Señor Dios Buda. Bennet considera una blasfemia la historia del río, mientras que Victor se muestra más comprensivo, pero igualmente sostiene que, por ser hijo de un soldado, Kim debe quedar al cuidado del regimiento, que hará de él un hombre. El padre Victor agrega que es un milagro que Kim haya aparecido justo en su propio regimiento, donde encontró el toro rojo, y asegura que ese suceso estaba predestinado: Kim debe convertirse en un sahib. Kim comunica esto al lama, pero también le da a entender que él no cree en esa lectura, y asegura que pronto se escapará para reunirse con su maestro. Le sugiere que, entretanto, él siga viajando con la dama de Kulu, hasta reencontrarse.
El lama se lamenta de que su chela deba separarse de él. Kim lo tranquiliza, recordándole que él es capaz de cambiar de aspecto muy deprisa para escaparse, como demostró en su primer encuentro, en el gran cañón Zam-Zammah. El lama recuerda que en esa oportunidad Kim adoptó dos apariencias: la de un europeo y la de un hindú. Finalmente, confiesa que, contra todo pronóstico, le tomó cariño a Kim, y el niño responde que él también siente cariño por él. El lama se agita angustiado, preguntándose cómo seguirá su búsqueda sin su discípulo. Bennet se muestra insensible, pero el padre Victor se conmueve con el desconsuelo del lama, seguro de que es un buen hombre que sufre.
Recuperando la compostura, el lama afirma que él es un seguidor de la senda y por eso no puede permitirse ningún deseo ni apego, porque todo eso es una ilusión. Se disculpa entonces por haberse apartado de la senda, dejándose llevar por el cariño que le despertó Kim y por el universo sorprendente que él le mostró. El lama se avergüenza de haber quebrantado la Ley; ahora debe hacer penitencia para redimirse y encontrar solo su río.
Antes de irse, el lama pide a los capellanes que le expliquen cuál será el destino de Kim y en qué tipo de sahib lo convertirán. Los reverendos aseguran que será enviado a un colegio y luego se verá su destino. Ante la sugerencia de convertirlo en militar, Kim se niega rotundamente, pero Bennett le asegura que será lo que lo obliguen a ser. Kim piensa, entonces, burlonamente, que si esos hombres piensan obligarlo a hacer lo que él no quiere, les irá mal.
A pesar de los planes de Kim para huir de inmediato, el lama insiste con los capellanes: les pregunta si existe entre los sahibs la costumbre de pagar por alcanzar la sabiduría y les consulta cuánto dinero cuesta un buen acceso al conocimiento. El padre Victor explica que hay varias alternativas, pero que la mejor educación de la India se da en el colegio St. Xavier de Lucknow. El lama pide que le anoten el nombre de ese colegio y el monto necesario para cubrir los estudios allí, junto con la dirección postal del padre Victor, y luego se despide. Aparentemente, el lama se propone cubrir los estudios de Kim.
Kim se acuesta y piensa en lo nuevo que es todo aquello que se le presenta, admirado por el respeto que despierta en los sahibs. Varias personas entran a la tienda y le hacen infinidad de preguntas sobre su historia. Entretanto, él se tranquiliza pensando que apenas lo decida, podrá escapar y volver a la India. Sin embargo, pronto Kim es puesto en manos de un sargento que se ocupa de que no pueda escapar. Pronto se entera de que el proyecto que tienen para él es enviarlo a Sanawar a formarse. Cuando los capellanes le dicen al chico que ellos irán también a Sanawar, siguiendo las órdenes de su líder, el comandante en jefe, Kim les pronostica otro destino: les asegura que ellos no irán a Sanawar, sino a la guerra. Todos los presentes se ríen a carcajadas de esa ocurrencia. Pero Kim insiste en su vaticinio: aunque ahora no planeen luchar, apenas lleguen a Ambala serán enviados a una guerra de ocho mil hombres. Los capellanes burlan a Kim por pretender ser un adivinador y le ordenan al sargento que lo vigile.
Análisis
Como sucede en todos los capítulos, este se abre con un nuevo epígrafe. Se trata de la primera estrofa del poema de Kipling “El hijo pródigo”, el cual alude a un pasaje de la Biblia cristiana, que corresponde a la parábola del hijo pródigo que enuncia Jesús. Dicha parábola narra la historia de un hombre que tiene dos hijos, de los cuales el más joven le pide su parte de la herencia y se va. En su nueva vida, el hijo menor malgasta toda la herencia y, hambriento, debe dedicarse a trabajar como porquero. Miserable, decide volver a su casa y pedir disculpas a su padre por deshonrarlo. Al verlo llegar, el padre, que creía muerto a su hijo menor, se alegra y le dedica un banquete para el cual manda a carnear un cerdo en su honor.
La estrofa del poema que elige Kipling para anteceder al capítulo refleja los acontecimientos que tendrán lugar en el quinto capítulo de Kim: nuestro protagonista se encuentra con un regimiento, que lo reconoce como hijo de un antiguo soldado, lo recibe con orgullo y decide enviarlo a una escuela para convertirlo en sahib. Sin embargo, Kim, fiel a su espíritu inquieto y renuente a cumplir las normas, planea modos de escapar de la escuela y retomar su vida libre en la carretera con el lama.
El capítulo es importante porque marca un antes y un después en la vida de Kim. El encuentro con el regimiento de los Mavericks parece venir a confirmar la profecía del chico. Las señales que observan Kim y el lama desde su escondite coinciden con las pronosticadas por el sacerdote de Ambala, quien aseguró que el signo que se contrapone al de Kim —el toro— es el de la guerra y los hombres armados. Por eso, al ver a los dos soldados, que buscan un lugar donde asentar el campamento, Kim se asombra. También descubre el emblema de sus banderas y encuentra en ellos el toro en cuestión. Ante estas señales, Kim asegura: “Maestro, estas cosas tienen que ver con mi búsqueda” (131). De esa manera, el capítulo corporiza el tema de la búsqueda de Kim, a la cual el chico presta especial atención y compromiso. Por eso, cuando el lama protesta porque Kim quiere dejarlo solo, el joven le responde con autoridad: “No —añadió frenando un intento del lama de protestar de algún modo—; recuerda que esta es mi búsqueda…, la búsqueda de mi toro rojo. El signo de las estrellas no era para ti” (134). A pesar de que el lama representa la figura del sabio, Kim sabe ir por lo que quiere y aquí defiende su autonomía y su derecho a buscar su destino.
Kim se deja llevar entonces por esas señales y se acerca al regimiento. Así es como se cruza con Bennett y con el padre Victor, que serán los que decidan su destino. Bennett es un sacerdote de la iglesia anglicana y se muestra intolerante y despectivo con el lama, a quien considera un pagano y un blasfemo. Una vez más, la novela exhibe la intolerancia religiosa, esta vez proveniente de un europeo. Estableciendo un contrapunto con él, el padre Victor, sacerdote católico, representante de la iglesia romana, se muestra más compasivo y comprensivo del lama. Si bien no cree en lo que profesa, escucha su relato con respeto. Así, resulta evidente que entre los dos sacerdotes hay fuertes diferencias. De hecho, el narrador señala que, en opinión de Bennett, existe entre él y Victor una distancia insalvable, pero “siempre que la Iglesia anglicana se enfrentaba con un problema humano llamaba en su auxilio a la de Roma” (138).
En un principio, desde su punto de vista europeo, tanto Bennett como el padre Victor ven a Kim con sospecha y lo consideran un ladrón. Claramente, parten de un prejuicio y luego demuestran que obran motivados por un alto grado de racismo: creen que es un bandido por su aspecto, por el color de su piel y porque habla indio. Sin embargo, al enterarse de que es europeo, perciben que “no tiene la piel muy oscura”, y Bennett comienza a dudar de sus primeras impresiones negativas: “Quizá haya sido injusto con el chico (...) Es europeo, sin ninguna duda, aunque muy descuidado” (140). En este sentido, la escena actualiza el tema del choque entre oriente y occidente, la relación conflictiva que hay entre sus culturas, y que se hace presente en la intolerancia que los miembros de una tienen por los de la otra. De esta manera, el amuleto de Kim, que es símbolo de su origen, se convierte aquí en símbolo de su salvación, pues es la puerta mediante la cual se gana el respeto de los sacerdotes. Gracias a ese respeto, el destino de Kim cambia por completo. Por lo tanto, una vez más, el origen de Kim asume un valor importantísimo: su ascendencia europea le permite salir airoso de una situación conflictiva con los sacerdotes, ya que cuando esta es descubierta comienzan a dudar de su criminalidad y le dan la posibilidad de defenderse.
El racismo también se hace presente en las opiniones que Bennett tiene sobre el lama. Él no solo lo desprecia porque profesa una religión distinta a la suya, sino también porque es oriental, lo cual es para él fuente de desconfianza: “Mi experiencia es que nunca se puede llegar al fondo de la mentalidad oriental” (143). Asimismo, el narrador hace un comentario respecto de Bennett que deja traslucir una mirada crítica sobre el capellán y su religión: “Bennett le contempló con la colosal falta de interés característica de una religión que agrupa a las nueve décimas partes de la humanidad bajo el título de «paganos»” (142). Así, el narrador opina negativamente sobre la postura intolerante de la religión cristiana, a la que se considera la única válida.
En el diálogo entre el lama y los dos sacerdotes, Kim oficia de traductor, valiéndose justamente de su doble origen. Ese rol le permite tergiversar la conversación y usarla a su favor, así como criticar a los sacerdotes sin que ellos se den cuenta. La picardía de Kim, sin embargo, no alcanza aquí para salirse con la suya. Bennett y el padre Victor se arrogan el derecho inapelable de elegir el destino de Kim y deciden que lo enviarán a una escuela. Kim quiere convencerse de que podrá zafarse de esa imposición y trata de tranquilizar al lama asegurándole que pronto escapará y se reunirá con él para seguir viaje. Además, afirma que lo único que a él le interesa es conocer el mundo: “Me escaparé esta noche; todo lo que yo quería era ver cosas nuevas” (149). Claramente, se cree capaz de hacer lo que él desea, sin dejarse dominar ni doblegar por lo que otros esperan de él. Así, cuando Bennett le dice “Serás lo que te digan que seas” (150), Kim se ríe para sus adentros y piensa: “Si aquellos individuos se figuraban que él iba a hacer algo que no le apetecía, peor para ellos” (ibid.). Sin embargo, pronto verá que lo están vigilando y comprenderá que la vigilancia de un regimiento ya no es un juego.
El lama, por su parte, tiene un rol importante también en reencauzar el destino de Kim. Al enterarse de que los sacerdotes se debaten, el hombre santo opina que Kim no merece un destino militar. Para asegurarse de que el chico adquiera la mejor educación posible, se ofrece a ser quien pague su educación en la mejor escuela de la India. Así es como, de la mano del aparente cumplimiento de su profecía, Kim llega al punto de inflexión de su vida, y emprenderá un nuevo camino que lo convertirá en un sahib. Si hasta ahora su aprendizaje se ligaba a los saberes prácticos adquiridos durante sus misiones callejeras y su viaje con el lama, a partir de ahora su aprendizaje irá de la mano de la educación formal, aquella que cambiará por completo el rumbo de su vida.