Resumen
El capítulo noveno se abre con un epígrafe que hace referencia a un muchacho al cuidado de un maestro que pretende convertirlo en hechicero. El muchacho es inteligente, audaz, y aprende rápido.
Kim se lanza con entusiasmo al siguiente estadio de su aprendizaje: debe volver a ser sahib por un tiempo. Al llegar a Simla, se cruza a un niño hindú sentado bajo un farol y le pregunta dónde queda la casa del señor Lurgan; debe dirigirse a él en la lengua local porque el niño no comprende el inglés. Por fin, el niño lo conduce hasta la casa de Lurgan y, al llegar, anuncia la llegada de Kim. Así, este comprende que el niño fue designado para llevarlo a su destino.
Kim quiere mostrarse audaz e intrépido, y entra a la casa aparentando confianza. Se encuentra con un hombre de barba negra que está enhebrando perlas en un hilo de seda. La habitación está en penumbras, pero nota que está abarrotada de cosas que huelen como todos los templos de Oriente. El hombre se quita la visera y observa fijamente a Kim, quien observa que las pupilas del hombre se dilatan y contraen como si se tratara de un acto voluntario. Luego el hombre le dice a Kim que no se asuste y le da la orden de dormir en esa habitación esa noche. Kim no comprende por qué debería asustarse, hasta que el hombre alza una lámpara e ilumina las paredes: están cubiertas por una extensa colección de máscaras tibetanas para las danzas del diablo, de expresión terrorífica, que están colgadas sobre demoníacos ropajes que suelen usarse para espantosas ceremonias. Kim ve que el niño hindú que lo acompañó hasta allí lo mira con sorna desde abajo de una mesa, y comprende que quieren asustarlo.
Enseguida, el sahib Lurgan se va, dejando la habitación a oscuras. Kim trata de distraerse, haciendo preguntas al niño, pero aunque lo escucha respirar, no obtiene respuesta. Desde afuera, Lurgan dice que es una orden que el chico no le hable. Entonces la habitación se llena de voces y de música. Kim escucha que una voz lo llama por su nombre. Busca a oscuras el origen de esa voz y se choca contra una caja, una especie de fonógrafo que habla con lengua humana pero deformada y siniestra. La caja comienza a insultarlo con una voz que le eriza la piel, pero Kim piensa para sí que esos mecanismos pueden resultar para asustar a un mendigo del mercado, pero no funcionarán con un sahib e hijo de sahib como él. Entonces se quita la chaqueta y la introduce en la boca de la caja, consiguiendo así que el mecanismo se calle. Kim logra entonces dormir.
Por la mañana, decidido a mantener su condición de sahib, Kim saluda a Lurgan, que lo observa desde lo alto. Le cuenta lo que debió hacer con esa caja que lo insultaba y el sahib le dice que la caja está, rota pero valía la pena hacer con él un experimento. Le dice también que todos esos juguetes son suyos y los tiene en su tienda porque suelen entretener a los reyes. Kim observa a Lurgan y ve que, a pesar de su aspecto de sahib, tiene un acento que revela su origen asiático y se dirige a él como a un igual de sangre asiática.
Kim aprovecha la luz del día para observar con detenimiento todas las maravillas que hay en la tienda de Lurgan. Este último le muestra sus piedras preciosas y le cuenta que él es el único capaz de curar perlas enfermas. Luego le ofrece algo de tomar y como por arte de magia la jarra se desliza desde él hasta Kim sin que este lo note. Complacido por la sorpresa de Kim, el sahib le pide a Kim que le arroje la jarra para hacerle una demostración. La jarra se rompe en muchos pedazos y cuando Kim se inclina para mirarla, el sahib Lurgan le acaricia la nuca y luego le anuncia que las piezas volverán a unirse otra vez. Kim nota que esa caricia lo adormece y siente un hormigueo en todo el cuerpo. Inmediatamente, comienza a ver cómo las piezas rotas comienzan a unirse para formar la silueta de la jarra otra vez.
Sin embargo, Kim vuelve a pensar que él vio claramente cómo la jarra se rompió. Con un esfuerzo desmedido, intenta que su mente salga de la oscuridad en que se ha ido sumergiendo. Deja de pensar en hindi y se obliga a pensar en la tabla de multiplicar en inglés. Mientras Lurgan lo persuade de cómo la jarra se está formando, Kim repite en inglés una y otra vez la tabla del tres. Así, la silueta de la jarra se disipa como una niebla y vuelve a ver los trozos de vidrio roto.
Lurgan se sorprende al ver que su experimento no surtió efecto con Kim. Ante la pregunta de Kim, Lurgan asegura que eso no fue magia, sino un intento suyo por estudiar la resistencia de Kim. El chico explica al sahib cuál fue el pensamiento que usó para sortear el experimento: como sabía que la jarra estaba rota, pensó en eso en lugar de hacer caso a lo que el sahib aseguraba ver. Entonces, Lurgan le dice a Kim que está muy contento con él y que es el primero que ha logrado librarse de su magia.
Entretanto, el niño hindú se muestra muy celoso de los progresos de Kim, y el sahib Lurgan se pregunta con naturalidad si el chico intentará por eso envenenarlo otra vez en el desayuno; explica que otra vez ya lo intentó, porque siente demasiado afecto por él. El niño llora desconsoladamente y le pide al sahib que eche a Kim. Lurgan responde que aún no es hora de que se marche, pero le pide que sea su profesor y juegue contra Kim al juego de las joyas.
Orgulloso, el chico se seca las lágrimas y va a buscar una bandeja llena de pequeñas baratijas. Le dice a Kim que las observe todo el tiempo que quiera y una vez que sienta que las recuerda a todas, él las tapará con un periódico y Kim deberá describirlas una por una a Lurgan. Asegura que a él, en cambio, solo le basta con verlas una vez para recordarlas. Impulsado por el instinto de competir, Kim se empeña en recordar los objetos, pero a la hora de describirlos olvida uno. En cambio, el niño hindú, con solo mirarlas una vez, logra describirlas en detalle, repasando su forma, color y hasta su peso.
Kim pide que se repita el juego, pero con objetos que ambos conozcan, pensando que eso le permitirá ganar, pero el niño hindú le gana todas las veces. Ante la irritación de Kim, Lurgan le pide que reconozca la superioridad del niño y que tenga paciencia, pues con muchas repeticiones aprenderá por fin. Lurgan está satisfecho de haber encontrado por fin a alguien a quien, como al niño hindú, valga la pena enseñar.
Pasan así diez días demenciales que Kim disfruta mucho: por la mañana juegan al juego de las joyas una y otra vez, luego pasan horas mirando a los diversos visitantes de la tienda de Lurgan, que acuden a comprar curiosidades. Por las noches, Kim y el niño deben hacer una descripción detallada de todo lo que vieron y oyeron. Antes de dormir, juegan a los disfraces, valiéndose de todos los elementos y vestimentas que hay en la tienda de Lurgan. Este último explica con minuciosidad las maneras de hablar, de caminar, de gesticular de las personas de cada casta. Mientras que el niño hindú es torpe para ese juego, Kim se luce: cuando se trata de jugar a ser otro, algo se despierta en él.
Una noche, llevado por el entusiasmo, Kim se ofrece a mostrar a Lurgan cómo los discípulos de cierta casta de faquires suelen pedir limosna. Lurgan se ríe muchísimo y le pide al chico que mantenga el personaje durante media hora. En eso llega un babu obeso, que se impresiona mucho con la extraordinaria representación del joven. Pregunta a Lurgan cuánto tardará en convertirse en ayudante de topógrafo, pues quiere pedir por él.
Por la noche, cuando están repasando a las personas vistas en esa jornada, Lurgan le pide a Kim que le cuente qué clase de persona era aquel hombre. Kim no quiere equivocarse en su apreciación, pero da a entender a Lurgan que el babu es especial. Efectivamente, Lurgan le dice que el babu escribe historias para un coronel y goza de un gran prestigio en Simla; no tiene un nombre, sino que se lo identifica con un número y una letra. Kim pregunta si también han puesto un precio a la cabeza del babu, y el sahib responde que aún no, pero asegura que muchos pagarían una gran recompensa con tal de enterarse de que fue ese babu, Hurri Chunder Mukerji, quien transmitió determinadas informaciones sensibles. Kim pregunta cuánto dinero cobra el babu si es tanto lo que vale su cabeza, y Lurgan le dice que el dinero es lo menos importante de ese trabajo. Lo más importante es que hay muy pocos hombres en el mundo, y Kim es uno de ellos, que sienten tanta pasión por conseguir información y son capaces de poner en riesgo su vida por ello. El babu es uno de ellos, uno de los mejores. Al escuchar ese pronóstico, Kim se lamenta de que el tiempo pase lento y de que falten tantos años para que llegue a ser ayudante de topógrafo. Lurgan le dice que tenga paciencia, pero le asegura que tiene condiciones para hacer grandes cosas en su vida. Sin embargo, le aconseja que evite ser vanidoso y hablar de más.
Días después, Kim se va de la casa de Lurgan. Toma el tren con destino a Kalka, acompañado del obeso babu, cuyo nombre en los libros del servicio etnológico es R.17. Lurgan le regala un buen dinero y le asegura que lo recompensará si le va bien en el colegio. Kim está feliz de que su obediencia vaya a tener un reconocimiento, pero añora que ya llegue el momento en que le pongan una letra y un número, su cabeza tenga precio y llegue a ser tan importante como Mahbub. Sabe, sin embargo, que debe ser paciente y reservado, pues no quiere hacer enojar a Creighton.
Durante el viaje, el babu le habla a Kim sobre la importancia de la educación y del saber como el valor más grande para una persona. Además, como premio por la destreza al caracterizar al faquir, le regala un estuche que sirve para guardar medicinas como el betel. Finalmente, el babu se baja del tren, pues debe resolver cerca de Ambala un asunto urgente.
Kim regresa a St. Xavier y el narrador describe los informes sobre su desempeño escolar que figuran en los libros del colegio. Son tres años de informes, que van de sus trece a sus quince años. A partir de esa fecha, los libros del St. Xavier guardan silencio sobre Kim; su nombre no figura entre el grupo de quienes pasaron a ser candidatos del servicio topográfico de la India, pero sí aparece como “trasladado por nombramiento” (256).
Durante esos tres años, el lama visita varias veces a Kim. En los libros, incluso, figuran castigos al chico por ausentarse del colegio y mostrarse en compañía de un mendigo. Luego de esas visitas, el lama suele regresar al templo de los Tirthankars, en Benarés, y cuenta a los sacerdotes acerca de los enormes progresos de su chela, olvidando momentáneamente la obsesión con su río y la rueda de la vida. El lama sigue añorando encontrar el río, pero confiesa que sus sueños le mostraron que esa tarea solo podría llevarla adelante con un discípulo dotado de gran sabiduría.
En el templo, el lama también cuenta a los sacerdotes la leyenda del elefante, para ejemplificar su historia con Kim. Según esa leyenda, un elefante fue engrillado por los servidores de un rey, y ningún elefante de su manada fue capaz de liberarlo. Tiempo después, el animal engrillado se encontró a una cría recién nacida que había quedado huérfana y sola. Olvidándose de su propio dolor, decidió ayudar a ese pequeño elefante y, durante treinta y cinco años, el elefante engrillado cuidó del más joven. Un día, este último notó el grillete y simplemente con un movimiento de la trompa logró liberar a su amigo. Así, el elefante paciente, luego de obrar bien, quedó librado en el momento señalado gracias a la ayuda del que había ayudado.
En una oportunidad, durante sus viajes, el lama se entera de que Kim ha sido visto en la carretera y teme que el chico se haya apartado de su enseñanza. Pero el narrador señala que Kim sigue religiosamente el contrato con Mahbub y Creighton. El tratante de caballos se encarga de explicar al coronel que Kim es un potro joven que tiene condiciones especiales y adecuadas para formar el tipo de hombres que ellos necesitan.
Análisis
El epígrafe que abre el capítulo hace referencia a un muchacho que queda a cargo de un maestro que debe convertirlo en hechicero. El alumno demuestra que “Era la personificación de la audacia” (231) y es muy veloz en su aprendizaje. El epígrafe, por lo tanto, anticipa los sucesos del capítulo noveno: la estadía de Kim en casa del sahib Lurgan y su aprendizaje con el misterioso hombre. Efectivamente, a Kim le sienta bien su caracterización como la personificación de la audacia.
La estadía en lo de Lurgan implicará para Kim un desarrollo en profundidad de su ya habitual juego de identidades. Por empezar, al llegar a la casa, y como mecanismo de defensa, Kim imposta una apariencia que oculta su verdadero sentir: se hace el confiado e intrépido, aunque tiene algo de miedo al llegar donde Lurgan. Una vez más, vemos su identidad desdoblada. Más aún, parte de esa dualidad la consigue alternando entre el inglés y la lengua vernácula india. Pero incluso las enseñanzas de Lurgan irán en ese sentido: en el despliegue de la capacidad para representar otras personalidades.
La manera en que Lurgan recibe a Kim es poniéndolo a prueba. La primera noche, sin mediar conversación, lo hace dormir a oscuras rodeado de sus artilugios maravillosos. La habitación se describe con una profusión de imágenes siniestras y confusas:
Saltó de las paredes una colección de máscaras tibetanas para las danzas del diablo, colgadas sobre los demoníacos ropajes bordados que se utilizan en esas espantosas ceremonias: máscaras con cuernos, o ceñudas, o con expresión de terror irracional (233).
El escenario es macabro, oscuro, asociado a lo demoníaco. A estas imágenes visuales se suman las auditivas, que causan gran pavor en el niño:
No fue una noche alegre, la habitación rebosante de voces y música. Kim despertó dos veces porque alguien le llamaba por su nombre (...) una caja que sin duda hablaba con lengua humana, pero con un acento que nada tenía de humano (235).
Los sonidos son monstruosos y siniestros en la medida en que conservan un resabio humano pero tienen, a su vez, algo extrañado, indescifrable. Esta es la primera gran prueba a la que Lurgan somete a Kim. A pesar del miedo, Kim se las ingenia para zafarse, convenciéndose de que tiene habilidades para superar ese tormento:
Quizás esto de resultado con un mendigo del mercado, pero… yo soy sahib e hijo de sahib y, lo que es dos veces más importante, estudiante de Nucklao (...) ¡No nos asustamos de esa manera en Lucknow, ni mucho menos! (235).
Tras ello, Lurgan queda muy impresionado de ver que Kim logra sortear el desafío y pronto le propone otro. Al día siguiente lo somete a un juego de apariencias con una jarra rota. Le frota la nuca, como si lo drogara, y luego intenta confundirlo al persuadirlo de que la jarra puede rearmarse como por arte de magia. Sin embargo, Kim logra identificar el engaño a pesar de que, en un principio, sus ojos ven la reconstrucción que enuncia Lurgan. Sin embargo, logra abstraerse y contrasta lo que oye con su propia experiencia, con la evidencia que le mostraron sus sentidos: “La jarra se había roto…, sí, roto…” (240). Intuitivamente, Kim comprende que debe salir de la lengua vernácula, aquella en la que le habla Lurgan, para superar el reto; debe dejar de pensar en hindi y refugiarse en el inglés. Eso es lo que le permite salir de su adormecimiento, escapar del hechizo. Una vez más, la novela trata el tema de las apariencias y su contraste con la realidad. Aquí, Kim aprende a usar sus propios sentidos para no dejarse engañar por las apariencias y asentarse en lo real, en lo que tiene ante sus ojos.
Significativamente, cuando Kim le pregunta de qué se trató ese experimento, Lurgan sugiere que con ello intentaba evaluar a Kim. Usa una metáfora para referirse a eso, en la que compara a Kim con una joya: “Se trataba tan solo de ver si había…, un defecto en una joya. A veces joyas muy finas se deshacen si un hombre las aprieta con la mano y sabe cómo hacerlo” (241). Kim demuestra, no obstante, que es suficientemente hábil e inteligente como para que se deshagan de él. Al contrario, prueba que es una joya especial, resistente.
Este capítulo presenta un escenario bastante excéntrico, así como personalidades igualmente excéntricas. La tienda de Lurgan está llena de elementos curiosos y maravillosos, algunos siniestros, que despiertan gran interés en los distintos visitantes que acuden día a día. Además, el niño hindú que acompaña a Lurgan como discípulo es también extraño: su identidad es misteriosa y nunca se dice su nombre; de hecho, el narrador describe cómo Lurgan le cambia el nombre constantemente: “[Su] nombre cambiaba de acuerdo con el capricho de Lurgan” (247). Además, el chico se dice su discípulo, pero también lo trata de padre y madre: “¡Oh, padre mío y madre mía, despídelo!” (243). Sin embargo, Lurgan está acostumbrado a las conductas del niño y asume con toda naturalidad que el chico puede llegar a envenenarlo por celos, por todo el afecto que le guarda.
En páginas anteriores, Lurgan ya había sido anticipado como un maestro de turquesas y de perlas, y en este capítulo aprendemos que es uno de los pocos hombres capaces de “curar” piedras enfermas. Asimismo, se encarga de enseñarle a Kim el juego de las joyas a través del niño hindú. Kim se muestra muy ansioso por aprender cuanto antes el juego y se frustra mucho de ver que el niño hindú lo supera. En ese sentido, otro de los aprendizajes que Lurgan le provee es el de la paciencia y la humildad. Ante la frustración de Kim, lo desafía a abandonar su orgullo y a reconocer la superioridad del niño hindú: “¿Reconoces su superioridad?” (245).
Los días que pasa Kim con Lurgan y el niño hindú son, en palabras del narrador, “demenciales” (246). Están efectivamente cargados de actividades excéntricas y caracterizados por una disciplina estricta y exigente. Partiendo de la ansiedad y el apuro infantil, Kim descubre y perfecciona en esos días la observación pormenorizada. Otro de los juegos que Lurgan les presenta es el de los disfraces. En él, tal como el lector prevé luego de todo lo acontecido hasta aquí en la novela, Kim se luce: “En el interior de Kim había un demonio que se despertaba y cantaba de alegría al ponerse los distintos trajes y cambiar con ello de gestos y de manera de hablar” (248). Esta avidez por los disfraces anticipa el éxito de Kim en su futuro como miembro del servicio secreto.
El babu, Hurri Chunder Mukerji, se presenta primero como un fanático que acude a la tienda de Lurgan en busca de curiosidades. La palabra “babu” suele designarse para referir, luego del siglo XIX —y en el contexto de colonización británica de la India—, a los indios que adoptan costumbres y modales de los británicos con el fin de impostar una prosperidad social y económica. No obstante, pronto Lurgan arroja pistas sobre su identidad; pistas que parecen indicar que se trata de un espía: “Escribe historias para cierto coronel”, y “es importante hacer notar que no tiene nombre, tan solo un número y una letra” (249). Para generar más complicidad con Kim, enseguida agrega que esa es una “costumbre nuestra” (Ibid.). Recurriendo otra vez a ese “nosotros”, que Kim construyó también con Mahbub, Lurgan le sugiere a Kim que él también es parte del tan mentado juego. Sin embargo, nunca explicita el trabajo secreto que hace el babu.
Por su parte, Kim se pregunta otra vez más por el dinero, pues le interesa saber cuánto habrá de cobrar el babu por sus servicios, sobre todo considerando que su cabeza tiene un precio tan alto. Sin embargo, Lurgan lo deja sin respuesta y pone el foco en otro lado:
Pero el dinero es la parte menos importante del trabajo. De cuando en cuando, Dios hace que nazcan hombres (y tú eres uno de ellos) que sienten pasión por salir, con riesgo de su vida, y conseguir información… (...) Esas almas son muy pocas; y de esas pocas, no más de diez se cuentan entre las mejores (250).
Aquí, el sahib Lurgan da a Kim una lección clave en su vida: contradice la importancia del dinero y antepone a ella la del conocimiento de uno mismo y del destino a seguir. Una vez más, se destaca la condición especial de Kim: Lurgan le hace saber que es uno de los pocos hombres en el mundo que darían su vida por el placer de salir a buscar información.
Lurgan vaticina para Kim un futuro promisorio y, sin embargo, insiste en la espera y la humildad: “Creo que tienes madera para grandes cosas, pero no te envanezcas ni hables más de la cuenta” (251). En esa misma línea, durante el tren de regreso a St. Xavier, el babu obsequia a Kim otra lección importante y le advierte sobre la importancia del saber y las ventajas de la educación. Así, Kim sueña con ser como el babu y Mahbub, espera el momento en que lo identifiquen con una letra y un número, y que pongan un precio a su cabeza; todo con la conciencia de que debe tener paciencia y evitar hablar de más. La demostración de que ese aprendizaje se ha hecho carne en Kim se evidenciará en su comportamiento posterior en la escuela. Allí, si bien le tienta la idea de sorprender a sus compañeros de St. Xavier con las asombrosas aventuras de los últimos meses, preserva las formas para evitar que Creighton se deshaga de él.
Luego del viaje en tren que lleva a Kim rumbo a St. Xavier, el lector asiste a una elipsis temporal de tres años en la que el narrador resume la escolarización de Kim a lo largo de tres años, sus trece, catorce y quince años. El narrador explica que para hacer este repaso se basa en los informes escolares de St. Xavier. La explicitación de estas fuentes dan verosimilitud a la novela, generan la sensación de que aquello que se relata es empírico, sucedió realmente, y Kim no es un personaje ficticio. Además, al contar que esos informes terminan de manera abrupta y silencian el destino de Kim luego de su escolarización, el narrador sugiere que el chico ha sido efectivamente incorporado al servicio secreto.
Por último, el narrador se entrega a un relato de los andares del lama, sus viajes por la carretera, las visitas a Kim y sus estadías en el templo de los Tirthankars. El lama se muestra muy impresionado por los avances de su chela, al punto de que es capaz de olvidar por un rato el río y su obsesión por la imagen de la rueda de la vida. En la leyenda del elefante, el lama plasma su propia historia con Kim: él mismo es el elefante engrillado, que busca sin éxito la libertad, pero confía en que la encontrará con la ayuda de su discípulo, quien luego de años de cuidado, será el que logre liberar a su maestro tras encontrar el río largamente añorado.
El capítulo se cierra de manera circular, retomando la advertencia que hizo Mahbub a Creighton en el capítulo anterior a partir de la metáfora del potro:
No hay manera de apartar a un potro joven del juego (...) Si se le niega el permiso para ir y venir como se le antoje, hará caso omiso de la negativa. Entonces, ¿quién sería capaz de encontrarlo? Sahib coronel, solo una vez cada mil años nace un caballo tan bien dotado para el juego como este potro nuestro. Y nos hacen falta hombres (260).
Con este cierre, la novela anticipa el futuro de Kim en el juego.