La familia de Pascual Duarte

La familia de Pascual Duarte Resumen y Análisis Capítulo 14

Resumen

Pascual no soporta más su vida y decide huir. Escapa de su casa, camina sin parar; por su aspecto desalineado parece un trotamundos. Al llegar a una pequeña localidad llamada Don Benito, saca un pasaje en tren hacia Madrid para, desde allí, embarcar a América.

Llega de noche a la capital, duerme en la estación y a la mañana se va a buscar una pensión. Se acerca a unos obreros que tienen prendido un fuego y le da dinero a un niño para que le compre una botella de vino con la que piensa convidar a todos, pero el chico se va con su dinero y no vuelve. Con Ángel Estévez, uno de los obreros, traba inmediata amistad. Por 10 reales al día, Ángel le da dos comidas y hospedaje en su casa, en una buhardilla que parece un palomar. Pascual pierde dinero con gusto jugando a las cartas con Ángel. Su anfitrión, por otro lado, es muy celoso de Concepción, su esposa, una madrileña pizpireta que habla de todo con Pascual, pero está tan enamorada de su marido que no le da cabida para nada al nuevo huésped, aunque él quisiera.

A Pascual le llaman la atención muchas cosas de la gran ciudad pero, sobre todo, que los madrileños no se peleen físicamente, sino que discutan solo de palabra. Tras quince días en Madrid, se toma un tren a La Coruña para partir a América. Se aloja en una casa donde también vive Adrián Nogueira, un sargento que ha viajado por todo el mundo y le cuenta historias de La Habana, de Nueva York. A Pascual le gusta oír hablar de esos lugares desconocidos, pero finalmente le pide que no le cuente más, porque le duele saber que él no podrá conocerlos. Y es que, cuando va a comprar el boleto en barco a América, se da cuenta de que el dinero no le alcanza.

Sin embargo, está decidido a no volver a su pueblo, de modo que se queda en La Coruña realizando todo tipo de trabajos. No obstante, tras un año y medio empieza a extrañar su vida anterior y el deseo de volver va creciéndole en el alma. Él no sabe que en su casa su mujer, demasiado joven y hermosa para esperarlo, ya no es la misma.

Análisis

El viaje marca un corte total en la novela. El capítulo 14 es en sí mismo un relato dentro del relato porque se narra el viaje de Pascual a La Coruña; en este capítulo cambian el espacio, el tiempo, los personajes (todos excepto Pascual), el conflicto y el tono. El viaje descomprime la tensión insoportable del duelo doble de Pascual por el aborto de su primer hijo y por la muerte del segundo.

La partida tiene todas las características del viaje del héroe de Joseph Campbell. De acuerdo con esta teoría, muchos relatos épicos de diferentes partes del mundo comparten, con ciertas variaciones, una estructura básica: el héroe (que no sabe que lo es) recibe una señal que lo convoca a abandonar su localidad, atraviesa un umbral a partir del cual ya no puede regresar a su hogar, conoce a su mentor y a quienes lo ayudarán en su aventura, atraviesa diferentes retos con ayuda de sus nuevos compañeros, tiene una prueba más difícil que las demás (el descenso a los infiernos o "catábasis"), vence, gana un trofeo (que puede ser físico o espiritual) y finalmente regresa, transformado y madurado, a su lugar de origen.

Así, siguiendo a Campbell, en este capítulo hay una llamada (el dolor insoportable por la pérdida), un abandono del mundo conocido (Almedralejo), un umbral (Don Benito), dos mentores (Ángel en Madrid y Adrián en La Coruña), retos y tentaciones, compañeros de ruta (los obreros y los compañeros de los trabajos varios en La Coruña), una catábasis (la imposibilidad de viajar a América) y una transformación, a través del trabajo, antes del regreso. Al final de este viaje, Pascual vuelve cambiado.

Madrid encarna para Pascual todo lo que Almendralejo no es: la libertad, la vida, las costumbres urbanas, los negocios, el constante ajetreo. Sus mujeres son mucho más libres que las de los pueblos, menos sumisas; hablan frontalmente con los hombres y se mueven con libertad, incluso en la calle. Los hombres también son distintos: los de la ciudad no hacen gala de esa violencia física de Almedralejo; en Madrid se pelean de palabra, no necesitan agredirse con los puños o los cuchillos. Si hay violencia, es de guante blanco, oculta.

En este capítulo se puede ver claramente la diferencia entre la vida rural y la urbana que se daba en ese momento histórico, en la inmediata posguerra civil. La experiencia de Pascual resume la visión idealista que tienen de las metrópolis los habitantes de pueblos pequeños. En las ciudades se vive más hacinado pero más conectado, y Madrid tiene para Pascual el atractivo de cualquier país extranjero. Se deja atrapar por sus costumbres (ni siquiera le molesta demasiado cuando el niño le roba el dinero), por sus vidrieras y su constante movimiento.

Madrid es alegre, una fiesta, es la antítesis del duelo, la evasión y la negación de la realidad para Pascual. Allí se aleja por un momento del pesimismo omnipresente en la novela. Pero su sueño es más grande aún: irse a América y poner un océano de por medio con su vida. Sin embargo, la falta de dinero le impide realizarlo. La realidad nuevamente se impone al idealismo.

En un último rapto de rebeldía, ya en La Coruña y sabiendo que no va a viajar a América, Pascual se niega a volver a su mundo. Sin embargo, no hace más que postergar un destino ineludible:

La cabeza la llegué a tener como molida de lo mucho que pensé en lo que había de hacer, y como cualquier solución que no fuera volver al pueblo me parecía aceptable, me agarré a todo lo que pasaba, cargué maletas en la estación y fardos en el muelle, ayudé a la labor de la cocina en el hotel Ferrocarrilana, estuve de sereno una temporadita en la fábrica de Tabacos, e hice de todo un poco hasta que terminé mi tiempo de puerto de mar viviendo en casa de la Apacha, en la calle del Papagayo, subiendo a la izquierda, donde serví un poco para todo, aunque mi principal trabajo se limitaba a poner de patitas en la calle a aquellos a quienes se les notaba que no iban más que a alborotar. Allí llegué a parar hasta un año y medio, que unido al medio año que llevaba por el mundo y fuera de mi casa, hacía que me acordase con mayor frecuencia de la que llegué a creer en lo que allí dejé; al principio era sólo por las noches, cuando me metía en la cama que me armaban en la cocina, pero poco a poco se fue extendiendo el pensar horas y horas hasta que llegó el día en que la morriña -como decían en La Coruña- me llegó a invadir de tal manera que tiempo me faltaba para verme de nuevo en la choza sobre la carretera. (p. 122)

Este capítulo del viaje, tan diferente del resto del relato, parece tener una función también para el lector: nos da el oxígeno necesario para continuar la lectura, en medio de la atmósfera agobiante de la vida de Pascual. Pero también anticipa, tal como sucedió en los capítulos anteriores, un nuevo revés del destino.

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