La familia de Pascual Duarte

La familia de Pascual Duarte Resumen y Análisis Capítulos 5-6

Resumen

Capítulo 5

El pobre Mario muere a los diez años, tan tristemente como vivió: ahogado en una tinaja de aceite. Su hermana Rosario lo encuentra. Lo emprolijan y lo entierran con la ropa limpia que provee Rafael, el padrastro, quien finge dolor por la desaparición de ese niño al que nunca trató como a un hijo. Pascual siente por este hombre un desprecio profundo. La madre, por su parte, no muestra ninguna pena frente a la muerte de su hijo, y esa indiferencia es el principio de un odio que irá creciendo en Pascual, quien identifica en la muerte del hermano el momento exacto en el que comienza a ver, en su madre, al enemigo.

Al entierro de Mario van muy pocas personas, entre ellas Lola, la chica con la que está empezando a noviar. A él le gusta tanto verla que, por un instante, llega a alegrarse de la muerte de su hermano, porque le da ocasión de encontrarse con ella. Después del entierro, Lola lo espera y tienen sexo en el cementerio. En ese encuentro ella pierde su virginidad.

Capítulo 6

Nuevamente el narrador hace un corte en el relato, y aclara que pasaron quince días desde la última vez que escribió. Pascual, desde la cárcel, se vuelve reflexivo y se pregunta cómo sería su vida si todo hubiese sido diferente. Se siente triste, abatido y arrepentido como un santo. Mira por la ventana, y todo lo que ve le recuerda a su familia.

Análisis

Mario es un personaje resiliente. Ha nacido con una discapacidad que retrasa su maduración, y por eso ha sufrido durante su corta vida el desprecio de su madre y la violencia física perpetrada por Rafael, probablemente su padre biológico. Y sin embargo siempre resurge y resulta un ser casi angelical a la vista de sus hermanos.

Después de una vida de abandono y de innumerables tragedias, la muerte de Mario espanta pero no sorprende. La imagen del niño muerto en una tinaja de aceite bordea lo grotesco; se lo presenta a la vez como un ángel y como una caricatura humana, con el aceite pegado en su cabellera. Este grotesco, constante en la novela, se ve también en otras escenas, en las que los personajes aparecen animalizados, y en los relatos brutales que, en otro contexto, resultarían casi cómicos, como la muerte de Esteban echando espuma por la boca, como un perro rabioso.

Pero si en Mario el grotesco provoca compasión, en sus padres causa espanto. Rafael y la madre no solo no lloran, sino que parecen alegrarse de la muerte del niño, especialmente ella, que no vierte ni una lágrima. Es tanta la crueldad, la falta absoluta de humanidad, que se despierta en Pascual el odio que será determinante en el final del relato, un odio que irá creciendo en él como una entidad autónoma, como un cáncer: “Mi madre tampoco lloró la muerte de su hijo; secas debiera tener las entrañas una mujer con corazón tan duro que unas lágrimas no le quedaran siquiera para señalar la desgracia de la criatura... De mí puedo decir, y no me avergüenzo de ello, que sí lloré, así como mi hermana Rosario, y que tal odio llegué a cobrar a mi madre, y tan de prisa había de crecerme, que llegué a tener miedo de mí mismo” (p. 53).

Nuevamente el narrador hace uso de prospecciones cuando reflexiona acerca de ese sentimiento tan oscuro y arraigado que nace en el momento exacto en que muere su hermano:

Mucho me dio que pensar, en muchas veces, y aún ahora mismo si he de decir la verdad, el motivo de que a mi madre llegase a perderle la respeto, primero, y el cariño y las formas al andar de los años; mucho me dio que pensar, porque quería hacer un claro en la memoria que me dejase ver hacia qué tiempo dejó de ser una madre en mi corazón y hacia qué tiempo llegó después a convertírseme en un enemigo. En un enemigo rabioso, que no hay peor odio que el de la misma sangre; en un enemigo que me gastó toda la bilis, porque a nada se odia con más intensos bríos que a aquello a que uno se parece y uno llega a aborrecer el parecido. Después de mucho pensar, y de nada esclarecer del todo, sólo me es dado el afirmar que la respeto habíasela ya perdido tiempo atrás, cuando en ella no encontraba virtud alguna que imitar, ni don de Dios que copiar, y que de mi corazón hubo de marcharse cuando tanto mal vi en ella que junto no cupiera dentro de mi pecho. (p. 53)

El odio, que ya venía perfilándose desde su infancia de maltratos, arraiga en él y ya no lo abandona. Al morir Mario, muere la inocencia, la posibilidad de salvación de Pascual. Ya no hay vuelta atrás; ese odio profundo y ciego puede arraigar en Pascual porque encuentra en él terreno fértil, y porque, desgraciadamente, él sabe que no es tan diferente del objeto que detesta. Al odiar a su madre, se odia a sí mismo, a la parte suya que detesta en ella.

Al finalizar el entierro, sorprende la escena de sexo entre Pascual y Lola. Sin embargo, esta conjunción de Eros y Thanatos, es decir, el amor y la muerte, es un tópico literario que, en este caso, descomprime la tensión y aliviana el pesimismo insoportable en que sume a Pascual la desaparición de Mario. La vida y la muerte se suceden como el yin y el yang, elementos opuestos y complementarios de la existencia, y el sexo, como una manera de conjurar la muerte, de continuar la vida, le permite una vía de escape a Pascual Duarte.

Las imágenes visuales se apoderan de la escena del cementerio, en el que el rojo se proyecta sobre el gris de la muerte. Pero este rojo ya no representa, como en capítulos anteriores, la violencia de los golpes de la infancia, sino una fuerza nueva capaz de generar vida: a las flores escarlatas que perfuman el cuerpo inerte de Mario se suman las gotas de sangre de Lola, que pierde su virginidad en el mismo lugar en el que acaban de enterrar al muerto.

Esta contraposición entre muerte y amor, muerte y sexo, muerte y vida tiene sus representantes, tal como dice Lola, en Mario y Pascual, cuando afirma y repite: tú no eres como tu hermano. Años más tarde, transida de dolor, le dirá lo opuesto.

Además del sexo, en el principio de la relación Mario y Lola no parecen encontrar otros modos de comunicarse. Sus diálogos son entrecortados, les cuesta llegar a razonamientos profundos. En contraposición a esta falta de profundidad, el capítulo 6 es producto de un Pascual filosófico, hondo, reflexivo. Se trata de un momento de corte en el que la acción se detiene. Una vez más, el narrador vuelve al presente del relato, su presente, y, lejos de su juventud, se pregunta qué habría sucedido si todo hubiese sido diferente. Esta ilusión, en el marco determinista que subyace desde el inicio de la obra, es imposible: nada podría haber sido diferente, porque estaba destinado a ser así. Aún sabiendo que no puede luchar contra el destino, Pascual añora la vida que pudo haber tenido y se arrepiente de sus actos, mientras hace una alabanza de la vida simple: “Estaría haciendo otra cosa cualquiera de esas que hacen -sin fijarse- la mayor parte de los hombres; estaría libre, como libres están -sin fijarse tampoco- la mayor parte de los hombres; tendría por delante Dios sabe cuántos años de vida, como tienen -sin darse cuenta de que pueden gastarlos lentamente- la mayor parte de los hombres” (p. 62).

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