El determinismo
El determinismo es una doctrina filosófica según la cual todo lo que sucede está condicionado por las circunstancias en que se produce. En este contexto, ninguna persona es plenamente libre, sino que actúa empujada por un orden inalterable y anterior a ella misma.
El determinismo reconoce una conexión necesaria entre el entorno en el que se desarrolla el ser humano, por un lado, y sus actos, por el otro. Cada uno de ellos es consecuencia directa del ambiente, que influye de manera inalterable, positiva o negativamente. Ninguna persona tiene la capacidad de modificar lo que ha sido determinado para ella, de modo que no puede considerársela enteramente responsable, ni por ende condenable.
La situación de la posguerra civil española es un territorio fértil para esta línea de pensamiento. El empobrecimiento de las zonas rurales obliga a los individuos a realizar acciones moralmente cuestionables para resolver problemáticas básicas, como la provisión de alimento, techo, abrigo.
Pascual Duarte, ya desde el inicio de su testimonio, se presenta como una marioneta de un destino que no domina:
Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas. Aquéllos gozan de un mirar sereno y al aroma de su felicidad sonríen con la cara del inocente; estos otros sufren del sol violento de la llanura y arrugan el ceño como las alimañas por defenderse. Hay mucha diferencia entre adornarse las carnes con arrebol y colonia, y hacerlo con tatuajes que después nadie puede borrar ya. (p. 19)
Se nos adelanta aquí con mucha claridad que las acciones de Pascual, incluso las más oscuras, se nos presentarán en la novela como predestinadas, al menos en buena medida, a suceder. A pesar de que lo intenta en varias ocasiones, Pascual Duarte no podrá evadir su destino.
La violencia
La violencia física, verbal y psicológica es un leitmotiv de La familia de Pascual Duarte.
Desde su más tierna infancia, Pascual se ve expuesto a un entorno familiar sórdido, con un padre golpeador y una madre alcohólica que no solo lo agreden a él, sino que además se golpean entre ellos.
No es raro que, a lo largo de la novela, las discusiones terminen con golpes. El padre de Pascual castiga a la madre con frecuencia, incluso el mismo día del parto de Rosario, en el que la deja casi muerta; el Estirao le pega a su novia, Rosario, con una vara; el señor Rafael patea a Mario hasta dejarlo casi inconsciente, tirado en un rincón por horas; un desacuerdo verbal de Pascual con sus amigos en un bar termina con Zacarías acuchillado. Casi siempre son los hombres los que golpean, aunque la madre de Pascual también lo hace.
La violencia es un mal que Pascual hereda de sus padres. Solo en Madrid descubre que hay otras maneras de resolver conflictos, cuando ve que los hombres discuten de palabra sin llegar nunca a las manos.
Pero no todo es violencia física. La agresión verbal también atraviesa toda la obra. De su madre dice Pascual que es tan malhablada que espera que Dios la haya perdonado; blasfema por cualquier razón. Es notable la enorme riqueza léxica de los personajes para agredir, y la pobreza de vocabulario, por contraste, en los diálogos sobre temas profundos, cuando parecen más incomunicados que nunca.
La violencia psicológica tiene su víctima directa en Mario, el hermano discapacitado de Pascual. El niño sufre durante toda su vida un desprecio impensable por parte de su propia madre; pasa su infancia desatendido, expuesto a la mutilación y la vergüenza de su muerte indigna. En su caso, la violencia más dolorosa es el destrato, y su punto más bajo está en la burla con que sus propios padres reciben la noticia de su muerte.
La violencia se ejerce también contra los animales. Pascual mismo mata a su perra Chispa, su compañera de caza y pesca en el riacho cercano a su casa, solo porque le parece percibir en ella una mirada de reproche. Años más tarde matará de veinte cuchilladas a la yegua que provocó el aborto de su esposa.
La violencia está muy asociada en la novela al tema del determinismo: no puede escapar del destino. Y a medida que transcurre el relato, se va haciendo cada vez más poderosa, en una espiral ascendente que llaga al clímax en el asesinato de la madre en manos de Pascual, en un acto que trasgrede todas las normas naturales, sociales y morales, pero que, una vez llevado a cabo, le da a Pascual una sensación de liberación que le permite respirar.
La familia
El propio título de la novela subraya la importancia de los vínculos familiares. La estructura familiar define toda la novela: los personajes, planos en su mayoría, existen en función de su relación familiar con Pascual, y poco se sabe de su vida independientemente de él.
Pascual es su familia, está en su familia; a ella le debe su vida y su destino. Pero su familia de origen es la antítesis de la típicamente ideal; el único lazo que los une es la violencia. Tanto el padre como la madre se vinculan entre ellos y con el hijo por medio de golpes y gritos.
El nacimiento de Rosario parece traer una esperanza. La niña logra lo que Pascual no pudo: ser querida. Sobrevive a una infancia de debilidad, y es la luz de los ojos de sus padres. Con su sola existencia logra asordinar la maldad, los gritos y el malestar reinantes en la casa, pero a los 14 años se va, y nuevamente la familia se vuelve un nido de odio y rencor. Rosario intenta, antes que Pascual, escapar de ese entorno tan nocivo. No lo logra del todo, pero seguirá intentando hasta el final del relato.
La llegada de Mario, el tercer hijo, tras la huida de Rosario, no vuelve a traer felicidad. Mario es un retroceso. Todo el afecto del que habían sido capaces los padres con Rosario, se vuelve odio y desprecio por este niño discapacitado y, por eso mismo, tanto más necesitado de ellos. La dinámica familiar en tiempos de Mario es de una violencia difícil de tolerar:
Me acuerdo que un día -era un domingo- en una de esas temblequeras tanto espanto llevaba y tanta rabia dentro, que en su huida le dio por atacar -Dios sabría por qué- al señor Rafael que en casa estaba porque, desde la muerte de mi padre, por ella entraba y salía como por terreno conquistado; no se le ocurriera peor cosa al pobre que morderle en una pierna al viejo, y nunca lo hubiera hecho, porque éste con la otra pierna le arreó tal patada en una de las cicatrices que lo dejó como muerto y sin sentido, manándole una agüilla que me dio por pensar que agotara la sangre. El vejete se reía como si hubiera hecho una hazaña y tal odio le tomé desde aquel día que, por mi gloria le juro, que de no habérselo llevado Dios de mis alcances, me lo hubiera endiñado en cuanto hubiera tenido ocasión para ello. La criatura se quedó tirada todo lo larga que era, y mi madre -le aseguro que me asusté en aquel momento que la vi tan ruin- no lo cogía y se reía haciéndole el coro al señor Rafael; a mí, bien lo sabe Dios, no me faltaron voluntades para levantarlo, pero preferí no hacerlo... ¡Si el señor Rafael, en el momento, me hubiera llamado blando, por Dios que lo machaco delante de mí madre! (p. 50)
Al casarse con Lola, el opuesto perfecto de su madre, Pascual intenta romper el esquema familiar heredado. Sin embargo, ella, que por matrimonio pasa a ser una Duarte, hereda la desgracia familiar y no logra formar una familia: pierde un embarazo, pierde un hijo pequeño y muere antes de su tercer hijo.
En definitiva, la familia no es, en esta novela, núcleo de afecto, sino de odio y desprecio. Además, en relación al tema del determinismo, la familia es también aquí una condena: la desgracia familiar se hereda a través de la sangre, y para Pascual parece imposible escapar de su destino como parte de los Duarte.
El odio
El odio se perfila a lo largo de la novela como una presencia creciente y tangible, al punto de convertirse casi en un personaje. El odio de Pascual por su madre se transforma en la causa de todas sus desgracias.
Si bien el sentimiento ya venía gestándose desde su infancia, él mismo explica que, al morir Mario y al ver la actitud de su madre frente a su fallecimiento, nace ese sentimiento que lo llevará a la ruina. El peor odio es aquel que se siente por alguien de la propia sangre, por alguien con quien se tiene alguna semejanza, y ese sentimiento oscuro le nubla la razón y le impide pensar con claridad. En repetidas ocasiones trata de acallarlo, de escapar (abandonando su casa y su familia), de dilatar lo más posible el momento de asesinar a su madre, hasta que es inevitable.
Otra forma del odio que sufre Pascual es el que siente por el Estirao, quien ha hecho infeliz a ese ser luminoso de su vida que es su hermana, y ha embarazado además a su esposa Lola. En el Estirao odia todo lo que él no es: un verdadero hombre a los ojos de las mujeres. Por respeto y cariño a su hermana no reacciona a la primera provocación, lo que le vale ser etiquetado de cobarde por parte del proxeneta. Por respeto a Lola intenta no matarlo, pero Paco lo provoca tantas veces que finalmente cede a su odio y lo asesina.
Un tercer odio que consume a Pascual es el odio a sí mismo, la incapacidad de perdonarse. Este se percibe en los capítulos más filosóficos y reflexivos, en los que pendula entre la autocompasión y el autocastigo, viéndose a sí mismo como un cartujo y, a la vez, como el peor de los pecadores.
Por último, aunque no es el principal, se nota el encono del protagonista con Don Jesús, cuya riqueza exhibe en su casa, la mejor del pueblo, y a quien termina también asesinando.
El pesimismo
Esta es la historia de un condenado a muerte. El pesimismo de Pascual a lo largo del relato no es producto de un carácter melancólico, sino de una realidad que se le impone, una consecuencia del determinismo que subyace en toda la novela.
En su infancia, él mismo describe en sus cartas que hay pocos motivos para sonreír, y aunque el protagonista se aferre a ellos, siempre un suceso apaga sus esperanzas. La sensación imperante es de desasosiego e incomodidad en los momentos felices, a tal punto que el propio lector se acostumbra a esperar malas noticias, metido en la atmósfera de encierro y amenaza permanente que va generando Cela.
El momento más feliz de la vida de Pascual, su viaje de bodas, no hace más que anticipar el más triste. El protagonista intuye que la alegría no puede durar, y la historia no defrauda: después de ese momento tan luminoso llegan el incidente con la anciana, el aborto de Lola, la lucha con Zacarías y la matanza de la yegua. Y a la efímera alegría por el nacimiento de Pascualillo seguirá la pena insoportable de su muerte temprana.
El pesimismo es una consecuencia directa del determinismo. Pascual sabe, desde la cuna, que solo han de sucederle cosas malas, y no puede esperar lo contrario. Y, como un agujero negro, arrastra a quienes se le acercan en su maldición.
La educación
La posguerra civil genera serias diferencias entre los habitantes de las ciudades y los de las zonas rurales. Una de ellas es el acceso a la educación.
Cela detecta esta problemática y la introduce en su novela. La educación es un factor de discusión entre los padres de Pascual. Esteban, que sabe leer y escribir, le recrimina a su esposa su analfabetismo, se burla de ella y la desprecia por su ignorancia. Para él, la educación es un signo de superioridad, que exhibe leyendo el diario en voz alta delante de su familia.
La madre de Pascual no es instruida ni quiere que su hijo lo sea. Por eso insiste para que Pascual deje la escuela a temprana edad. Y Pascual deja el colegio a los 12 años, porque considera que ya ha aprendido lo suficiente: a leer y escribir, sumar y restar.
En ningún momento se insinúa la necesidad de educar a Rosario, y mucho menos a Mario. Claro está que las mujeres en esa época y circunstancia son consideradas intelectualmente inferiores a los hombres y no suelen asistir a la escuela. Para Pascual, sin embargo, la escolarización es importante, tanto que, cuando proyecta con Lola la vida que quieren darle a Pascualillo, imaginan que harán de él un hombre de bien, que le darán a un tiempo todas sus vacunas y que a los 7 años irá a la escuela.
La posguerra y la desigualdad
La novela comienza con una exhaustiva descripción del pueblo en el que vivió Pascual de joven con su familia. La pintura que Duarte hace de su pueblo pone de manifiesto la desigualdad económica existente entre sus habitantes, un fiel reflejo de la realidad a la que Cela podía acceder en la inmediata posguerra civil.
La casa de Don Jesús, el conde, es mucho más espaciosa y bien cuidada que la de los Duarte, ubicada en las afueras, con su piso de tierra y una sola planta.
Pero estas diferencias sociales se perciben también en el habla. Pascual utiliza un registro respetuoso cuando se dirige a personas que tienen rango social más alto que el suyo, por ejemplo en las cartas. Por lo demás, parece aceptar esta diferencia con resignación.
No obstante, la mayor desigualdad se da quizás en la dignidad de los personajes protagónicos de esta corriente tremendista. A contrapelo con el Romanticismo y sus héroes perfumados, Cela, al contextualizar su novela, se enfoca en los personajes marginales, los descartados, los degenerados y pervertidos, los idiotas… Su tema es la miseria humana que queda a la vista al terminar la guerra. La prosa de Cela vuelve visible lo que se quiere ocultar.