Resumen
El narrador se dirige al destinatario de su relato, don Joaquín Barrera López, para disculparse por el poco orden de la historia. Luego retoma la narración de su vida. Cuando Rosario tiene cerca de 15 años, su madre queda embarazada y Pascual sospecha que ese bebé no es hijo de Esteban Duarte, sino del señor Rafael, el amante de su madre. Dos días antes del parto, a Esteban lo muerde un perro rabioso y, como la partera -que es muy supersticiosa- teme que su mirada provoque un aborto, lo encierran en un cuarto. Al llegar el momento de dar a luz, tal como en el parto de Rosario, la madre grita de dolor, pero esta vez el padre no está presente. Finalmente nace el niño, a quien llaman Mario, y ese mismo día Esteban, que había contraído rabias por la mordedura del perro y no había salido del cuarto en el que lo habían encerrado, muere, echando espuma por la boca como un animal.
Mario nace física y mentalmente discapacitado. Su madre lo desprecia, su supuesto padre (el señor Rafael) lo castiga físicamente y se ríe de su condición. La vida de Mario es una suma de desgracias: nunca aprende a hablar ni a caminar; le crece un solo diente, y tan mal ubicado que Engracia tiene que arrancárselo; a los 4 años le come las orejas un cerdo. Las vecinas, compadecidas, le hacen regalos, porque su madre lo tiene completamente abandonado, y tan sucio que a Pascual le da asco.
En una ocasión, Mario muerde a Rafael, y él le da una patada tal que lo deja casi muerto. La madre no lo socorre. A Pascual este maltrato le genera tan inmenso odio que afirma que, de no haber muerto el viejo por su cuenta, él lo habría matado.
El día de esa golpiza, Pascual se va de la casa para despejarse, se encuentra con su hermana y le cuenta lo sucedido. Al ver su expresión se da cuenta de que ella también siente odio por su padrastro, y cuando ambos vuelven a la casa, Mario sigue en la misma posición dolorida, en un rincón, tal como lo dejó Rafael. Entonces Rosario lo acomoda con cariño y actúa como una madre. Solo cuando Rafael se retira ese día de la casa, la madre acuna a Mario hasta que se duerme. Esa es la única vez que Pascual recuerda haber visto a su hermanito sonreír.
Análisis
El narrador interrumpe su historia para dirigirse al destinatario y disculparse. Este recurso de incorporar al destinatario en el discurso, y la falsa modestia implicada en excusarse por su escritura, son rasgos típicos de la picaresca. El “Usted” al que se dirige el narrador recuerda al “Vuesa Merced” del Lazarillo de Tormes, a quien el narrador pícaro dirige la larga carta que será su modo de justificar su presente, poco digno para otros, pero suficiente para él.
Sin embargo, Cela, gran conocedor de la picaresca, lleva el recurso un paso más adelante y se sale incluso del relato para inmiscuirse directamente en el mundo del lector (no ya del destinatario ficcional), cuando hace que su narrador, Pascual, deslice al pasar su incapacidad de construir el relato como una novela, aludiendo, en última instancia, a la novela que el lector tiene en sus manos:
Usted sabrá disculpar el poco orden que llevo en el relato, que por eso de seguir por la persona y no por el tiempo me hace andar saltando del principio al fin y del fin a los principios como langosta vareada, pero resulta que de manera alguna, que ésta no sea, podría llevarlo, ya que lo suelto como me sale y a las mientes me viene, sin pararme a construirlo como una novela, ya que, a más de que probablemente no me saldría, siempre estarla a pique del peligro que me daría el empezar a hablar y a hablar para quedarme de pronto tan ahogado y tan parado que no supiera por dónde salir. (p. 45)
Desde el punto de vista simbólico, así como Rosario encarna la lucha contra el determinismo y la necesidad de escapar del destino, Mario personifica la inocencia y la bondad intachables. Su ingenuidad y pureza se hacen más evidentes en cuanto se contraponen con su madre, antítesis de todo lo bueno, que descarga en su hijo menor toda su capacidad de daño.
Esta antítesis entre lo puro y lo impuro se da también a través del recurso de la animalización de los personajes. El niño nace el mismo día en el que su padre, o quien debería haberlo sido, muere como un animal: echando espuma por la boca y gritando. Esteban Duarte fallece de un modo que deja a la vista lo que verdaderamente es: una bestia. Así lo describe Pascual:
nos industriamos para encerrarlo con la ayuda de algunos vecinos y de tantas precauciones como pudimos, porque tiraba unos mordiscos que a más de uno hubiera arrancado un brazo de habérselo cogido; todavía me acuerdo con pena y con temor de aquellas horas... ¡Dios, y qué fuerza hubimos de hacer todos para reducirlo! Pateaba como un león, juraba que nos había de matar a todos, y tal fuego había en su mirar, que por seguro lo tengo que lo hubiera hecho si Dios lo hubiera permitido. Dos días hacía, digo, que encerrado lo teníamos, y tales voces daba y tales patadas arreaba sobre la puerta, que hubimos de apuntalar con unos maderos, que no me extraña que Mario, animado también por los gritos de la madre, viniera al mundo asustado y como lelo; mi padre acabó por callarse a la noche siguiente -que era la del día de Reyes-, y cuando fuimos a sacarlo pensando que había muerto, allí nos lo encontramos, arrimado contra el suelo y con un miedo en la cara que mismo parecía haber entrado en los infiernos. (p. 47)
La madre, por su parte, reacciona ante la muerte de su marido de una manera monstruosa: “A mí me asustó un tanto que mi madre en vez de llorar, como esperaba, se riese, y no tuve más remedio que ahogar las lágrimas que quisieron asomarme cuando vi el cadáver, que tenía los ojos abiertos y llenos de sangre y la boca entreabierta con la lengua morada medio fuera” (p. 47).
El pequeño Mario, por otro lado, también es presentado como un ser animalizado, sin chispa de inteligencia humana:
No pasó de arrastrarse por el suelo como si fuese una culebra y de hacer unos ruiditos con la garganta y con la nariz como si fuese una rata […] pasábase los días y las noches llorando y aullando como un abandonado, y como la poca paciencia de la madre la agotó cuando más falta le hacía, se pasaba los meses tirado por los suelos, comiendo lo que le echaban, y tan sucio que aun a mí que, ¿para qué mentir?, nunca me lavé demasiado, llegaba a darme repugnancia. (p. 48)
Sin embargo, su animalización difiere de la monstruosidad de su madre o de la bestialidad de su padre: esta contraposición hace resaltar mejor las cualidades de cada uno. La de Mario es una animalidad sana y bondadosa, es el buen salvaje. El aparentemente menos inteligente de los Duarte es quien presenta, con sus ojillos negros, una mirada paradójicamente más humana ante quienes le regalan un dulce o lo tratan con cariño. En él prima, no la bestialidad, sino la animalidad positiva.
Mario parece ser el único que escapa del determinismo fatal de los Duarte, al precio de su muerte temprana. En el pensamiento de Pascual, su hermano menos favorecido fue el más inteligente de todos, porque al morir tan pequeño se evitó el destino que sí tuvieron que sufrir sus hermanos: “Poco vivió entre nosotros; parecía que hubiera olido el parentesco que le esperaba y hubiera preferido sacrificarlo a la compañía de los inocentes en el limbo. ¡Bien sabe Dios que acertó con el camino, y cuántos fueron los sufrimientos que se ahorró al ahorrarse años!” (p. 48).
La figura de Mario Duarte sirve para destacar, por contraste, los rincones más oscuros del alma humana, la maldad monstruosa de la que el hombre es capaz, en la persona de sus padres y padrastro.