La belleza clásica de Tadzio (Imagen visual)
Aschenbach recurre constantemente a imágenes de la cultura y el arte clásico para describir la belleza de Tadzio. Cuando lo conoce, por ejemplo, dice que su belleza le lleva a “pensar en la estatuaria griega de la época más noble; y a más de esa purísima perfección en sus formas, poseía un encanto tan único y personal que su observador no creía haber visto nunca algo tan logrado en la naturaleza ni en las artes plásticas” (47). Más adelante, lo compara con la imagen del “Efebo sacándose una espina” (48), una reconocida escultura del periodo clásico. Incluso llega, en varias oportunidades, a identificar la belleza de Tadzio con distintas divinidades de la mitología griega: “Pero sobre este cuello (...) reposaba la incomparable flor de su cabeza encantadora: la cabeza de Eros, recubierta por el esmalte amarillento del mármol de Paros” (52).
Este tipo de referencias posee una doble función: por un lado, le permite al escritor exaltar la hermosura del joven al pensarla bajo los parámetros estéticos griegos. Por el otro, al hablar de Tadzio en términos de belleza ideal y perfecta, el escritor se permite depurar su deseo de toda lujuria y mundanidad para expresarlo como una contemplación del tipo espiritual y elevada.
Los aromas de Venecia (Imagen olfativa)
La muerte en Venecia está repleta de referencias al mal olor de la ciudad y sus efectos nocivos sobre la salud de Aschenbach. Este aroma no tiene un único origen, sino que es el resultado de distintas fuentes: por un lado, proviene de la propia contaminación vertida sobre las aguas de la ciudad de Venecia: “Al abrir sus ventanas, Aschenbach creyó percibir el fétido olor de la laguna. Lo invadió el mal humor” (50). Al olor a podredumbre se le suman los aromas propios de la geografía veneciana: “el aire de mar que al combinarse con el siroco” lleva a Aschenbach a padecer “un estado de excitación y abatimiento simultáneos” (59). Por último, e íntimamente ligado al tema de “El secretismo”, a los aromas mencionados los acompaña el particular “olor de la ciudad enferma” (88), un aroma que aparece nombrado como olor medicinal, a fenol o a desinfectante, y que lleva al escritor a sospechar que las autoridades venecianas están luchando contra una epidemia a espaldas de la población.
Los paisajes de Venecia (Imagen visual)
Acompañando las imágenes olfativas, varias descripciones de los paisajes venecianos se nos ofrecen a los lectores a lo largo de esta novela, algunas veces con el objeto de enfatizar el carácter decadente y aprehensivo de la ciudad, otras generando paralelismos con los estados de ánimo de nuestro protagonista. Desde su entrada a través de los canales venecianos, Aschenbach se lamenta de no encontrarse con la misma Venecia que él recordaba haber visitado de joven: “La ciudad lo había recibido siempre en medio de una luminosidad radiante. Pero el cielo y el mar seguían turbios y plomizos, a ratos caía una llovizna fina y el viajero tuvo que resignarse a llegar, en barco, a una Venecia muy distinta de la que siempre había encontrado al acercarse por tierra” (38).
Más adelante, la alegría que le produce la cercanía de Tadzio lleva al escritor a contemplar los amaneceres en la playa con una alegría inusitada, que no se condice con su forma habitual de experimentar las cosas: “Aschenbach no amaba el placer (...). Sólo ese espacio era capaz de cautivarlo, de relajar su voluntad y hacerlo sentirse feliz. Algunas mañanas (...) perdía la mirada en el azul del mar meridional” (70).
Hacia el final de la novela, vencido por la pasión y habiendo perdido todo interés en recuperar su antigua vida, el escritor camina por las callejuelas de Venecia mientras persigue a escondidas a Tadzio. En ese momento, la ciudad se describe como un laberinto caótico y repleto de transeúntes en el que el escritor se pierde, imagen que presenta un paralelismo con su propio extravío interior.
Las siniestras carcajadas del concierto (Imagen auditiva)
En el Capítulo 5, una banda de cantantes callejeros realiza un concierto en el jardín del hotel del Lido al que se presentan varios huéspedes, incluido Aschenbach y Tadzio. Hacia el final del espectáculo, el perturbador cantante -quien despide “olor a hospital” (99)- suelta una estruendosa carcajada que poco a poco se expande hacia todos los espectadores: “La carcajada estallaba en él incontenible, impetuosa y tan natural que se contagiaba a los oyentes, de suerte que también por la terraza iba cundiendo una hilaridad sin objeto, que sólo vivía de sí misma (...), hasta que al final rompieron todos a reír en el jardín y en la galería, incluidos los camareros, ascensoristas y empleados apostados en las puertas” (98).
El hecho de que no haya un motivo que impulse esta risa, sumado al fétido aroma que emanan los participantes del concierto, provoca la molestia de Aschenbach y Tadzio, quienes se abstienen de sumarse al clima jocoso. En este punto, la amenaza de la peste se esconde tras esta carcajada dándole una tonalidad siniestra, característica que resulta relevante en tanto nos permite vincularla al tema del secretismo.