Resumen
Dos semanas después de decidirse a viajar, von Aschenbach parte desde Múnich rumbo a Italia, donde se hospeda en un centro turístico en una isla del Adriático, poblada principalmente por turistas austríacos. Sin embargo, el escritor no está satisfecho con el lugar debido a su clima lluvioso y a la ubicación: él “desea alcanzar lo incomparable, lo fabulosamente diverso” (34). En ese momento, descubre que el lugar indicado para sus vacaciones es Venecia, hacia donde parte en barco inmediatamente.
El empleado del barco que le vende el boleto a von Aschenbach es un “marinero jorobado y sucio” (34) que exagera las virtudes de Venecia para impresionar a su cliente. Esto molesta al escritor, quien siente “como si el tipo temiese algún posible titubeo por parte del viajero en su decisión de ir a Venecia” (35). Una vez en el barco, su malestar se potencia debido a la suciedad del lugar y al comportamiento inadecuado de los otros turistas. Para colmo, el escritor advierte a un grupo de muchachos conversar en forma entusiasta junto a un “falso joven” (36): un anciano que disimula su vejez con maquillajes, una peluca y dentadura postiza. Von Aschenbach encuentra repugnantes los obvios intentos de este hombre de recuperar su juventud perdida. Finalmente, el paisaje nublado del mar se entremezcla con las presencias del marinero jorobado y el “viejo petimetre” (37), sumiendo a von Aschenbach en una confusa sensación de ensueño, en la que pierde la noción del tiempo hasta que acaba por quedarse dormido.
Al despertar, el escritor advierte que el barco entra en Venecia, reconoce varios puntos turísticos y se lamenta del estado del tiempo de la ciudad. Una vez en el puerto, observa al ‘falso joven’ alcoholizado, quien saluda patéticamente al grupo que lo acompañaba en el barco. En ese momento, Aschenbach siente que el mundo muestra una “irrefrenable tendencia a la deformación, a derivar hacia lo insólito y grotesco” (39).
Ya en el puerto, el escritor consigue una góndola para que lo lleve por agua hacia el hotel ubicado en el Lido, una importante isla de Venecia donde se irá a alojar. Durante el viaje, reflexiona sobre lo parecidas que son las góndolas vienesas a los ataúdes, pensamiento que le recuerda a la embarcación que llevaba a los difuntos al reino de Hades. Sin embargo, la góndola le resulta extremadamente cómoda, lo que le hace desear que la travesía sea eterna. Luego advierte que el gondolero, un hombre grosero y de “blancos dientes” (42), no lo está llevando a su destino solicitado. Cuando se queja por ello, el hombre rechaza agresivamente la solicitud del escritor de regresar. Finalmente llegan a un embarcadero y el gondolero desaparece antes de que von Aschenbach alcance a pagarle. Allí, un viejo mendigo le informa que aquel era un gondolero sin licencia y que se fugó para que los funcionarios municipales no lo atraparan en el muelle.
Al llegar al hotel, von Aschenbach se encuentra con un buen recibimiento y una lujosa habitación. Allí reflexiona sobre su viaje y lo extraños personajes que conoció en el camino. Luego deduce que ciertas experiencias resultan mucho más profundas e impactantes en el solitario artista que en el hombre social. Una vez instalado, toma una taza de té en la terraza y sale a caminar.
Más tarde, se dirige a cenar al salón del hotel, donde tiene la oportunidad de contemplar a los otros huéspedes. Observa que el lugar alberga variadas nacionalidades, pero una familia polaca le llama particularmente la atención. El grupo lo conforman tres niñas, un muchacho, la madre de todos ellos y una institutriz que los acompaña. Las niñas, de quince a diecisiete años, son tan rectas y están vestidas con tanta severidad que parecen monjas. La madre es una mujer sencilla, aunque de buen gusto, y evidentemente bien posicionada. La institutriz, por su parte, es una mujer pequeña y colorada. Pero lo que realmente le llama la atención al escritor es la imagen del muchacho: de unos catorce años, el niño parece una estatua griega de belleza simétrica y clásica. Se lo nota bien educado, aunque claramente es el malcriado de su madre, porque no posee la rectitud que define a sus hermanas. Cuando finalmente se retiran del salón, el joven le dirige una mirada a von Aschenbach.
Luego de una noche de intensos sueños, la mañana siguiente recibe al escritor con un clima nublado y un pestilente olor que surge del agua. Malhumorado, von Aschenbach piensa que quizá sea lo mejor irse de Venecia. Más tarde, mientras descansa observando a los huéspedes en la playa privada del hotel, se percata de que el hermoso muchacho polaco se pasea en traje de baño por la orilla del mar. Allí nota que el muchacho lidera un grupo de niños. Mientras los observa jugar, el escritor oye que el chico se llama Tadzio, y que su “vasallo y amigo más próximo” (56) recibe el nombre de Jaschu. Pasado el mediodía, von Aschenbach regresa a su habitación y comparte por casualidad el ascensor con Tadzio. En ese momento advierte que su dentadura no se ve bien, lo cual puede indicar algún problema de salud en el muchacho.
Esa tarde, von Aschenbach va a Venecia a dar un paseo y acaba sintiéndose enfermo, consecuencia de las multitudes, el siroco y las “mefíticas emanaciones del canal” (59) que le impiden respirar bien. Angustiado, advierte que el clima y la contaminación de la ciudad lo enferman. Resuelve entonces dejar el lugar, decisión que transmite a la administración cuando regresa al hotel.
A la mañana siguiente, sin embargo, von Aschenbach se encuentra a Tadzio en el desayuno y cambia de opinión, pero su habitación ya ha sido desocupada y le han enviado el equipaje a la estación de ferrocarril. Afortunadamente para el arrepentido escritor, cuando llega a la estación le informan que su equipaje ha sido enviado a otro destino por error, lo cual le ofrece la excusa perfecta para continuar su estadía en Venecia.
De vuelta en el hotel, von Aschenbach se siente feliz por su inesperada suerte. Sin embargo, pronto admite que el verdadero motivo de su felicidad reside en que seguirá gozando de la presencia de Tadzio.
Análisis
En el apartado Símbolos, Alegoría y Motivos, hemos analizado el modo en que el tema del viaje opera en La muerte en Venecia como una alegoría de la muerte: el viaje final. Este componente alegórico será central a lo largo de las primeras páginas del Capítulo 3, en las que se ilustra el viaje que realiza Aschenbach para hospedarse en Venecia durante sus vacaciones.
Durante este trayecto, los lectores nos enteramos de la incomodidad que siente el escritor a causa del mal clima y la suciedad del ambiente, acompañada a través de imágenes que se entremezclan y potencian durante toda la travesía: el barco y el agua están sucios, sus compañeros de viaje huelen mal, no saben comportarse o presentan características físicas que perturban a nuestro protagonista. De hecho, el marinero que le da la bienvenida y toma sus datos es un jorobado que celebra el destino elegido por Aschenbach al punto de hacerlo sospechar: "¡Qué elección tan estupenda! (...) La vivaz soltura de sus ademanes y la cháchara hueca con que los acompañaba tenían algo de desconcertante, aturdidor, como si el tipo temiese algún posible titubeo por parte del viajero en su decisión de ir a Venecia" (34-35). Irónicamente, con el curso de los capítulos nos iremos enterando de que Venecia está, a causa de la peste del cólera, muy lejos de ser una estupendo destino para las vacaciones de Aschenbach.
Más allá de lo mencionado, nada le causa mayor disgusto al escritor que la presencia del “viejo petimetre” (37) que lo acompaña en el barco junto a un grupo de muchachos: “En cuanto Aschenbach lo había observado con más detenimiento, se percató, no sin terror, de que se trataba de un falso joven. Era un hombre viejo, no cabía la menor duda. Hondas arrugas le cercaban ojos y boca. El opaco carmín de sus mejillas era maquillaje; el cabello castaño que asomaba por debajo del panamá con cinta de colores era una peluca; la piel del cuello le colgaba fláccida y tendinosa; el bigotito retorcido y la perilla se los había teñido” (36).
Además, el escritor se percata de que el ‘falso joven’ lleva una dentadura postiza “amarillenta y completa, que enseñaba al reírse” (36), y se indigna con el “gesto odiosamente ambiguo” con el que “se relamía las comisuras de los labios con la punta de la lengua” (39). Con este personaje, el significado alegórico del viaje se potencia a partir de la presencia llamativa de los dientes, característica recurrente y asociada a la muerte que ya habíamos señalado en ocasión del extraño turista en el cementerio de Múnich, en el Capítulo 1.
Ahora bien, la presencia del ‘falso joven’ vuelve a presentarnos una ironía en la novela: a pesar del desagrado que le genera este anciano, Aschenbach atravesará cambios parecidos en su aspecto tan solo unas semanas después, con la esperanza de atraer de ese modo la atención de Tadzio.
El motivo recurrente de “Los personajes extraños” se presenta nuevamente en el siniestro gondolero que conduce a nuestro protagonista por los canales de Venecia, rumbo a su hotel en el Lido. Este personaje es sorprendentemente similar al extraño del cementerio:
Era un hombre de fisonomía desagradable, casi brutal; llevaba (...) ladeado sobre su cabeza, un deforme sombrero de paja cuyo tejido empezaba a deshacerse. Su corte de cara y el bigote rubio y retorcido que asomaba bajo la nariz respingona parecían indicar que, a todas luces, no era de origen italiano. (...) El esfuerzo le hizo contraer los labios un par de veces, dejando al descubierto sus blancos dientes. Con las rojizas cejas fruncidas y la mirada perdida por encima del pasajero, replicó en tono resuelto (42).
Según el crítico y filólogo Carlos Alberto Ronchi, estos extraños personajes son en realidad manifestaciones del dios griego Hermes quien, en la Antigua Grecia, era una figura venerada en el culto a los muertos y cumplía adicionalmente la función del psicagogo: aquel que guía las almas de los difuntos. En este sentido, debemos vincular la aparición de estos personajes a lo largo de los viajes que realiza Aschenbach como una progresiva aproximación de la muerte, que termina por consumarse fatalmente en el final del Capítulo 5. Además, Aschenbach asocia rápidamente al gondolero con la figura Caronte, el barquero del inframundo de la mitología griega: “«Es verdad que conduces bien. Aunque hayas puesto los ojos en el dinero que llevo y me envíes a la mansión de Hades con un buen golpe de remo por detrás, me habrás conducido bien»” (44).
Más aún, el escritor reflexiona del siguiente modo acerca de la embarcación: “Esa extraña embarcación (...) tan peculiarmente negra como sólo pueden serlo, entre todas las cosas, los ataúdes, evoca aventuras sigilosas y perversas entre el chapoteo del agua; evoca aún más la muerte misma, el féretro y la lobreguez del funeral, así como el silencioso viaje final” (41). La comparación, en este punto, nos permite anticipar la muerte del protagonista hacia el final de su viaje; un viaje/ una muerte, en cierto punto, deseados, puesto que involucrará la encantadora compañía de Tadzio: «La travesía será corta» pensó. «¡Ojalá fuera eterna!»” (41).
Por último, cabe mencionar la aparición del segundo personaje más importante de La muerte en Venecia: Tadzio. Desde el momento en que lo conoce, Aschenbach cae rendido ante la belleza del joven y recurre a imágenes y referencias de la cultura griega para describir su hermosura. La visión de Tadzio provoca “en el observador evocaciones míticas” (57), le hace “pensar en la estatuaria griega de la época más noble (...), de esa purísima perfección en sus formas” (47). Incluso lo compara con las deidades griegas más hermosas: “Pero sobre este cuello (...) reposaba la incomparable flor de su cabeza encantadora: la cabeza de Eros, recubierta por el esmalte amarillento del mármol de Paros” (52).
Estas imágenes y analogías le permiten al escritor, por un lado, exaltar la hermosura de Tadzio al presentarlo como un ejemplar de la belleza clásica. Por el otro, sin embargo, al constituirse como un tipo de belleza ideal -es decir, apolínea- intenta reprimir la lujuria de su deseo -lo dionisíaco-, para expresarlo como una contemplación espiritual y elevada.
Cabe mencionar que, pese a su belleza, Aschenbach se percata de “que los dientes de Tadzio no eran del todo impecables: un tanto irregulares y pálidos, sin el esmalte que les confiere la salud”, y termina concluyendo: “«Es probable que no llegue a viejo.»” (59). Nuevamente, el motivo de los dientes y su asociación con la muerte se manifiesta, esta vez, en la figura del muchacho.