“Y vio, vio un paisaje, una marisma tropical bajo un cielo cargado de vapores, un paisaje húmedo, exuberante y monstruoso, una especie de caos primigenio poblado de islas, pantanos y cenagosos brazos de río (...); entre las nudosas cañas de un bosque de bambúes vio brillar las pupilas de un tigre acechante… y sintió su corazón latir de miedo y de enigmáticos deseos”.
Este fragmento se nos ofrece en el primer capítulo de novela, momento en que un encuentro fortuito con un extranjero en el cementerio de Múnich arrastra la psiquis de Aschenbach a una serie de ensoñaciones de las que despierta con un “Afán impetuoso de huida” (20). La cita pone de relieve el tema del viaje y la búsqueda de internarse en lo exótico para escapar de la laboriosidad excesiva que lo caracteriza en el comienzo de la novela. En este punto, este pasaje anticipa -tal como desarrollamos en el tema “La polaridad nietzscheana”- el abandono de las tendencias apolíneas de nuestro protagonista, su racionalidad y búsqueda de la perfección artística, para entregarse a sus impulsos dionisíacos, el desenfreno y la sensualidad, encarnados en la figura de Tadzio. Por último, la presencia simbólica del tigre al acecho -quien, al igual que Tadzio, hace a su corazón "latir de miedo y de enigmáticos deseos"- da cuenta del peligro fatal que espera al escritor al final de su viaje, peligro que vincula este pasaje con el tema de “La muerte”.
“Pero mientras la nación la honraba, él mismo estaba descontento de ella y tenía la impresión de que su obra no ofrecía muestras de ese humor lúdico y fogoso que, fruto de la alegría, sustentaba, más que cualquier contenido intrínseco o mérito importante, el deleite del público lector”.
Von Aschenbach analiza la posibilidad de viajar mientras reflexiona acerca de la falta de motivación que siente en relación a su producción literaria. El escritor admite que, a pesar de la fama que ha ganado con su obra, no se encuentra satisfecho con ella y siente que carece de la frescura de quien se dedica a vivir la vida en lugar de recluirse para cultivar la maestría. Este pasaje pone en relieve dos temas distintos, aunque vinculados: por un lado, el tema de la alienación del artista y su aislamiento respecto a la sociedad: la imagen del genio encerrado en su ‘torre de marfil’, tal como fue desarrollada en “La tensión entre el arte y la vida”. Por el otro, nos muestra los efectos nocivos de una existencia enteramente dedicada al cultivo de lo apolíneo. Tal como analizamos en “La polaridad nietzscheana”, a lo largo del Capítulo 1 Aschenbach se caracteriza por su laboriosidad y el esfuerzo en pos de alcanzar la perfección artística. Sin embargo, este esfuerzo desmesurado termina por colapsarlo, al punto de querer huir y de confesar su inconformidad respecto a su propia obra.
“Gustav Aschenbach era el poeta de todos los que trabajan al borde de la extenuación, curvados por una excesiva carga, exhaustos, pero aún erguidos: de todos esos moralistas del esfuerzo que, endebles de constitución y escasos de medios, logran, al menos por un tiempo, producir cierta impresión de grandeza a fuerza de administrarse sabiamente y someter su voluntad”.
A lo largo del Capítulo 2, se nos ofrece, bajo la forma de una biografía, toda la vida de Aschenbach previa a los acontecimientos narrados en el resto de la novela. En gran medida, la función de este capítulo es la de plasmar la personalidad característicamente apolínea del escritor con el objeto de producir un contraste con la degeneración moral que comienza a delinearlo durante los capítulos subsiguientes. En este pasaje se nos muestra un Aschenbach que se dedica excesivamente a su obra, llegando incluso a la extenuación, y recibe, por ello, la admiración y el reconocimiento de la sociedad: “Todos se reconocían en su obra, se encontraban reafirmados y enaltecidos en ella; y se lo agradecían pregonando su nombre” (28). Sin embargo, a partir de su viaje, el escritor irá perdiendo la capacidad de someter sus impulsos, aunque haga el esfuerzo por mantenerlos en secreto para salvaguardar su prestigio e imagen social.
“Pues también desde una perspectiva personal, el arte es vida potenciada. Procura un goce más intenso, pero consume más deprisa”.
Este pasaje aparece en el último párrafo del Capítulo 2 y presenta una entre tantas instancias en las cuales se tematizan las tensiones entre arte y vida en la novela. El fragmento aparece luego de una descripción del aspecto avejentado de Aschenbach, en el que “había sido el arte el forjador de la fisionomía, obra, normalmente, de una vida difícil y agitada” (31). Tal como mencionamos en la sección Temas, el pensador Georg Lukács señala que “Las relaciones recíprocas entre el arte y la vida forman el tema central de las novelas cortas más importantes de Thomas Mann” (1957: 1). Este tema refleja el aislamiento de los artistas respecto al resto de la sociedad durante la modernidad. En esta novela en particular, la soledad asociada al arte se presenta como un sustituto de la vida en sociedad y deja, tal como expresa esta cita, huellas profundas en el aspecto del artista.
“Esa extraña embarcación, que desde épocas baladescas nos ha llegado inalterada y tan peculiarmente negra como sólo pueden serlo, entre todas las cosas, los ataúdes, evoca aventuras sigilosas y perversas entre el chapoteo del agua; evoca aún más la muerte misma, el féretro y la lobreguez del funeral, así como el silencioso viaje final. ¿Y se ha notado que el asiento de estas barcas; ese sillón barnizado de un negro fúnebre y tapizado de un negro mate, es el asiento más blando, voluptuoso y relajante del mundo? (...). «La travesía será corta» pensó. «¡Ojalá fuera eterna!»”.
Aschenbach reflexiona en este pasaje acerca del color de las góndolas, las tradicionales barcas venecianas, que se asemeja al de los ataúdes. Nuevamente, el motivo del viaje opera en este pasaje como una alegoría de la muerte. En este caso, se trata de una muerte/ un viaje que Aschenbach disfruta y desea que fuese eterna/o. Esta cita nos permite anticipar la muerte del escritor hacia el final de novela, muerte que contiene un elemento placentero puesto que se asocia a la presencia del hermoso Tadzio. El pasaje permite un comentario, además, en torno al tema de “La cultura clásica”: el ‘silencioso viaje final’ al que alude el narrador se vincula con la travesía hacia el inframundo presente en múltiples historias de la mitología griega. De hecho, la perturbadora presencia del barquero de la góndola le recuerda a Aschenbach a Caronte, el barquero del inframundo: “Es verdad que conduces bien. Aunque hayas puesto los ojos en el dinero que llevo y me envíes a la mansión de Hades con un buen golpe de remo por detrás, me habrás conducido bien” (44).
“Amaba el mar por razones profundas: por la apetencia de reposo propia del artista sometido a un arduo trabajo, que ante la exigente pluralidad del mundo fenoménico anhela cobijarse en el seno de lo simple e inmenso, y también por una propensión ilícita —diametralmente opuesta a su tarea y, por eso mismo, seductora— hacia lo inarticulado, inconmensurable y eterno: hacia la nada. Reposar en la perfección es el anhelo de todo el que se esfuerza por alcanzar lo sublime; y ¿no es acaso la nada una forma de perfección? (...). [R]escatando su mirada del infinito en que se había perdido, vio al bello adolescente surgir por el lado izquierdo”.
El amor por el mar que se describe en este fragmento debe vincularse análogamente con la tendencia a la degeneración y los impulsos autodestructivos de Aschenbach. En un principio, el mar se presenta como un escape a la exigencia que le supone al escritor su labor literaria. Sin embargo, un análisis más profundo nos permite vislumbrar que esta "propensión ilícita hacia la nada" caracteriza, en forma simultánea, su amor hacia el mar y su atracción por Tadzio. Bajo esta segunda perspectiva, lo ilícito remite tanto al carácter pederasta como homoerótico de su afición por el muchacho. Cabe recordar, en relación a este último aspecto, que la homosexualidad era condenada por inmoral en la época en los tiempos de Thomas Mann, y lo sigue siendo aún hoy en muchas partes del mundo. En síntesis, esta "propensión ilícita hacia la nada", que es tanto hacia el mar como hacia Tadzio, remite también a la muerte que espera al escritor como consecuencia de su deseo. No por nada -tal como lo ilustra esta cita- es en la playa donde tiene lugar la mayoría de los encuentros entre Aschenbach y Tadzio. También allí, finalmente, el escritor encontrará su muerte.
“Un viejo y un joven, uno feo y el otro bello, el sabio junto al digno de ser amado. Y alternando cumplidos con toda una suerte de bromas e ingeniosos galanteos, Sócrates instruía a Fedro sobre el deseo y la virtud. Le habla de los temores que padece el hombre sensible cuando sus ojos contemplan un símbolo de la Belleza eterna; (...) del terror sagrado que invade al hombre de sentimientos nobles cuando se le presenta un rostro semejante al de los dioses, un cuerpo perfecto, de cómo un temblor lo recorre y, fuera de sí, apenas se atreve a mirarlo, y venera al que posee la Belleza (...). Porque la Belleza, Fedro mío, y sólo ella es a la vez visible y digna de ser amada: es, tenlo muy presente, la única forma de lo espiritual que podemos aprehender y tolerar con los sentidos”.
Este pasaje revela la centralidad del tema de “La cultura griega” subyacente en La muerte en Venecia. Von Aschenbach reproduce mentalmente esta escena inspirada en un tratado filosófico de Platón, en la que imagina al joven Tadzio como Fedro y a sí mismo como uno de los grandes filósofos griegos, Sócrates. El texto específico al que se refiere von Aschenbach es un diálogo platónico titulado Fedro, en el que Platón presenta el encuentro entre Sócrates y un hermoso niño, quienes, sentados bajo un árbol, discuten cuál acerca de la forma ideal del amor. Luego de conversar, acuerdan que el amor sexual puede existir como precursor de un amor espiritual superior y desexualizado: el amor platónico. A su vez, el tratado concluye que una de las formas más puras de amor es la que existe entre el hombre maduro y virtuoso, y el joven poco experimentado que recién está comenzando a vivir.
Ahora bien, cabe mencionar que la apelación al ideal platónico del amor opera en Aschenbach como una tapadera de su verdadero comportamiento en relación a Tadzio. El escritor, en este punto, no llega a consumar una conversación con el niño, requisito necesario para el intercambio intelectual que se pregona en Fedro. Más aún, los sueños dionisíacos que tiene días antes de su muerte, revelan las pulsiones sexuales que Aschenbach intenta contener desde el momento en que conoció al muchacho. Para más información sobre las pulsiones dionisíacas de Aschenbach, ver el tema “La polaridad nietzscheana: lo apolíneo y lo dionisíaco”.
“Así como normalmente solía agotar en una obra, sin dilación, toda la energía que le hubiesen procurado el sueño, la alimentación o la naturaleza, ahora consentía que toda su fuerza acumulada en su persona por la acción diaria del sol, el ocio, y el aire de mar, se diluyera, con magnánima prodigalidad, en la embriaguez de los sentidos”.
En el tema “La polaridad nietzscheana: lo apolíneo y lo dionisíaco”, desarrollamos la importancia del pensamiento nietzscheano en la producción literaria de Thomas Mann, sobre todo a partir de las figuras mitológicas de lo apolíneo y lo dionisíaco. Analizamos el modo en que el personaje de Aschenbach sufre una transformación a lo largo de la novela, comenzando como un personaje fundamentalmente apolíneo -es decir, racional y abocado a la búsqueda de la perfección literaria-, para doblegarse, a partir de su encuentro con Tadzio, a las fuerzas dionisíacas -o sea, a la afición por lo terrenal, lo sensual y los placeres-. Este pasaje resume en forma contundente la transformación interior de nuestro protagonista, quien, a pesar de haber dedicado toda su vida a la excelencia de su obra, ahora ni se inmuta en dedicarla al placer, el ocio y ‘la embriaguez de los sentidos’. Cabe destacar, sobre la relación entre ambas pulsiones, que Nietzsche plantea su coexistencia en la cultura y la naturaleza; coexistencia que debe ser balanceada pues, como comprobamos en Aschenbach, el exceso de alguna de ellas termina resultando nocivo.
“Aschenbach sentía, pues, un oscuro regocijo por lo que bajo el manto paliatorio de las autoridades estaba sucediendo en las callejas de Venecia, por ese perverso secreto de la ciudad que se fundía con el suyo propio, el más íntimo, y que también a él le interesaba tanto guardar”.
Si bien las alusiones a lo oculto y los secretos constituyen una constante a lo largo de toda la novela, pocos pasajes ilustran como este el modo en que la tendencia al secretismo de las autoridades venecianas se refleja y potencia con la de nuestro protagonista. Este fragmento se produce mientras Aschenbach recorre las calles de Venecia en busca de alguien que le confiese la realidad de lo que acontece en la ciudad. Pese a la obviedad de que algo malo está sucediendo, parece que tanto los medios como las personas están confabuladas para que no se descubra la peste del cólera. Esto se debe a que, de revelarse el secreto, las consecuencias serían nefastas para el turismo. Sin embargo, las sospechas del escritor no alcanzan a enfurecerlo ni asustarlo. Por el contrario, se siente perversamente identificado con esa necesidad de esconder sus oscuros secretos con el objeto de evitar, así, las consecuencias que tendría para su prestigio si su amor por Tadzio llegara a hacerse público.
“El pueblo lo sabía; y la corrupción de la cúspide, unida a la inseguridad imperante y al estado de excepción en que la ronda de la muerte iba sumiendo a la ciudad, produjo cierto rebajamiento moral entre las clases bajas, una reactivación de instintos oscuros y antisociales que se tradujeron en intemperancia, deshonestidad y un aumento de la delincuencia”.
Luego de recorrer las calles de Venecia en busca de alguien que le confiese los secretos guardados por las autoridades, Aschenbach consigue que un agente de viajes británico le diga la verdad respecto a la peste del cólera. Sin embargo, lo que relata el hombre va más allá de las sospechas del escritor: la peste y su ocultamiento por parte de las autoridades han sumido a toda la ciudad en la más profunda decadencia. En el tema “La decadencia y la degeneración”, analizamos el modo en que las bajezas de la ciudad se retroalimentan con las del propio Aschenbach. Este pasaje no representa una excepción, ya que, una vez en poder de la verdad, el escritor delibera entre confesarla a la familia de Tadzio o callarse para evitar, de ese modo, que su amado se vaya de la ciudad. Luego de pensarlo, se decide: “¡Hay que callar!”. De este modo, Aschenbach se vuelve cómplice de la degeneración en la que ha caído Venecia.