Resumen
Gustav Aschenbach, un célebre escritor conocido desde su quincuagésimo cumpleaños como von Aschenbach, emprende un paseo solitario desde su apartamento en Múnich mientras reflexiona acerca de su trabajo matutino. La extrema dedicación que le demanda su nueva obra literaria, a lo cual se le suman sus dificultades para conciliar el sueño, llevan al escritor a sentirse cansado.
Luego de caminar sin rumbo por la ciudad, Aschenbach se dirige a la estación de tranvía en el Cementerio Norte para emprender el regreso a su casa. Mientras aguarda el transporte, centra su atención en el pórtico bizantino del cementerio. Entretanto, deja que “las miradas de su espíritu se perdiesen en las transparencias” de la arquitectura y la decoración del lugar, hasta que advierte “entre las dos bestias apocalípticas que vigilaban la escalera, a un hombre cuyo inusitado aspecto” marca “un rumbo totalmente distinto a sus pensamientos” (16). Von Aschenbach deduce por la vestimenta del hombre que se trata de un turista, y su aspecto le llama poderosamente la atención, sobre todo el hecho de que sus labios, excesivamente cortos, “se habían replegado por completo detrás de los dientes que, blancos y largos, sobresalían en el centro, descubiertos hasta las encías” (17). Eventualmente, el turista se percata de la atención de von Aschenbach y le devuelve una mirada agresiva, que lleva al escritor a avergonzarse y mirar hacia otro lado.
El encuentro con este particular sujeto despierta en la mente de von Aschenbach un repentino y potente deseo: “Eran ganas de viajar, nada más; pero sentidas con una vehemencia que las potenciaba hasta el ámbito de lo pasional y alucinatorio” (18). Sumergido en sus pensamientos, comienza a imaginar paisajes tropicales, rodeados de animales y exuberante vegetación, hasta que advierte entre ellos “las pupilas de un tigre acechante” que lo dejan con el corazón palpitando “de miedo y de enigmáticos deseos” (19).
Desde hace tiempo, von Aschenbach considera el turismo una mera dispersión ocasional y necesaria para la salud. “Excesivamente ocupado con las tareas que le imponían su Yo y el alma europea” (19), siempre prefirió dedicarse por entero a su obra, sin sentir la menor tentación por salir de su país. Más aún, ahora que se siente envejecido y teme no llegar a culminar su mayor obra, la idea de unas vacaciones le resultan opuestas a sus propios objetivos. Se confiesa a sí mismo, sin embargo, que el deseo de viajar se debe en realidad a un “Un afán impetuoso de huida” (20), de desligarse aunque sea temporalmente de sus obligaciones como escritor. Aunque su obra es celebrada por el público, von Aschenbach considera que carece del jovial “humor lúdico y fogoso” de quien disfruta la vida, y que provoca el “deleite del público lector” (21). Finalmente, mientras oye el sonido del tranvía que se acerca, el reconocido escritor termina abrazando la idea de tomarse unas vacaciones.
Análisis
El tono general de la novela se nos ofrece a los lectores a partir de su comienzo: La muerte en Venecia presenta una historia enfocada menos en la trama y la sucesión de acontecimientos que en los efectos psicológicos que estos desencadenan en su protagonista, von Aschenbach. Para ello, Thomas Mann construye un narrador omnisciente subjetivo; es decir, un narrador que hace foco en el personaje de Aschenbach al introducirse en sus pensamientos mediante el procedimiento narrativo del estilo indirecto libre, también llamado monólogo indirecto. Este recurso permite la descripción en tercera persona de los acontecimientos, introduciendo en la voz narrativa enunciados y pensamientos propios del protagonista.
De este modo, aunque el narrador escribe sobre von Aschenbach en tercera persona, los lectores estamos constantemente al tanto -y con una frecuencia mayor a medida en que avanzamos con la novela- de lo que sucede en la psiquis del protagonista. Este recurso nos permite tener una doble perspectiva, interior y exterior, de los acontecimientos narrados en la historia. Gracias a ello, a su vez, podemos empatizar con las reflexiones del personaje, sus contradicciones y anhelos, sin perder la distancia necesaria para advertir cuando el curso de los acontecimientos comienzan a írsele de las manos.
Ahora bien, el Capítulo 1 nos presenta a von Aschenbach siendo un personaje relevante en la sociedad como consecuencia del alcance de su obra literaria. De hecho, el prefijo ‘von’, que antecede a su apellido, era utilizado en Alemania como una marca de nobleza. Sin embargo, el prestigio y la fama de su nombre no son sino la contracara de una vida dedicada exclusivamente a su obra, signada por la soledad y la extenuación del trabajo.
En “La tensión entre arte y vida”, en la sección "Temas", analizamos el modo en que la caracterización de Aschenbach como un personaje aislado del mundo en su ‘torre de marfil’ se corresponde con una forma de comprender la labor artística a lo largo de la modernidad: el artista, como Aschenbach, debía, para el imaginario moderno, pagar la excelencia a partir de una vida de privaciones y soledad. En la novela, esto se verifica desde las primeras páginas: “Excesivamente ocupado con las tareas que le imponían su Yo y el alma europea, gravado en exceso por el imperativo de producir, y demasiado reacio a la distracción para enamorarse del abigarramiento del mundo exterior, se había contentado con la idea de que cada cual puede hacerse de la superficie de la Tierra sin alejarse demasiado de su propio círculo, y nunca había sentido la menor tentación de abandonar Europa” (19).
Aschenbach es un hombre que vive únicamente a través de su arte, no habla con nadie a lo largo de todo el primer capítulo y transita las calles de Múnich ensimismado, como un contemplador pasivo de los acontecimientos.
Además, la excesiva aplicación de Aschenbach para con su obra coincide -tal como desarrollamos en el tema “La polaridad nietzscheana”- con una inclinación de su personalidad hacia lo apolíneo: el control de sus impulsos, el predominio de la razón sobre la pasión y la búsqueda de la perfección artística. De hecho, su mayor preocupación es que “la arena del reloj pueda escurrirse antes de que hayan culminado su tarea y logrado su plena realización” (19). En otras palabras: Aschenbach teme morir sin llegar a completar su obra maestra, principal objetivo de su vida.
Pese a su éxito, este exceso de lo apolíneo se revela nocivo para el escritor, tal como él mismo confiesa: “Pero mientras la nación la honraba, él mismo estaba descontento de ella y tenía la impresión de que su obra no ofrecía muestras de ese humor lúdico y fogoso que, fruto de la alegría, sustentaba (...) el deleite del público lector” (21). Aschenbach es consciente de que su obra carece de frescura y vitalidad, y el tedio que comienza a invadirlo encuentra una vía de escape cuando se percata de la presencia del extraño forastero del cementerio en el paseo que realiza por las calles de Múnich.
En “Los personajes extraños”, en la sección "Símbolos, alegoría y motivos", caracterizamos a este perturbador sujeto como el primero de una serie de personajes recurrentes que se presentarán con características similares a lo largo de toda la novela. En este caso, es un hombre flaco y pelirrojo; de capa, sombrero de fieltro y bastón; cuyos “labios excesivamente cortos se habían replegado por completo detrás de los dientes que, blancos y largos, sobresalían en el centro, descubiertos hasta las encías” (17). Para el crítico y filólogo Rochi, este personaje encarna la figura del dios Hermes, divinidad griega descrita en ocasiones de un modo similar, y que, entre otras funciones, cumplía en la mitología griega el rol del psicagogo, es decir, el guía de las almas de los muertos.
Bajo este punto de vista debemos analizar el hecho de que su presencia haya despertado en nuestro protagonista una serie de ensoñaciones en las que visualiza paisajes tropicales de la India, donde “entre las nudosas cañas de un bosque de bambúes vio brillar las pupilas de un tigre acechante… y sintió su corazón latir de miedo y de enigmáticos deseos” (18). De estas visiones, Aschenbach despierta con “ganas de viajar (...) sentidas con una vehemencia que las potenciaba hasta el ámbito de lo pasional y lo alucinatorio” (18). Sus ganas de viajar -tal como analizamos en la alegoría “El viaje”- representan en forma alegórica el camino hacia la fatalidad: la muerte simbolizada en el tigre que acecha en su imaginación. Más aún, esta alegoría se potencia si consideramos que la peste del cólera que termina acabando con la vida de Aschenbach tiene su origen en las exóticas selvas de la India.