Resumen
Capítulo 33
Natalia cuenta que se siente triste y angustiada, pero que debe ser fuerte para seguir adelante. Se pone de luto por Quimet. La visita Griselda, muy bien vestida y arreglada. Le da el pésame y le cuenta que Mateu está bien, que tienen una buena relación por respeto a su hija.
Pasa el tiempo de la colonia y Julieta trae de regreso a Antoni, muy cambiado y con mal aspecto. Rita le cuenta que su padre murió en la guerra. Julieta se va, con la promesa de intentar traerles provisiones.
Natalia y sus hijos comen poco y duermen juntos, escuchando sirenas, sin hablar.
Natalia cuenta que el último invierno de la guerra fue el peor. Se llevan detenidos a adolescentes, la gente se marcha, hace mucho frío. Ella tiene que vender sus pertenencias.
Un día, la señora Enriqueta le cuenta que fusilaron a Mateu en una plaza; dice que es lo que hacen con todos. Natalia se apena mucho. Termina de vender todo lo que había en su casa y decide ir a lo de sus antiguos patrones.
Capítulo 34
Natalia se muestra aturdida y confundida en su llegada a la casa de sus ex patrones. La recibe la señora; el niño no la reconoce. Ella pide trabajo, pero el señor de guardapolvo se lo niega; dice que han perdido mucho con la revolución y que no quieren “pobretería” en su casa. Además, la acusa de “roja” -comunista- y dice que los comprometería.
Angustiada, Natalia se va y se queda un tiempo frente a la tienda de los hules, donde están las muñecas, con la mirada y la mente perdidas. Esta vez, observa un oso de peluche. Cuando va a cruzar la calle, se cae al suelo. Luego, al llegar a su casa, no recuerda lo sucedido.
La señora Enriqueta le consigue un trabajo de limpieza los sábados. Además, va dos veces por semana a limpiar una sala donde hacen películas.
Una noche, tras dos días sin comer y con sus hijos uno a cada lado, Natalia piensa en matarlos y suicidarse. Tiene un sueño al respecto. Busca el embudo que había comprado Quimet. Piensa en conseguir aguafuerte, dárselo a los niños con el embudo y luego consumirlo ella misma, para morir todos juntos.
Capítulo 35
Natalia no tiene dinero ni siquiera para comprar el aguafuerte. Sale a la calle sin rumbo. Describe un panorama bastante desolador. Empieza a seguir a una señora para sentirse acompañada. Primero está soleado, pero el cielo se va nublando y comienza a llover. A Natalia le habla un muchacho al que le falta una pierna; luego se da cuenta de que es el aprendiz de Quimet.
La señora entra en una iglesia y Natalia hace lo propio. La iglesia está llena de gente, todos arrodillados, en medio de una plegaria liderada por un cura. Natalia describe la ornamentación del lugar, los colores generados por los cristales y las cosas que ella ve y escucha. En un momento, cruza miradas con la señora que había seguido y sale de la iglesia asustada. No se entiende si se trata de un sueño, un estado alucinatorio a causa del hambre o ambos. Confundida, Natalia piensa y ve muerte por todas partes. Vuelve a su casa, con una angustia que no la deja respirar.
Capítulo 36
Natalia sale de su casa decidida a buscar el aguafuerte, con el portamonedas vacío en la mano y un cesto con la botella. Pero se detiene, se sienta en la escalera y reflexiona. Luego termina de bajar, ve a un hombre hurgar en la basura y recuerda que el día anterior analizó la posibilidad de pedir limosna. Sigue camino a la tienda, piensa en cosas para distraerse. Llega, espera su turno. Pide aguafuerte, hace de cuenta que se olvidó el dinero y el tendero le dice que no importa, que lo puede pagar en otro momento. Le pregunta por sus ex patrones. Ella responde que ya no trabaja para ellos; le da la botella de aguafuerte.
Natalia emprende el regreso, pero el tendero la llama y le pide que vuelva a la tienda con él. Le ofrece trabajar en su casa. Ella no reacciona, hasta que acepta, asintiendo con la cabeza. El tendero coloca algunas provisiones más en la bolsa y le pide que comience al otro día a las 9 de la mañana. Natalia deja la botella de aguafuerte sobre el mostrador y se va sin decir nada. Cuando llega a su casa, se echa a llorar.
Capítulo 37
Natalia describe con detalle la casa del tendero, su nuevo lugar de trabajo. Habla de los distintos espacios, de las plantas y flores, de la decoración. También cuenta que el tendero se llama Antoni, como su hijo, y que le gusta charlar con ella. El tendero le advierte que no deje los balcones demasiado tiempo abiertos, porque pueden entrar ratas que se esconden y luego se comen los granos. Natalia también cuenta que en el primer piso come y duerme el dependiente.
Capítulo 38
Con el trabajo nuevo, Natalia mejora su situación económica y anímica. Cuenta que el tendero siempre le regala provisiones. Pasa tiempo con sus hijos, disfrutan de volver a tener víveres. Los niños nunca hablan de su padre. Ella se esfuerza por no recordarlo.
Casi un año y medio después, el tendero dice a Natalia que la primera vez que la vio se fijó en ella, que conocía a Quimet, y le pregunta si sus hijos van a la escuela. Ella responde que no. El tendero también le dice que el día que la persiguió para que regresara, sintió que algo muy malo le pasaba. Ella lo niega. Finalmente, el tendero le pide que vaya a verlo el domingo.
Capítulo 39
El domingo por la tarde, a pesar de sus dudas, Natalia va a visitar al tendero. Él la espera afeitado. Es cordial y servicial con ella, y se muestra nervioso. Le anticipa que quiere decirle algo importante, pero que le resulta muy difícil. Antoni dice que vive ocupado y que tiene una vida sencilla, pero aburrida; siempre encerrado, solo, pensando en el trabajo y en ahorrar para la vejez. Por fin, le propone casamiento. Alega que son dos personas libres, que necesitan compañía, que los niños requieren apoyo. Muy nervioso, le dice que su vida puede mejorar con ella y que no busca engañarla.
Capítulo 40
Impactada por la propuesta, Natalia va a ver a la señora Enriqueta, que le da a entender que es una buena idea. Luego de unos días pensándolo, Natalia acepta casarse. El tendero le agradece y se muestra feliz. Ella contempla la que será su nueva casa y piensa en que no le gusta nada la idea. Posteriormente, Natalia le cuenta a sus hijos que vivirán en una nueva casa; ellos no dicen nada.
Tres meses después, Natalia se casa con el tendero. Como se llama igual que el niño, a éste último empiezan a decirle Toni. Antes del casamiento, Antoni hace arreglar la casa y acepta las exigencias de Natalia sobre la renovación de todo.
Capítulo 41
Los niños empiezan a estudiar. Cada uno tiene su habitación. Antoni le dice a Natalia que no la quiere ver limpiando nunca más; que contrate una interina o una criada. Natalia dice que tienen “de todo”. La señora Enriqueta va a visitarla seguido, sobre todo cuando a la empleada, de nombre Rosa, le toca planchar la ropa. Enriqueta curiosea sobre Natalia y su nuevo marido. Le dice que con la tienda no puede alcanzarle para todo, que debe ser rico.
Natalia cuenta que, a pesar de su miedo, los niños quieren mucho a Antoni, sobre todo el varón.
Análisis
A partir de la muerte de Quimet, Natalia queda despojada de todo sostén y sumida en la miseria y la desesperanza. En estos capítulos abunda el lenguaje simbólico, que compensa la imposibilidad de la protagonista para poner directamente en palabras la angustia o, incluso, pedir ayuda. Así, afirma: “me hice de corcho y el corazón de nieve” (p. 33), o “Así estaba yo por dentro: con los armarios en el recibidor y las sillas patas arriba” (p. 33). Su mundo interior, desbordado, no puede ser exteriorizado. En el exterior, Natalia se impermeabiliza, lucha por sobrevivir. Mientras recurre a esas imágenes para referirse indirectamente a lo que le pasa, en el plano de la acción, se enfoca en seguir adelante. Inconcientemente, como instinto básico de autopreservación, Natalia sabe que si exterioriza lo que le pasa puede llegar a quebrarse, y necesita endurecerse para subsistir y proteger a sus hijos. Esta insensibilización necesaria, de vida o muerte, se hace patente cuando abandona al pequeño Antoni en una colonia, sin mirar atrás.
En el capítulo 33 se da un nuevo encuentro significativo con otra mujer “diferente”, que hasta el momento, en la novela, solo se había nombrado: Griselda. Desde el comienzo, es una figura que representa un modelo de mujer disruptivo, novedoso y desafiante (tiene una profesión, decide separarse, sigue sus deseos). La descripción de su ropa, su forma de hablar e incluso su relación con Mateu, tan distinta a la de Natalia con su difunto Quimet, parece enfatizar aún más, por el contraste, la desdicha de esta última.
Un tema central en los siguientes capítulos es el de la guerra y sus atroces consecuencias. Aparece incluso personificada, como un ente que “chupa” y mata a jóvenes y viejos. La noticia del fusilamiento de Mateu termina de obturar cualquier sentimiento de esperanza todavía vivo en Natalia. La venta de todas sus posesiones (hasta quedarse sin nada) representa también la desaparición definitiva de todo rastro de la vida previa a la guerra. Los objetos que enumera Natalia están ligados a momentos significativos narrados en los capítulos anteriores: la cama de soltera, las jícaras, el reloj de Quimet, etc.
El hambre y el agotamiento físico generan en Natalia un estado cercano al delirio, entre la vigilia y el sueño, donde lo real y lo imaginado se confunden, indistinguibles. Por eso, en esta parte de la novela, predomina todavía más el lenguaje onírico.
Las novelas psicológicas del siglo XX -corriente con la que esta novela tiene una vinculación estética- son herederas directas del gran impacto del psicoanálisis inaugurado por Sigmund Freud en las primeras décadas. Justamente es en 1900 que publica su famoso libro sobre la interpretación de los sueños, que modifica sustancialmente el entendimiento sobre los procesos psíquicos de la consciencia, pero también el imaginario colectivo de Occidente.
Las obras literarias de la segunda mitad del siglo experimentan especialmente con el ejercicio de varios de los principios freudianos: los personajes tienen una vida psíquica compleja, con sueños y ensoñaciones donde se manifiestan, simbólicamente, sus deseos reprimidos, emociones ocultas, sentimientos no expresados. Según el descubrimiento de Freud, la subjetividad de un individuo excede por mucho a lo que dice, hace e incluso piensa de manera conciente esa persona, porque la mente oculta lo que no quiere saber (ya sea porque es muy doloroso, muy vil, muy humillante, etc.). Así, si la nueva novela realista desea mostrar una subjetividad compleja desde la perspectiva del propio sujeto, debe construir, entonces, un narrador que no siempre es consciente de lo que le pasa ni es capaz de procesarlo, como es el caso de Natalia.
De este modo, en los capítulos que siguen, el momento más oscuro de la novela y el más traumático en la vida de su protagonista, la narradora recurre al lenguaje de los sueños para poder contar aquello que, por lo terrible, no puede decirse de una manera más transparente. La escena de la iglesia, por ejemplo, donde ella sigue a una misteriosa señora, mezcla el relato cotidiano (ella sale a buscar comida, baja las escaleras, vaga por las calles) con el onírico (las burbujas de sangre en la iglesia, la visión de Mateu, las personas muertas). Los lectores no tienen una señal clara de cuándo empieza uno u otro, qué parte fue sueño y cuál real. Pero acceden de esta manera al plano no consciente de Natalia: la presencia abrumadora de la muerte (están todos muertos en la iglesia), la miseria humana (el mendigo), la destrucción del futuro (el aprendiz sin pierna), el deseo de salvación (la aparición de Mateu ofreciendo su mano). En ese estado, Natalia se detiene, una vez más, frente a la tienda de los hules y pierde la noción del tiempo. Esa vitrina representa tanto la inocencia perdida como la ilusión de un mundo con encanto. Justamente, dice quedar “encantada” por los ojos del osito y pierde el conocimiento.
La terrible decisión de poner fin al sufrimiento matándose junto a sus hijos aparece también en sueños. Los niños se convierten en huevos y una mano los sacude para matarlos. El sentimiento de culpa se manifiesta en el sueño a través del remordimiento por haber destruido las crías, al fin y al cabo inocentes, de las palomas.
El hecho de que, de camino a lo del tendero a comprar el líquido letal, pase por la tienda de los hules y el osito ya no esté, marca (al igual que la muerte de la última paloma tras la desaparición de Quimet) un fin de ciclo. En este caso, el fin de la inocencia y el encanto. Recién cuando el tendero la salva, ella puede volver a su casa y llorar. Por primera vez, con comida y fuera de peligro, puede exteriorizar la angustia contenida. A partir de este momento, empezará la etapa de sanación y de reparación del trauma. Al aceptar la propuesta de casamiento de Antoni, Natalia todavía no ha terminado de procesar todo lo que le pasó, pero lentamente va tomando conciencia. Su pedido, al mudarse con los niños, de no llevar “ni una sola cosa de la casa vieja” (p. 211) y comprarse todo de nuevo tiene que ver precisamente con este proceso.