La plaza del Diamante

La plaza del Diamante Temas

La condición humana

Tal vez la complejidad sea el rasgo que mejor describe a la condición humana. Esto tiene que ver con que no parece posible establecer una definición concreta de qué es efectivamente tal cosa. En realidad, se trata de algo que, antes que definirse, puede apreciarse más y mejor en la experiencia. Así, la condición humana puede considerarse uno de los temas principales de La plaza del Diamante, en tanto la historia de vida que cuenta -la de Natalia- constituye un acercamiento privilegiado a semejante idea.

La vida de Natalia no se presenta como única o especial. Su personalidad y sus circunstancias no son extraordinarias. Las peripecias y sensaciones que afronta la protagonista (la felicidad, la amistad, el amor, la muerte, el hambre, etc.) no son ni más ni menos que las que podrían colocarse frente a cualquier otro ser humano. Lo que le sucede a Natalia, así como sus acciones y reacciones, es una muestra de la condición humana en muchas de sus formas, ya sea como reflexión sobre la propia existencia, debates morales internos, deseos reprimidos o impulsos.

El personaje de Natalia da muestras de la complejidad de ser humano: en su recorrido, lo azaroso (por ejemplo, su origen, su formación, su época) se mezcla con lo socialmente esperable (mandatos, prejuicios) y con su mundo interior (deseos, percepciones, emociones), y esto da como resultado una serie de efectos psíquicos (ilusión y resignación, alegría y tristeza, calma y desesperación, esperanza y desesperanza, etc.), que se narran desde el interior de su conciencia.

Natalia se pregunta muchas veces para qué está en el mundo y reflexiona -con los pocos recursos que tiene- sobre su propia existencia. Además, contempla el paso del tiempo y piensa sobre la juventud, la muerte, el pasado y el futuro.

La novela también se pregunta por la condición humana cuando esta es llevada a los límites de la deshumanización. En el momento en que Natalia decide matar a sus hijos y suicidarse, antes que morir de inanición, elige la forma más digna de preservar lo que resta de su humanidad.

En definitiva, si bien la novela propone varios temas -como la Guerra civil, la sociedad española de la época o el rol de la mujer, entre otros- pone el foco en la experiencia existencial de su protagonista en relación con esos tópicos que la atraviesan. Esa historia de vida, narrada desde la subjetividad del personaje, constituye, sobre todo, una reflexión literaria sobre las diversas formas en las que puede manifestarse la condición humana.

El autoconocimiento y la exploración de la conciencia

La experiencia existencial que propone La plaza del Diamante implica no solo la narración de los hechos y las circunstancias que hacen a la vida de Natalia, sino también -y aún más- el proceso de toma de conciencia y autoconocimiento que lleva adelante el personaje en ese recorrido.

Rodoreda elige una narradora protagonista que padece una clara incapacidad para decodificar y expresar gran parte de lo que vive y lo que siente. Eso la vuelve un personaje introspectivo, que va descubriendo el mundo que la rodea a medida que explora en su conciencia y se conoce a sí misma.

La verdadera y última prueba de superación de Natalia tiene que ver con la pérdida de su identidad bajo los mandatos sociales de la época y la tutela de un marido opresor, quien le impone incluso otro nombre. El proceso de maduración del personaje se da bajo la forma de un aprendizaje paulatino de sí mismo, cuyo punto cúlmine es la reconstrucción y recuperación de esa identidad.

Pese a su aparente simplicidad, su escasa formación y su inocencia, el personaje de Natalia se embarca en un viaje de exploración de su conciencia que la hace recorrer las diferentes etapas de su vida y que, sobre todo, le permite configurarse y transformarse como persona. Así, por ejemplo, reconoce el fin de su juventud, transita la maternidad, lucha ante la adversidad, asimila la muerte, defiende su dignidad, y aprende a valorar la ayuda de los demás y a sentir gratitud. Todo esto sucede en el marco de un proceso lento, caótico y confuso, pero que el personaje transita para obtener cierta reivindicación en el hecho de encontrar sentido en la existencia y desarrollar su propia personalidad.

El rol de la mujer

El rol de la mujer es otro de los temas principales de la novela de Rodoreda. El personaje de Natalia es representativo de la figura femenina en el marco de la sociedad española de la primera mitad del siglo XX.

Desde siempre, y doblemente perjudicada por su clase social, Natalia vive la enajenación y las exigencias sociales de ser una mujer: la cosificación, la escasa formación en temas de sexualidad, el trabajo doméstico, la dependencia de los hombres, la obligación del matrimonio y la procreación, los deberes de la maternidad, etc.

Las distintas formas del machismo de esos mandatos están representadas en las figuras masculinas que oprimen y ejercen violencia sobre el cuerpo y la mente de las mujeres, pero también en aquellas que escapan al modelo de masculinidad reinante y sufren por ello, como es el caso de Mateu.

Por otro lado, son pocas las figuras femeninas que se salen de los límites sociales establecidos: Julieta y Griselda. En consecuencia, son vilipendiadas: Julieta es calificada de "sinvergüenza" por la señora Enriqueta -otra mujer- por ser una de las "muchachas de la revolución"; mientras tanto, Griselda es despreciada por Quimet y Cintet -y genera desconcierto en la propia Natalia- porque se muestra más libre e independiente y termina separándose de Mateu.

La voz de la protagonista y la narración en primera persona configuran una subjetividad femenina cuya potencia radica en su caracter intimista y fragmentario. Esta decisión estilística produce, por sí misma, una crítica a la sociedad machista de la época que es inmanente al texto, sin necesidad de presentarse de manera explícita o en forma de denuncia.

La desigualdad y la lucha de clases

Otro de los grandes temas que propone La plaza del Diamante es la desigualdad, que se presenta en varios aspectos. Además de la cuestión de género, la disparidad es consecuencia de la situación social y la lucha de clases.

Son muchos los pasajes del libro que remiten a estas nociones. Para comenzar, Natalia se revela como alguien de origen humilde y escasa formación, con la necesidad de trabajar desde joven. Luego, se casa con Quimet, quien también contribuye con la representación de la clase trabajadora -es carpintero ebanista- y cuya posición de sostén familiar depende de las condiciones sociales y económicas que afectan a España en ese periodo histórico.

En tanto, la familia para la que trabaja Natalia -sus patrones- representan a la clase alta o la burguesía: son propietarios y tienen una mejor posición económica, además de manifestar explícitamente la ideología de su estrato social: "Desde el primer día les estoy diciendo que sin los ricos los pobres no pueden vivir y que todos esos automóviles con que se pasean los cerrajeros y los albañiles, los cocineros y los mozos de cuerda, los tendrán que devolver con mucha sangre" (p. 144).

Los miembros de esta familia se muestran fríos, calculadores, mezquinos y miserables, tanto en el plano de lo material, con la defensa de sus propiedades, su relación con el dinero y las exigencias para sus inquilinos, como en su ideología, a través de sus especulaciones, sus prejuicios y sus rencores.

Del otro lado, también aparecen voces en representación de las clases populares. Sucede con Quimet, cuando se queja de que los más ricos no quieren pagar lo que vale su trabajo; con un inquilino de los patrones de Natalia, que golpea al propietario cuando quiere aumentarle el alquiler; con Mateu, cuando le explica a Natalia que su participación en la guerra tiene que ver con una causa que "es cosa de todos" (p. 146); con Julieta, que agradece a la revolución por la oportunidad de vivir experiencias más felices.

La desigualdad social se intensifica en el momento previo a la revolución, cuando Quimet se queja de la falta de trabajo y Natalia debe tener uno propio, y luego vuelve a empeorar cerca de la caída de la Segunda República, cuando escasean los víveres y crece la desesperanza. De todos modos, el punto más álgido en el abordaje de este tema se asocia a la descripción del hambre que padecen Natalia y sus hijos tras la muerte de Quimet. Este momento, además, coincide con el fracaso revolucionario y un progresivo reacomodamiento de las posiciones sociales más tradicionales en la sociedad española.

En los distintos acontecimientos históricos que recorre la novela, se exhibe la puja entre las clases sociales, subrayando la reacción de aquellos que tienen naturalizados sus privilegios y temen perderlos, y la esperanza vislumbrada por los excluidos que sueñan con acceder a una vida mejor.

La historia española

La historia española es un tema importante en la novela porque toda su trama se ve condicionada por acontecimientos reales que ocurrieron en España, específicamente en la ciudad de Barcelona, a principios del siglo XX. Incluso, es posible ubicar su línea temporal desde 1930 hasta fines de los años 50.

El comienzo coincide con el periodo previo al fin de la monarquía de Alfonso XIII y la instauración de la Segunda República española. Se trata de un tiempo en el que la situación social y económica empeora, lo que se grafica en que Quimet tiene menos trabajo y Natalia se ve obligada a buscar empleo para poder sostener a la familia.

Sin embargo, con la revolución y la Segunda República, las clases populares reciben un impulso y se vive un clima esperanzador, algo que, por ejemplo, se traduce en el entusiasmo y la ilusión de varios de los personajes, en particular de Quimet y Cintet, que eligen sumarse a las milicias revolucionarias. Esto también se ve acentuado porque el espacio en el que transcurre la historia es la ciudad de Barcelona, uno de los bastiones del republicanismo.

Luego, la historia continúa en el periodo de la Guerra Civil española, un contexto que pasa de la esperanza a la desesperanza a medida que se hace patente la derrota del bando republicano y las condiciones sociales empeoran. Además, a través de ciertas situaciones y personajes, se observa cómo cala en la vida cotidiana la oposición entre un “nosotros” y un “ellos”, pobres y ricos, republicanos y nacionalistas. Sucede, por ejemplo, con los patrones de Natalia, quienes se autoperciben de una clase social acomodada y desprecian a otros -sus inquilinos y la propia Natalia- por pobres y comunistas, como si estos fueran atributos negativos y equivalentes entre sí.

Finalmente, la trama sigue la línea temporal de la historia española con la caída de la Segunda República, la posguerra y la dictadura de Franco. Esto últimos acontecimientos no están explicitados, pero pueden inferirse a través de la narración de la progresiva restauración del orden social previo a la revolución, no sin un consecuente deterioro de la situación de las clases sociales más desfavorecidas, algo que puede verse en el hambre y la desesperación que viven Natalia y su familia.

En los capítulos finales de la novela, por otra parte, se evidencia una activación económica y un crecimiento de los estratos medios. Esto se ve en la prosperidad de la tienda de Antoni, pero también en la ampliación del bar de Vicenç. Tal crecimiento en el plano económico coincide con lo que se conoce como la "etapa desarrollista" del segundo franquismo, momento que comienza a finales de los años 50 y principios de los 60, año que figura después del último capítulo.

El cambio de época

El marco temporal de la novela permite también indagar sobre otro tema que se encuentra muy presente: el cambio de siglo y el advenimiento de una época diferente, que va minando muchas de las costumbres y los mandatos sociales precedentes.

Si bien el inicio de la obra se establece alrededor de 1930, la transición del siglo XIX al XX implica un proceso paulatino que se extiende durante gran parte de las primeras décadas. Dicho proceso tiene un efecto en las subjetividades y las percepciones de las personas que lo viven. Es lo que sucede con la generación de Natalia, nacida a comienzos del siglo XX, pero hija de padres del siglo XIX.

En La plaza del Diamante, estas transformaciones pueden observarse, principalmente, a través del desarrollo de los personajes femeninos. Natalia tiene muy interiorizados mandatos como los del matrimonio y la maternidad, pero, al mismo tiempo, convive con formas de vida menos conservadoras. Por eso padece el cambio de paradigma. Es una joven inexperta, pero de seguro más independiente que otras muchachas de generaciones anteriores: tiene un trabajo propio, sale a divertirse y se permite coquetear en público. Sin embargo, todo eso le produce pudor. Esa lucha interna que padece entre su deseo de libertad y el cumplimiento de los mandatos sociales es la que termina definiendo a la protagonista durante toda la novela.

Su amiga Julieta, en cambio, es un ejemplo claro del cambio de época: es una mujer resuelta y extrovertida, arriesgada y con convicciones propias; rasgos todos que materializa participando activamente en la revolución. En el polo opuesto está Enriqueta, una señora mayor que desaprueba todas estas actitudes y que siempre aconseja a Natalia para encajar en el molde de mujer del siglo anterior.

Por su parte, Griselda representa radicalmente el cambio de paradigma: tiene aspiraciones diferentes a las de la mayoría de sus pares, elige dejar a Mateu por otro hombre y otro ambiente, y conserva una buena relación con su ex pareja para criar a su hija. Por todo esto, Griselda genera cierta antipatía en su grupo social de pertenencia: Quimet y Cintet hablan a sus espaldas y fingen cuando ella está presente, y Natalia no termina de entender ni aprobar sus decisiones.

Por último, para confirmar el cambio de época, aparece la figura de Rita, que representa a las nuevas generaciones. A diferencia de su madre, ella no sufre el cambio de época; aprovecha las oportunidades que le ofrece Antoni y elige estudiar. Se hace respetar por su pretendiente y establece sus propios términos, por ejemplo, cuando lo reprende por haber hablado con su familia antes que con ella. Es una mujer independiente y decidida, de carácter fuerte. Rita le confiesa a su madre que todo el tiempo estuvo enamorada de Vicenç, y en ese acto de complicidad también se percibe el cambio de paradigma.

La juventud

La juventud y, con ella, el paso del tiempo y la pérdida de la libertad y la inocencia, es otro de los temas destacados en La plaza del Diamante.

La juventud de Natalia dura poco: se casa muy joven y, con eso, cambia la tutela de su padre por la de su marido. Desde ese momento, siente que su juventud y parte de la inocencia y la libertad que debiera conllevar le han sido arrebatadas. En este sentido, puede comprenderse mejor el hecho de que se detenga en reiteradas ocasiones frente a la tienda de los hules, y su fijación con las muñecas (ver sección Símbolos, Alegorías y Motivos).

Natalia tiene recurrentes y nostálgicos recuerdos de su tiempo de juventud: “Y si iba más lejos pensaba en el tiempo en que vendía pasteles, en aquella tienda llena de cristales y de espejos, tan perfumada, y que tenía un vestido blanco para ponerme y que podía pasear por las calles…” (p. 147). Este sentimiento de angustia que manifiesta Natalia la acompaña durante gran parte de la historia. Incluso, la padece físicamente cuando se cae al suelo, cuando tiene la sensación de tener algo que la molesta en la boca del estómago o la garganta, o cuando pierde la noción de si está despierta o soñando.

Recién hacia el final de la novela, Natalia avanza hacia la superación de ese malestar. En un momento, se queda observando a su hija Rita, parada en el patio de su casa, y dice que siente el paso del tiempo en su propio cuerpo, tanto en su exterior como en su interior. De alguna manera, eso le permite dejar de lado aquellos traumas y aceptar su presente, es decir, madurar.

Tanto es así, que en el último capítulo Natalia relata un sueño en el que da un fuerte grito y escupe un escarabajo de saliva que tenía atragantado: “era mi juventud que se escapaba” (p. 250), afirma.

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