"La señora Dalloway dijo que ella misma se encargaría de comprar las flores. Sí, ya que Lucy tendría trabajo más que suficiente".
En la primera frase de la novela se introduce a Clarissa, la protagonista, a quien conocemos en una suerte de proclamación de independencia: ella buscará las flores por su cuenta, ya que Lucy, una de sus empleadas, tiene ya demasiadas tareas que resolver. De esta manera, la proclama está cargada de ironía, en tanto Clarissa decide hacer el trabajo por sí misma, pero el trabajo solo consiste en comprar flores. Esta es la primera de las varias ironías que componen el texto, en general tendientes a ilustrar la superficialidad de los miembros de cierto círculo social al cual la señora Dalloway pertenece.
"El aeroplano se alzó rectamente, dibujó un arco, aceleró, se hundió, se alzó e, hiciera lo que hiciera, fuera a donde fuera, detrás iba dejando una gruesa y alborotada línea de humo blanco, que se rizaba y retorcía en el cielo formando letras. Pero, ¿qué letras? ¿Era acaso una C? ¿Una E y después una L? Sólo un instante se quedaban las letras quietas; luego se movían y se mezclaban y se borraban del cielo, y el aeroplano veloz se alejaba todavía más, y de nuevo, en un nuevo espacio del cielo, comenzaba a escribir, una K y una E y una Y quizá.
-Blaxo- dijo la señora Coates, en voz tensa, maravillada, fija la vista en lo alto, con el niño rígido y blanco en sus brazos.
-Kreemo- murmuró como una sonámbula la señora Bletchley".
Los ciudadanos que pasean por Regen's Park son sorprendidos por el espectáculo de un avión que exhala letras de humo blanco. Todo el mundo mira e intenta formar las palabras, decodificar el mensaje, gritando lo que creen leer en el cielo. Pero en cierto modo las letras resultan incomprensibles y las lecturas de los diferentes personajes son todas distintas; no coinciden en cuál es el mensaje. La escena es interesante en tanto reproduce simbólicamente, por medio de esta imagen, la imposibilidad comunicativa, tema importante en la novela. En las escenas entre parejas, por ejemplo, esa imposibilidad aparece constantemente: Peter y Clarissa no pueden decirse lo que piensan, Richard no logra decirle a Clarissa que la ama, Septimus y Rezia no se comprenden al hablar.
En una novela donde la perspectiva individual y subjetiva tiene muchísima más presencia que la objetiva, las letras de humo exhaladas por el avión, formando palabras distintas para cada persona que las ve, funciona como símbolo de la incomunicación. A lo largo de toda la novela, el narrador focalizado demuestra cómo la interioridad de cada personaje es un mundo, pleno de interpretaciones que nada tienen que ver con las de quienes lo rodean. Muchas veces, sobre un mismo hecho se ofrecen distintas interpretaciones, según el personaje. Lo interesante de las letras exhaladas por el avión es que el narrador no presenta ninguna objetividad del hecho, sino que simplemente asistimos a la discordancia absoluta entre las interpretaciones: cada persona que mira las letras, lee para sí una palabra diferente.
“Sally se detuvo; cogió una flor; besó a Clarissa en los labios. ¡Fue como si el mundo entero se pusiera cabeza abajo! Los otros habían desaparecido; estaba a solas con Sally. Y tuvo la impresión de que le hubieran hecho un regalo, envuelto, y que le hubieran dicho que lo guardara sin mirarlo, un diamante, algo infinitamente precioso, envuelto, que mientras hablaban (arriba y abajo, arriba y abajo) desenvolvió, o cuyo envoltorio fue traspasado por el esplendor, la revelación, el sentimiento religioso, hasta que el viejo Joseph y Peter Walsh aparecieron frente a ellas”.
Clarissa recuerda la escena de Bourton en que su amiga Sally, aquella que le enseñó sobre la vida, el sexo, los hombres, la política y todo lo que permanecía oculto para Clarissa, la besó. Como se ve en el texto, en la imaginación de Clarissa Sally aparece no solo como quien representa el deseo sino también la libertad. A Sally no le interesan las ataduras sociales que configuran la vida de Clarissa. Y en este sentido es interesante cómo la sexualidad y lo social aparecen ligados en la mente de la protagonista: por quien Clarissa sintió más deseo en su vida fue Sally, pero esa plenitud se vive incuestionablemente como un "momento" (aunque el más feliz de su vida) previo a la intrusión masculina (literal, pues la escena se interrumpe por la llegada de los hombres, y simbólica, pues Clarissa debe enlazarse en casamiento a un varón).
Sally, por su parte, aparece en el recuerdo como el total reverso de la represión sexual y la sumisión al orden social. Y la relación con Sally es recordada como pura, íntegra, desinteresada, plena. El amor entre mujeres aparece como lo que, alrededor de 1920, es posible hasta que llega la aplacadora e impostergable presencia masculina (el matrimonio es en esa época, por supuesto, entre hombres y mujeres). La descripción del momento previo a la aparición de los hombres aparece plena de imágenes de una plenitud asociada a la intimidad: Clarissa era poseedora de algo precioso, maravilloso, revelador, hasta que la presencia masculina irrumpe con violencia, como si abriera una puerta secreta, desnudándolo todo, de una forma arrolladora.
"Llévame contigo, pensó Clarissa impulsiva, como si en aquel instante se dispusiera Peter a emprender un gran viaje; y entonces, en el instante siguiente, fue como si los cinco actos de una obra teatral muy excitante y conmovedora hubieran terminado, y Clarissa hubiera vivido toda una vida en su transcurso, y hubiera huido, y hubiera vivido con Peter, y ahora todo hubiera terminado".
En el presente de la novela, entre Clarissa y Peter tienen lugar olas de emociones, pensamientos, deseos intensos que sin embargo nunca se concretan en acción: simplemente el amor aparece reprimido, perturbando el presente y las decisiones de vida tomadas. En el momento citado, Clarissa siente pasión en presencia de Peter: en un instante de la conversación que ambos mantienen, solos, en la habitación de esta, la protagonista tiene un rapto de deseo en el que anhela que Peter la lleve consigo y cambie su vida. Peter es su amor de juventud y Clarissa piensa qué podría haber sucedido de haberse casado con él y qué sucedería si, ahora, decidieran huir juntos.
Sin embargo, el rapto pierde pronto la voluntad de concreción. El símil que equipara el anhelo de Clarissa con una obra teatral evidencia, por medio de una imagen, el modo en que la protagonista se encuentra atada a los regímenes sociales: irse con Peter, y por lo tanto abandonar su rol de madre y esposa configuran para ella una fantasía que no tiene más estatuto que una ficción, una obra que se ve con entusiasmo pero que se sabe que, una vez terminada, el espectador se levanta del teatro y vuelve a su casa, a su vida tal como la dejó.
"Septimus fue uno de los primeros en presentarse voluntario. Fue a Francia para salvar a una Inglaterra que estaba casi íntegramente formada por las obras de Shakespeare y por la señorita Isabel Pole, en vestido verde, paseando por una plaza".
En la novela aparece el tema de la irresponsabilidad estatal en relación a los jóvenes que arriesgan su vida y su salud física y mental para luchar por su país en la guerra. Esos jóvenes, como Septimus, llegan al campo de batalla sin noción de lo que enfrentarán, en general empujados por una lealtad a las cosas que aman de su país. El narrador describe lo que significa Inglaterra para Septimus: no mucho más que Shakespeare y una muchacha inglesa a la que ama. El amor, la lealtad de Septimus a Shakespeare y a Isabel Pole es usada para dirigirla hacia la causa inglesa: él se une a la Armada para proteger todas esas cosas. En el campo de batalla, su sensibilidad se ve forzosamente endurecida por el horror, que enseña a no amar ni preocuparse por nadie. Septimus sobrevive a la guerra pero pierde aquello que más amaba: ya no posee la sensibilidad para comunicarse con sus antes amados Shakespeare e Isabel.
"Pero, cuando [a] Evans (...) le mataron, inmediatamente antes del Armisticio, en Italia, Septimus, lejos de dar muestras de emoción o de reconocer que aquello representaba el término de una amistad, se felicitó por la debilidad de sus emociones y por ser muy razonable. La guerra le había educado. Fue sublime. Había pasado por todo lo que tenía que pasar -la amistad, la Guerra Europea, la muerte-, había merecido el ascenso, aún no había cumplido los treinta años y estaba destinado a sobrevivir. En esto último no se equivocó. Las últimas bombas no le dieron. Las vio explotar con indiferencia. Cuando llegó la paz, se encontraba en Milán, alojado en una pensión con un patio, flores en tiestos, mesillas al aire libre, hijas que confeccionaban sombreros, y de Lucrezia, la menor de la hijas, se hizo novio un atardecer en que sentía terror. Terror de no poder sentir".
La individualidad y sensibilidad de Septimus fueron completamente arrasadas por la experiencia de la guerra, en la que no solo presenció -y cometió- crímenes terribles, sino que además sufrió la pérdida de Evans, su único amigo en el campo de batalla. Al principio, Septimus se alegra por no sentir tristeza ante esa pérdida, hasta que se llega a horrorizar cuando se da cuenta de que se volvió completamente incapaz se sentir. Es claro que Septimus experimentó en la guerra sucesos de una intensidad intolerable, lo que parece haber anulado algunos de sus canales de percepción, entre ellos, el que le permite comunicarse con sus propios sentimientos y con los de los demás. Pero parte de las secuelas implica que Septimus, además, otorga verdad a todo lo que piensa, y basa teorías o decisiones en razonamientos falaces. Por ejemplo, cree que su reacción inicial sin emociones a la muerte de Evans responde a sus sentimientos reales, no el resultado de un shock emocional, y progresivamente basa su construcción de la realidad en este error de cálculo. Él no puede afrontar su dolor y, en lugar de eso, lo niega y destruye el resto de la realidad que le queda. Su casamiento con Rezia no es por amor, sino por esta desesperación emocional que empuja a Septimus a aferrarse a lo que pueda de la vida.
"Y el sonido del timbre invadió la estancia con su onda melancólica; retrocedió, y se recogió sobre sí mismo para volver a caer una vez más, y en este momento Clarissa oyó, con desagrado, como un rumor o un roce en la puerta".
Se describe el sonido del timbre como si este dibujara ondas similares a las producidas por las olas. El imaginario del mar como metáfora de la vida aparece cuando Richard vuelve de su almuerzo con flores para Clarissa. Cierto suspenso se construye en tanto Richard le dirá a Clarissa que la ama: ella fue visitada recientemente por Peter y sus pensamientos continúan evocándolo; Richard, luego de enterarse de la visita de Peter a Londres, sintió una pasión que lo arrojó a actuar, a volver a Clarissa, la felicidad de su vida. Apenas Richard entra a la casa, como indica la cita, la campana simboliza la ruptura del tiempo, de la progresión. Y el lenguaje metafórico cobra una nueva significación luego, en tanto la narración no introduce el esperado momento de pasión. En cambio, la escena se continúa en un diálogo repetitivo, cotidiano y con mínimos comentarios acerca del latente pasado. En la frase citada, entonces, el narrador presagia el fracaso de Richard para comunicarse adecuadamente con su esposa al describir el movimiento fallido de una ola, teniendo que retirarse después de estrellarse, solo para reunirse y estrellarse una vez más.
"Pensaba que quizá no tenía por qué ir ya directamente a casa. Era tan agradable hallarse al aire libre. Sí, tomaría un autobús. Sin embargo, mientras estaba allí con sus tan bien cortadas ropas, ya comenzaba… Ya comenzaba la gente a compararla con álamos, con la aurora, con jacintos, con gráciles aves, con agua viva, con lirios; y esto transformaba su vida en una carga, ya que prefería mucho más que la dejaran en paz, sola en el campo, para hacer lo que le viniera en gana, pero la comparaban con los lirios, y tenía que ir a fiestas, y Londres era sórdido, en comparación con estar sola en el campo con su padre y los perros".
Mientras Elizabeth espera el autobús, el narrador da a entender que los hombres que pasan le comunican sus apreciaciones sobre su apariencia. Todas las imágenes que muestran el abanico de comentarios refieren a la naturaleza; simbolizan la vitalidad, la renovación, la juventud. Elizabeth Dalloway es comparada varias veces con una flor abriéndose, la metonimia de la primavera y el crecimiento, en tanto ella es una adolescente convirtiéndose en mujer. Contra su propia voluntad, Elizabeth es conducida a la vida adulta -implícita textualmente en "las fiestas” y “Londres”- lejos de un paraíso que probablemente ella construye a partir de su infancia: el campo, su padre, los perros. Es el personaje más joven de la novela, y ese aspecto de ella es relevado por todos los demás. Elizabeth viaja en colectivo, piensa en su futuro, en las profesiones posibles, y decide seguir viajando más allá de lo que sería su parada. En eso se puede ver un símbolo de la transición de la adolescencia a la adultez, camino que Elizabeth desea estirar lo más posible antes de llegar a destino.
"Para conocer a Clarissa, o para conocer a cualquier persona, uno debía buscar a la gente que lo completaba; incluso los lugares. Clarissa tenía raras afinidades con personas con las que nunca había hablado, con una mujer en la calle, un hombre tras un mostrador, incluso árboles o graneros. Y aquello terminaba con una teoría trascendental que, con el horror de Clarissa a la muerte, le permitía creer, o decir que creía (a pesar de todo su escepticismo) que, como sea que nuestras apariencias, la parte de nosotros que aparece, son tan momentáneas en comparación con otras partes, partes no vistas, de nosotros, que ocupan amplio espacio, lo no visto puede muy bien sobrevivir, ser de cierta manera recobrado, unido a esta o aquella persona, e incluso merodeando en ciertos lugares, después de la muerte".
El narrador desarrolla la teoría trascendentalista de Clarissa, tal como Peter la recuerda. Allí se concentra la hipótesis de Clarissa frente a la muerte: habrá fragmentos, partes de ella que quedarán por siempre en otras personas o lugares, por más que ella muera. Además, el texto hace referencia a las "partes no vistas de nosotros", lo cual de por sí parece aludir a la estructura de la novela, que más que nada se dedica a exhibir la interioridad de los personajes cuando están solos, de maneras en que no aparecen ante los demás, o bien evidencia cuanto piensan pero no dicen.
Por otro lado, en la teoría expuesta por Clarissa yace uno de los puntos en que cierto sector de la crítica se basa para afirmar su conexión con Septimus: "Clarissa tenía raras afinidades con personas con las que nunca había hablado". Evidentemente, lo que se ve en la escena final es la conmoción de Clarissa por la noticia de la muerte de un joven que al fin y al cabo no conocía. El estado emocional al que ingresa la protagonista en ese momento evidencia una "rara afinidad", al menos espiritual, con Septimus.
Por último, es importante señalar que cuando el narrador describe el momento en que Clarissa expone su teoría, lo hace desde la memoria de Peter. Para este personaje, en la teoría de Clarissa se encuentra la clave de la relación amorosa entre ellos: siempre habrá algo de uno en el otro.
"Debía regresar al lado de aquella gente. Pero, ¡qué noche tan extraordinaria! En cierta manera, se sentía muy parecida a él, al joven que se había matado. Se alegraba de que se hubiera matado; que lo hubiera arrojado lejos, mientras ellos seguían viviendo".
Clarissa atraviesa una suerte de epifanía, hacia el final de la novela, cuando se entera del suicidio de un joven (Septimus). Ella se recluye por unos instantes de la fiesta de la cual es anfitriona, y se adentra en una habitación vacía. Allí, piensa sobre la muerte y cree poder sentir lo que, supone, sintió Septimus al arrojarse por la ventana. Después de un momento, tal como muestra la cita, se siente revitalizada, plena de una alegría que contrasta con el vacío que sentía al empezar la velada.
En esta escena se apoyan los sectores de la crítica que afirman que Septimus constituye una suerte de doble de Clarissa en la novela. Desde esta perspectiva, se comprende que ella pueda empatizar y conectar tan hondamente con el dolor de alguien que nunca conoció, y luego sentirse revitalizada: es como si hubiese muerto la parte insana y angustiada de ella, encarnada en el personaje de Septimus.