El mar (Símbolo)
El mar aparece como símbolo de la vida: los personajes reflexionan sobre su pasado como si se sumergieran en las aguas de su vida, frescas y solemnes a la vez, mientras al mismo tiempo nadan a través de las olas de su presente. Pero el mar aparece también como representación simbólica de la estructura narrativa de la novela: el narrador en tercera persona focaliza en varios personajes, y pasa de uno a otro de una manera con fluidez, de manera oscilante y tranquila, como si navegara por la ciudad en que tiene lugar la trama. Al mismo tiempo, hay personajes que parecieran modificar a otros con sus acciones, de la misma manera que un cuerpo cuando se sumerge en el agua produce perturbaciones a su alrededor, afectando a los cuerpos cercanos. El ejemplo más claro de esto sucede entre Clarissa y Peter, o bien entre Septimus y Clarissa, a quien el primero termina afectando con su muerte aún sin haberla conocido.
Las letras de humo exhaladas por el avión (Símbolo)
En una novela donde la perspectiva individual y subjetiva tiene muchísima más presencia que la objetiva, las letras de humo exhaladas por el avión, formando palabras distintas para cada persona que las ve, funciona como símbolo de la incomunicación. A lo largo de toda la novela, el narrador focalizado demuestra cómo la interioridad de cada personaje es un mundo, pleno de interpretaciones que nada tienen que ver con las de quienes lo rodean. Muchas veces, sobre un mismo hecho se ofrecen distintas interpretaciones, según el personaje. Lo interesante de las letras exhaladas por el avión es que el narrador no presenta ninguna objetividad del hecho, sino que simplemente asistimos a la discordancia absoluta entre las interpretaciones: cada persona que mira las letras lee para sí una palabra diferente.
El sombrero que Septimus y Rezia diseñan juntos (Símbolo)
En cierto modo, el patrón que elige Septimus (distintas cintas, colores diversos) para el sombrero funciona como símbolo de la novela misma, que se trata de un texto moderno, posterior a la Primera Guerra Mundial, también construido, como la trama del sombrero, a partir de fragmentos: conocemos a los personajes por ellos mismos pero también por los comentarios y pensamientos de otros, o a partir de recuerdos y referencias simbólicas. El modernismo en la novela se ve justamente en esta mezcla de reflexiones, focalizaciones, alusiones poéticas, prosa directa, metáforas, diálogos, desarrollos de personajes. Como el sombrero, la novela se crea con distintos tipos de emoción, sentimientos, lógica, motivos.
La escena, de hecho, en la que Rezia y Septimus componen el sombrero adquiere un carácter simbólico en tanto pone en escena el acto mismo de crear mediante la reunión de fragmentos, tal como lo hace la misma novela.
El cortaplumas con el que juega Peter (Símbolo)
En su primera aparición, el cortaplumas con el que juega Peter bien puede interpretarse como símbolo fálico, representativo del poderío masculino y del peligro que eso significa para una mujer. En la primera escena en que Peter juega con el cortaplumas, Clarissa siente la intromisión violenta del hombre en su intimidad: estaba en su habitación virginal, sacra, recordando su beso con Sally, cuando el momento se ve arruinado por la intromisión del hombre. El cortaplumas que Peter despliega es un objeto punzante que amenaza con destruir la intimidad de Clarissa, pero también simboliza el deseo sexual reprimido que hay entre Peter y Clarissa. Por lo tanto, el objeto funciona además como amenaza para las ataduras de la protagonista: para ella, dejarse seducir por Peter implicaría abandonar su rol social de madre y esposa.
El viaje en autobús de Elizabeth (Símbolo)
La hija de Clarissa no se parece, ni física ni espiritualmente, a su madre. Contra su propia voluntad, ella es conducida a la vida adulta, llena de fiestas, de hombres que la cortejan, de la vida de ciudad. Pero lo único que ella desea es estar en el campo jugando con su perro y con su padre, un paraíso que probablemente asocia con la infancia. Cuando Elizabeth viaja en colectivo, piensa en su futuro, en las profesiones posibles, y decide seguir viajando más allá de la parada en que debe bajarse. Ese viaje en autobús que Elizabeth alarga es un símbolo de la transición de la adolescencia a la adultez, camino que ella desea estirar lo más posible antes de llegar a destino.