Resumen
[Parte 10: desde “Uno de los triunfos de la civilización (…)” (p.209) hasta “Abrió la hoja grande del cortaplumas” (p.227).]
Pasa una ambulancia; Peter la mira y la considera un signo de civilidad y empatía comunitaria. Disfruta observar cómo los autos dejan de lado su egoísmo y se apartan para dejar que la ambulancia pase. Le asusta pensar demasiado tiempo en el muerto que allí viaja, pero le parece que es su derecho entretenerse con pensamientos cuando está solo. Recuerda un momento en que Clarissa y él viajaron juntos en autobús, y ella expuso una teoría trascendental sobre cómo conocía a las personas por simplemente vivir en la sociedad. Decía que había una pieza de ella que quedaba en cada lugar donde había estado. De esa manera Clarissa apaciguaba la finitud de la muerte. Peter se da cuenta de que esa teoría funciona para la relación entre ellos. Los encuentros que tuvieron los últimos años solían ser dolorosos mientras sucedían, pero luego le daban a Peter algo en qué pensar. Los recuerdos de Clarissa surgen en su mente sin importar cuándo o dónde él esté. En su memoria, Clarissa casi siempre está en Bourton.
Peter vuelve a su hotel y recibe, con el correo, una carta de Clarissa. La debe haber escrito inmediatamente después de que él salió de su casa, piensa. Lo único que dice la carta es que le encantó verlo. Sin embargo, Peter se enoja. Desearía que simplemente lo dejara en paz. Siempre se sentirá amargado por el hecho de que Clarissa lo haya rechazado, aunque él mismo sepa que ese matrimonio hubiera fracasado. Piensa luego en Daisy, que solo tiene veinticuatro años y ya es madre de dos hijos pequeños. Recuerda el comentario de una mujer que le adviritió a Peter que Daisy naufragaría cuando él muriera y que su reputación quedaría para siempre arruinada. Pero Peter no quiere pensar en eso. Cada vez le importa menos lo que piensan los demás. Aún así, quizás es mejor si Daisy se olvida de él.
Peter decide asistir a la fiesta de Clarissa para preguntarle a Richard qué es lo que el gobierno inglés planea hacer en la India. Desde el porche, observa el atardecer. Los largos días de verano son nuevos para él. Disfruta ver a los jóvenes amantes perder el tiempo. Luego mira el periódico, interesado en los partidos de cricket. Finalmente sale del hotel y se dirige lentamente hasta la casa de los Dalloway. La simetría de las plazas y las calles de Londres le rsulta hermosa. Parece que todo el mundo salió a cenar. Los londinenses, recién vestidos, se mueven de un lado a otro. Llegando a la casa de Clarissa, Peter respira fuerte para prepararse para el desafío. Instintivamente, su mano abre el cortaplumas en su bolsillo.
Análisis
Luego del episodio que termina con la muerte de Septimus, que el narrador ahora refleje el pensamiento de Peter sobre la ambulancia constituye una ironía: “Uno de los triunfos de la civilización, pensó Peter Walsh. Esto es uno de los triunfos de la civilización, mientras oía el alto y ligero sonido de la campana de ambulancia” (p.209). Peter se enorgullece de Londres, de “la eficiencia, la organización, el espíritu comunitario” (p.209) mientras observa la ambulancia pasar e imagina cómo instantes atrás la “civilización” debe haber acudido al rescate de la vida de una persona accidentada. Esto constituye una ironía situacional, si se tiene en cuenta lo que Peter ignora: en esa ambulancia viaja el cuerpo de Septimus, hombre empujado primero a la locura por una irresponsabilidad militar-estatal, y luego a la muerte por la institución psiquiátrica. La ironía yace en que, justamente, el cuerpo de Septimus en esa ambulancia no representa un triunfo de la civilización, sino más bien un gran fracaso de esta: "Era como si fuese aspirado hacia arriba, hasta un tejado muy alto, por una oleada de emoción, y el resto de su persona, como una playa moteada de blancas conchas, quedara desierto. Había sido la causa de sus males en la sociedad angloindia, esta susceptibilidad" (p.210).
La novela vuelve a retomar la imagen del mar como representativa de la vida, y en este caso es Peter Walsh quien es atravesado por las olas de emoción que se elevan y se retiran. Peter reflexiona, piensa que su incapacidad para llorar o reír en el momento adecuado es lo que lo dejó vacío y solo, como una playa que queda limpia cuando el mar se retira. En este caso, la metáfora funciona para ilustrar el aislamiento social de Peter cuando es abandonado por el mar que lo conecta con la vida. Inmediatamente después, el narrador rescata de la memoria de Peter la teoría trascendental de Clarissa: "(...) nuestras apariencias, la parte de nosotros que aparece, son tan momentáneas en comparación con otras partes, partes no vistas, de nosotros, que ocupan amplio espacio, lo no visto puede muy bien sobrevivir, ser en cierta manera recobrado, unido a esta o aquella persona, e incluso merodeando en ciertos lugares, después de la muerte" (p.212).
Peter piensa que esa teoría ilustra su relación con Clarissa. Ella significa eso para él, dada la frecuencia con que piensa en ella y lo poco que la ve en la vida real. De alguna manera, Clarissa tiene, en la vida de Peter, el efecto propio del mar: la ausencia de ella lo deja vacío y a la espera; mientras que su presencia le proporciona conexiones con una vida que él desea, incluso años después de que su presencia haya cesado.
Pero Peter tiene problemas para afrontar la presencia-ausencia de Clarissa, los restos de su supervivencia invisible y, por lo tanto, se amarga cuando recibe la nota de ella en su hotel. A diferencia de su esposo, a Clarissa le resulta fácil comunicarse y decidió expresarse en forma escrita y dejar un amable mensaje para Peter. Por su parte, él ya se siente bombardeado por los recuerdos de Clarissa en su mente, y con la nota Peter siente que ese fantasma hace una aparición ya intolerable: “Le enojó. Hubiera preferido que no le hubiera escrito. Aquella carta, después de sus pensamientos, era como un codazo en las costillas. ¿Por qué no le dejaba a solas y en paz?” (p.214). Peter se resiente sosteniendo en sus manos el sobre azul, color simbólico del mar: la situación lo evidencia continuamente apegado a Clarissa, continuamente susceptible ante el roce de sus olas. Peter mira una foto de Daisy y da cuenta de la diferencia: “a fin de cuentas, había ocurrido de una forma muy natural; mucho más natural que con Clarissa. Sin problemas. Sin enojos. Sin fintas ni escarceos. Todo viento en popa” (p.217). La expresión final trasluce lo que Peter siente cuando piensa en Daisy; no se siente capturado y susceptible a merced de un océano de emociones, sino que se trata de una relación que él sí puede navegar con tranquilidad.
Por otro lado, es en todos los aspectos de su vida que Peter parece oscilar entre la calma y la intensidad. En un momento, el narrador expone la interioridad de Peter mientras decide ir a la fiesta de Clarissa:
Porque esta es la verdad acerca de nuestra alma, pensó, de nuestro yo, que cual un pez habita en profundos mares, y nada entre oscuridades, trazando su camino entre matas de gigantes con hierbajos, por espacios moteados por el sol, y sigue adelante y adelante, penetrando en las tinieblas, en la frialdad, en lo profundo, en lo inescrutable, y de repente sale veloz a la superficie, y se exhibe y nada en las olas rizadas por el viento, y tiene una positiva necesidad de trato, de roce, de calor, con charlas ligeras. (p.222)
Este personaje parece erigirse, al menos desde la perspectiva de Clarissa, como un hombre crítico, hondo de espíritu, que no se detiene ni aprecia nimiedades cotidianas como lo haría Clarissa. Sin embargo, en este momento el personaje se abre a percibir sin enjuiciar, como el pez que ha nadado demasiado en la oscuridad y anhela sentir claridad, luz, liviandad. Peter camina y frente a él se luce Inglaterra, Londres, en forma de sociedad y de civilización. Él intenta entonces dejarse encantar por la noche, por la inmediatez del presente en la que parecen estar las personas recién bañadas y vestidas llegando a sus cenas. Todo se le presenta bello, como “una sagrada ceremonia” (p.225). Pero Peter no puede escapar al pasado. Sus pensamientos constantemente lo arrastran hacia allí, y los tiempos se mezclan, incluso, en sus observaciones del presente. Mira desde la ventana del hotel, antes de ir a la fiesta, y ve los cambios de Londres desde su última visita. Intenta adivinar y percibir el pasado que la ciudad dejó atrás, y la inmediatez del momento se articula y combina constantemente con la atemporalidad de sus recuerdos.