La señora Dalloway

La señora Dalloway Resumen y Análisis Parte 9

Resumen

[Parte 9: desde “Se había ido…” (p. 185) hasta “Sí, aquel hombre era el doctor Holmes” (p. 209)]

La señorita Kilman se queda sentada sola, abatida. Perdió a su Elizabeth. Siente que Clarissa finalmente ganó. Se aleja, olvidando la enagua hasta que alguien corre tras ella y se la da. La señorita Kilman entra a una catedral y se arrodilla a rezar. Elizabeth, por su parte, disfruta el buen tiempo y decide tomar un autobús. Su vida está cambiando. Los hombres ya se empiezan a fijar en ella; le hablan por la calle. Ella siente que ese tipo de atención es tonta. Lo único que desea es jugar en el campo con su padre. Se sienta en el autobús y disfruta del aire fresco. Al rato paga una moneda más para poder seguir viajando, aunque se pase de su parada. Recuerda que la señorita Kilman dijo una vez que todas las profesiones estaban disponibles para las mujeres de la generación de Elizabeth, y que por lo tanto Elizabeth podría convertirse en médica, política o agricultora. Es una muchacha perezosa, pero el viaje la motiva. Ve cómo la gente camina apurada con mucha importancia. Llegando a la catedral de Saint Paul, Elizabeth se da cuenta de que se está haciendo tarde y vuelve a su casa.

El sol empieza a ponerse en esa misma zona mientras Septimus mira a través de su ventana. Para él, la naturaleza baila a través de los rayos de sol en las paredes. Rezia siente miedo al ver a Septimus sonreír como a veces lo hace. A veces él le exige que registre sus pensamientos. Entonces ella debe escribir sus palabras, lógicas o no, sobre Shakespeare, la guerra, la belleza. Después, él de pronto empieza a gritar sobre la verdad y sobre ver a su viejo amigo Evans. Los doctores le han dicho que no debería excitarse demasiado, pero él lo hace igual. En su mente, el doctor Holmes encarna la maldad de la naturaleza humana. Mientras, Rezia se sienta a coser un sombrero para la señora Peters, una mujer que no le agrada demasiado pero que fue amable con los Smith. Septimus observa a Rezia y la encuentra perfecta. Le pregunta sobre la señora Peters y su familia. Abre los ojos para observar cuán reales son los objetos en su casa. Hacen una broma sobre que el sombrero es demasiado pequeño para la gran cabeza de la señora Peters y Septimus diseña un patrón para decorar la parte superior. Rezia cose su diseño con alegría y Septimus queda muy complacido. Rezia amaría por siempre el sombrero que crearon juntos.

Septimus hace que Rezia se pruebe el sombrero. Llega la muchacha con el periódico de la tarde. Rezia baila alrededor de ella, riendo, mientras Septimus lee el periódico en voz alta. Septimus se queda dormido, alejándose lentamente de la realidad. Cuando despierta, Rezia se ha ido a llevar a la muchacha a su casa. Cuando regresa, Rezia sigue feliz. Siente que las cosas están volviendo a la normalidad. Recuerda cuando conoció a Septimus; cómo él entendía lo que ella decía. Rezia le pregunta si le gusta el sombrero, pero Septimus simplemente se queda sentado, mirándola. Él cree que puede sentir la mente de ella, pero también recuerda que Bradshaw le dijo que iban a tener que separarse. Le molesta que Bradshaw haya resultado tan exigente. Septimus pregunta dónde están sus escritos y Rezia se los da. Septimus dice que quiere quemarlos, pero Rezia le promete mantenerlos alejados de los médicos. También le promete que los médicos no la van a separar de él.

Septimus imagina a su mujer como un árbol en flor, triunfando sobre los médicos. Ella oye la voz del doctor Holmes y corre para detenerlo, intentando impedirle la entrada. Mientras Rezia lucha contra Holmes en la escalera, Septimus sabe que Rezia está de su lado. Pero Holmes continúa subiendo, aproximándose a donde está él. Piensa maneras de escapar. La ventana es la única opción que puede imaginar. Espera al último minuto, disfrutando del sol, y luego se arroja, cayendo sobre unas vallas metálicas. Holmes entra corriendo, gritándole a Septimus que es un cobarde. La señora Filmer corre y abraza a Rezia; la hace sentarse. Holmes le da una bebida que la hace quedarse dormida. Ella piensa en recuerdos felices y, lentamente, se va dando cuenta de que Septimus está muerto. En la calle, unas personas cargan el cuerpo.


Análisis

Los hombres dirigen a Elizabeth apreciaciones sobre ella, sobre su apariencia, mientras espera el autobús:

Pensaba que quizá no tenía por qué ir ya directamente a casa. Era tan agradable hallarse al aire libre. Sí, tomaría un autobús. Sin embargo, mientras estaba allí con sus tan bien cortadas ropas, ya comenzaba… Ya comenzaba la gente a compararla con álamos, con la aurora, con jacintos, con gráciles aves, con agua viva, con lirios; y esto transformaba su vida en una carga, ya que prefería mucho más que la dejaran en paz, sola en el campo, para hacer lo que le viniera en gana, pero la comparaban con los lirios, y tenía que ir a fiestas, y Londres era sórdido, en comparación con estar sola en el campo con su padre y los perros. (p.188)

Todas las imágenes que muestra el abanico de comentarios refieren a la naturaleza: simbolizan la vitalidad, la renovación. Elizabeth Dalloway es comparada varias veces con una flor abriéndose, lo cual funciona como metonimia de la primavera y el crecimiento, en tanto ella es una adolescente convirtiéndose en mujer. Contra su propia voluntad, Elizabeth es conducida a la vida adulta, implícita en las “fiestas” y “Londres”, lejos de un paraíso que probablemente ella construye a partir de su infancia: el campo, su padre, los perros. Es el personaje más joven de la novela, y ese aspecto de ella es destacado por todos los demás. Cuando se va del café donde estuvo con la señorita Kilman, el narrador describe: “Elizabeth se había ido. La belleza se había ido; la juventud se había ido” (p.185). Por su parte, cuando se aleja de la energía de la señorita Kilman, Elizabeth disfruta del aire, renovada; siente el placer de estar sola en la multitud. Luego, Elizabeth viaja en autobús y piensa en su futuro, en las profesiones posibles, y sigue viajando aunque se pase de su parada. En eso se puede ver un símbolo de la transición de la adolescencia a la adultez, camino que Elizabeth desea psotergar lo más posible antes de llegar a destino.

Rezia es el otro personaje joven de la novela, aunque con una peor suerte que Elizabeth. Está casada con Septimus, quien evidentemente se enlazó a ella como un enfermo busca abrazarse a la vida, a la salud. Ante él, ella se erige como una figura saludable y de maternal protección: “sentada cerca de Septimus, a su lado, como si, pensó Septimus, los pétalos rodearan su cuerpo. Rezia era un árbol florido” (p.205). Para él, Rezia representa la vitalidad. Ella cuida de él preocupándose por darle amor, atención, asistiéndolo en detalles: todo lo que se refleja en el modo en que fabrica el sombrero. Luego, la declaración de Rezia de que ella y Septimus no se separarán evidencia que ella sabe lo importante que es, para Septimus, su compañía. Cuando Rezia se retira para llevar a la muchacha del diario a su casa, Septimus comienza a perder la noción de la realidad. Se queda dormido y cuando se despierta está nuevamente en el mundo separado, solitario, de sus propias ilusiones. Su desesperación se refleja en el texto: “Era esto: estar solo para siempre. Esta fue la condena pronunciada en Milán…” (p.201). Luego del efecto devastador de la guerra, Septimus solo logra una débil conexión con lo que lo rodea.

El lapso de tiempo que Rezia y Septimus comparten antes de que él se quede dormido es una escena de plenitud, salud y felicidad excepcional en la novela. Y el sombrero que el matrimonio confecciona en conjunto se conserva como un símbolo de esa felicidad compartida. El sombrero les permite comunicarse de un modo tranquilo y lúdico. Hablan sobre gente que conocen mientras cooperan en el diseño y en su confección. De cierto modo, el patrón que elige Septimus para el sombrero (distintas cintas, colores diversos) funciona como símbolo de la novela misma: es una novela moderna posterior a la Primera Guerra Mundial, que también está construida a partir de fragmentos. Conocemos a los personajes por ellos mismos pero también por los comentarios y pensamientos de otros, o a partir de recuerdos y referencias simbólicas. El modernismo en la novela se ve justamente en esta mezcla de reflexiones, focalizaciones, alusiones poéticas, prosa directa, metáforas, diálogos, desarrollos de personajes. Como el sombrero, la novela se crea con distintos tipos de emoción, sentimientos, lógica, motivos. La escena en que Rezia y Septimus componen el sombrero adquiere un carácter simbólico en tanto pone en escena el acto mismo de crear que da base a la novela.

Cuando Septimus se despierta de la siesta, su mente se fija en las ideas planteadas por Bradshaw sobre el aislamiento. Rezia intenta aliviar sus miedos, pero la llegada repentina y el intento de entrada forzosa del doctor Holmes los vuelven más presentes que antes. El doctor Holmes, que es considerado por Septimus como el símbolo de la maldad en la naturaleza humana, es quien acaba conduciendo a que el paciente se quite la vida. Holmes y Bradshaw representan ese afán normalizador que el narrador ligaba a una violencia evangelizadora que destruye la vida interior de las personas. Intentando separar a Septimus de su esposa, Holmes y Bradshaw amenazan con quitarle al joven su última conexión con la vida, su "árbol en flor". Así, los médicos conducen a Septimus a la muerte.

Cuando Holmes se aproxima, lo único que Septimus puede pensar o sentir es la necesidad de escapar de los doctores y sus teorías: Septimus no salta por la ventana por el deseo de morir. De hecho, exactamente antes de que Septimus salte, el narrador se internaliza en el personaje: “esperaría hasta el último instante. No quería morir. Vivir era bueno. El sol, cálido” (p.207). Efectivamente Septimus se ve acorralado, empujado a una posición que dista mucho de lo que necesita para sentirse bien. Lo único que quiere es salvarse del asfixiante control de la conversión y la proporción.

El narrador cierra la sección desde la interioridad de Rezia: “Rezia vio la fornida silueta del doctor Holmes recortada en negro contra la ventana. Sí, aquel hombre era el doctor Holmes” (p.209). Holmes es una figura de oscuridad y destrucción que se contrapone a la luminosa figura de Septimus, pleno de bondad e inocencia, en sus últimos segundos de vida. En efecto, ese último momento de Septimus observando la calidez del sol funciona como presagio de la posterior reacción de Clarissa, en la última parte de la novela, cuando reciba la noticia de esta muerte y la conexión entre ambos personajes quede solidificada.

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