Resumen
Capítulo 6: Teté, invierno 1942
El capítulo desarrolla el monólogo interior de otro personaje, Teté, una prima de Toto que se muda a la casa de Mita con sus padres. Este fluir de la conciencia ocurre a la noche, mientras reza antes de que el padre apague la luz. Teté, que va al colegio de monjas, reza porque tiene miedo de que, si no lo hace, su madre muera. La madre dice estar siempre enferma, aunque Mita le asegura a Teté que su mamá no tiene nada, solo miedo de morirse. Antes vivían en el campo con sus abuelos, pero su padre se llevaba mal con su abuelo, que según Mita no lo quería de yerno porque era pobre. A Teté le preocupa que Dios piense que es mala porque a la noche pide comer una naranja, que a veces Mita le da. Una vez, en el campo, vio a la hermana de su tía Emilia teniendo un ataque de asfixia por la tuberculosis, entonces Teté imagina que ella tiene puntadas de ahogo y que se va a morir, para así estar juntas en el cielo con la madre.
Teté cuenta que Toto es muy “pegote”, siempre quiere jugar con ella y con la Paquita, que son más grandes. No quiere jugar con los chicos de su edad, y en vez de aprender a andar en la bicicleta que le regaló Berto se la pasa recortando figuras de artistas del diario y pintándolas con lápices de colores. Toto también tiene una colección de anuncios de estreno de las cintas colocados en orden, y una vez su compañero de banco se los desordenó, pero Toto se acordaba todo de memoria y los ordenó de nuevo. A la hora de la siesta, el padre de Teté le toma a Toto examen de qué película se estrenó antes que otra. A Teté le preocupa que ni Toto ni Mita vayan a misa, que deberían rezar por Jesús, que de niño sufre el frío y de adulto sufre en la cruz.
Teté se enteró por la Paqui de que la cigüeña no existe, y de que cuando sean grandes “los hombres nos van a agarrar y meter adentro de la cola nuestra lo que tienen los varones, para tener hijos” (p.98). Teté le confesó esto al cura de Vallejos, que le dijo que es pecado hasta pensar en eso. La Paquita quiere llevarla a ver al de Cataldi, que está en sexto, a quien la Paqui le dio un beso. El de Cataldi le contó a la Paqui lo que hacen los muchachos con las sirvientas y quiere llevarla a Teté a visitarlo para que pueda ver “lo que tienen los varones” (p.104), pero Teté no quiere porque después se tiene que confesar, le puede hacer mal a su madre y se puede ir al infierno. A la Paqui le gusta el instructor de natación y lo va a ver en el bar donde están también los viajantes y los empleados del banco, que la miran a Teté “con caras de besar” (p.103), aunque ella es chica.
Una vez, Mita le prohibió a Toto que jugara a la tienda con la ropa que le robó a la Paqui y que pintara artistas “porque no eran cosas de varones” (p.109). Toto fue al gallinero para jugar a escondidas, pero fue descubierto, por lo que se lo castigó sin dejarlo ir al cine por una semana. Después, Toto pedía que le contaran la película Intermezzo que no pudo ir a ver por estar en penitencia. Teté piensa de nuevo en rezar antes de dormir y tiene miedo de no hacerlo con el corazón y que su mamá se muera por su culpa. Toto le dijo que las loritas que van a la luz de noche a la mañana aparecen todas muertas, entonces piensa en pedirle al papá que no apague la luz para que no se mueran las loritas.
Capítulo 7: Delia, verano 1943
Delia es vecina de Mita en Coronel Vallejos. Empieza su monólogo interior envidiando la suerte de Laurita, que se va a casar con un médico, el doctor Garófalo. Delia estuvo enamorada de un hombre de otro pueblo, López, que estaba comprometido con otra mujer y la dejó cuando se casó. Ahora está pesando en casarse con Yamil Mansur, un agrimensor de origen turco que no le resulta atractivo, pero que para Mita es un hombre muy bueno que Delia no debe dejar escapar. Los padres de Yamil no quieren que él se case con una mujer que no es musulmana sino católica, por lo que Mita ayuda a Delia a escribirles una carta para convencerlos, porque si no, no queda nadie más en Vallejos para ser marido. Los del Banco, en su mayoría, tienen amoríos con las de Vallejos y después se casan con mujeres de su pueblo, como hizo López, que además le dijo a Delia que tenía un hijo en su pueblo, pero ella no le creyó. Yamil es muy toquetón pero Delia lo deja mientras no la toque donde no se debe. Él le pasa las manos por un vestido blanco que Delia se arrepiente de haberse hecho, pues tiene que lavarlo constantemente porque queda marcado y manoseado, y así le va a durar muy poco.
Yamil cree que Mita es muy fina, pero Delia sabe que ella es de “boca sucia” (p.117) cuando está en la casa. Mita se queja con malas palabras de que Toto no crece. El que sí creció es Héctor, el primo de Toto que estudia en Buenos Aires y que vuelve a Vallejos por el verano. Delia dice que es grandote como el turco y más lindo que López, pero con “lengua de carrero” (p.121), un mal hablar que contagió a Mita, de la que dice que “se fue fina y se volvió ordinaria” (ibid.) y con un embarazo de cinco meses. Delia no entiende algunas palabras que le dice Héctor, y como le da vergüenza no saber le pregunta a Toto, pero se da cuenta de que él no entiende nada. En vez de explicarle qué es un “buen par de porrones” (p.122), algo que Héctor le dijo a Delia, Toto le responde que Héctor le contó lo que hacía con la sirvienta. Delia dice que Toto miente, pero después piensa que la sirvienta no debió dejarse tocar por el Héctor, que es obvio que él solo se aprovecharía de ella.
Un día Delia fue a merendar a lo de Mita y Berto. Mita rabiaba porque el Toto no aprende ni a andar en bicicleta ni a nadar: el instructor de natación dice que es el más atrasado en la clase. Ella quiere que Toto haga ejercicio porque, sino, no crece más. Héctor se burló de Toto diciendo que va a quedar “puro culo y panza” (p.128), a lo que Toto respondió diciendo que le vio “el pito cortado de tener malas costumbres” (ibíd.). Héctor le tiró la leche encima y Toto fue a tirarle el traje recién planchado al aljibe. Otra vez Delia fue a cenar un día en que había “fiambre, ravioles y carne en estofado en lo de Mita” (p.130). En la cena estaba el instructor de natación, que tomó vino de más y dijo que Toto le tiene envidia a los otros chicos que aprenden y lo trató de gallina por tenerle medio a la pileta. Toto se puso blanco y de un manotón agarró el cuchillo y se lo clavó a la sirvienta que justo pasaba a levantar los platos.
Delia va con Yamil a ver la película La ninfa constante. Ve entrar a Mita y a Toto, que la ven por segunda vez, porque ya la vieron en La Plata. Delia llora con la película y piensa en cuando se empezó a dar cuenta de que López la iba a dejar. Si ella hubiera sabido cuál iba a ser la última vez que iban a estar juntos hubiese aprovechado más el momento, lo hubiera agarrado fuerte y le hubiese dicho todo lo que haría por él. Delia sería capaz de tirarse del obelisco de Buenos Aires para que él no pensara en otra y para que la quisiera más que a nadie. Cierra su monólogo pensando que es lo mismo si duerme bien o no, que al otro día tiene que ir a comprar, barrer, cocinar, y dice que va a ahorrar en una sirvienta para que Yamil pueda darse panzadas con la comida.
Capítulo 8: Mita, invierno 1943
Mita piensa mientras está acostada, intentando no llorar para no despertar a Berto. Menciona unos paseos que hizo con Toto, en los que él le contó la película La puerta de oro, que Mita no pudo ver porque la dieron mientras estuvo postrada dos meses. Están armando películas en cartoncitos nuevos, porque Mita le tiró a Toto su colección, ya no sabe si por culpa de Teté o porque Toto se peleaba con Héctor. Ahora no tiene la mano que tenía antes para el dibujo. Mita se pregunta por qué Toto, que se alimenta mejor que Héctor, no crece ni aprende a nadar.
Mita estuvo internada cuando dio a luz a su hijo, que nació con un problema respiratorio. No la dejaron verlo ni que le pusiera nombre porque no querían que se encariñara con él, pero Berto y Toto le dijeron que el bebé tenía cara de ángel. Toto le dijo que si el bebé se moría iba a ser como en la película Hasta que la muerte nos separe, y Mita piensa que ella se moriría si viera de vuelta esa película. También se pregunta dónde andará la Choli, que no llegó a contarle siquiera que estaba embarazada. Estuvieron varios días esperando a que el bebé se salvase, hasta que una tarde vino la partera y le dijo que no respiraba más. Mita sintió que la partera le clavaba un bisturí infectado y en ese momento no le quedaban lágrimas para llorar. Ahora ni ella ni Toto se aguantan las ganas cada vez que se acuerdan, pero Berto no los deja llorar.
Mita se alegra de no haber mandado de pupilo a Toto, porque ahora se habría quedado sin chico. No querría que se fuera y volviese como el Héctor tan grande y con vergüenza de ir al cine con la madre. La tercera vez que se apareció Héctor en Vallejos ya era un hombre, el más lindo entre los muchachos de allí. Mita no sabe por qué Héctor tiene una mirada triste si no le falta nada. No se acuerda si Héctor lloró cuando se murió la madre, que era una mujer muy buena, pero que después del parto quedó mal y murió loca. A Mita le preocupa que su bebé esté enterrado junto con aquella loca; su abuelo materno, que era un borracho, mujeriego y jugador, y el tío Perico, que se murió de rabioso y amargado. Con aquel nenito Berto habría estado contento: el niño habría hecho fútbol y boxeo y no habría sido un gallina como Toto. Pero no es justo, dice Mita, que Berto le diga que ella no crio bien a Toto, porque él vale más que todos los otros chicos de Vallejos y por eso le tienen envidia.
Mita piensa cómo fue que no la mató a Delia cuando le dijo que los nenes no bautizados no van al cielo y que nunca lo iba a poder ver. Ella cree que las mujeres “más malas de Vallejos, las que matan a palos y de hambre a las sirvientas” (p.148) son las que van a misa, que tienen miedo de morirse sin haber confesado todos los pecados que hicieron en un solo día. Mita se pregunta cómo permite Dios que nazcan “víboras” (p.148) como aquellas mujeres y cómo permitió que se muriera su nene, que parecía un ángel. Mita se imagina a su nene creciendo igual de fuerte y hermoso que el Héctor, y se pregunta por qué su niño también tiene una mirada triste, sino será porque tiene algo de Toto. Ella y Toto, que vuelan con la imaginación y se ilusionan, conocen la tristeza, saben que hay gente mala y que a veces las cosas salen mal, como en Romeo y Julieta. Mita cierra su monólogo pensando en un final feliz para Romeo y Julieta, que se alejan galopando a un lugar hermoso, floreado y perfumado. Imagina bosques y ríos que tienen formas de letras que le dan el nombre del bebé para el bautismo. Después piensa que no le van a salir los dibujos como los de El gran Ziegfeld que hizo hace unos años.
Análisis
Los monólogos interiores de estos capítulos nos dan una imagen más detallada de la vida en el pueblo de Coronel Vallejos en general, y de la familia de Mita en particular, mientras aprendemos algo de las historias individuales de familiares y amigos. La sexualidad, el machismo y la violencia impregnan varios aspectos de los relatos de estos personajes. En el monólogo interior de Teté aparece de nuevo el peligro de tener relaciones sexuales con los hombres, que pueden someter a las mujeres a su control y hacer que tengan hijos sin su voluntad. Teté dice que esto va a ocurrir cuando ella sea grande, pero también que los adultos la miran “con caras de besar” (p.103) a pesar de que ella es niña todavía. El peligro del abuso es una realidad de su vida diaria. Por eso dice que ella y Paquita nunca van solas por la calle, y lo hacen “siempre agarradas de la mano” (p.98). Delia dice en su monólogo que los hombres que trabajan en el Banco de Vallejos y viven en otros lugares tienen amoríos con las locales, pero que después se casan con las mujeres de sus pueblos. También nos cuenta, a través de Toto, que los muchachos como Héctor se aprovechan de las sirvientas, por lo que vuelve a aparecer la diferencia socioeconómica como determinante en estas relaciones de poder y sometimiento. Delia reproduce en su discurso la noción machista de que las mujeres tienen la culpa de ser abusadas por los hombres: “hay que ser más que idiota, la mujer no tiene que dejarse tocar” (p.125). En Teté está la misma idea cuando piensa: “si me dejo hacer eso y tengo un chico al cumplir catorce papi me da una paliza” (p.104).
Las diferencias socioeconómicas también se evidencian cuando Delia compara su situación con la de la familia de Mita, que puede darse el lujo de tener empleada doméstica y de servir variedad de platos en las comidas. Se maravilla con las torrejas y las peras en almíbar de la merienda o con los fiambres y estofados que se sirven en la cena, cuando ella, por contraste, tiene que caminar más de nueve cuadras a un lugar que le venden unos zapallitos que “no llenan” (p.123) para ahorrarse cinco centavos. Delia nota la ironía de haber hecho todo ese tramo con la intención de ahorrar cinco centavos cuando en el trayecto se le terminó de gastar el taco del calzado, arreglo que le saldrá más caro que el dinero que se ahorró. Por la misma razón, se lamenta de haberse hecho un vestido blanco que se la pasa lavando y que le durará poco. Por otra parte, Delia perpetúa en su monólogo el racismo que acompaña la desigualdad socioeconómica, cuando piensa en que Yamil tenía pinta de “negro orillero” (p.123) y que la sirvienta que se acostó con Héctor, a quien describe como “negra” y “de fácil caliente”, seguro quiso tocarle “la cara a Héctor, bien blanca no como los ordinarios que se pueden casar con ella” (p.124).
En estos capítulos aparece con más intensidad el tema religioso como un aspecto importante en la vida de estos personajes. Anteriormente, en el capítulo 5, Toto mostraba temor por el día del Juicio Final, aunque después se lo imagina como un momento de venganza contra los que lo lastimaron. Teté, por su parte, tiene miedo de no rezar lo suficiente y con “el dolor en el corazón” (p.114) para que su madre no se muera, porque si se muere y va al cielo, allí se va a enterar “que fue por [ella] que se murió y no [la] va a querer más” (ibid.). En ambos casos, la religión es una instancia de vigilancia y de castigo que debe ser respetada. Teté se preocupa porque Mita no va a misa, algo que en el capítulo 7 Mita responde con su mirada crítica a las mujeres que “con su catecismo y su iglesia” (p.148) son, para ella, las personas “más malas de Vallejos” (ibid.). En su monólogo, Mita remarca la ironía de que aquellas que van a misa todas las mañanas son las más “desalmadas” (ibid.), porque “tienen miedo de morirse con todos los pecados que han acumulado en un día” (p.148). Su crítica surge del dolor que le produjo perder a su bebé y que Delia le haya dicho que, como el nene no había sido bautizado, no podría rencontrarse con él en el cielo. Mita manifiesta cinismo y falta de fe porque no puede entender cómo Dios permitió que se le muriera así su hijo, y no concede que le cuestionen que no vaya misa, donde, para ella, reina la hipocresía y la crueldad.
En la mirada de los adultos como Mita, Delia y Berto está la preocupación por la falta de crecimiento y de aprendizaje de Toto. Él sigue ocupando la hora de la siesta en sus manualidades de recorte, calco y dibujo de figuras del cine, y le interesa estar más con Teté y Paquita que con los varones de su edad. En vez de realizar actividades masculinas, como aprender a andar en bicicleta o a nadar, Toto prefiere jugar “a la tienda y a pintar vestidos y caras” (p.111), juegos más cercanos al universo de lo femenino, y que su padre reprueba. Por eso lo amenaza con ponerle “polleritas” (ibid.) y mandarlo lejos de la madre, al colegio de monjas para niñas de Teté. Este mundo femenino se asocia con el vínculo madre-hijo de Mita y Toto y se extiende a su interés por el cine. Mita dibuja cartoncitos para su hijo y comparte con él esa facilidad por el llanto que Berto censura y que tiene que ver con la enseñanza en el dolor y el sufrimiento que Mita y Toto adquieren del cine. Dice Mita: “el Toto sabe que hay cosas tristes, tanto volar con la imaginación a ilusionarnos e ilusionarnos yo y el Toto y de más alto que las estrellas nos caímos, que a veces las cosas salen mal” (pp.151-152).
El personaje de Héctor aparece como contraparte del de Toto; Héctor no para de crecer y rápidamente se convierte en un hombre apuesto que le dice piropos groseros a Delia y que se aprovecha de las sirvientas. Si bien Mita tiene el anhelo de que Toto crezca, también se alivia de no haberlo mandado de pupilo, porque habría vuelto hecho un hombre como Héctor: “¿y yo me hubiese quedado sin mi chico? ¿Que después al fin de las clases me volvía hecho un hombre? […] mientras lo pueda evitar a mí no me van a arrancar a mi chico para devolverme después un grandulón que le da vergüenza ir al cine con la madre” (p.141). Ella piensa que el hijo que perdió podría haber sido para Berto lo que Toto no es; se habría convertido en “el chico más fuerte de Vallejos” (p.151) y crecer hasta hacerse grande como Héctor, que, sin embargo, tiene una mirada triste inexplicable, una mirada que su hijo también podría haber tenido, como si hubiese algo de Toto que “se asoma a los ojos de [su] nene hombre” (ibid.). Acaso esa mirada triste habla de la represión masculina para ahogar la tristeza, que se manifiesta cuando Berto niega haber estado llorando, aunque Toto le vio los ojos llorosos. Mita afirma que “los hombres se alivian pensando que se las aguantan y que por eso son hombres de verdad” (p.145), y se pregunta si “se las aguantan porque sienten menos” o porque “no sienten nada” (ibid.). Pero el dejo de tristeza en el rostro de Héctor manifiesta otra realidad, en la que las figuras masculinas, incluso las más varoniles, también sufren la represión del machismo.