“—Mundo loco —dijo una vez más la mujer, como remedando, como si lo tradujese.
Yo la oía a través de la pared. Imaginé su boca en movimiento frente al hálito de hielo y fermentación de la heladera o la cortina de varillas tostadas que debía estar rígida entre la tarde y el dormitorio, ensombreciendo el desorden de los muebles recién llegados. Escuché, distraído, las frases intermitentes de la mujer, sin creer en lo que decía".
Así comienza la novela, con un tono melancólico y desencantado que la caracterizará durante todo su desarrollo. La mujer habla de un "mundo loco", sugiriendo la percepción de un entorno caótico y desordenado. La utilización del narrador como oyente distante subraya la alienación y la desconexión. La imagen de la boca en movimiento frente a la heladera y los muebles desordenados crea un ambiente claustrofóbico y desesperanzador, estableciendo la atmósfera pesimista que persiste en la obra.
“Al abrir la puerta vi caer el papel; silbé, la Queca no estaba. Detrás de los estores corridos, el aire caliente había estado encerrado toda la tarde. Encendí las luces, me quité la ropa y me tendí en la cama con el papel. Apenas una línea: «Te voy a telefonear o venir a las nueve. Ernesto». Estuve sonriendo, como si aquello fuera la mejor de las noticias posibles, como si hubiera estado esperando durante mucho tiempo la seguridad de que volvería a encontrarme con él, como si mis relaciones con la Queca, la misma necesidad que me ataba a ella y al aire de su habitación no fueran más que pretextos, pasatiempos útiles para aguardar sin impaciencia el momento en que volvería a mirar, avanzando hacia mí, la cara blanca, impasible, sin frente. Descubrí el odio y la incomparable paz de abandonarme a él".
Esta cita presenta la complejidad emocional y la obsesión del narrador con Ernesto. La caída del papel y la ausencia de Queca crean un ambiente de anticipación. La sensación de esperar durante mucho tiempo subraya la tensión emocional del narrador y su dependencia de Ernesto. La dualidad de "odio" y "paz" refleja la naturaleza contradictoria de las emociones del narrador, ilustrando la profunda complejidad psicológica que Onetti explora en la obra.
“Elena Sala y el médico almorzaron en una glorieta con el dueño del hotel, un cincuentón grueso, con una luz vanidosa en los ojos, en el brillo de las mejillas y el mentón, rojizos, quemados por el sol.
—Y yo estoy tan preocupada —explicó la mujer— porque sé que estaba desesperado.
El patrón no sabía dónde estaba el fugitivo; no podía referirse a él sin insinuar una sonrisa, sin fruncir el entrecejo, divertido e incapaz de comprender. Desde el pescado en escabeche, desde la primera copa de vino, Díaz Grey descubrió que el dueño del hotel era el viejo Macleod; un Macleod sin la afeitada reciente, despojado del cuello duro y de las ropas caras, limitado y más fuerte, más verdadero tal vez".
En esta cita, se destaca la tensión entre los personajes y la ironía en la situación. La preocupación de Elena Sala revela un conflicto emocional mientras que el dueño del hotel, Macleod, muestra una actitud vanidosa y aparentemente indiferente. El descubrimiento de Díaz Grey añade capas a la narrativa, revelando conexiones inesperadas. La presencia del sol y la descripción de Macleod como "limitado y más fuerte" sugieren metáforas sobre la luz y la verdad, resaltando la complejidad de las relaciones en el contexto de la novela.
“Contemplamos la boca hundida de Lagos, los ojos entornados donde escarba la luz creciente, el mechón de pelo encanecido que asoma debajo de la peluca. El Inglés sacude con alarma la cabeza, como si fuera descubriendo a los fantasmas que se reproducen sin impaciencia encima de los canteros, se ocultan parcialmente detrás de los troncos. Después empieza a pasearse frente a Lagos, frente a su cuerpo en el banco, derrumbado y augusto; va y viene, la alabarda al hombro, con pasos y medias vueltas de rutina.
Puedo alejarme tranquilo; cruzo la plazoleta y usted camina a mi lado, alcanzamos la esquina y remontamos la desierta calle arbolada, sin huir de nadie, sin buscar ningún encuentro, arrastrando un poco los pies, más por felicidad que por cansancio".
El final de la novela revela la introspección del narrador y su distancia emocional. La descripción de la "boca hundida de Lagos" evoca una imagen melancólica y simboliza la decadencia. La presencia de "fantasmas" y el movimiento del Inglés sugieren una atmósfera de desesperanza y resignación. La tranquilidad y la sensación de caminar "sin huir de nadie" apuntan a una aceptación de la realidad, pero también a una apatía. La referencia a arrastrar los pies "más por felicidad que por cansancio" sugiere una paradoja emocional, subrayando la complejidad de las experiencias humanas en la obra de Onetti.