Las armas secretas (cuento)

Las armas secretas (cuento) Resumen y Análisis Parte 3

Resumen

Michèle y Pierre se dirigen en moto al pabellón. En el viaje, él le pregunta si hay luciérnagas en su casa y ella le responde que le parece que no. Nuevamente, Pierre queda inmerso en sus divagaciones, piensa en esa noche, en que necesitará pastillas para dormir, se distrae imaginando a Michèle durmiendo y frena abruptamente con la moto ante la luz roja de un semáforo; luego, tarda en arrancar con la luz verde y un bocinazo lo despierta de su ensueño. Michèle le pregunta qué le sucede, pero él no responde.

Al llegar a la casa, los recibe Bobby con ladridos, y Pierre nota que nada de lo que ve es como se lo había imaginado. Una vez dentro de la casa, Bobby termina por aceptar la presencia de Pierre, y la pareja puede sentarse tranquila en el sofá. Cuando Michèle le pregunta si le gusta su casa, Pierre responde que no, que le parece horrible. Luego, comienza a besarla, pero pronto la situación termina en un forcejeo, ya que Michèle quiere desasirse y Pierre no la deja. Finalmente, la muchacha logra soltarse bruscamente; Bobby le gruñe a Pierre mientras este se recompone y le acaricia desde lejos la mejilla a Michèle. Tras este exabrupto, ambos se quedan incómodos en el sofá por un tiempo.

Mientras cenan, Pierre nota que nunca hablaron de la gran guerra que tuvo lugar durante su adolescencia. Michèle no se muestra muy entusiasmada de tocar el tema y tan solo comenta que durante la ocupación nazi de Francia la llevaron a lo de unos tíos en Enghien. Pierre le cuestiona por qué nunca le comentó nada al respecto y le dice que de todas formas él ya lo sabía; luego, le pregunta si los alemanes se metieron con su familia alguna vez, pero Michèle no responde. Pierre se distrae cambiando su peinado y se sorprende al ver que Michèle tiene su cara entre las manos y llora. Ante esta escena, le corre las manos y la besa, pero se encuentra de nuevo con el rechazo y se queda con la cabeza sobre el regazo de ella. Michèle lo peina, lo besa, le sonríe y le confiesa que le dio miedo porque se comportó extraño, como otra persona, pero se culpa a ella por haberlo desconocido momentáneamente.
Pierre tiene otro arrebato, apresa a Michèle fuertemente y decide que ya es el momento de concretar el encuentro sexual, pero ella forcejea y logra escabullirse, luego se detiene un momento, lo mira como si la persona que tiene enfrente no fuera Pierre y corre a la cocina, donde se encierra bajo llave. Pierre baja al jardín y se va hacia el fondo; Bobby comienza a ladrarle nuevamente y entonces él le responde con una primera pedrada que le da en el lomo y una segunda en la pata. Michèle contempla la escena desde la ventana de la cocina.

Una vez más, la pareja se reconcilia. Pierre intenta avanzar sobre Michèle, pero ella le pide que por favor se detenga, que no está lista para concretar nada ese día. Michèle intenta explicarle por qué y comienza entonces a hablar de Enghien, pero justo en ese momento, Pierre se ve atacado por unas imágenes que no se puede sacar de su cabeza y pierde el hilo de la charla. Cuando se incorpora, Michèle está en el otro extremo del sofá y nuevamente lo mira como a un desconocido; él se disculpa y con esfuerzo le pide que continúe con su historia, pero Michèle se aleja y se encierra otra vez. Pierre escucha cómo ella marca el teléfono en la otra habitación y, ante esto, se retira de la casa.

Michèle habla por teléfono con Babette, le explica lo sucedido y le pide que vaya a hacerle compañía; también le cuenta que Pierre se fue, pero que tenía la misma voz que alguien más -alguien que Babette parece conocer- y que se hizo el mismo peinado. Mientras tanto, Pierre pega la vuelta con su moto, regresa al pabellón y esconde el vehículo entre los árboles para llegar a la casa caminando. Una vez allí, entra sigilosamente, se dirige a la escalera orientándose por la supuesta bola de vidrio, que es, en verdad, el brillo de los ojos de Bobby; sube a la habitación y nota que la puerta no está cerrada, por lo que no tendrá que usar la llave de su bolsillo. Se peina entonces, se introduce en la habitación y abusa sexualmente de Michèle.

Roland y Babette charlan mientras se dirigen al pabellón. No comprenden que Michèle no haya superado aquel trauma de hace siete años y rememoran aquellos episodios: cómo entre los dos atraparon al alemán que había violado a Michèle, cómo lo llevaron al bosque y lo mataron de un escopetazo en pleno rostro.

Análisis

Al llegar a la casa de los padres de Michèle, lo primero que señala Pierre es la falta de una serie de escalones: “-Aquí debería haber tres peldaños -dice Pierre-. Y este salón, pero claro… No me hagas caso, uno se figura siempre otra cosa” (p. 373). En este pasaje, es el alemán que habla a través de Pierre, guiado por los recuerdos de la casa de Enghien. A esta altura del relato, el comentario sigue siendo críptico y sirve como indicio para el lector de que, efectivamente, algo extraño ocurre en torno al protagonista, aunque bien podría tratarse, simplemente, de un Pierre que de tan enamorado ha llenado su cabeza de puras fantasías.

Una vez que Pierre y Michèle se instalan en la casa de campo entre los dos suceden una serie de escenas que remedan en cierto sentido las escenas de pareja, en tanto intercambios de cuestionamientos recíprocos. En todos ellos, la violencia con la que Pierre se dirige a Michèle va siempre en aumento y ella siempre retrocede, cada vez más espantada por la insistencia de su novio. En todos estos casos, la narración de las situaciones de mayor contenido erótico no están exentas de indicios sobre algo más que está sucediendo. Cuando entran a la casa, por ejemplo, comienzan a besarse y Pierre de pronto se descubre pensando cómo someter a Michèle:

Le acaricia la garganta, la atrae contra él, la base en la boca. Se besan en la boca, en Pierre se dibuja el calor de la mano de Michèle, se besan en la boca, resbalan un poco, pero Michèle gime y busca desasirse, murmura algo que él no entiende. Piensa confusamente que lo más difícil es taparle la boca, no quiere que se desmaye. La suelta bruscamente, se mira las manos como si no fueran suyas, oyendo la respiración precipitada de Michèle, el sordo gruñido de Bobby en la alfombra. (p. 374)

En este pasaje, es el alemán el que está pronto a estrangular a Michèle, aunque Pierre logra detenerse a último momento y se contempla las manos, extrañado como si estas hubieran estado respondiendo a una voluntad que no es la suya. En toda la escena, Bobby, el perro de Michèle, no para de gruñirle a Pierre, como si supiera de sus ocultas intenciones y quisiera advertir del peligro a su dueña.

Al primer arrebato de violencia le sigue una charla en la que hablan de los años de la guerra. Michèle se muestra reacia a recordar, y solo atina a decir que no fue una buena época para ella, sino que “llovía todo el tiempo (...) Aquí, delante de mis ojos, detrás de mis ojos. Todo estaba húmedo, todo parecía sudado y húmedo” (p. 375). En este pasaje se presenta otro indicio, esta vez por parte de Michèle: esos años de lluvia se corresponden con la época en la que fue violada y hacen referencia al trauma generado por el abuso. En otras instancias de la narración, lo húmedo y lo lluvioso también se asocia a la idea de violación.

Cabe destacar que, aun a pesar de los indicios velados, toda la situación de la pareja en la casa de campo puede ser interpretada por el lector como la experiencia de una pareja que está conociéndose, en la que poco a poco cada uno va revelando su forma de ser. Desde esta perspectiva, Pierre queda representado como un sujeto misógino y violento cuyo principal objetivo es tener sexo con Michèle y que se sorprende cuando ella retrocede ante sus avances, no excentos de agresividad. Y es en esta doble lectura donde radica la maestría de Cortázar como cuentista: incluso con los indicios confusos y misteriosos, es posible interpretar lo que sucede como una reflexión sobre las relaciones amorosas y la agresividad masculina. Sin embargo, como ya hemos dicho todo a lo largo del análisis, el final del relato justifica esta violencia desde una perspectiva fantástica: la agresividad de Pierre no se debe a la obsesión que le genera su enamoramiento, sino que parece ser el alemán el que lo empuja en ese camino. Claro que cabría preguntarse, entonces, cómo sería la conducta de Pierre si no estuviera mediada por la superposición del otro. En ese sentido, cabe también reflexionar sobre el mensaje que quiere transmitir el autor y no es del todo descartable la idea de que, quizás, la conducta de Pierre, sin mediar ninguna posesión fantástica, podría repetir la conducta agresiva del alemán.

En las siguientes escenas de tensión entre la pareja, es destacable la función que cumple el pelo de Pierre en el establecimiento de su personalidad y el desdoblamiento en el alemán: Pierre se acomoda el pelo en numerosas ocasiones y en un momento descubre, al mirarse frente al espejo, que “tiene el pelo partido al medio, como los galanes del cine mudo” (p. 377). Cuando se acerca a Michèle, esta intenta acomodarle el pelo y tirárselo para atrás, como si de esa forma conjurara su recuerdo del alemán que la violó y recuperara a Pierre, su joven novio francés. La escena en la que Pierre se desconoce frente al espejo puede interpretarse como la emergencia de lo sobrenatural oculto: “El espejo le muestra a Pierre una cara lisa, inexpresiva, unos brazos que cuelgan como trapos, un faldón de la camisa por fuera del pantalón” (p. 378). Este es un punto sin retorno de la narración: la presencia de un otro se ha establecido completamente sobre Pierre, quien ya no logra desembarazarse de ella.

En una nueva escena, Pierre-el alemán se arroja otra vez sobre Michèle y comienza a besarla, cada vez con más violencia, y en su pensamiento se explicita un odio inusitado hacia ella: “... oyendo la queja inútil de Michèle, su protesta inútil, se endereza teniéndola en los brazos, incapaz de esperar más (...) lo mismo ha de llevarla arriba y entonces como a una perra, todo él es un nudo de músculos, como la perra que es, para que aprenda, oh Michèle, oh mi amor, no llores así, no estés triste, amor mío” (p. 378).

La ambivalencia de lo que está sucediendo es difícil de comprender sin pleno conocimiento de lo que está sucediendo, y pareciera que Pierre se deja llevar por un arrebato de pasión hasta forzar físicamente a Michèle en su deseo de poseerla. Después de este episodio, Michèle se encierra y llama a Roland y Babette para pedirles ayuda, mientras que Pierre abandona en su moto la casa de campo.

En las escenas finales, Pierre regresa a la casa de campo, ahora totalmente poseído y con el solo objetivo de violar a Michèle, quien lo espera, tras haber llamado a Roland y Babette y sentirse más segura luego de la charla que sostiene con ellos de que cualquier parecido entre Pierre y su antiguo agresor solo son ideas suyas. Así, Michèle termina entregándose, sin saberlo:

... y entonces Michèle sonríe, suspira, se endereza tendiéndole los brazos, dice: «Pierre, Pierre», en vez de juntar las manos y suplicar y resistirse dice su nombre y lo está esperando, lo mira y tiembla como de felicidad o de vergüenza, como la perra delatora que es, como si la estuviera viendo a pesar del colchón de hojas secas que otra vez le cubren la cara y que se arranca con las dos manos mientras Michèle retrocede, tropieza con el borde de la cama, mira desesperadamente hacia atrás, grita, grita, todo el placer que sube y lo baña, grita, así, el pelo entre los dedos, así, aunque suplique, así, entonces, perra, así. (p. 384)

Este es el último fragmento del texto dedicado a Pierre y a Michèle. El alemán ya se ha apoderado del joven francés y cumple su venganza, violando otra vez a Michèle, quien aparece ante sus ojos como la perra que lo delató y le causó la muerte.

En el apartado final del relato, Roland y Babette conducen tranquilamente hacia la casa de los padres de Michèle y charlan sobre el pasado. En el diálogo de esta pareja se revela la clave final para comprender todo el cuento: siete años atrás, Michèle les había confesado que había sido violada por un nazi, ellos lo habían encontrado, lo habían llevado al bosque y lo habían matado de un escopetazo en pleno rostro.

A la luz de este final, es posible reconstruir todos los hechos del cuento: Pierre sufre un extrañamiento que en forma gradual va haciendo coincidir sus acciones y su personalidad con las de un sujeto que fue asesinado siete años atrás por haber violado a Michèle. Ella, por su parte, siente un terror particular hacia Pierre, que solo se comprende completamente cuando se revela su tormentoso pasado. Finalmente, la historia de la violación se repite. El amor sigue siendo imposible para Michèle aunque hayan pasado los años y se haya enamorado de un joven. También es imposible para Pierre, porque aunque él quiere a Michèle, está obligado a cumplir con el rol de violador compulsivo que ya había interpretado el nazi. Aunque a lo largo del relato los dos se esfuercen por deshacerse del influjo del pasado, este termina irrumpiendo en sus vidas y destruyéndolos. A la luz del final, el título del cuento puede cobrar nuevas significaciones: “Las armas secretas”, cabe aventurar, no solo pueden hacer referencia a la escopeta homicida, sino al destino ineludible que encuentra caminos insólitos para concretarse.

Así, en “Las armas secretas”, la superposición de planos y de personalidades que terminan de revelarse al final del relato constituyen una base fantástica para un planteamiento filosófico sobre la naturaleza del amor y las conductas de los enamorados.

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