Las cosas que perdimos en el fuego

Las cosas que perdimos en el fuego Resumen

“Chico sucio”

Una joven diseñadora vive en Constitución, un barrio peligroso de Buenos Aires. En la esquina de su casa duermen todas las noches una madre que consume drogas y su hijo, un chico sucio que pide dinero en el subte. Un día, el chico toca la puerta del caserón de la narradora. Está solo; su madre no está en el colchón. Sin embargo, al volver a la esquina luego de un paseo, esta reaparece e insulta a la narradora por haberse llevado al chico. Al día siguiente no hay rastro de ninguno de los dos en la cuadra.

La noticia de la aparición de un cadáver de un niño, torturado y degollado, sacude al barrio. La narradora está segura que se trata del mismo chico sucio, hasta que ve en las noticias la foto de la víctima, que no es él. Sin embargo, al encontrarse con la madre del chico, esta escapa gritando que ha entregado a su hijo, a sus dos hijos, en referencia a alguno de los santos paganos a los que se rinde culto en el barrio, probablemente el Gauchito Gil.

“La Hostería”

Florencia y Rocío son amigas. Deciden vengar el despido del padre de Rocío y boicotear la Hostería en la que él trabajaba como guía turístico. La Hostería solía ser, en tiempos de la dictadura, una Escuela de Policía. Al entrar sigilosamente, para colocar chorizos dentro de los colchones y arruinar la reputación del hotel, comienzan a escucharse motores, gritos, corridas. Faros iluminan la habitación desde fuera. Las chicas se asustan; Florencia se hace pis. Por los fuertes gritos, los mayores entran a la habitación. Sin embargo, no creen lo que ellas le cuentan.

“Los años intoxicados”

En tiempos del presidente Carlos Saúl Menem en Argentina, tiempos de despidos, inflación y precariedad económica, tres amigas prometen nunca ponerse de novias. Sin embargo, en 1993, Andrea lleva a su novio punk a una fiesta. Toman ácido, y las otras dos amigas comienzan a hostigarlo. Presa de un terror potenciado por las drogas, el novio punk comienza a buscar la salida. Paranoico, se tira al piso, incapaz de encontrar la puerta. Una de las chicas le clava un cuchillo y vuelven a la fiesta. Esperan a que Andrea se despida de él y vuelva al grupo, para ser tres otra vez.

“La casa de Adela”

Clara y Pablo son hermanos y amigos de Adela, una compañera de primario. A Adela le falta un brazo, pero no carácter: es fuerte y aventurera. Los tres deciden un día entrar en una casa abandonada que les genera terror y fascinación. Al entrar, encuentran muebles viejos y una vitrina con muelas y uñas desplegadas como adornos. Adela grita, y se pierde tras una puerta de la casa, que Pablo intenta abrir, sin éxito. Clara lo hace entrar en razón y salen de la casa para buscar ayuda. Al volver, con adultos, la casa no es la misma. Por dentro está demolida y no hay muebles. Tampoco hay rastros de Adela, quien nunca aparece. Pablo se suicida a los veintidós años. La narradora va seguido a la casa, pero no se anima a entrar. Un graffiti en el exterior dice “Acá vive Adela” (p.80), y la narradora sabe que es verdad.

“Pablito clavó un clavito: una evocación del Petiso Orejudo”

Pablo es un padre primerizo que está atravesando una crisis de pareja. Su mujer le resulta una completa desconocida. Solo habla del bebé y lo acusa de estar obsesionado con el caso del Petiso Orejudo. Pablo es un guía turístico que lleva a la gente a recorrer la ciudad hablando de los casos criminales más célebres. El del Petiso Orejudo es el que más le interesa: un niño que asesinaba a otros niños y bebés para recrear el funeral de su hermano muerto.

En uno de los asesinatos, el Petiso le había clavado un clavo a un niño en la cabeza. Un día, al llegar a casa, Pablo ve a su mujer y a su hijo durmiendo. Le resultan extraños. Va a la habitación vacía del bebé y arranca un clavo que él mismo había colgado para, algún día, poner allí un adorno para su hijo. Se recuesta y se duerme acariciando el clavo.

“Tela de araña”

La narradora lleva a su marido, Juan Martín, que la maltrata y la avergüenza, a conocer a su familia en Corrientes. Al día siguiente, viajan con la prima correntina, Natalia, a Asunción, Paraguay. El coche se rompe en la ruta y tienen que parar en Clorinda, una pequeña localidad. La narradora rechaza cada vez más la presencia de su marido.

En la parrilla del hotel de Clorinda se cuentan historias de desapariciones de la zona. Por la mañana, el marido de la narradora ha desaparecido sin dejar rastros. Ellas, sin embargo, se ponen los anteojos de sol y salen solas a la ruta, como si nada hubiera sucedido.

“Fin de curso”

La narradora, una adolescente que cursa quinto año del colegio secundario, se obsesiona con una compañera, Marcela. Esta se autolesiona: se arranca las uñas, se corta la cara. Dice que alguien, un hombre bajo, engominado y vestido de comunión, le dice lo que tiene que hacer.

Un día Marcela deja de ir al colegio. La narradora va a su casa y le pregunta qué es lo que el engominado le pide hacer. Marcela no responde. En lugar de eso, le dice que ya se enterará, pronto, pues él le va a pedir que lo haga ella también. La narradora no entiende. Al partir de la casa de Marcela y subirse al colectivo, se toca las piernas y hace que brote sangre de la herida que ella misma se hizo la noche anterior con una trincheta.

“Nada de carne sobre nosotras”

La narradora, una mujer joven que vive con su novio, se obsesiona con una calavera que encuentra en la calle. La llama Vera y la pone en su habitación. Al poco tiempo, el novio, aterrado, se separa de ella y se va de la casa.

La narradora habla con Vera, le consigue ojos de lucecitas y una peluca rubia. Deja de comer; dice que no quiere tener carne sobre su cuerpo; ser, en cambio, como Vera. Se propone buscarle el resto del esqueleto a Vera para completarla.

“El patio del vecino”

Paula y Miguel se mudan a una casa nueva. Paula fue despedida de su trabajo por negligencia: es asistente social y descuidó a una niña de cinco años. Luego de eso, entró en una depresión profunda de la cual poco a poco sale tomando antidepresivos. Miguel es irritable. Paula tiene visiones y escucha cosas y Miguel la maltrata por eso.

Un día, ella ve en el patio del vecino a un chico atado. Decide que, salvándolo, puede redimirse, sobre todo a ojos de su marido, que desde que la despidieron de su trabajo no la trata igual. Cuando va a la casa del vecino descubre cosas perturbadoras allí, pero el ruido de las llaves en la puerta hace que escape rápido. Nuevamente en su propia casa, encuentra al chico sentado en la cama: tiene a su gata sobre el regazo y le muerde la panza. La gata muere. El chico mira a Paula y le muestra un juego de llaves, mientras sonríe con los dientes afilados.

"Bajo el agua negra"

La fiscal Pinat investiga el caso de dos jóvenes que se ahogaron en el río que hace de frontera de la ciudad de Buenos Aires. La policía está acusada de tirarlos desde un puente luego de encontrar a los muchachos volviendo de un baile. La fiscal recibe en su despacho a una testigo que dice que uno de ellos ha vuelto a la villa. Pinat no entiende: a pesar de que no se ha encontrado el cuerpo aún, se sabe por unas zapatillas en el lecho del río y la aparición sin vida de su amigo que el chico está muerto hace muchos días.

Luego de varios llamados sin respuesta a la villa, la fiscal decide ir personalmente. La encuentra desierta, hasta que ve al sacerdote en la capilla. El cura está borracho y perturbado. Le dice que no debería haber ido hasta allí. Le quita el arma y se pega un tiro en la cabeza. La fiscal, aturdida, sale y se encuentra con todos los villeros en procesión: algo se despertó en el fondo del Riachuelo. La mujer sale despavorida de la villa.

“Verde rojo anaranjado”

Hace casi dos años que Marco, el amigo de la narradora, no sale de su habitación. Ella lo ve a través del chat; su amigo se convirtió en un punto verde, anaranjado o rojo, según su estado de conexión. La madre de Marco está desesperada. Le cocina pero nunca lo ve; él toma la comida cuando ella está lejos y vuelve a encerrarse.

Marco dice que algún día una máquina podría ocupar su lugar y responder mensajes por él. Nadie se daría cuenta de la diferencia, afirma. La narradora no lo cree así, pero se dice a sí misma que, cuando Marco no esté más, ojalá no se acumule comida en el pasillo y no haya que tirar la puerta abajo.

Las cosas que perdimos en el fuego

En el subte de Buenos Aires, una chica con el cuerpo quemado casi por completo pide dinero. En su relato siempre menciona a su marido, Juan Martín Pozzi, que la roció con alcohol y la prendió fuego mientras dormía. El caso de otra joven quemada, Lucila, se hace célebre en las noticias: rociada por su marido con alcohol y prendida fuego, sobrevive una semana al ataque y muere. La indignación es tal que las mujeres comienzan a juntarse y organizar hogueras en las que, a modo de ritual, entran al fuego adrede. Silvina, protagonista del cuento, participa como testigo de su primera hoguera en un campo.

Mientras conversan tiempo después, María Helena, amiga de su madre, hace una torta. Es para festejar a una de las Mujeres Ardientes que sobrevive a su primer año de quemada. Silvina propone que habría que filmar una hoguera, y así lo hacen casi un mes después. Una joven accede a que se filme su propia ceremonia.

Las mujeres ya no andan solas, porque los policías las revisan para ver si llevan con ellas algo sospechoso que indique que son colaboradoras de las Mujeres Ardientes. Los medios no saben cómo retratar la situación. Mientras tanto, las mujeres quemadas comienzan a mostrarse en sociedad, toman café, medios de transporte, sol. Exhiben sus “horribles caras” (p.196). María Helena y su madre hablan de Silvina, de cuándo se decidirá a quemarse.

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