La Hostería
Resumen
Florencia es llevada, junto a su hermana Lali, a vivir a Sanagasta, La Rioja. Allí vive su mejor amiga, Rocío. Sanagasta es una localidad pequeña en la que mucha de la actividad social se da en torno a la Hostería, el único lugar donde, por ejemplo, se puede tomar un café.
Apenas llegan, Florencia llama, emocionada, a su amiga para verse. Rocío le cuenta que la dueña de la Hostería, Elena, despidió a su padre, guía turístico y probablemente amante de esta mujer que, por alguna razón, decide echarlo del trabajo. Él cree que se trata de lo que le cuenta a los turistas: dice en sus paseos que la Hostería fue, durante la época de la última dictadura militar, una escuela de policía. Rocío está enojada, siente celos y a la vez la enfada que la dueña, Elena, lo haya humillado de ese modo a su papá. Tiene un plan: va a entrar de noche a la Hostería y descoser los colchones. Por el agujero piensa meter chorizos, para que se pudran y el olor inunde el edificio, pero nadie pueda precisar de dónde proviene. Florencia inmediatamente accede a ayudarla.
Entran con las llaves del padre de Rocío a la Hostería, de noche. Logran meter los chorizos en el primer colchón, pero de repente suena un motor a un volumen inverosímil. Voces de hombres inundan el espacio; se oyen gritos, corridas, golpes contra las persianas. La habitación se ilumina con faros y las jóvenes no pueden dejar de gritar. Florencia se orina encima. De repente, se abre la puerta de la habitación y entran Elena y una empleada armada. Cuando las chicas le dicen a la dueña de la Hostería lo que pasó, ella se enoja. Lo mismo hace la madre de Florencia, que la castiga. Lali le dice a su hermana que le cuente todo lo que pasó. “Si no, le cuento a mamá que sos tortita” (p.47), la amenza.
Análisis
A pesar de que el padre de Florencia, impulsado por su carrera política, lleva a la familia a vivir a Sanagasta, el contexto político inmediato en “La Hostería” toca de lado a las protagonistas; la política es algo que incumbe privativamente a los adultos. No sucede así, sin embargo, con la historia de la hostería, estrechamente vinculada con la historia argentina, que saben gracias al padre de Rocío.
Que la hostería haya sido una escuela de policía durante la última dictadura militar funciona en varios niveles en el relato. Por un lado, está la irritación de la dueña, Elena, por el hecho de que el padre de Rocío involucre en su relato turístico los orígenes de la escuela de policía y su uso como centro de detención en los años setenta. El cuento da a entender que allí se secuestró y torturó gente, como en tantos otros centros clandestinos de detención del país en esa época. Para Elena, esto es de mal gusto y, según lo que dice Rocío, parece ser el motivo principal de despido de su padre. Por otro lado, este relato sobre la historia del edificio y las cosas que pasaron allí le da un clima perturbador a la hostería, y prepara el terreno para el miedo.
Muchas veces Mariana Enriquez ha hecho referencia a cómo, al imponerle cultura rioplatense a los motivos del género de terror, toma como referencia la realidad social y política del país. Define sus cuentos como realistas, ya que, según ella, la realidad es más horrorosa, muchas veces, que la ficción. Esto se puede leer con mucha claridad en "La Hostería": el fenómeno que las chicas escuchan aquella noche dese la habitación a todo volumen no es otra cosa que el sonido del horror de la violencia efectivamente ejercida en los años setenta por las fuerzas de seguridad en la dictadura.
La manera en que se manifiestan estos sonidos puede ser pensada como una suerte de poltergeist. Poltergeist es una palabra alemana que se utiliza para definir hechos perceptibles de una naturaleza que no se ajusta a las leyes de la ciencia. Una energía imperceptible e incognoscible parece guiar estos fenómenos. Lógicamente, la primera asociación que se hace desde el sentido común tiene que ver con lo fantasmático. Pero, como asociamos al “fantasma” a una entidad individual, en este caso estaría bien hablar de poltergeist, ya que lo que las protagonistas de “La Hostería” perciben es un fenómeno complejo que no puede ser personificado en la figura de un fantasma: son sonidos, gritos, luces, movimientos bruscos, ruidos de motores.
El miedo se apodera del lector en la medida en que se apodera de las protagonistas. En este caso, como en otros cuentos de la serie, la identificación con los personajes es clave para lograr el efecto horroroso (no sucede así, por ejemplo, en “Los años intoxicados”, donde veremos que son las protagonistas las que, con su comportamiento, generan temor). El momento de clímax en este relato llega cuando Florencia, presa del miedo, se orina los pantalones. El terror entonces se narra a través del miedo de las protagonistas, materializado en sus respuestas físicas (gritos, incontinencia, temblor incontrolable) más que en el relato de los acontecimientos.
La juventud y la infancia es uno de los temas de la literatura de Enriquez. Muchas veces, en sus cuentos, son adolescentes o niños quienes perciben los fenómenos paranormales, y los adultos quienes no les creen, o siquiera los escuchan. La idea que subyace a este uso repetido de los adolescentes o niños como protagonistas de eventos paranormales en la literatura de terror o fantástica es que hay cierto grado de inocencia y una sensibilidad diferente en la infancia, que vuelve a los niños “permeables” a lo espiritual, metafísico o fantasmático. De alguna manera, a través de estas narraciones, se pone de manifiesto una incomprensión, por parte de la sociedad, hacia los jóvenes, que excede los límites del género.
En el caso de Florencia y su hermana, el abismo entre ellas y sus padres es insondable. La primera se encuentra feliz de mudarse a Sanagasta por motivos que sus padres ni siquiera imaginan y su hermana condena: su amor por su mejor amiga, Rocío. A su vez, también las conversaciones entre ambas amigas contienen explicaciones, razonamientos y problemas que no se corresponden con los de los adultos y que estos desconocen. Las soluciones a estos problemas, como boicotear la hostería insertando chorizos en los colchones para que se pudran, y así vengar el despido del padre de Rocío, son propias de esta cosmovisión adolescente.
Tanto Elena como la madre de Florencia descreen de la versión de las chicas de lo que vieron y escucharon en la hostería. La madre desplaza el problema a la amistad entre ambas chicas, la hermana de Florencia señala que el miedo es porque se descubra que es “tortita” (p.47), es decir, lesbiana. Podemos decir, a modo de cierre, que hay una correspondencia sutil entre la ignorancia voluntaria que permitió el terror en los años 70 en Argentina y la de los adultos en “La Hostería”: ante la evidencia del miedo de las chicas eligen, sin embargo, mirar hacia otro lado. La vigencia del miedo que generan los militares a nivel simbólico en el texto tiene mucho que ver con esta desviación de la atención y complicidad en el ocultamiento. Veremos más adelante cómo en la literatura de Enriquez muchas veces se abordan aquellas cosas que la sociedad pretende ocultar (la violencia política, la violencia policial, la contaminación, la miseria o el consumo problemático de drogas, por ejemplo); estas cosas son las que, al emerger, vuelven con una fuerza redoblada.
Los años intoxicados
Resumen
“Los años intoxicados” transcurre entre 1989 y 1994. Una narradora joven cuenta la historia de su grupo de amigas; un trío conformado por ella, Paula y Andrea, que, según sus palabras, es la “más linda de nosotras” (p.49).
En 1989, los apagones eran frecuentes y programados, pero muchas veces duraban más de lo esperado. La crisis económica apremia en esos años, las madres lloran en las cocinas; “la inflación les había mordido el sueldo” (p.49). Sin embargo, a las amigas, adolescentes aún, esto les parece estúpido y ridículo. Andrea tiene en el '89 un novio que las lleva a fumar marihuana y dar vueltas en su camioneta, a mucha velocidad y haciendo unas maniobras que las deja siempre golpeadas e inclusive ensangrentadas por rebotar dentro de la cabina del vehículo.
El presidente argentino había dimitido antes de tiempo y, ya en 1990, a nadie le gusta mucho el nuevo presidente electo. Las chicas comienzan a viajar desde la ciudad de La Plata a la capital, Buenos Aires, sin que sus padres lo sepan. Una vez, volviendo en el colectivo nocturno, ven que una chica se baja en medio del bosque, a pesar de las advertencias del chofer y una pasajera de los peligros que implica que una chica ande sola de noche por la zona.
En 1991 comienzan a llevar whisky a la escuela y toman Emotival, una droga que le roban a la madre de la narradora. En 1992 aparece Roxana, una vecina nueva que vive sola y las introduce a la cocaína. En 1993 Andrea se pone de novia con un chico punk, a pesar de que las tres amigas habían prometido nunca ponerse de novias y permanecer siempre unidas.
En 1994, Paula festeja su cumpleaños en casa de Roxana. Consiguen ácido para todos, inclusive para el novio de Andrea, con quien ella llega a la fiesta. El ácido le cae mal al novio punk, que empieza a tener ataques de paranoia. La narradora le pega un puñetazo en la sien; Paula, riéndose, le tira una tijera y le corta la ceja. Todo se llena de sangre. Él intenta correr, pero no encuentra la puerta de salida. Paradas, las tres amigas lo rodean. Paula se guarda el pequeño cuchillo en el jean. Vuelven a bailar. Esperan que Andrea se una a ellas para ser tres nuevamente.
Análisis
No solo por los años señalados en los que se desarrolla la narración, sino por múltiples marcas contextuales, sabemos que “Los años intoxicados” transcurre durante los últimos meses del mandato del presidente Raúl Alfonsín y los primeros años de gobierno de Carlos Menem en Argentina. A pesar de estos datos, sin embargo, la narradora es algo imprecisa con las fechas y períodos. Por ejemplo, el expresidente Carlos Menem toma el mando en 1989, en el mes de julio, pero la narradora sitúa la dimisión de Alfonsín en 1990.
Esta imprecisión en los datos contextuales tiene sentido, pues se condice con el interés político de la narradora, que es, expresamente, nulo: “Nuestras madres lloraban en la cocina porque no tenían plata o no tenían luz o no podían pagar el alquiler o la inflación les había mordido el sueldo hasta que no alcanzaba más que para pan y carne barata, pero a nosotras no nos daba lástima, nos parecían cosas tan estúpidas y ridículas como la falta de electricidad” (p.49). La brecha entre madres e hijas no es en este caso como en “La Hostería” o en el cuento que sigue, “La casa de Adela”: el elemento horroroso no se asocia a la incomprensión de los padres hacia los hijos niños o adolescentes, como vimos, sino de las adolescentes hacia el mundo de los adultos. Cabe aclarar que, desde el punto de vista de la narradora, esta indiferencia es mutua: “Volvíamos a casa muy tarde (...); nadie nos prestaba atención ese verano” (p.51). Pero la apatía de las adolescentes ante los asuntos de los adultos se traduce con el correr de los años en desprecio y rechazo.
Este desinterés de las jóvenes hacia todo lo que respecta a la adultez se exacerba. La narración es hiperbólica con respecto a la indiferencia psicopática de las chicas ante todo lo que no son ellas mismas. En este marco es que cobra protagonismo su crueldad. Podríamos decir que la crueldad es el elemento horroroso de “Los años intoxicados”. Así como en “La Hostería” sentíamos el peso del terror por una lectura empática del miedo de sus protagonistas, en este caso, la empatía se torna imposible. El comportamiento de las jóvenes es sádico, y llega a su clímax con el maltrato al novio de Andrea. El miedo, esta vez, se refleja en el texto en este personaje secundario, violentado por las tres, acuchillado por Paula.
Si bien ellas son el elemento que induce al horror en el cuento, es verdad también que, más allá de su desidia con respecto al mundo adulto, el contexto socioeconómico no tiene nada que ofrecerles. O, lo que es más, el contexto de la época solo puede traer más toxicidad y peligro. En este caso, la representación de la protección que puede brindar el mundo adulto se hace presente en su propia ausencia. A diferencia de “La Hostería”, cuento en el que los padres y su influencia irrumpen constantemente en el mundo de las amigas, en “Los años intoxicados” ellas están solas. El pacto de sangre que realizan, la promesa de nunca separarse, es el único vínculo fértil del cuento. Los padres se encuentran ausentes. Podemos inferir que esta distancia tiene mucho que ver con lo que se repone del contexto socioeconómico: desempleo o empleo precario, desesperación por llegar a fin de mes con el escaso salario y, sobre todo, un ambiente generalizado de desesperanza, ansiedad e inquietud social. Los padres no están: las chicas viajan solas a la capital, de noche, se bajan en medio del bosque. Se alimentan mal, toman drogas, juegan a golpearse yendo a toda velocidad en la camioneta del novio de Andrea.
Esta situación de soledad de muchos jóvenes y niños en los relatos de Enriquez es una de las marcas más fuertes del tópico de la adolescencia. De este modo, el desamparo ayuda en cierta manera a configurar el terreno para el relato de miedo.