Pablito clavó un clavito: una evocación del Petiso Orejudo
Resumen
El narrador de este cuento es un joven padre primerizo que trabaja como guía turístico en la ciudad de Buenos Aires. Si bien hasta hace poco los tours de los cuales estaba encargado giraban en torno a la arquitectura y el art nouveau en la ciudad, ahora se ve inmerso en unos recorridos que lo atraen mucho más: le asignaron itinerarios que se enfocan en crímenes históricos célebres de la ciudad.
Diez crímenes involucra el paseo por Buenos Aires, pero el que interesa más a la gente, y obsesiona a su vez a Pablo, es el del Petiso Orejudo, un famoso asesino serial de niños y animales pequeños que vive a principios del siglo XX. De origen humilde, inmigrante, es encarcelado a los dieciséis años y muere en la cárcel de Ushuaia en 1944.
Un buen día, en la primavera de 2014, a Pablo se le aparece en un ómnibus el Petiso Orejudo. “Estaba parado casi al final del pasillo, haciendo la demostración con su piolín, mirándolo a él, al guía, a Pablo, con cierta indiferencia, pero con claridad” (p.82). Pablo cree estar volviéndose loco, pero a la vez lo atribuye al hecho de que hace poco fue padre. La paternidad no es lo que esperaba: su mujer le resulta ahora una completa desconocida. No lo escucha, no habla de otra cosa que no sea el bebé. Además, le achaca a Pablo estar obsesionado con el Petiso Orejudo.
Por su parte, el Petiso Orejudo, según el relato de Pablo para los turistas, estaba a su vez obsesionado con la muerte de su hermano bebé. Por esto, presupone la gente, es que intentaba enterrar a los niños que mataba. De los crímenes del Petiso, el favorito de Pablo es el de un niño a quien le clavó un clavo en la cabeza. Una noche, un turista le pregunta a Pablo si cree que, de haber seguido matando, el clavo se hubiera convertido en la marca personal del Petiso Orejudo. “A lo mejor” (p.91), responde Pablo.
Esa noche, Pablo vuelve a casa pensando en el clavo y en un célebre trabalenguas: “Pablito clavó un clavito (...)” (p.91). Mira a su familia, siente que no los conoce. Pasa por la habitación del bebé, que aún no se usa porque su esposa sigue insistiendo con que el niño debe dormir en la cama con ellos, y le parece “la habitación de un chico muerto” (p.91). El protagonista se apoya en la pared, donde meses atrás estuvo a punto de ubicar un colgante del sistema solar para su bebé. Toca la pared, encuentra el clavo y lo arranca. Se lo mete al bolsillo y se acuesta en el sofá, acariciándolo.
Análisis
“Pablito clavó un clavito: una evocación del Petiso Orejudo” trae al volumen una referencia histórica muy propia del terror argentino y sus leyendas urbanas: la historia del Petiso Orejudo, un asesino en serie muy joven, que comenzó a delinquir de niño y que aterrorizó a la sociedad porteña de principios del siglo XX. Se lo juzgó por la muerte de cuatro niños, el intento de asesinato de siete más y el incendio de siete edificios.
Las referencias cruzadas con el caso del Petiso Orejudo dan espesura al cuento: el fantasma del asesino se le aparece a Pablo, el protagonista del cuento, con un “piolín” en la mano. Este piolín es el que utilizó para matar o intentar matar a varias de sus víctimas, y es con el que ataba su propio pantalón. El fantasma juega con el hilo en su mano mientras mira a Pablo en la parte trasera de un colectivo. Este hilo es el que confirma que la imagen que sus ojos ven no es una persona parecida al asesino, sino identidad pura. El protagonista está frente al mismísimo Petiso Orejudo.
Más adelante, será Pablo el que tome en sus manos otro objeto que funciona como referencia de los asesinatos del Petiso. Cuando al final del cuento se va a acostar, juega con un clavo entre sus dedos mientras su hijo recién nacido duerme en la otra habitación. Por su parte, el Petiso Orejudo había ultimado a un niño, al que intentó ahorcar sin éxito, al insertar un clavo en su cabeza. Además, como para condimentar la referencia, Pablo vuelve ese día a casa, un rato antes, diciendo para sí mismo un trabalenguas que su madre le enseñó cuando chico. El trabalenguas, célebre en Argentina, dice así: “Pablito clavó un clavito/ ¿Qué clavito clavó Pablito?/ Un clavito chiquitito” (p.91). Como vimos, por ejemplo, en "El chico sucio", nuevamente en un momento de creciente turbación aparece como protagonista la cultura popular.
Pablo llega a su casa y todo aquello que debería ser cálido y familiar, como el trabalenguas, se torna siniestro: no reconoce a su esposa ni a su bebé, no se acerca a ellos. La habitación vacía del recién nacido, que ahora duerme con la madre, parece ante sus ojos “la habitación de un chico muerto” (p.91). Sin embargo, el lector puede recuperar algo de la mirada de su mujer a pesar de que la narración es omnisciente y focalizada en Pablo. Ella parece, a primera vista, estar obsesionada con el bebé, pero es él quien está obsesionado con el Petiso Orejudo, y esto se implica sutilmente en el texto a través de la voz de su esposa.
En este caso, son las obsesiones lo que se pone en primer plano para explicar la violencia: el Petiso estaba obsesionado con su hermano menor, con la muerte, con el fuego; Pablo se obsesiona con la figura del Petiso Orejudo, y también con la presencia de su hijo recién nacido y los efectos que esta novedad tiene en su casa. Las obsesiones funcionan en la literatura de Mariana Enriquez como una especie de anteojo que distorsiona la mirada (el ejemplo más claro vendrá más adelante, en el cuento "Nada de carne sobre nosotras"). El sociópata, el Petiso Orejudo en este caso, no ve en sus actos lo mismo que los vecinos y la policía, sino otra cosa. A su vez, Pablo puede ver algo que nadie ve, que es la presencia del Petiso en el colectivo. Pero, también, arrastra esta mirada descolocada, deforme, a su casa. Pierde referencia y desconoce a su propia familia, ve en la habitación de su hijo recién nacido la habitación de su contrario, un niño muerto, justo antes de acostarse en la cama con el clavo entre las manos.
A pesar de que el cuento termina aquí, todo parece sugerir que estamos ante los momentos o días previos al asesinato del bebé, un asesinato que probablemente emule algo del caso del Petiso Orejudo. Esta escena permite dar una ojeada al instante de surgimiento de la crueldad en una persona. El cuento parece iluminar esos aspectos de un crimen que permanecen ocultos al público: para el común de la gente, la mente de un criminal funciona de un modo diferencial; el criminal ve, como el Petiso, algo diferente a lo que perciben los demás, pero ese diferencial permanece inaprehensible.
Tela de araña
Resumen
La narradora lleva, por primera vez, a su marido citadino a casa de sus tíos y primas de la provincia de Corrientes para presentarlo en familia. Desde un primer momento, las cosas no están bien. Juan Martín “me irritaba y me aburría” (p.94), dice, “por culpa de la soledad me enamoré demasiado rápido” (p.94).
La irritación se va transformando en odio a medida que Juan Martín interactúa con el lugar y con su familia. Como todo porteño, según la narradora, le teme a las alimañas. Habla abiertamente sin pudor del “atraso de la provincia” (p.94) delante de su familia y la maltrata verbalmente. Ella, por su parte, lo evita. Conversa con su prima, Natalia, después de comer. Ella le cuenta que hace poco, con un novio que tiene, fue a andar en avioneta: “Volamos sobre un campo (...) y de repente vi un incendio muy grande, se quemaba una casa, fuego bien anaranjado, una humareda negra, y se veía la casa derrumbándose adentro (...). Pero a los diez minutos volvimos a pasar por ahí y el incendio había desaparecido” (p.97).
La prima Natalia invita a la pareja a Asunción, a donde debe ir para comprar manteles de ñandutí que luego revende en la feria. Van en su Renault 12. Juan Martín está cada vez más insoportable, despectivo con el entorno, provocador con los militares de Stroessner en Asunción y maltratador con la narradora, hasta que en un momento, cansada, su prima la toma del brazo y le dice: “Errores cometemos todos (...). Lo importante es arreglarlos” (p.102).
En algún lugar de Formosa, volviendo, el auto se rompe. Natalia le hace señas a un camión y deja a la pareja en la ruta con el coche. Volverá con ayuda. Una hora más tarde llega el auxilio mecánico, pero el auto no arranca. Tienen que arrastrarlo hasta Clorinda, la ciudad más cercana. Allí toman una habitación de hotel. La pareja se va a bañar, y Natalia se queda coqueteando con el camionero que los auxilió.
Juan Martín grita, insulta. Pero, después de bañarse, pide disculpas. Van a comer, y en la parrilla los camioneros y otros presentes comienzan a contar historias de desapariciones. Algunas involucran a los militares de Stroessner, otras tienen más que ver con leyendas del campo, y hasta se cuenta una cómica historia de un hombre al que le desaparece la casa rodante con suegra adentro y todo. Juan Martín se retira, algo perturbado. Las chicas se quedan, beben y conversan. La narradora pide otra habitación en recepción, para no molestar a su marido.
Al día siguiente, sin embargo, no hay rastros de Juan Martín ni de sus cosas en la habitación. No parece haber dormido allí siquiera. Sin decir nada al respecto, las primas se ponen los anteojos de sol y salen nuevamente a la ruta.
Análisis
Este cuento tiene una particularidad que lo hace resaltar por sobre los demás. Hay en él una especial atención al lenguaje, a la materialidad de las palabras y el abanico de sentidos que despliegan. Uno de los primeros pasajes en los cuales la narradora se detiene en este aspecto dice así: “No me gusta el nombre chicharra: ojalá mantuvieran siempre el nombre cícadas, que se usa sólo cuando están en etapa ninfal. Si se llamaran cícadas, su ruido de verano me recordaría las flores violetas de los jacarandás en la costanera del Paraná o las mansiones de piedra blanca con sus escalinatas y sus sauces. Pero así, como chicharras, me recuerdan el calor, la carne podrida, los cortes de electricidad, a los borrachos que miran con ojos ensangrentados desde los bancos de la plaza” (p.93). El término “cícada” remite, para la narradora, a un paisaje armónico y bello que oculta lo que la “chicharra” nombra: la violencia, la vida precarizada, lo podrido.
La anterior cita parece sugerir también un tema que recorre el cuento: la distancia entre el campo y la ciudad. La narradora parece esquivar esta diferencia. “Cícada” es el nombre que, según ella, reciben las chicharras en su etapa ninfal. Sin embargo, cícada es el nombre científico de las cigarras o chicharras, y “chicharra”, uno de sus nombres regionales. A pesar de preferir el nombre “cícada” para el insecto, o de provenir de la ciudad, con su nuevo marido porteño; a pesar, inclusive, de sentir al llegar a Corrientes “como si un abrazo brutal encorsetara las costillas” (p.93), ella elige el campo. Elige a su familia, a su prima. Se muestra fascinada por Natalia, por su físico, por su actitud, por su poder. Natalia tira las cartas y tiene una sensibilidad espiritual particular, que atrae a la narradora y repele a Juan Martín, su marido. A medida que él desprecia a Natalia, al entorno y su familia en general, a la narradora le crece en el estómago “una piedra blanca que le dejaba poco espacio al aire” (p.95). Es curioso cómo, en primer lugar, lo que asfixia y encorseta parece ser la llegada al campo, pero en realidad, páginas después, vemos que se trata de la tensión que a la narradora le provoca su propio marido citadino en contraste con su lugar de origen.
Juan Martín, con aires de una supuesta superioridad porteña frente a todo lo vinculado a lo provinciano y a la cultura popular del interior del país, desprecia los saberes alternativos que Natalia posee: “Tu prima es una ignorante, me dijo Juan Martín” (p.95), relata la narradora. Agrega que lo odia, que desearía asesinarlo con una poción creada por su prima. Esto, que parece un arrebato de quien se siente herida en lo profundo de su identidad, termina siendo lo que, de alguna manera, parece suceder al final del cuento. Este deseo de la narradora se cumple: Juan Martín desaparece y su prima no parece carecer de responsabilidad en el asunto. Hay, además, cierto placer en el castigo que recae sobre quien, desde una mirada urbana, menosprecia la cultura regional, sus saberes y leyendas.
La figura de Natalia es la de una mujer que hoy comunmente llamamos “empoderada”: atractiva, libre, independiente, que además representa un saber contrahegemónico. “[Juan Martín] la despreciaba porque Natalia tiraba las cartas, sabía de remedios caseros y, sobre todo, se comunicaba con espíritus” (p.95). Se hacen notar en la construcción de la prima rasgos que la emparentan con la figura arquetípica de la bruja, ese personaje que encarna a aquella que ha resistido los embates del sistema capitalista patriarcal. Debería leerse la historia de Natalia en la misma serie que tantas historias de mujeres que fueron esposas rebeldes, solteras independientes, esclavas que envenenaron a sus amos y tantas otras más acusadas de “brujas” en la historia de occidente. Los ritos de brujería constituyen una forma de agenciamiento práctico del saber de los oprimidos. No es casual que las mujeres y las clases marginales, fantasmales, que devienen peligrosas y portadoras del terror, sean las más vulnerables y castigadas por el capital.
En este desplazamiento, Natalia, la bruja, que tiene visiones fantasmagóricas, que es sabia y ve más allá de lo que las personas quieren mostrar, representa un reflejo tentador y perturbador a la vez de lo que la narradora misma podría haber sido de haberse quedado en Corrientes. Ir al campo, a su pueblo, y encontrarse con su prima, es encontrarse con una versión de ella misma liberada de la vida burguesa que allí se siente como una carga. Esa carga está encarnada, por supuesto, en la figura de Juan Martín. La bruja es antipatriarcal; Natalia, por ejemplo, no tiene ningún reparo en devolverle a Juan Martín su desprecio: “Sos un porteño bien choto vos” (p.96). Pero también lo invita a Asunción, y de esta manera lo hace caer poco a poco en la tela de araña que teje con paciencia.
Natalia vende ñandutí, un tejido que asemeja una tela de araña. Y, a su vez, ella misma urde los hilos, prepara un tejido secreto a lo largo del viaje para rescatar a prima y amiga de su matrimonio. En un momento, luego de una escena de tensión en Asunción, Natalia le dice a su prima: “Errores cometemos todos (...). Lo importante es arreglarlos” (p.102). Al preguntarle “¿cómo se arregla esto?” (p.102), la narradora da pie a Natalia para actuar; en cierta medida, otorga el aval para que su prima opere sobre la situación con su influencia y su poder.
El miedo se encuentra diseminado en distintas circunstancias a lo largo del cuento. Juan Martín teme a las alimañas, a la ruta desértica y oscura, a la gente acumulada en la feria de Asunción. Ellas, a diferencia de Martín, que se muestra agresivo y provocador, le temen a los oficiales de Stroessner en el restaurante paraguayo, y deciden no intervenir en una situación de acoso a una camarera. Más tarde, Juan Martín intenta disimular el miedo ante los relatos de desapariciones de personas en la zona en la parrilla. Finalmente, el cuento termina con la desaparición de Juan Martín. Sin embargo, esta vez, en la narradora y su prima Natalia no hay un atisbo de temor, sino más bien alivio.