Las cosas que perdimos en el fuego

Las cosas que perdimos en el fuego Temas

La muerte y lo macabro

Abundan en los textos de Enriquez la sangre, los cuerpos desmembrados, las tumbas, la podredumbre de los miembros, las deformidades. La muerte y lo macabro, como en gran parte de la literatura de terror, es uno de sus temas privilegiados. A través de las descripciones detalladas de lo escatológico, se exhibe el horror. Por ejemplo, en "Bajo el agua negra", el horror de las fábricas que arrojan desechos tóxicos al agua se relata a través de los efectos macabros que tiene sobre los cuerpos de los jóvenes su consumo. El horror de la violencia policial, por su parte, se cuenta a través de la descripción minuciosa de qué efecto tienen las aguas en los cuerpos que pujan por vivir hasta ahogarse en su espesura. La muerte y lo macabro, tema privilegiado del género, es traído por Enriquez al terror de nuestros días y a la proximidad de lo que nos rodea.

Además, cabe aclarar que la muerte aterroriza, sí, pero también provoca atracción en ciertos personajes o narradores. Muchos de ellos, generalmente adolescentes, se precipitan al peligro sin saber bien por qué, sencillamente atraídos por una visión del horror, por una imagen macabra, por un fantasma.

Los fenómenos sobrenaturales

Más allá de que Enriquez niega que la presencia del fenómeno sobrenatural sea estrictamente necesaria en cada cuento de terror, y, como Stephen King, apela más al horror cotidiano y a la presión social, lo sobrenatural no deja de ser uno de sus temas más destacados.

La vuelta de tuerca que ella aporta a este tema es el hecho de que quienes son protagonistas o testigos del fenómeno sobrenatural son víctimas de las condiciones de vida contemporáneas: el patriarcado, el capitalismo feroz o la presión social pueden despertar lo más perturbador a nuestro alrededor. Además, agrega a este tema, tan explorado desde la literatura romántica alemana en adelante, el color local. Los fenómenos sobrenaturales inclusive podrían calificarse de "bien argentinos": zombies deformes a causa del consumo de pasta base y aguas tóxicas de las fábricas, hechos paranormales que evocan la última dictadura militar, adolescentes asesinas criadas en la frenética crisis económica de los años 90.

Los fenómenos sobrenaturales son por antonomasia uno de los elementos que se utilizan para que la narración cobre una dimensión al menos doble. Generalmente, y esto Enriquez lo explota profundamente, quienes perciben el fenómeno sobrenatural son tomados por personas afectadas psíquicamente. Producto del estrés, los personajes de Enriquez pueden hablar con calaveras; oír autos y gritos; ver incendios o chicos secuestrados en el patio del vecino. Sin embargo, en la mayoría de los casos, la explicación racional no es suficiente: diversos elementos ponen en jaque al realismo. Como bien decimos, esta ambigüedad es la que enriquece gran parte de sus cuentos.

La desigualdad social

Ya lejos del asunto del género literario que Enriquez invoca, la autora trae a sus textos uno de los temas de mayor importancia en la realidad sociopolítica argentina y latinoamericana: la desigualdad social. Muchos de sus personajes son víctimas de la falta de recursos económicos, producto del sistema capitalista y del lugar que este sistema reserva en el orden mundial para países como la Argentina.

El hecho de que algunos de sus personajes sean víctimas de las aguas contaminadas de las fábricas, del narcotráfico que lucra con el residuo tóxico de la cocaína, de la violencia policial o la explotación laboral, se encuentra completamente asociado a las desiguales condiciones socioeconómicas que los atraviesan.

El machismo y la violencia de género

El machismo es uno de los temas que se entrama en toda la obra, en principio de modo sutil, pero de forma contundente en el último cuento que da título al libro. Lógicamente, lo primero que se viene a la mente al pensar en violencia machista como tema es esta última historia, en la cual se relatan varios casos de varones que queman vivas a sus parejas, y lo que las mujeres hacen en consecuencia. El femicidio es aquí el tópico por antonomasia.

Sin embargo, el patriarcado ejerce su violencia de diversos modos en otros relatos. En "Pablito clavó un clavito: una evocación del Petiso Orejudo", un hombre de mediana edad tiene una crisis debido al nacimiento de su primer hijo y lo que esto provoca en su pareja. El narrador omnisciente se focaliza en Pablo, y nos brinda la mirada de un varón que desconoce a su mujer mientras ella atraviesa el puerperio medio. No empatiza -o siquiera simpatiza- con su pareja mientras ella se enfoca en los cuidados del bebé. En todo momento, su interés está puesto en su trabajo y en sus propias experiencias.

En "Tela de araña", por otro lado, el marido de la narradora la maltrata psicológicamente: la aísla de su familia, a la que menosprecia por su carácter campechano, y desprecia el entorno donde ella se crio, así como sus ideas y sentimientos. En ese mismo cuento, también los militares de Stroessner, en Paraguay, ejercen violencia verbal sobre la camarera del restaurante donde la narradora almuerza. En "Los años intoxicados", el machismo no se hace carne en ningún personaje en particular; aparece más bien una representación de la opresión de ciertos estereotipos de belleza que objetivan y subyugan a la mujer. Este mismo canon de belleza es el que se pone en jaque en "Las cosas que perdimos en el fuego", cuando las mujeres deciden quemarse a propósito en hogueras comunitarias y crear una "belleza nueva" (p.190).

En este último cuento, la violencia machista encuentra un límite. Este no está en la venganza, como puede suceder en una posible interpretación de "Tela de araña", en la que a la narradora no solo no le importa, sino que la beneficia la desaparición repentina de su marido. Aquí, el límite está puesto por la violencia que las mujeres deciden ejercer sobre sí mismas al quemarse adrede: "Si siguen así, los hombres se van a tener que acostumbrar [a las mujeres quemadas]" (p.190), dice una joven entrevistada por los medios.

La infancia y la adolescencia

La infancia y la adolescencia juegan un rol central en muchos de los cuentos que componen este volumen. La distancia con el mundo adulto cumple un rol esencial en la construcción del horror: los niños y adolescentes se encuentran muchas veces aislados. Los adultos no les creen o no los escuchan.

Una de las ideas que subyace en esta representación del mundo infantil es la de que los niños y las niñas portan una sensibilidad particular, inocente. Esta sensibilidad es la que los habilita a percibir fenómenos paranormales, pero también la que los hace vivir en un mundo de soledad y confusión. Adolescentes que sufren acoso en la escuela son en los cuentos de Enriquez, a su vez, permeables en su sensibilidad a lo espiritual, metafísico o fantasmático.

Esta sensibilidad es muchas veces menospreciada y otras, sencillamente incomprendida, como en el caso de "Verde rojo anaranjado". En "La casa de Adela", la madre de Clara y Pablo descree del relato de sus hijos sobre la desaparición de su amiga. En "Fin de curso", los maestros ignoran la perturbación de su propia alumna, claramente afectada por las visiones que padece. Los niños generalmente están solos, y deben construir su campo de sentido, sus códigos, por sí mismos.

Además, la imaginación tiene un papel clave en la configuración de los personajes infantiles. Se trata de una imaginación que parece ceder junto con la sensibilidad en la adultez, pero que se encuentra en todo su apogeo en los relatos que tienen a niños y púberes como protagonistas.

El miedo

Ninguno de los cuentos en particular parece dar una respuesta contundente sobre qué es el miedo, pero entre todos dan cuenta de una exploración alrededor de este tema.

Si bien el miedo es, a primera vista, provocado por los elementos sobrenaturales o macabros que impregnan los relatos, en realidad hay ciertas señales bajo las cuales Enriquez deja entrever que las condiciones para el miedo están dadas por otros aspectos: la ansiedad, la depresión, la culpa, el maltrato, los trastornos alimenticios, las patologías psiquiátricas, la discriminación, la conducta obsesiva. Muchas de estas cuestiones preparan el terreno para el estallido de la presión fóbica social, eso que Mariana Enriquez dice haber tomado al pie de la letra de Stephen King, el célebre autor norteamericano. Es decir, toma la idea de que cierta incomodidad llevada al extremo puede provocar el horror en las personas tanto como la aparición de un fantasma.

El miedo muchas veces se representa en sus efectos sobre los protagonistas que gritan, escapan, se orinan, se esconden, tiemblan. Otras veces, como es el caso de "Los años intoxicados" o "Pablito clavó un clavito: una evocación del Petiso Orejudo", son los protagonistas quienes infunden el terror y perturban al lector.

El miedo, además, funciona como un modo de atraer la atención del lector hacia problemáticas sociales. Por ejemplo, el miedo que infunden los jóvenes de la calle que fuman pasta base atrae la atención sobre su condición de vida deteriorada. Lo mismo sucede con el miedo que infunden las mujeres que se queman a sí mismas, atrayendo la atención hacia los femicidios, uno de los graves problemas sociales del país y el mundo; o inclusive los zombies de la Villa Moreno, en "Bajo el agua negra", que, con sus miradas extraviadas y sus deformidades perturbadoras, señalan el hecho de que grandes empresas arrojan sin escrúpulos sus residuos tóxicos en el Riachuelo, donde viven muchas familias humildes.

El miedo entonces es, además de un poderoso efecto de lectura en sí mismo, un modo de poner en alerta, de señalar lo que de otro modo pretende ocultarse. Probablemente aquí reside el hecho de que Enriquez considera que su literatura es realista.

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