¡Es el Hastío! –el ojo anegado de un llanto involuntario-
que sueña con cadalsos mientras fuma su pipa
Tú lo conoces, lector, es un monstruo delicado
¡hipócrita lector –mi semejante- mi hermano!.
Esta cita de “Al lector”, poema previo al comienzo propiamente dicho de la obra, funciona como un adelanto de lo que encontrará, precisamente, el lector en la misma: una cruda descripción sobre el sometimiento que sufren las personas comunes y corrientes en manos de algo más grande que ellas, más poderoso, algo que conocen, intentan negar, pero no pueden evitar.
En el principio de la cita, Baudelaire realiza una operación que llevará a cabo a lo largo de todo el libro: personificar sustantivos abstractos. Aquí, el Hastío es personificado como un monstruo, pero también aparecerá personificada la Muerte, la Lujuria, la Belleza, entre otros.
El Hastío es un monstruo que fuma su pipa pacientemente mientras sueña con gente ahorcada. No es un monstruo activo, sino que, prácticamente, no hace nada (el que se encarga de conducir a las personas hacia esos cadalsos es Satán), pero espera la muerte de esas personas. Lo que Baudelaire expresa aquí es que el hastío de la vida moderna es una fuerza lenta, instalada en lo cotidiano, inevitable, que con paciencia y delicadeza va matando a las personas.
Por supuesto, las personas conocen el hastío, pero, sumergidos en el Spleen, no pueden evitar caer en sus garras. El yo lírico también es como estas personas, es un semejante a sus lectores. La única diferencia es que estos son hipócritas, niegan sufrir este sometimiento cotidiano al hastío, mientras que él plasma en la obra la aceptación de dicho sometimiento, describe sus consecuencias, e intenta buscar la salvación.
Sé que el dolor es la única nobleza
jamás mordida por la tierra y los infiernos
y que para tejer mi corona mística es preciso
imponerse sobre todos los tiempos y todos los universos.
Tras la descripción del yo lírico acerca de las diferentes degradaciones que sufre el Poeta desde su nacimiento (el odio de su madre, el aprovechamiento de su esposa, la burla general), este toma la palabra en el poema para dirigirse a Dios y, entre otras frases, aparece esta cita.
Los primeros dos versos proponen el dolor como un Ideal. Es importante destacar que, para el catolicismo, el dolor y el sufrimiento son pruebas que los seres deben soportar para poder regresar al goce paradisíaco original. La crucifixión de Cristo es el ejemplo más claro de esto. He aquí, que en esta cita, precisamente el Poeta está igualándose con Cristo.
La idea fundamental es que, así como Cristo, por ser el hijo de Dios y profetizar la verdad, tuvo que soportar el dolor, la humillación por parte de los hombres y la crucifixión, el Poeta, por su condición de artista, tiene que sufrir del mismo modo. La corona mística que lleva Cristo en la eternidad por haber profetizado la verdad y soportado lo que soportó, también le pertenecerá al Poeta si logra que su poesía atraviese todos los tiempos y universos, si logra soportar todo lo que está soportando.
Como vemos hacia el final del libro, en “Rebelión”, el Poeta se consagra a Satán y abandona este Ideal. Es decir, no logra soportar su cruz.
Detrás del hastío y los grandes pesares
que aplastan con su peso la existencia brumosa
feliz el que puede con ala potente
lanzarse hacia campos luminosos y serenos.
En esta cita, el yo lírico plantea que la felicidad solamente se puede alcanzar en el Ideal.
En principio, la existencia cotidiana está aplastada por el “hastío y los grandes pesares”. Ese es el punto de partida de la vida: el Spleen. Para superarlo y ser feliz se necesita un “ala potente”. El poema se llama “Elevación” y aquí, precisamente, el yo lírico se conecta con lo Ideal elevándose hacia los cielos. El “ala potente” es, entonces, su poesía, que le permitirá escapar del Spleen. Es interesante destacar que “Elevación” aparece en el libro inmediatamente después de “El albatros”, poema en el que el poeta es comparado con un ave.
Con ese “ala potente”, el yo lírico se lanza hacia campos luminosos y serenos que son una antítesis de la ciudad ruidosa y neblinosa que domina a lo largo de todo el poemario.
En síntesis, en esta cita vemos que, para ser feliz, hay que alejarse del Spleen y conectar con lo Ideal. Sin embargo, para conectar con lo Ideal se necesita una herramienta. En el caso del yo lírico, es la poesía.
¿Vienes del cielo profundo o sales del abismo
oh Belleza? Tu mirada, infernal y divina
derrama confusamente la buena acción y el crimen
y por eso se te puede comparar al vino.
Esta cita sirve para analizar una cuestión interesante y compleja de la obra: ¿el Ideal tiene que estar necesariamente relacionado con el bien?
En el principio de la obra, con los poemas “Bendición” (en el que el poeta encuentra el Ideal en Dios), “El albatros”, “Elevación” y “Correspondencias” (donde el poeta encuentra el Ideal en los cielos y la naturaleza), pareciera que sí, que lo Ideal siempre debe ser puro y bondadoso. Sin embargo, la pregunta de la cita viene a cuestionar esta certeza. El yo lírico descubre en su “Himno a la Belleza” la complejidad del Ideal en relación al bien y el mal cuando se da cuenta de que la Belleza puede también conducir al crimen, que puede ser divina e infernal como el vino.
La respuesta a la pregunta de la cita aparece en el final del poema, en el que el yo lírico afirma que, en definitiva, no importa si la Belleza es buena o mala, ya que vivir aplastado en el Spleen es el peor mal que puede existir, y la Belleza, incluso a través del mal, es un Ideal que eleva a las personas por encima de él.
A partir de allí, el yo lírico, en distintos poemas, comienza a encontrar el Ideal en personas o elementos que se relacionan con el mal. Por ejemplo, en el poema “El Ideal”, el yo lírico propone la pasión criminal de Lady Macbeth como el Ideal amoroso. El poema “A la que es demasiado alegre” es otro ejemplo: allí el yo lírico encuentra el Ideal en una mujer a la que ama y odia a la vez, por ser demasiado bella, y pretende hacerle daño. Esa pretensión criminal, de todos modos, está conectada con lo Ideal, con la Belleza.
Lo que necesita un corazón profundo como el abismo:
Vos, lady Macbeth, alma poderosa en el crimen.
En esta cita aparece claramente el tema del amor y la mujer, y la relación entre el Ideal y el mal. El yo lírico no puede sentir amor por las mujeres comunes que están sumergidas en la cotidianidad, porque su corazón es profundo como el abismo. En este mismo poema dice que esas rosas pálidas no son suficientes, porque él necesita “una flor que se parezca a su rojo ideal” (p. 47). Necesita encontrar un amor que se eleve por sobre el Spleen y que lo conecte con lo Ideal. Como hemos visto en la cita analizada previamente, ese Ideal puede estar relacionado con el mal, y así aparece aquí.
El yo lírico está condenado a amar mujeres ideales, que están fuera de su alcance: así como “La giganta”, que es un ser mítico e inexistente, Lady Macbeth es un personaje ficticio de Shakespeare. Es, además, una asesina. Y es esa criminalidad la que precisa el corazón del yo lírico, una criminalidad que está desbordada de pasión por el poder y se opone a la mediocridad cotidiana del Spleen, contectándose así con lo Ideal.
¿De qué te sirve, cortesana imperfecta
haber ignorado lo que lloran los muertos?.
Esta cita aparece pronunciada por la voz de la tumba que, personificada, le pregunta a la amada muerta lo que el yo lírico (su amado) desea cuestionarle. Pero, ¿qué quiere decir esta pregunta? ¿Qué es “lo que lloran los muertos”? La respuesta es simple: lo que lloran los muertos es que no tienen más vida. Lo que ella ignoró, entonces, es la vida. Pero la vida no se puede ignorar: de un modo u otro, se vive. ¿Qué quiere decirle la tumba a la cortesana cuando afirma que no vivió su vida?
He aquí la clave de la cita (y del poema): el yo lírico imagina que su amada, ahora que está muerta, tendrá el remordimiento de no haber gozado lo que su cuerpo vivo le habría permitido gozar. Si, en definitiva, es una cortesana “imperfecta”, ¿por qué no se entregó al placer físico junto al yo lírico?
La respuesta a esta última pregunta no está pronunciada, pero se puede deducir: el poema pertenece a una época en la que la virginidad era una virtud sagrada, mientras que la sexualidad era un pecado. El cuestionamiento de esta cita, en definitiva, es a la moral religiosa de su tiempo. Lo que el poema viene a plantear es que, al final, cuando llega la muerte, no hay ningún tipo de premio sagrado por no haber gozado de los placeres sexuales, y que por lo tanto hay que gozar en vida. No haberlo hecho es el remordimiento póstumo de la amada.
Cuando, como un poeta, desciende a la ciudad
ennoblece la suerte de las cosas abyectas
y entra como un rey, sin ruidos ni criados
en todos los hospitales, en todos los palacios.
Esta cita pertenece al segundo poema de “Cuadros parisinos”. A través de estos versos, Baudelaire declara algo fundamental (no solo para Las flores del mal, sino para la poesía en general): llegó el momento de descender a la nueva ciudad y poetizar acerca de ella.
Entonces, el yo lírico compara al poeta con el sol. Ambos tienen, en principio, el don de iluminar. Lo que Baudelaire pretende es, por primera vez a través de la poesía, poner a la luz a los nuevos habitantes y el nuevo funcionamiento de París en su reciente modernidad. No importa que lo que el poeta se encuentre allí sea abyecto, horroroso, porque a través de la poesía (así como lo hace el sol a través de su luz y su calor) podrá darle nobleza a todo.
Además, como el sol, el poeta tiene la capacidad de llegar a todos lados. Y, como el sol, no diferencia entre un palacio o un hospital. Se posa sobre todas las cosas, poetiza sobre todas las cosas. Ese es el nuevo deber del poeta, esa es la nueva poesía que propone Baudelaire: la que va más allá de lo noble y los palacios bellos, para encontrar lo noble en las calles y en lo abyect; la que, como el sol, ilumina todo.
Niña blanca de cabellos rojos
en quien la ropa por sus agujeros
deja ver la pobreza y la belleza.
Esta cita se conecta a la perfección con la anterior (este poema, no casualmente, aparece a continuación de “El sol”). Como vemos, el yo lírico aquí posó sus ojos sobre una mendiga, un nuevo personaje de la nueva París moderna, y encontró la nobleza en su pobreza.
En estos poemas que trabajan sobre lo marginal, Baudelaire se opone completamente a la percepción dominante de la sociedad acerca de diferentes temas como, en este caso, la belleza. La idea dominante del momento acerca de lo que es la belleza (estamos refiriéndonos a la época de Baudelaire, aunque ahora también se mantiene la misma idea en líneas generales) no se relaciona con la pobreza, que implica suciedad, falta de elegancia, sino con la riqueza, que implica pulcritud, elegancia al vestir. Baudelaire da vuelta esa idea y, precisamente, son los agujeros de la ropa rota los que le permiten encontrar la belleza junto a la pobreza, como si fueran parte de lo mismo.
En la continuación del poema, el yo lírico imagina a esa mendiga como una reina, vestida con grandes ropas, en un gran palacio. Finalmente, deja de imaginarla así, la vuelve a ver como mendiga, y afirma que, en definitiva, ella tiene en su desnudez todos los “adornos” que necesita para ser hermosa. Es decir, finalmente, Baudelaire iguala la belleza que se puede encontrar en la riqueza con la que se puede encontrar en la pobreza. Porque, como dice la cita anterior, el sol “entra en todos los hospitales, en todos los palacios” (p. 221).
¡En otra parte, muy lejos! ¡muy tarde, quizá nunca!
Porque ignoro adónde huyes, y tú no sabes dónde voy.
La fugacidad de la modernidad es el tópico dominante de esta cita. El yo lírico acaba de cruzar miradas cargadas de atracción (así las percibe él, al menos) con una transeúnte que, inmediatamente, se perdió entre la gente.
Allí, entonces, aparece el primer verso de la cita, en el que el yo lírico se lamenta porque esa mujer que pudo amar ya debe estar en otra parte, muy lejos, y no van a encontrarse sino cuando ya sea muy tarde, o quizá no van a encontrarse nunca.
Esta cita, vista desde hoy, puede parecer algo obvia. En las ciudades actuales, lo normal es desconocer a la gente que camina por las calles, que va de un lado para otro. Sin embargo, en la época de Baudelaire París recién se convertía en una gran ciudad moderna. Esa modernidad había traído varios cambios sorprendentes. De repente, había un montón de lugares a los que ir, ya que había un montón de comercios, de oficios, de sitios para distraerse. Los tiempos del capitalismo, además, son veloces, y entonces había que ir rápidamente de un lugar a otro.
En definitiva, la modernidad trajo consigo la fugacidad. El yo lírico no solo perdió de vista rápidamente a “su amada”, sino que tampoco sabe dónde puede estar, ni ella dónde puede estar él, en esa nueva París que no deja de crecer, y que imposibilita, con su nuevo funcionamiento capitalista, el encuentro entre los amantes.
Y sobre mis ojos, llenos de confusión, arroja
vestidos manchados, heridas abiertas
¡y el aparato sangrante de la Destrucción!.
En esta cita, perteneciente al primer poema de la parte del libro llamada “Las flores del mal”, se encuentra la justificación de por qué el yo lírico poetiza acerca de cuestiones tan oscuras como la prostitución, el crimen, la muerte. Es Satán quien arroja sobre los ojos confusos del yo lírico esos vestidos manchados, esas heridas abiertas. Es Satán quien, disfrazado de mujer, lo atrae a través de los campos desiertos del Hastío hasta ponerlo cara a cara con el aparato de la Destrucción.
Ese aparato de la Destrucción no es más ni menos que la parte más oscura de París, donde triunfa el pecado y el horror. Una vez que el yo lírico está cara a cara frente al aparato destructivo, no puede hacer otra cosa sino pecar y poetizar sobre él.
Algo muy interesante que aparece en esta cita es que el yo lírico no siente placer por estar en ese lugar, no busca ese lugar, sino que es llevado por las fuerzas demoníacas que se fortalecen en el Hastío.
La afinidad entre esta cita y el poema “Al lector” es muy grande: ya en ese primer poema, previo a la obra, el yo lírico advierte que los lectores (así como él mismo) sufren del Hastío y, por eso, son fácilmente llevados de la mano de Satán hacia el mundo del pecado. Aquí, directamente, el mundo del pecado es descrito como un aparato, como una máquina capitalista en pleno funcionamiento, que produce horror y destrucción en grandes cantidades; un aparato que atrapó la mirada del yo lírico, atrapó su poesía.