Resumen
El acto comienza con una detallada descripción del espacio. Se trata de una habitación claramente dividida en dos: por un lado, una gran oficina moderna; por otro, un pequeño camarín de teatro. Al comenzar, asistimos a una conversación entre la Mecanógrafa y Helena, la secretaria. Helena se muestra severa con la Mecanógrafa, indicándole que debe tener sumo cuidado: cualquier error puede resultar en catástrofe para la organización en la que trabajan.
Seguidamente, entra en escena un pastor protestante que se queja frente a Helena por los trabajos que le mandan a hacer. Pronto descubrimos que se trata de un actor, gran académico que sabe trece idiomas y tiene cinco títulos universitarios. Siente que sus capacidades están desperdiciadas y que el hecho de ser llamado en clave y que nadie en la organización conozca su verdadero nombre lo deshumaniza. La Secretaria lo disciplina: le marca la importancia de todo trabajo, la seguridad que les provee que no se conozcan los nombres entre ellos y la lealtad hacia la causa. Cualquier desliz puede terminar en el fracaso de la misión o, inclusive, en la cárcel. Le indica su nuevo trabajo: vestido como marinero, debe alegrar a unos muchachos noruegos entonando canciones de su patria.
A continuación, hace su entrada el ilusionista. Nuevamente, se trata de un actor, no de un mago real. También él se queja: llevar globos, aunque sea parte del personaje, es poco serio. Helena le advierte que no se acepta la indisciplina y que las puertas están abiertas para renunciar. El ilusionista rechaza la oferta y Helena lo deja solo junto al pastor, con quien conversan sobre las dificultades del trabajo mientras se cambian de disfraz. Ambos se sienten frustrados: para el pastor, la gran dificultad es no ser llamado por su verdadero nombre. Se lo conoce como F-48, pero su verdadero nombre es Juan, según le confiesa al ilusionista, violando las normas de seguridad. Pero su compañero está obstinado en llevarle la contra: no les da importancia a los idealismos; desdeña la figura del gran escritor Shakespeare (favorito del pastor) y dice que se aguanta tener que usar su clave, X-31, aunque lo siente algo extraño.
A partir de los diálogos entre los personajes, empezamos a entender que este misterioso trabajo consiste en simular papeles específicos para intervenir en la vida de las personas para lograr su felicidad. Una mujer solterona que se siente sola, unos muchachos que añoran la patria, unos niños infelices: cualquier misión vale la pena.
En ese momento aparece Isabel, una muchacha de ojos tristes y boina francesa. Entra en escena seguida de Helena, quien se sienta al escritorio y les pide a los actores que las dejen solas. Ellos se retiran ante la mirada desconcertada de Isabel.
Análisis
La obra comienza con una descripción detallada del espacio, que servirá no solo para indicar cómo es el lugar donde se mueven los personajes, sino que marca el tema principal de la obra: la relación entre el mundo real y la fantasía. Por un lado, tenemos la oficina como un símbolo del mundo de la eficiencia, lo práctico, lo real. Del otro lado tenemos un camarín de teatro: un espejo, trajes exóticos, un maniquí, y utilería variada. Esto representa lo contrario: el mundo de la simulación, la fantasía, lo irreal. Casona marca explícitamente el contraste que tiene que existir en escena entre estas dos partes: el “aspecto burocrático” del escritorio, los ficheros y las carpetas, contrapuesto con el “rastro sospechoso de fantasía” del rincón artístico.
En la misma línea, las figuras de los actores (el pastor y el ilusionista) representan el lado artístico de la empresa, mientras que la mecanógrafa forma parte del sector administrativo y mundano. En este primer momento, esa relación entre lo real y lo irreal está dado por el contraste. Tanto en el escenario como a partir de la conversación entre el pastor y el ilusionista, nos encontramos entre dos mundos demarcados a los que les cuesta convivir. El pastor y el ilusionista añoran una vida sin simulación, donde sus conocimientos y habilidades puedan darse en libertad, a la vista: la universidad para uno, el circo para el otro.
Junto a este tema, aparece aquí otro fuertemente ligado al primero: la identidad. El trabajo en la organización precisa que cada uno de sus integrantes haga uso de sus saberes personales. Las acciones en las que intervienen no son al azar. Eso queda claro cuando Helena le explica al pastor por qué lo necesitan para alegrar a los muchachos noruegos (su conocimiento del idioma) y no para otros golpes, como el del Club Náutico, en el que su academicismo no era necesario. A pesar de esto, el pastor siente una pérdida de la identidad. Vemos esto en las dos quejas que formula: que lo utilicen para trabajos que él considera “menores”, sin la importancia que cree merecer; y que no lo llamen por su nombre.
Este último elemento es fundamental: el nombre simboliza su identidad más profunda como ser humano. Durante su conversación con el ilusionista, el pastor cita la obra Romeo y Julieta de William Shakespeare, en la que el apellido de los enamorados es el de dos familias enfrentadas a muerte. Allí, el personaje de Romeo cuestiona el hecho de que la identidad esté en un nombre, que el apellido Montesco le impida casarse con su amada Julieta: su nombre no es ella. Para el pastor, sin embargo, el nombre sí tiene gran importancia, tanto que, aunque entiende el porqué de las reglas, las viola confesando su nombre al ilusionista. Irónicamente, su nombre es Juan, uno de los más comunes en Hispanoamérica. Pero aun así, dice, es un nombre humano.
Si bien el ilusionista dice que aguanta ser llamado por su nombre en clave, confiesa: “La primera vez que me oí llamar así pensé que estaban llamando a un submarino” (34). Él también siente que su identidad se difumina. A lo largo de la conversación, ha contradicho o dado poca importancia a lo que dice el pastor, pero al final le confiesa: “No somos nadie, hermano: usted, un catedrático sin cátedra; yo, un ilusionista sin ilusiones. Podemos tratarnos de tú”. (35) Irónicamente, los dos personajes que trabajan como actores, pudiendo representar a cualquiera, no pueden ser en la vida real lo que realmente son.
Que esta conversación termine de esta manera no es casual. Estos personajes sientan el tono tragicómico de la obra. Tanto el pastor como el ilusionista son personajes cómicos. El pastor se presenta con una hipérbole: sabe trece idiomas y tiene cinco títulos universitarios. Se trata de un personaje exagerado en su erudición, grandilocuente y un poco pedante; una parodia de un gran catedrático. El ilusionista, por otro lado, se empeña en desestimar lo que su compañero dice y lo contradice hasta en su valoración del reconocido escritor Shakespeare. Mientras lo hace, come una banana, se limpia con un pañuelo de mago, tira un chorro de agua de su oreja. Es, en esencia, un payaso, perfecto opuesto de su compañero. Sin embargo, el final de la conversación, si bien irónico, no deja de ser serio. En ese momento, ellos toman conciencia de su verdadero ser. La llegada de Isabel interrumpe este estado y los devuelve a su estado cómico: haciendo ruidos de payasos, esta pareja dispareja de actores se retira ante la mirada desconcertada de la muchacha, quien no entiende qué sucede.