Los árboles mueren de pie

Los árboles mueren de pie Resumen y Análisis Acto III, Cuadro I

Resumen

El acto tercero comienza en el mismo escenario que el segundo: la casa de los Balboa. Suena el teléfono, atiende Felisa y responde que es número equivocado. Se trata de una señal pactada entre Helena y Mauricio. Cuando la criada se retira, Mauricio llama a la secretaria y le pide que le mande un cable de Canadá reclamándole urgentemente su presencia, porque la situación de engaño con la abuela se vuelve cada día más insostenible. Luego, se retira hacia al jardín.

Entran en escena la abuela y Genoveva conversando sobre ciertas sospechas de ambas con respecto a la pareja que los visita. La abuela le pide a Genoveva que llame a Isabel y que las deje a solas para hablar del asunto. Al entrar Isabel, la abuela le dice que los han visto durmiendo separados con Mauricio. Isabel inventa que por la ventana entran muchos mosquitos y su marido no puede resistirlos, pero a la abuela no le convence que el amor no sea más fuerte que los insectos. Isabel, que no sabe actuar, mezcla la verdad con la simulación: le dice que ama a Mauricio, que él es todo para ella porque lo conoció en el momento en el que estaba desesperada y dejándose morir. Exaltada, compara su amor con la locura y se echa a llorar en los brazos de la abuela. La abuela le confiesa que antes estaba preocupada de que no amase a su nieto, pero ahora le preocupa que lo ame demasiado.

En ese instante entra Mauricio. La abuela le entrega mata mosquitos a Isabel y sale al jardín. Mauricio le informa a su compañera que al día siguiente van a recibir un cablegrama "reclamando su presencia". Isabel, que se ha encariñado con todos, y especialmente con su papel de esposa de Mauricio, no quiere irse. Él le reprocha que pueda mirar tan lejos pero no apreciar lo que tiene a su lado, por ejemplo, de qué color son sus ojos. Pero ella sí sabe y se los describe con detalle. Luego, sale al jardín.

Mauricio queda pensativo. Balboa entra con un libro en la mano y se lo ofrece, pero este lo rechaza. Se acaba de dar cuenta de que Isabel realmente lo ama. Sale a buscarla al jardín, gritando su nombre.

Mientras Balboa intenta comprender lo que acaba de suceder, lo interrumpe la doncella anunciándole una visita. Es el verdadero Mauricio, que está vivo y al que las indicaciones escénicas llaman “el Otro” para diferenciarlo del simulador. El barco en el que anunció que viajaba era una fachada para despistar a la policía. El nieto le reclama al abuelo haberlo echado de la casa y le exige una gran cantidad de dinero para pagar deudas. Si no le da lo que quiere, se lo pedirá a la abuela. Balboa le confiesa que la abuela no sabe nada de su vida delictiva, pero eso no le importa al delincuente. Comienza a llamar a gritos a la abuela.

En ese instante, reaparece el falso Mauricio, quien amenaza con matar al recién llegado si no se retira de la casa. Entran la señora Balboa e Isabel conversando, sin entender la situación. El falso Mauricio dice que el visitante se equivocó de casa y lo acompaña hacia afuera.

Análisis

El primer cuadro del acto tercero presenta el clímax de la historia. Ya lejos de los elementos humorísticos que abrían la obra, hay una creciente tensión que pone en evidencia el tema principal de este cuadro: la fragilidad de la felicidad. En el teatro tradicional, el acto tercero resuelve el problema principal. En esta obra, el problema principal parecía la obsesión de la abuela y sus vastos conocimientos sobre todo lo que tuviera que ver con su nieto. La sorpresiva llegada del verdadero Mauricio, lejos de resolver el conflicto, aumenta la tensión. La división del acto en dos cuadros contribuye a construir este suspenso.

Los primeros indicios de que la felicidad de la abuela está en peligro se dan con la llamada telefónica de Mauricio, en la que se indica que deben escapar cuanto antes de la casa. A eso se le suman las sospechas de la abuela y Genoveva sobre la falta de afecto entre el nieto y su esposa. Al ser encarada por la abuela, Isabel nuevamente recurre a la verdad para sustentar la mentira, confesando sus verdaderos sentimientos por el Director y comparando su amor con la locura.

Por segunda vez, vemos a la figura de Isabel como la mujer sufriente, un motivo que se repite en otras obras de Alejandro Casona. En un principio, apareció como una mujer miserable, al borde del suicidio. Ahora tiene una razón para vivir, simbolizada en el ramo de rosas, que funcionan como una promesa de amor. Pero todavía sufre porque el amor no se concreta, porque en la frialdad de su actuación Mauricio todavía no mira a Isabel con verdaderos ojos. Estamos en un momento de transición para la mujer sufriente, que todavía debe esperar un poco más para llegar al momento de felicidad. Ella puede aguantar el dolor gracias a esa promesa simbólica de amor, según le confiesa veladamente a la abuela: “¡Qué importa que el ramo de rosas siga diciendo “mañana” si él [Mauricio] me dio fuerzas para esperarlo todo!” (pág. 114).

En el otro extremo del amor está la figura del Otro, el verdadero Mauricio. Él es el gran antagonista de la historia. Su aparición muestra, más que cualquier otro elemento, lo frágil de la felicidad de los personajes. Aunque ha sido criado con amor, este personaje representa el mal. Sumido en la ambición y en el vicio, no teme destruir a los seres que lo quieren con tal de salvar su propio pellejo. A pesar de lo que podría esperarse, el Otro trae la verdad. Es una verdad que no tiene un signo positivo, sino que es cruel y despiadada. Al villano no le gustan las “historietas” (pág. 124), según le confiesa a su abuelo. Así, le da la razón a la teoría del Director de la organización: un poco de fantasía en la realidad hacen más feliz al ser humano. El falso Mauricio de las cartas, inventado por el señor Balboa y luego representado en persona por el Director, es capaz de producir mayor felicidad, aunque sea ficcional.

En este momento de la obra, la familia no parece ser un valor positivo en la obra de Casona. Para el Otro, el vínculo de sangre que lo une con sus abuelos significa que tiene derechos que no fueron satisfechos. Afirma que le deben “una vida regalada, una buena mesa, una familia honorable” (pág. 122), aunque él solo se conforma con que le den dinero. Lo que sucede es que, en esta obra como en otras de su autoría, Alejandro Casona propone que la familia no está fundada en la sangre sino en los lazos de afecto. Pero esta idea se construye de a poco, y tendrá su culminación en el momento final de la obra.

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