"El mal es bien, y el bien es mal".
Esta frase, que abre la obra, introduce y condensa el tema de la dicotomía y la ambigüedad, que tiñe toda la obra. Esta ambigüedad describe al mismo tiempo que provoca los acontecimientos centrales de Macbeth. Por un lado, las brujas son explícitamente ambigüas al presagiar el futuro de Macbeth, provocando que el protagonista saque conclusiones equivocadas y actúe en función de ellas. Por el otro, las acciones de Macbeth dejan un reino corrompido y desordenado, dado que la natural autoridad es asesinada por un traidor.
Esta corrupción de un orden natural tiene que ser comprendida en el contexto de la concepción isabelina del universo, que implicaba un orden cósmico establecido, jerárquicamente organizado y pretendidamente armónico. Cada cosa en el mundo tenía, para los isabelinos, su lugar, más cercano a la cima o la base: en la cima se encontraba Dios, como el gran creador, y en el último peldaño, las cosas inanimadas. En el centro, en una posición privilegiada pero también peligrosa, estaban las personas. Mientras se respetara la jerarquía intrínseca de las cosas, el orden del universo estaba asegurado, pero un desorden en una parte de la pirámide podía poner en peligro todo el resto.
"¡Día de sangre, pero hermoso más que cuantos he visto!"
Esta cita es otro buen ejemplo de la ambigüedad que atraviesa toda la obra, esta vez en boca de Macbeth. De alguna manera, este doble y contradictorio carácter del día que empieza a cambiar el destino de Macbeth presagia la forma en la que se seguirán sucediendo los hechos.
"Pero mira que a veces el demonio nos engaña con la verdad, y nos trae la perdición envuelta en dones que parecen inocentes".
Esta nueva alusión a la ambigüedad, esta vez en palabras de Banquo, suma dos elementos interesantes: por un lado, introduce también el tema del engaño y del disfraz, de una realidad oculta tras falsas apariencias, que, muy relacionado con el tema de la ambigüedad, atraviesa asimismo la obra entera. Por otra parte, esta cita nos sirve para contrastar el personaje de Banquo con el protagonista de la obra: mientras Macbeth se ve inmediatamente tentado de obrar para que los presagios de las brujas se cumplan, Banquo no solo se abstiene de acción alguna, sino que además parece advertir la ambigüedad de las brujas y es consciente, en todo caso, de la posibilidad del engaño.
"¡Espíritus agitadores del pensamiento, despojadme de mi sexo, haced más espesa mi sangre, henchidme de crueldad de pies a cabeza, ahogad los remordimientos, y ni la compasión ni el escrúpulo sean parte a deternerme ni a colocarse entre el propósito y el golpe!"
Este célebre soliloquio de Lady Macbeth ejemplifica una relación que se establece a lo largo de la obra entre lo masculino y la crueldad, y que tiene su contraparte en una relación entre lo femenino y la compasión y el cuidado.
Por otra parte, esta cita sirve para ilustrar a Lady Macbeth como un personaje de gran ambición, con una visión unívoca y determinante, a tal punto de estar dispuesta a abandonar su feminidad para lograr su cometido.
"¿No eras hombre, cuando te atrevías, y buscabas tiempo y lugar oportunos? ¡Y ahora que ellos mismos se te presentan, tiemblas y desfalleces! Yo he dado de mamar a mis hijos, y sé cómo se los ama; pues bien, si yo faltara a un juramento como tú has faltado, arrancaría el pecho de las encías de mi hijo cuando más risueño me mirara, y le estrellaría los sesos contra la tierra".
Asociado a la cita anterior, este fragmento describe muy bien el alcance de la ambición de Lady Macbeth, así como su determinación a despojarse de su feminidad si las circunstancias así lo requirieran. Al mismo tiempo, Lady Macbeth insiste aquí con la asociación entre la hombría y el coraje.
"No bastaría todo el océano para lavar la sangre de mis dedos. Ellos bastarían para enrojecerle y mancharle".
Este segmento introduce un motivo que se desarrollará con insistencia a lo largo de la obra tras el asesinato de Duncan. La culpa de los Macbeth se manifestará de diversas formas en uno y otro, pero la imposibilidad de lavar manchas imaginarias de sangre de sus manos atacará a ambos personajes por igual, y será particularmente insistente. Lady Macbeth morirá, de hecho, con esa compulsión en sus sueños.
"No es natural nada de lo que sucede. El martes un generoso halcón cayó en las garras de una lechuza".
Este fragmento, y el diálogo en el que se inserta, debe ser también interpretado en el contexto de la concepción isabelina de un orden armónico del universo que supone, a su vez, que el desorden en una parte del cosmos tiene consecuencias en la totalidad del sistema. Así, luego del asesinato del rey, es lógico que se observe una naturaleza alterada, desordenada; en última instancia, antinatural.
"Ven, ciega noche, venda tú los ojos al clemente día. Rompa tu mano invisible y ensangrentada la atroz escritura que causa mis terrores..."
Nuevamente, Macbeth apela en este fragmento a las apariencias, y en este caso también a la oscuridad, capaces de ocultar verdades que no pueden, o no deberían, mostrarse.
"¿Qué es la vida sino una sombra, un histrión que pasa por el teatro y a quien se olvida después, o la vana y ruidosa fábula de un necio?"
Este es el fragmento más célebre del soliloquio de Macbeth en el que se inserta, y quizás de toda la obra. Tras enterarse de la muerte de su esposa, ante la que reacciona con sorprendente frialdad, Macbeth reflexiona con estas palabras sobre lo corta y posiblemente intrascendente que es la vida de cada uno.
"¡Maldita sea tu lengua que así me arrebata mi sobrenatural poder! ¡Qué necio es quien se fía en la promesa de los demonios que nos engañan con equívocas y falaces palabras!"
Estas palabras de Macbeth, con las que reacciona al enterarse de que Macduff ha sido arrancado del cuerpo de su madre ya muerta, y de que puede decirse de él, por tanto, que no ha nacido de mujer, marcan el momento en el que el protagonista se da cuenta de que ha malinterpretado las palabras de las brujas, y no es realmente invencible. Aún más, Macbeth reconoce la ambigüedad intencional de las profecías, de la que había sido advertido por Banquo al principio de la obra.
Es interesante notar el carácter pragmático que Macbeth atribuye a las palabras de Macduff: su revelación no demuestra que Macbeth no tenía en verdad poderes sobrenaturales, sino que se los quita. Este detalle, que puede leerse como un mero adorno poético, puede también ser interpretado como una exaltación, quizás autorreferencial, del poder de la palabra.