Resumen
El poema comienza con la promesa de que escucharemos "las metamorfosis de los cuerpos en otros nuevos" (13). La voz lírica convoca a los dioses y les pide que inspiren su trabajo y conduzcan su poema que busca explicar el desarrollo del mundo desde su origen hasta el momento presente del poeta.
Ovidio explica que primero hubo algo que podemos llamar "caos" (13): oscuridad y falta de forma. Entonces, un ser poderoso divide el caos en sustancia. Crea la tierra y todas sus aguas, luego sus masas de tierra, bosques y clima. También crea los vientos y le da a cada uno una región de la tierra para gobernar. Más tarde, crea las estrellas. Después de esto, crea vida sensible: todo, desde los dioses en los cielos hasta los peces en los ríos. Es decir, todo, excepto el hombre, cuyo origen es discutido: o el hombre es engendrado por un ser superior, "padre de un mundo mejor" (15), que utiliza un germen divino para crearlo, o Prometeo es quien esculpe al hombre a partir de la arcilla de la tierra.
Al principio, los hombres viven en una Edad de Oro sin guerras, ciudades, trabajo ni comercio. Ellos se deleitan con la abundancia de la naturaleza. Sin embargo, Júpiter castra a Saturno, enviando a los hombres a una Edad de Plata, cuando llegan las cuatro estaciones y los hombres tienen que trabajar para conseguir comida. Sigue la Edad del Bronce, y los hombres se vuelven violentos y guerreros. Finalmente, en la Edad del Hierro, los hombres se vuelven malvados, codiciosos y deshonestos. Tratan el oro como dinero y forjan armas de hierro. Los gigantes ven el comportamiento de los hombres y lo imitan, intentando incluso derrocar a Júpiter, pero él los aplasta con rayos y rocas. De la sangre de los gigantes surgen nuevas criaturas: parecen hombres, pero no piensan sino en asesinarse unos a otros. Angustiado, Júpiter les dice a los dioses que debe castigar a estas criaturas.
Júpiter les cuenta a los dioses cómo trató con un hombre especialmente corrupto, Licaón, que conspiró para matarlo y trató de engañarlo para que comiera carne humana. Cuando Licaón le sirvió la carne, Júpiter destruyó su casa con rayos. Licaón sobrevive y se comporta como un lobo. Júpiter les dice a los dioses que todos los hombres son como Licaón y deben ser castigados a su vez; deben dar paso a una humanidad nueva y mejor. Júpiter decide inundar el mundo, lo que hace con la ayuda de Neptuno. Solo dos personas, lo mejor de la humanidad, sobreviven al diluvio: Deucalión y su esposa. Ellos encuentran refugio en el monte Parnaso, la única tierra que se eleva sobre las aguas. Júpiter permite que las aguas retrocedan y les permite repoblar la tierra. Deucalión y Pirra, su esposa, les preguntan a los dioses cómo pueden hacer tal cosa, y un oráculo enviado por Temis les dice que arrojen detrás de ellos los huesos de su madre. Pirra se niega a deshonrar los restos de su madre, pero Deucalión interpreta el oráculo como una referencia a la "madre tierra", por lo que arrojan piedras, los "huesos" de la tierra, detrás de ellos. Las piedras se convierten en una nueva raza de personas, que heredan la dureza de la piedra.
Otras criaturas regresan espontáneamente, surgiendo del sol sobre el suelo empapado de agua, incluidos monstruos como Pitón, una serpiente gigantesca, a la que Apolo mata, iniciando así los juegos Píticos. Poco después, Apolo se burla de Cupido, quien se venga haciendo que Apolo se enamore de Dafne, la hija de Peneo. Dafne desea permanecer casta, como Diana, y ama el bosque y la caza más que a los hombres. No obstante, Apolo persigue a Dafne por el bosque. Mientras se acerca a los arroyos de la tierra de su padre, la diosa ruega perder su belleza, y se transforma en un laurel. Apolo hace de esta planta su símbolo y desde entonces lleva una corona de laurel.
Acto seguido, Ovidio recurre a otra historia del amor de los dioses, la de Júpiter e Ío. Cuando la bella Ío se resiste a Júpiter, él cubre la tierra con niebla y la viola. Juno, la celosa reina de los dioses, nota las nieblas y sospecha de su marido. Ella aclara la niebla, pero no antes de que Júpiter esconda a Ío en forma de vaca. Juno reclama la hermosa vaca como suya y se la entrega al vigilante Argos, que tiene cien ojos y nunca los cierra todos a la vez. Ío puede comunicar su destino a su padre dibujando en la tierra con su casco. Él llora por ella, pero no puede evitar que Argo la lleve a pastar.
Júpiter ordena a Mercurio que mate a Argos. Mercurio se hace pasar por un pastor e intenta adormecer a Argos con su flauta de caña. Argus, intrigado por este inusual instrumento, pregunta sobre su origen. Mercurio le cuenta a Argos la historia de la ninfa Siringe, a quien Pan ama, aunque ella desea permanecer virgen. Siringe reza por ayuda y se convierte en un junco al lado del río. Pan se muestra triste y nota que sus suspiros hacen música a través de las cañas. Así crea el instrumento. Mientras Mercurio cuenta la historia, se da cuenta de que Argos se ha quedado dormido y decapita al guardián. Juno toma los ojos de Argos y los coloca en las plumas de la cola de su pájaro , el pavo real. Luego hace que una de las Furias persiga a Ío, en forma de vaca, por todo el mundo, hasta que llega al Nilo. En ese momento, Júpiter logra convencer a su esposa de que le devuelva su forma humana a Ío.
El hijo de Ío, Epafo, es tratado como hijo de Júpiter. Epafo se hace amigo de un niño llamado Faetón, que dice ser hijo de Apolo. Epafo no le cree, por lo que Faetón le pregunta a su madre, Climene, cómo demostrar su ascendencia. Ella lo envía a buscar al propio Apolo en el este, y Faetón se dirige al palacio del sol, donde el brillante Apolo reconoce que él es el padre del niño. Cuando Faetón pide una prueba, Apolo promete darle al niño todo lo que quiera. Faetón pide conducir el carro del sol y Apolo responde que nadie más que él, ni siquiera Júpiter, puede conducir el carro. Faetón, sin embargo, obliga a su padre a cumplir su juramento, y Apolo lo lleva al carro, donde frota la cara de Faetón con un ungüento sagrado para protegerlo de las quemaduras. Después de darle consejos al joven, Apolo le dice que ya puede comenzar a manejar el carro.
Apenas empieza el recorrido, el carro se desvía porque Faetón no es lo suficientemente fuerte para dominar a los caballos. El hijo de Apolo lleva los caballos, primero, demasiado alto, amenazando las constelaciones, y luego, demasiado bajo, incendiando ciudades y montañas, y secando ríos. En poco tiempo, el mundo entero está en llamas. La propia Madre Tierra ruega a Júpiter que interceda, y el dios derriba a Faetón, con carro y todo, con un rayo. Faetón cae a la tierra, donde es atrapado por el dios del río Erídano y enterrado en una tumba lejos de su tierra natal. La familia de Faetón está de luto: sus hermanas se transforman en árboles en la mañana; les queda la capacidad de hablar, y Climene, su madre, intenta arrancarlas de la corteza, antes de que finalmente queden selladas dentro. Cicno, un querido amigo de Faetón, deambula por el bosque enlutado hasta convertirse en un nuevo tipo de pájaro, el cisne. Desconfiado del cielo soleado donde su amigo ha perecido, este cisne elige permanecer en aguas estancadas y nunca elevarse al cielo. Apolo, por su parte, también de luto, se niega a actuar como debería hacerlo el sol, a pesar de las súplicas de los demás dioses, e incluso de las amenazas de Júpiter. Finalmente, cede y descarga su ira con azotes sobre sus caballos.
Mientras Júpiter repara los cielos y la tierra, se fija en Calisto, una hermosa muchacha de Nonacris. Calisto, una de las sirvientas de Diana, deambula por el bosque, casta y hermosa. Júpiter se disfraza de Diana y la viola. Avergonzada y asustada, Calisto se reúne con las sirvientas e intenta ocultar su vergüenza. Pero, meses después, Diana y sus criadas descubren su embarazo durante un baño. La ira de Juno por el embarazo crece después de que Calisto da a luz a un niño, Arcas. Juno convierte a Calisto en un oso. A los quince años, Arcas se encuentra con su madre en el bosque y casi la mata. Júpiter interviene justo a tiempo transformando a Arcas y Calisto en constelaciones: Osa Mayor y Osa Menor. Furiosa, Juno acude a los dioses del océano Tetis y Océano, y les pide que prohíban a las dos constelaciones entrar en sus aguas, a lo que acceden.
Luego, Ovidio pasa del origen de esas constelaciones a la historia de cómo el cuervo adquiere su color negro característico. El cuervo le informa a Apolo que su amante, Coronis, lo engañó. Apolo mata a Coronis con una flecha y, al morir, ella le confiesa que está embarazada de su hijo. Apolo se arrepiente demasiado tarde de su acción y, furioso con el cuervo, lo convierte de blanco a negro. Saca a su hijo, Esculapio, del vientre de Coronis y lo lleva ante un profeta, Ociroe, la hija de Quirón, quien predice que Esculapio tendrá poderes curativos y enojará a los dioses. Luego predice la muerte de su propio padre, pero al terminar, se da cuenta de que las Parcas no la dejarán hablar más, y, como también ha predicho, ella misma se transforma en caballo. Quirón llama a Apolo, pero el dios está disfrazado de pastor. Mercurio roba las vacas de Apolo con solo Bato como testigo. Luego soborna a Bato para que se calle, y cuando este demuestra que no es digno de confianza, lo convierte en piedra.
Al regresar al cielo, Mercurio pasa sobre un festival de Palas y ve a Herse, la más bella de las muchachas vírgenes que participan en el festival. Se acerca a la hermana de Herse, Aglaura, en un intento de entrar en la habitación de Herse. Aglaura pide a cambio un peso de oro, petición que Minerva escucha. Minerva recuerda que Aglaura la traicionó y le ruega a Envidia que envenene el corazón de Aglaura. Por envidia, Aglaura intenta impedir que Mercurio acceda a su hermana, y Aglaura, de pronto, se convierte en piedra. De regreso al cielo, Mercurio se encuentra con su padre, Júpiter, quien le pide que vuele a Sidón y conduzca allí un rebaño de ganado hasta la orilla del mar. Mercurio obedece a su padre. Luego, Júpiter se une a la manada como un magnífico toro. Europa, la bella princesa de esa tierra, se maravilla ante el toro, entrelaza sus cuernos con flores y finalmente se sube a su lomo para dar un paseo. Júpiter aprovecha la oportunidad y la lleva al océano.
Análisis
Al comienzo de las Metamorfosis, Ovidio logra varias cosas. Primero, define el alcance de su obra: "Mi espíritu me inclina a escribir las metamorfosis de los cuerpos en otros nuevos. ¡Oh dioses!, ya que vosotros también los habéis cambiado, inspirad mi empresa y conducid este mi poema" (p. 13). Así, establese su idea de que todo en el mundo evoluciona en forma constante sufriendo transformaciones.
Más adelante, termina de evidenciar que se refiere a "cuerpos" en un sentido amplio: en este poema, abordará todo tipo de metamorfosis, desde la metamorfosis del Caos en el Universo hasta metamorfosis físicas literales, pasando por la fundación y destrucción de ciudades, la evolución del hombre. En otras palabras, este poema examina la metamorfosis (esto es, el cambio) como una fuerza omnipresente en el universo, que afecta por igual a todas las fuerzas: desde las más altas hasta las más bajas; tanto a las fuerzas míticas como a las ordinarias.
La primera transformación –la del Caos primigenio en el Universo– ilustra algunas características generales de estos eventos. Las metamorfosis nunca son verdaderamente espontáneas. El caos no se transforma en tierra espontáneamente, sino que es transformado por un ser poderoso. Siempre hay algo que transforma y algo que es transformado (aunque existen casos excepcionales en los que las personas pueden transformarse a sí mismas). En consecuencia, este libro también trata sobre las relaciones, más a menudo la relación entre aquello que tiene el poder de transformar y aquello que es transformado. Esta relación existe con mayor frecuencia entre los dioses y los mortales.
La primera sección de Metamorfosis sugiere que las personas a menudo se transforman como castigo por alguna mala conducta. En términos más generales, Júpiter destruye a la humanidad porque la raza en su conjunto se porta mal. Así y todo, Ovidio sugiere sutilmente que el hecho de que los dioses sean capaces de castigar las fechorías de los mortales no significa que ellos mismos sean virtuosos. De hecho, aunque el hombre extraviado, como Licaón, pueda realizar algún acto espantoso, la preponderancia de las acciones injustas y violentas las cometen los dioses. Así, los primeros libros están llenos de violaciones, engaños, asesinatos y venganzas de los dioses. El mensaje parece claro: los dioses no son justos, sino simplemente poderosos. Debido a que ellos, inmortales e inmutables, tienen el poder de efectuar cambios en los mortales, pueden usar y usarán ese poder. Aquellos que intenten oponerse al estatus excepcional de los dioses serán destruidos y transformados, individualmente o como raza entera (como nos muestra el episodio de la inundación). A aquellos que adoran a los dioses sin cuestionarlos, como Deucalión y su esposa, se les permitirá vivir. La visión de Ovidio sobre la virtud de la autoridad es, desde este punto de vista, bastante cínica.
El principal aspecto donde se despliegan estas dinámicas de poder es el amor o, más concretamente, la lujuria. Estos dos conceptos son inseparables para los romanos, que no tratan el amor como una cuestión de cortejo y caballerosidad, sino más bien como una cuestión de pasión irresistible. Esta pasión muchas veces no es correspondida. De hecho, en estas primeras historias leemos una y otra vez sobre una hermosa mujer que desea vivir como virgen, libre de todos los hombres, pero es perseguida y/o violada por un dios. Comenzando con el amor no correspondido de Apolo por Dafne, pasando por el de Pan por Siringe, siguiendo por el catálogo de violaciones de Júpiter (Ío, Europa), vemos mujeres violadas, convertidas en árboles y animales, y utilizadas como objetos, sin consentimiento. En todos estos ejemplos, el amor es una fuerza transformadora para ambas partes. El amor de Apolo por Dafne resulta en su metamorfosis en un laurel, y en una metamorfosis más contenida dentro de Apolo, quien adapta sus ramas como símbolo. Júpiter frecuentemente se transforma en un animal o adquiere otra forma para poder llevar a cabo sus violaciones con mayor facilidad, lo que a su vez resulta en metamorfosis de las mujeres, como la metamorfosis de Ío en una vaca. Así, sugiere Ovidio, el poder del amor altera a ambas partes, pero sin duda los dioses están en ventaja. Quienes desean vivir fuera de la estructura de poder, especialmente las vírgenes de Diana, se ven repetidamente incapaces de hacerlo.
Ovidio es especialmente sensible a la manera en que las metamorfosis se construyen causalmente unas sobre otras, y la tragedia engendra tragedia. En el episodio de Faetón, por ejemplo, la muerte de este pone en marcha la metamorfosis de sus hermanas en árboles y la de Cicno, en cisne. También la metamorfosis de la tierra y el cielo, ambos amenazados por el carro fuera de control de Apolo, motiva metamorfosis más sutiles en el padre y la madre de Faetón, quienes lloran tiernamente a su hijo. Cada metamorfosis sigue un patrón similar: una transformación inicial, a menudo trágica, desencadenará una serie de cambios contingentes. Los padres y las madres, que lloran a sus hijos e hijas perdidos, se convierten en pájaros o árboles, producto de su dolor. De esta forma, Ovidio demuestra la manera en que el cambio afecta a los seres humanos. Todos nos sentimos conmovidos unos por otros y la tragedia de una persona repercute en su comunidad. Cientos de años antes de que el reverendo John Donne lo escribiera, Ovidio entendió bien que "ningún hombre es una isla".