Resumen
La voz poética, en primera persona, comienza con una larga evocación. Dice que huele y recuerda el mar y el barco que la trajeron al Caribe desde África. Recuerda también el primer alcatraz que divisó con alivio. Las nubes fueron las únicas testigos presenciales de cómo ella, la mujer negra, fue arrojada en la isla para vivir y trabajar “como una bestia” (v.8). Por haber trabajado mucho, siente que en esta tierra ha vuelto a nacer.
En su desesperación, la voz poética, que encarna a todas las mujeres negras traídas a América como esclavas, dice haber recurrido a cuanta epopeya mandinga recordaba, hasta que, luego de rebelarse, fue comprada por Su Merced. A Su Merced le cosía las casacas y le parió un hijo macho que no tuvo nombre. Recuerda también que Su Merced murió a manos de un lord inglés.
En esta tierra a la que fue traída, dice haber sufrido azotes y bocabajos. “Bajo su sol sembré, recolecté, y las cosechas no comí” (v.19), agrega. Construyó en aquel tiempo, con tantos otros como ella, el barracón en el que vivió mientras trabajaba la tierra. “En esta tierra toqué la sangre húmeda/ y los huesos podridos de muchos otros,/ traídos a ella, o no, igual que yo” (v.24-26), dice en referencia a la cantidad de esclavos africanos e indígenas muertos bajo el yugo del imperialismo colonial.
Con el tiempo, esta voz de la mujer negra dice haber fundado mejor su canto, haber olvidado el camino a casa también, y, por sobre todo, dice haber construido su mundo en esta tierra a la que tanto trabajó. “Me fui al monte./ Mi real independencia fue el palenque” (vv.33-34), menciona, en referencia a las comunidades que vivían libres, en el monte, y de las cuales devino la organización guerrillera en los años 50. Luego de cabalgar con las tropas de Antonio Maceo, el líder revolucionario que luchó en la Guerra de los Diez Años por la independencia cubana a fines del siglo XIX, la voz poética dice también que, un siglo después, bajó de la Sierra para hacer la revolución, contra capitales, burgueses, usureros y generales.
En el presente, la voz poética manifiesta su alegría a través de la enumeración de las virtudes del comunismo: “
Nada nos es ajeno
Nuestra la tierra.
Nuestros el mar y el cielo.
Nuestras la magia y la quimera.
(vv.43-46)
Quienes son como ella bailan ahora alrededor del árbol que todos han plantado para el comunismo y dice finalmente: “Su pródiga madera ya resuena” (v.49), en relación al futuro próspero que se avecina gracias a la revolución.
Análisis
El título del poema, “Mujer negra”, alude a la identidad de la voz poética. Este yo, que relata su historia a lo largo de los versos, no encarna la voz de una persona, sino de la mujer negra en su conjunto, como entidad colectiva. Por esto mismo, su voz no da cuenta del discurrir de la vida de una persona, sino de la historia de las mujeres africanas y afrodescendientes en Cuba desde la época de la esclavitud hasta sus tiempos, los de la revolución de los años cincuenta.
Un término que puede utilizarse para hablar de la historia de una cultura o sociedad narrada por sí misma es el de gran narrativa. También podemos pensar en la mujer negra como un sujeto transhistórico. Se trata de una forma de subjetividad que atraviesa generaciones y generaciones, pero que tiene, en tanto subjetividad, una identidad propia. Es decir que podemos identificar a la figura de la mujer negra a través de los siglos y establecer, con la memoria compartida de tantas biografías individuales, una biografía común a, en este caso, las afrodescendientes cubanas.
Esto lleva a pensar, en primer lugar, en uno de sus temas primordiales: la identidad. Esta forma de la identidad no es individual, sino colectiva. En estos versos se recoge una memoria común y una experiencia compartida trascendental: la de haber sido traídas de África por la fuerza, la de haber sido explotadas por los colonos, la de haberse rebelado y la de haberse unido a la revolución. En cuanto a la explotación, da cuenta de las particularidades de esta violencia no solo en relación con la negritud, sino al hecho de ser mujer. Volveremos más adelante sobre este punto.
Las experiencias compartidas fundan, entonces, esta identidad colectiva de la cual gran parte de las mujeres cubanas participan. Según el censo gubernamental del 2012, más del 35% de la población se reconoce mulata, mestiza o negra. Los orígenes son variados. En el poema, la mujer negra dice: “Ya nunca más imaginé el camino a Guinea./ ¿Era a Guinea? ¿A Benín? ¿Era a/ Madagascar? ¿O a Cabo Verde?” (vv.27-29). Este olvido tiene dos sentidos. El primero responde a un renacer de la mujer negra en Cuba y, por ende, a cierto olvido de las raíces africanas. El segundo tiene que ver con la variedad de procedencias de los esclavos de la isla, traídos desde las colonias españolas, alimentada también por el hecho de que, luego de la revolución de los esclavos en Haití, muchos esclavos que venían de colonias francesas también llegaron a Cuba. A esto debe sumarse el comercio de esclavos inglés, que traía a los africanos por la fuerza desde sus colonias. Esta identidad se funda entonces en una procedencia muy amplia, el continente africano en su conjunto, y, a la vez y con más fuerza, en la experiencia compartida de siglos de explotación y violencia sobre la población negra.
En esta experiencia de desarraigo violento y en el duro trabajo al que es sometida, la mujer negra dice haber renacido: “Y porque trabajé como una bestia,/ aquí volví a nacer” (vv.8-9). La conexión entre nacer y nación resulta en este caso más lógica que sugerente. En este volver a nacer, y el posterior “aquí construí mi mundo” (v.32), el sentimiento de pertenencia proveniente del trabajo y el padecimiento es fundamental. Por su parte, la palabra bestia tiene doble valencia simbólica. Por un lado, remite al hecho de trabajar muy duro, como un animal de campo. Pero, por el otro, apunta también a las condiciones de vida, en un sentido más amplio, de la mano de obra esclava en Cuba antes de la abolición de la esclavitud en 1880 y, posteriormente, a las condiciones de vida en general durante los largos años de precarización laboral previos a la revolución. La mujer negra es un animal, una bestia, que le pare un hijo macho a Su Merced, el patrón. Y su hijo es un hijo que no tiene nombre, y que vive con ella en un barracón, como el ganado. Un barracón que, además, ella misma ha ayudado a edificar con sus propias manos y las de tantos otros como ella. De esta manera, el poema reproduce la mirada de Su Merced sobre los esclavos que eran tratados como animales. Como actividad femenina, la obligación laboral de la mujer, coser la casaca de Su Merced, no se separa de la obligación sexual: parirle un hijo macho.
Por otro lado, estos versos se vinculan con la relación que tiene la mujer negra con la tierra. Este renacer tiene que ver con que ella se identifica muy profundamente con el entorno: “Bogué a lo largo de todos sus ríos./ Bajo su sol sembré, recolecté y las cosechas no comí” (vv.18-19). El tratamiento injusto de los colonos y dueños de ingenios con la mujer negra al no permitirle beneficiarse del fruto de la tierra y su propio trabajo no impide que ella se identifique con la isla: “Aquí construí mi mundo” (v.32), sentencia. El lema revolucionario, difundido por Emiliano Zapata durante la revolución de la tierra en México en 1911, que dice la tierra es de quien la trabaja, resuena de fondo en el poema. Este vínculo, a través del trabajo, con el entorno, es en lo que se funda el sentimiento de pertenencia de la mujer negra a la isla y su motivación para unirse a la lucha revolucionaria que busca devolver a los trabajadores el derecho a comer de su propia cosecha.
El ritmo del poema responde a un uso de la forma propio de la poesía contemporánea. Es de métrica y rima libres, de forma tal que las regularidades que encontramos en el nivel de la forma son de otro orden. Un esbozo de regularidad puede ser, por ejemplo, el hecho de que las estrofas están separadas por versos sueltos que indican una acción pretérita de la voz poética: “Me rebelé” (12), “Anduve” (19), “Me sublevé” (28), “Trabajé mucho más” (p.37), “Me fui al monte” (p.42), “Bajé de la Sierra” (p.50). Estos versos van enmarcando la historia de la mujer negra cubana desde el momento en que llega a la isla y se rebela por primera vez hasta que baja de la Sierra para hacer la revolución. Las acciones de cada estrofa están narradas en pretérito, porque se trata de recuerdos, a excepción de la última, que se sitúa en el presente. La revolución ya es un hecho en estos versos finales: nada le es ajeno ahora a la voz poética, y la madera del árbol, plantado para el comunismo, ya resuena, “pródiga” (v.49). Esta última expresión da cuenta de una proyección; la madera dadivosa ya resuena con lo que vendrá, es decir, un futuro más próspero para todos.
Los recuerdos de la voz poética se encuentran diferenciados entre aquellos propios de la esclavitud, narrados al principio, con los del trabajo precario que vino después. Sin embargo, el hecho de aunar toda la historia de la mujer negra en una sola voz narrativa transhistórica pone en evidencia, también, la vinculación necesaria entre la explotación colonial y el posterior imperialismo neocolonial, en el cual los esclavos fueron liberados, pero sus condiciones de vida no cambiaron sustancialmente. La esclavitud no fue sino el preámbulo, la manifestación temprana, de la organización del trabajo también deshumanizante que vino luego. De esta manera, esta voz da cuenta de cómo la “independencia” (v.34) llegó en realidad con el palenque, es decir, la forma de comunidad en la cual hombres y mujeres libres vivían en el monte, más adelante con la guerrilla y, finalmente, con la revolución socialista.
El verso recién mencionado, completo, dice: “Mi real independencia fue el palenque/ y cabalgué entre las tropas de Maceo” (v.34-35). La voz poética celebra en este caso a las mambisas, que son las guerreras afrocubanas que, a fines de 1860, acompañaron a Antonio Maceo, líder también afrocubano, en la Guerra de los Diez Años. Más adelante, la voz poética hace referencia a Sierra Maestra. Se trata del lugar en que a partir de 1950 los guerrilleros se preparaban, convivían y se formaban, y donde firmó Fidel Castro, junto a Felipe Pazos y Raúl Chibás, el Manifiesto de Sierra Maestra. En él, se volcaron los lineamientos e ideales básicos de la revolución para hacerlos llegar a los cubanos. “Bajé de la sierra./ Para acabar con capitales y usureros,/ con generales y burgueses” (vv.40-41), dice esta mujer negra, un siglo antes mambisa y ahora fiel revolucionaria, que desciende junto a Fidel y los demás insurrectos para apropiarse de aquello que le pertenece: la tierra, el mar, el cielo, “la magia y la quimera” (v.46).