En la América de habla hispana, la esclavitud fue monopolio del dominio español desde el siglo XVI, en el que la reina Isabel la Católica decidió mediante un edicto prohibirla. Sin embargo, la esclavitud continuó a pesar de esta indicativa de España. Los africanos traídos a Cuba como esclavos siguieron llegando hasta fines del siglo XIX, cuando la esclavitud, por real decreto, fue finalmente abolida.
El comercio de esclavos, a partir del Tratado de Utrecht, luego de la guerra de sucesión española, fue monopolizado por Inglaterra. Sin embargo, se dio en las colonias caribeñas una situación bastante particular. A diferencia de Estados Unidos o algunos países de Europa, Cuba permitía la compra de la libertad, y permitía, o hacía la vista gorda en principio, a la unión entre negros, blancos e indígenas en matrimonio. La segregación nunca fue, como en el sur de Estados Unidos, un asunto de gran envergadura.
La mujer esclava tenía dos destinos. Uno de ellos era el ingenio. Así como en Haití los negros traídos de las colonias francesas y luego traficados por los ingleses cultivaban la caña de azúcar, en Cuba, en principio, el principal producto era el tabaco. Muchas mujeres fueron destinadas a la cosecha de tabaco. El segundo destino, quizá preferible por su salubridad, era el trabajo doméstico. Y decimos “quizá” porque este trabajo estaba expuesto la mayor de las veces a maltratos físicos y psicológicos y a abusos sexuales. En el poema de Nancy Morejón “Mujer negra”, la voz poética hace referencia a ambos trabajos. En relación con el primero, dice con respecto a la tierra: “Bajo su sol sembré, recolecté y las cosechas no comí” (vv.18-19), haciendo mención a la injusticia padecida en los ingenios. Más crudo es el relato del trabajo doméstico de la mujer negra en la casa de Su Merced:
Su Merced me compró en una plaza.
Bordé la casaca de Su Merced y un hijo macho le parí.
Mi hijo no tuvo nombre.
Y Su Merced murió a manos de un impecable lord inglés.
(v.12-15)
Morejón encuentra el primer bastión de la identidad colectiva de la mujer cubana afrodescendiente en la esclavitud, y no es tanto en sus orígenes, ya que la captura de esclavos se efectuó a lo largo y ancho de la mayor parte de África subsahariana: “Ya nunca más imaginé el camino a Guinea./ ¿Era a Guinea? ¿A Benín? ¿Era a/ Madagascar? ¿O a Cabo Verde?” (v.27-29), se pregunta la voz lírica, que ha perdido rastro de su origen específico. No hace hincapié, a pesar del título del poema y las referencias a los orígenes africanos, en el color de piel a lo largo del poema. Es la esclavitud la piedra fundacional de la experiencia de la mujer negra, y este padecimiento es compartido, inclusive, con otros que no han sido traídos del continente africano: “En esta tierra toqué la sangre húmeda/ y los huesos podridos de muchos otros,/ traídos a ella, o no, igual que yo” (v.27-29), dice en referencia a otros esclavos que ya habitaban la isla antes de su llegada.
Por último, en el poema no se establece una diferencia tajante entre los tiempos de la esclavitud y los de la explotación neocolonial por parte de los capitales europeos y norteamericanos. La esclavitud es, para la mayor parte de los historiadores, la experiencia temprana de una violencia social y económica ejercida luego bajo otra forma en el siglo previo a la Revolución Cubana. Efectivamente, la esclavitud se abolió en Cuba en 1886, pero las condiciones de vida del proletariado, que repentinamente y de forma lógica aumentó en número en aquellos años, siguieron siendo, en muchos casos, similares a la de los esclavos. La esclavitud es entonces una experiencia clave a la hora de pensar las bases de la identidad de la mujer cubana afrodescendiente que siglos después se uniría a la lucha revolucionaria.