Lo importante es que las aptitudes particulares que poco a poco voy descubriendo en mí, aquí mismo, en absoluto me alejen de la búsqueda de una aptitud general, que sería la mía propia y que no me ha sido otorgada. Más allá de todas las aficiones que me conozco, de las afinidades que noto en mí, de las atracciones que experimento, de los acontecimientos que me suceden y que sólo me suceden a mí, más allá de la cantidad de movimientos que yo me veo hacer, de las emociones que únicamente yo siento, me esfuerzo en averiguar en qué consiste, ya que no de qué depende, mi singularidad con respecto a los demás seres humanos.
Esta extensa cita pone de manifiesto el interés profundo y existencial que posee el autor y narrador de este libro. André Breton busca encontrar su verdadera identidad, quién es él en el conjunto de seres que comprenden la humanidad. Siente que es mucho más que los gustos, aptitudes o emociones que tiene y se propone, por tanto, dedicar su vida a descubrir la respuesta a esa pregunta.
Al margen del relato que voy a comenzar, no tengo otra intención que la de contar los episodios más determinantes de mi vida tal y como puedo concebirla al margen de su estructura orgánica, es decir, en la medida en que depende de los azares, del más insignificante o del más importante, en que, oponiéndose a la interpretación tópica que se me ocurre para entenderla, me introduce en un mundo como prohibido que es el de las repentinas proximidades, el de las petrificantes coincidencias, el de los reflejos por encima de cualquier otro impulso de lo mental, el de los acordes simultáneos como de piano, el de los relámpagos que permitirían ver, pero ver de verdad, si no fueran aún más veloces que los otros.
En esta cita, Breton manifiesta su perspectiva en torno a la relación entre vida y obra de un autor. Él piensa que lo más importante se devela en los detalles de la vida cotidiana de un escritor, y no tanto en su obra ficcional. En su caso, quiere compartir que algo importante para él es la percepción que tiene de la realidad a través del vínculo casual de las cosas entre sí.
El acontecimiento con el que cada cual tiene derecho a esperar la revelación del sentido de su propia vida, ese acontecimiento con el que quizás yo todavía no he topado, pero tras cuya pista me busco, no existe si es a costa del trabajo. Pero me estoy adelantando puesto que quizás sea eso, por encima de todo lo demás, lo que en su momento me hizo comprender y lo que justifica, sin más dilación, la entrada en escena de Nadja.
André Breton, narrador de esta novela, piensa que lo más importante en la vida de una persona es encontrar el sentido de su propia vida. El personaje femenino que da vida a esta novela profusa en reflexiones de variada índole, una mujer joven llamada Nadja, parece darle a Breton una suerte de ayuda en este camino de búsqueda.
Se para de nuevo, se acoda en el pretil de piedra desde donde su mirada y la mía se hunden en el río, centelleante de luces a estas horas: "Esa mano, esa mano en el Sena, ¿por qué esa mano que arde en el agua? Es cierto que el fuego y el agua son lo mismo. Pero ¿qué quiere decir esa mano? ¿Cómo la interpretas tú? Pero déjame que vea esa mano. ¿Por qué quieres que nos vayamos? ¿De qué tienes miedo? Piensas que estoy muy enferma ¿verdad? Yo no estoy enferma. Pero ¿qué significa para ti todo esto: el fuego en el agua, una mano de fuego en el agua?".
Este pasaje revela el momento en que Breton se percata de que algo no anda del todo bien con Nadja. Si bien la acompaña lo mejor que puede en sus juegos de palabras, asociaciones libres y paseos aleatorios por la ciudad, en un momento comienza a darse cuenta de que le es difícil seguirla en lo que empiezan a parecer más desvaríos que poesía.
Hacía mucho tiempo que yo había dejado de entenderme con Nadja. Lo cierto es que quizás nunca nos hemos entendido, al menos acerca de la manera de afrontar las cosas sencillas de la existencia. Definitivamente, ella había escogido no tomarlas en consideración en absoluto, despreocuparse de la hora, no hacer ninguna diferencia entre los comentarios intrascendentes que a veces expresaba y los otros que tan importantes me eran, no preocuparse lo más mínimo por mis fluctuantes estados de ánimo y por la mayor o menor dificultad con que toleraba sus peores distracciones.
En consonancia con la cita anterior, aquí podemos apreciar más detalles en torno a la distancia que Breton toma de Nadja al darse cuenta de lo que los separa a pesar suyo. Él ya dejó de tolerar sus distracciones y el hecho de que ella no presta ninguna atención a los hechos materiales de la vida.
Hace unos meses vinieron a comunicarme que Nadja estaba loca. Al parecer, como consecuencia de una serie de excentricidades que había protagonizado en el pasillo de su hotel, habían debido internarla en el asilo de Vaucluse.
Tal como se viene presagiando en las páginas de la novela, el narrador se entera de que Nadja ha sido encerrada en un hospital psiquiátrico. Si bien él no está para nada de acuerdo con que se encierre a las personas en estos sitios, incluso si están enfermas, termina confirmando su percepción acerca del estado mental de la muchacha.
Es preciso no haber entrado nunca en un manicomio para ignorar que allí fabrican locos del mismo modo que en los correccionales fabrican delincuentes.
Finalmente, encontramos aquí una prueba del pensamiento de Breton acerca de las instituciones psiquiátricas. Abiertamente, manifiesta estar en total desacuerdo con la disciplina de la psiquiatría en sí misma, ya que siente que el estado mental y anímico de las personas enfermas empeora en esos sitios, en lugar de mejorar.