El narrador afirma que Dios ha creado seres despreciables en su infinita bondad
En el primer capítulo de la novela, el narrador relata que Capitán Tiago va a dar un banquete: "Cual una sacudida eléctrica corrió la noticia en el mundo de los parásitos, moscas o colados que Dios crió en su infinita bondad y tan cariñosamente multiplica en Manila" (p. 7), dice. Aquí, los "parásitos", "moscas" y "colados" son las personas inútiles, corruptas e ignorantes que viven en San Diego, y que pretenden asistir a dicho banquete para pertenecer a la elite. El narrador está utilizando la ironía cuando afirma que estas personas despreciables fueron creadas por Dios en su infinita bondad, y multiplicadas por su cariño.
Este tono irónico del narrador es una constante a lo largo de la novela. A través del uso de la ironía, el narrador toma distancia de los hechos que presenta, ridiculiza o crítica a los personajes de la novela, y construye los tristes escenarios en los que se llevan a cabo las escenas.
Otro ejemplo se da más adelante, cuando el narrador describe irónicamente la crueldad de fray Dámaso. Sus palabras dan a entender que dicha violencia no es grave ni malintencionada, pero su tono es claramente irónico:
El P. Dámaso todo lo arreglaba a puñetazos y bastonazos, que daba riendo y con la mejor buena voluntad. Por esto no se le podía querer mal; estaba convencido de que solo a palos se le trata al indio; así lo había dicho un fraile que sabía escribir libros y él lo creía pues no discutía nunca de lo impreso: de esta modestia se podían quejar muchas personas (p. 62).
El narrador afirma que una calle que está rota hace años es una maravilla de la estabilidad urbana
Ibarra, tras estar siete años en Europa, regresa a San Diego, su pueblo natal en las Islas Filipinas. En su primer recorrido, descubre que en la acera hay una piedra rota, tal como estaba antes de su partida: "¡Santo Dios! ¡Continúa aún desarreglada la piedra como cuando la dejé!" (p. 25).
Luego, el narrador, irónicamente, afirma que tal desprendimiento es una maravilla de la estabilidad urbana. En realidad es desidia y falta de mantenimiento:
En efecto, estaba aún desprendida la piedra de la acera que forma la esquina de la calle S. Jacinto con la de la Sacristía.
Mientras contemplaba esta maravilla de la estabilidad urbana en el país de lo inestable, una mano se posó suavemente sobre su hombro..." (p. 25).
A través de esta ironía, el narrador da cuenta de la dejadez en la que se encuentra sumido San Diego.