Resumen
Capítulo XXVI – La víspera de la fiesta
El pueblo se prepara para recibir la fiesta. Un “hombre amarillo” levanta una gran piedra angular llamada “cabria”. El arquitecto le advierte que la construcción es inestable.
Capítulo XXVII – Al anochecer
En la casa de Capitán Tiago, se reúnen el anfitrión, Ibarra y María Clara. Conversan acerca del nombre que Ibarra le va a poner a la escuela. Luego, María Clara e Ibarra salen a pasear con amigos. En medio del paseo, ven a Sisa tocar a un leproso. Se la lleva la guardia civil mientras ella delira. Ibarra se indigna con la situación.
Capítulo XXVIII – Correspondencia
El narrador afirma que nada importante les pasó a los personajes en los primeros días de fiesta, y que gustoso saltaría al último, pero que, por las dudas de que algún lector extranjero desee conocer cómo son esas fiestas filipinas, transcribe cartas publicadas en el diario de Manila en las que se cuenta el devenir de la celebración. En dichas cartas, además de describir con pompa los diferentes eventos que tuvieron lugar durante la fiesta, el corresponsal elogia con grandilocuencia los discursos del fray Dámaso.
Capítulo XXIX – La mañana
Último día del festival. Tasio y Don Filipo se lamentan por los grandes costos que tuvo el festival. Tasio insta a Filipo a que renuncie a su cargo de teniente mayor, ya que sirve al alcalde y este está totalmente controlado por el padre Salvi.
Mientras tanto, en la calle pasa una mujer joven con un bebé que, al ver al padre Salvi, dice “papá”. El narrador aclara que es solamente una confusión, y que Salvi no es el padre de la criatura.
Capítulo XXX – En la iglesia
El narrador describe el ambiente opresivo de la iglesia, que está abarrotada de gente. Se detiene sobre todo en la figura del alcalde, quien está tan ataviado que el pueblo no lo reconoce.
Capítulo XXXI – El sermón
Fray Dámaso da un sermón. Comienza hablando en latín, y luego pasa al español. En el sermón insulta tanto al alférez como a la Guardia Civil. La gente se aburre y empieza a bostezar. Fray Dámaso comienza a hablar en tagalo, pero habla tan mal que nadie lo entiende. Durante el discurso, Elías, que está allí disfrazado, le advierte a Ibarra que no se acerque a la gran cabria que levantó el hombre amarillo.
Capítulo XXXII – La cabria
Todos se dirigen al lugar en el que se está construyendo la escuela. Allí está la extraordinaria cabria creada por el hombre amarillo que serviría para que la construcción se aligere. El padre Salvi bendice la escuela y luego insta a Ibarra a que se acerque a la cabria para mostrar su increíble funcionamiento ante el pueblo. Ibarra lo hace, pero con mucha precaución. De repente, la cabria se desploma. Ibarra logra escapar y por accidente muere el hombre amarillo. Los espectadores están contentos porque Ibarra sobrevivió y le restan importancia a la muerte del hombre amarillo, ya que este era un indio que ni siquiera iba a misa.
Capítulo XXXIII – Libre pensamiento
Elías llega a la casa de Ibarra para pedirle un favor. Le dice que no debe contar nada acerca de la advertencia que él le dio acerca de la cabria, no porque tema ser atrapado, sino porque es mejor que los enemigos de Ibarra crean que este no es consciente de que intentaron matarlo. Ibarra se sorprende al oír que tiene enemigos que desean su muerte. Ibarra advierte que Elías no es un simple piloto de barco, ni un campesino común y corriente, pero no comprende quién es realmente.
Capítulo XXXIV – La comida
Las personas más importantes del pueblo cenan en la casa de Capitán Tiago. Llega un mensajero que avisa que esa noche arribará al pueblo el Capitán General, lo que genera un gran alboroto. Llega a la cena fray Dámaso, y es saludado por todos menos por Ibarra. Dámaso hace diferentes comentarios racistas en contra de los nativos, y luego se burla de aquellos que por haber viajado a Europa se creen superiores al resto. Después, afirma que Dios hace justicia, y los padres de “tales víboras” mueren en la cárcel. Ibarra se enfurece y ataca a fray Dámaso. Lo golpea y está a punto de matarlo, pero intercede María Clara y logra detenerlo.
Capítulo XXXV – Comentarios
El pueblo chismosea acerca lo ocurrido. Algunas personas están del lado de fray Dámaso y otras del lado de Ibarra. Este es excomulgado.
Capítulo XXXVI – La primera nube
María Clara está desconsolada. Capitán Tiago le prohíbe hablar con Ibarra. Anuncia que el fray Dámaso ha ordenado que se rompa el compromiso que esta mantiene con Ibarra, so amenaza de que Capitán Tiago sea condenado al infierno. Fray Dámaso, además, ha dicho que un pariente suyo viene de España para casarse con María Clara.
Capítulo XXXVII – Su excelencia
Llega el Capitán General. Quiere hablar con Ibarra, pero primero, por obligación, debe reunirse con los curas. Los hace esperar antes de verlos, lo que estos consideran una falta de respeto. Cuando finalmente se reúne con ellos, el Capitán General actúa groseramente. Pregunta cuál de ellos es fray Dámaso. Salvi afirma que no está presente porque no se siente bien.
Anuncian que llegó Ibarra. Los frailes intentan explicarle al Capitán General que Ibarra está excomulgado, pero este los ignora y los despide. En su camino de salida, los frailes se cruzan con Ibarra y lo ignoran.
El Capitán General saluda afectuosamente a Ibarra. Lo elogia por haber construido una escuela, y agrega que hablará con el Arzobispo para tratar el tema de su excomunión. No obstante, le advierte a Ibarra que debe tener más cuidado en el futuro, ya que las Islas Filipinas no son lo mismo que Europa, continente al que caracteriza como más sofisticado y más secular. El Capitán General dice que protegerá a Ibarra porque respeta a los hombres que defienden la memoria de sus padres, y declara que Ibarra es el primer hombre de verdad con el que ha hablado desde que llegó al pueblo.
Luego le advierte que su educación no se corresponde con el pueblo, y que Ibarra debería vivir en otro lado. Este, sin embargo, afirma que él debe vivir donde vivían sus padres. Cuando Ibarra se va, el Capitán General le ordena al alcalde que ayude a Ibarra.
Ibarra, feliz tras la reunión, va a visitar a María Clara, pero esta no le abre la puerta. Sinang, su amiga, le dice a Ibarra que se reúna con ellas por la noche en el teatro.
Capítulo XXXVIII – La procesión
Ibarra observa la procesión que sigue a San Diego en las calles. Se disgusta al ver que la policía golpea a los espectadores. El Capitán General comparte este disgusto.
Capítulo XXXIX – Doña Consolación
Mientras tanto, la esposa del alférez, Doña Consolación, está enojada dentro de su casa porque su marido le prohibió salir. Según el alférez, su mujer ese día lucía ridícula y era mejor que nadie la viera.
Consolación, desde su casa, escucha cantar a Sisa. Ordena a un guardia que se la traigan. Luego, le ordena a Sisa que cante y baile. Sisa canta en tagalo. Consolación simula no entender, aunque el tagalo es su idioma nativo. Sisa canta una canción acerca de la vanidad. Consolación se enfurece. La golpea y la llama “india puta”. Llega el alférez y detiene la escena. Luego discute con su mujer y terminan golpeándose ferozmente.
Análisis
A partir del capítulo XXVI, el conflicto de Ibarra con el clero se agudiza. En la escena del arquitecto con el “hombre amarillo” aparece el primer indicio de que algo extraño se está tramando, aunque el lector aún no puede saber qué es. El arquitecto sugiere que la cabria construida por el hombre amarillo es inestable y, sin embargo, este lo ignora. El lector, con el paso de los capítulos, comprenderá que el hombre amarillo fue contratado por el padre Salvi para construir la cabria de manera defectuosa. La idea era que Ibarra tirara de la polea y la cabria se desplomara sobre él. Gracias a la advertencia de Elías, Ibarra logra escapar cuando la cabria se derrumba, y es el hombre amarillo quien termina muriendo accidentalmente.
Como vemos, la figura de Elías es fundamental en el desarrollo de la trama de la novela. Este personaje misterioso va creciendo con el paso de los capítulos. El lector, hasta ahora, sabe de él lo mismo que sabe Ibarra: poco y nada. Elías tiene información que nadie sabe cómo ha obtenido. Ibarra y el lector se preguntan entonces: ¿quién es verdaderamente Elías? ¿Cómo sabía que estaban planeando matar a Ibarra con la cabria? ¿Por qué lo salva? ¿Cómo sabe que Ibarra tiene enemigos?
La escena en la que se derrumba la cabria le permite al lector sospechar que el clero es parte de dicho complot. Salvi, no casualmente, le pide a Ibarra que sea el encargado de accionar la cabria. Irónicamente, el pueblo español cree que Ibarra se salvó de milagro, gracias a su fe en Dios, mientras que, en realidad, fueron los “representantes” de Dios quienes intentaron matarlo. Por el contrario, el pueblo considera que el hombre amarillo murió por su falta de fe. Aquí, nuevamente, vuelve a aparecer el racismo general de la sociedad. La muerte del hombre amarillo es absolutamente intrascendente. Este no tiene nombre alguno, porque para los españoles es, precisamente, nadie: es un “indio”.
Ahora bien, algo que pocas veces durante la novela sale a la luz es que Ibarra, así como el hombre amarillo, también tiene sangre indígena. Su estatus social, sin embargo, hace que gran parte de la sociedad lo vea como un español “puro”. Por supuesto, quien no olvida que la sangre de Ibarra tiene herencia indígena es su archienemigo, fray Dámaso. Este saca a relucir dicho asunto durante la comida, y se burla de Ibarra diciéndole al alcalde: “Ud. ya conoce lo que es el indio: tan pronto como aprende algo, se las echa de doctor. Todos esos mocosos que se van a Europa” (p. 198).
Ibarra, entonces, golpea a Dámaso con ferocidad, tanto que debe ser detenido por María Clara antes de que lo asesine. Esto le costará a Ibarra ser excomulgado. Gran parte del pueblo considera que Ibarra, al ser excomulgado, se ha convertido en un enemigo público. Capitán Tiago, el representante más claro que tiene la novela de los filipinos que traicionan a sus coterráneos, de inmediato le prohíbe a su hija volver a ver a Ibarra. Teme perder estatus y teme, además, ser condenado al infierno por fray Dámaso, quien determina que la boda entre los prometidos debe ser cancelada, y le consigue inmediatamente otro pretendiente a su ahijada.
Otro personaje que, al igual que Capitán Tiago, niega sus orígenes nativos y detesta a sus coterráneos es Doña Consolación, la mujer del alférez. Doña Consolación es una mujer cruel que padece un gran sufrimiento porque su marido se avergüenza de ella, y ella misma tiene vergüenza de quién es. Esta vergüenza la lleva, entre otras cosas, a fingir que no conoce su propio idioma, el tagalo. Y el sufrimiento que padece la conduce a ser una mujer cruel. La escena en la que flagela física y moralmente a Sisa, una mujer nativa como ella, que, al igual que ella, sufre el destrato de su marido, demuestra hasta qué punto Doña Consolación detesta a los que son como ella. Rizal, a través de las figuras de Capitán Tiago y Consolación, demuestra cómo el colonialismo ha generado que muchos filipinos sientan vergüenza por su propia cultura e intenten convertirse en lo que no son, es decir, en el explotador, en el enemigo.
Un tópico que aparece de manera recurrente durante la novela es el de la falsa piedad y devoción. Previamente, lo hemos visto en el modo en que las mujeres intentan maximizar sus indulgencias como si estas fueran dinero, y también lo hemos visto en relación con el padre Salvi y su pasión por María Clara. En estos capítulos, el tópico vuelve a aparecer; esta vez, en la figura de Capitán Tiago, quien en la conversación con Ibarra le sugiere que nombre su escuela “San Francisco”. Capitán Tiago considera que este santo es un buen patrón y que, si le colocan su nombre a la escuela, este les otorgará en el futuro algún tipo de recompensa. Nuevamente, la devoción religiosa aparece atravesada por el interés material. El clero, corrupto, en lugar de transmitir una verdadera fe a los nativos, ha transmitido una fe, precisamente, corrupta, interesada.
Una escena sumamente llamativa al respecto es la que aparece en el capítulo XXIX, “La mañana”, en la que un bebé, en la calle, llama “papá” al padre Salvi. El narrador afirma que los “maliciosos” se guiñan un ojo al presenciar la escena, pero luego declara: “La gente no tenía razón: el cura no conocía siquiera a la mujer, que era una forastera” (p. 169). Por supuesto, esta aclaración está llena de sarcasmo. El narrador, al aclarar que el padre no conoce a la mujer porque es una forastera, desliza sutilmente la idea de que el padre Salvi “conoce” a las mujeres del pueblo e, incluso, puede llegar a ser el padre de algún niño o niña de San Diego. De esta manera, la crítica que había aparecido previamente en torno a la falta al voto de castidad del padre Salvi retorna con mayor fuerza: Salvi no solo falta a su voto porque está enamorado de María Clara, sino que además ha “pecado” con diferentes mujeres.
Otra crítica al clero que vuelve a aparecer en estos capítulos es la de la distancia que los religiosos mantienen con los nativos. En el capítulo “La comida”, fray Dámaso se queja acerca de la falta de respeto que tienen los “indios” para con él y los demás representantes de la Iglesia católica. Destaca que no se sacan el sombrero cuando él pasa frente a ellos. Luego, el momento del sermón en el que intenta hablar en tagalo y nadie lo entiende ya que habla muy mal el idioma (hace veinte años que Dámaso vive en las Filipinas) demuestra que su desinterés por los nativos es absoluto, y es irónico que reclame respeto por parte de ellos.
Al agudizarse el conflicto entre Ibarra y el clero, se profundiza asimismo el problema entre el clero y el gobierno. Al respecto, cabe destacar la llegada del Capitán General, autoridad máxima del gobierno español en las Filipinas, a San Diego. Si bien este tiene el poder de desautorizar e, incluso, destratar a los curas (como, de hecho, lo hace), reconoce a la vez que su poder está limitado. Por eso mismo, pese a felicitar a Ibarra por defender el nombre de su padre, le recomienda que tenga cuidado. Filipinas no es Europa; es menos sofisticada, menos secular. Aquí aparece nuevamente la idea de que Ibarra es un extranjero en su propia tierra. El Capitán General se ve obligado a explicarle que la realidad filipina no es como la europea, y le advierte a Ibarra que no crea que sus ideas liberales, en boga en el viejo continente, pueden ser aplicadas fácilmente en la colonia. En las Islas Filipinas, tal como se lo dijo Tasio previamente, para poder sobrevivir y llevar a cabo acciones políticas, Ibarra debe tener a la iglesia de su parte.