Resumen
Capítulo XIII – Presagios de tempestad
Ibarra llega al cementerio en busca de la tumba de su padre. Sin embargo, no puede encontrarla. Habla con un sepulturero, quien le dice que, por orden del sacerdote principal, quemó la cruz que indicaba dónde estaba dicha tumba. Además, el sepulturero le dice que el sacerdote principal le ordenó desenterrar el cuerpo y enterrarlo en el cementerio chino. El sepulturero pensó que era mejor arrojar el cadáver al agua antes que enterrarlo allí.
Ibarra sale enfurecido del cementerio. Se encuentra con el Padre Salvi y lo cuestiona. Este, sin embargo, le explica que no fue él quien dio dichas órdenes, sino su predecesor, fray Dámaso.
Capítulo XIV – Tasio el loco o el filósofo
El narrador presenta a Tasio, un anciano que, en su juventud, fue estudiante de filosofía. Es conocido en el pueblo como Tasio, el loco.
Tasio se encuentra con el alcalde, a quien le dice que desea que un rayo mate a todos los aldeanos porque, desde hace una década, está intentando convencerlos de que compren pararrayos. Un relámpago destella en el cielo y el alcalde se va asustado a su casa. Posteriormente, Tasio, en una conversación con Don Filipo Lino, teniente mayor y jefe del partido liberal, y su esposa, Doña Teodora Viña, argumenta en contra de la idea del purgatorio y la condena eterna.
Capítulo XV – Los sacristanes
El narrador se focaliza en Crispín y Basilio, dos hermanitos que trabajan de sacristanes. Hablan entre ellos acerca de su pobreza y su difícil trabajo. Debido a que Crispín es acusado injustamente de haber robado en la iglesia, están endeudados, y no pueden ayudar económicamente a su madre.
El sacristán mayor interrumpe el diálogo. Multa a Basilio por no tocar bien las campanas y le ordena a Crispín quedarse en la iglesia hasta que pague todo lo que robó. A pesar de las súplicas de los hermanos, el sacristán los separa a la fuerza. Unos minutos después, a lo lejos, Basilio escucha que resuenan dos disparos.
Capítulo XVI – Sisa
Sisa es la madre de Basilio y Crispín. Está en su casa esperando ansiosamente reunirse con sus dos hijos y proveerles una cena digna. Su esposo es un jugador que no aporta nada a la familia, no se preocupa por sus hijos ni por su esposa y, además, se lleva el poco dinero que hay en la casa. Es un absoluto egoísta que, de hecho, pasó por su casa hace unas horas y se comió gran parte de la cena que ella preparaba para sus hijos. Sisa, sin embargo, logró cocinar algo que sus hijos disfrutarían al llegar, pero pasan las horas y sus hijos no vuelven a casa.
Capítulo XVII – Basilio
Finalmente, llega Basilio, sin Crispín. Le cuenta a Sisa que se escapó de la iglesia, aunque una bala que le dispararon los guardias civiles llegó a rozarlo. Además, le cuenta acerca de la falsa acusación que recae sobre Crispín. Sisa dice que eso es porque son pobres y los pobres tienen que sufrir todo. Basilio decide ir en busca de Crisóstomo Ibarra para pedirle un empleo.
Capítulo XVIII – Almas en pena
Diferentes mujeres religiosas discuten acerca de cuál es la mejor manera de invertir las indulgencias obtenidas en las confesiones y salvar sus propias almas y las de sus seres queridos del purgatorio. Sisa pasa por la iglesia buscando a sus hijos. No los encuentra.
Capítulo XIX – Aventuras de un maestro de escuela
Ibarra se encuentra con un joven en el lago en el que arrojaron el cadáver de su padre. Este joven es un maestro de escuela. Le cuenta a Crisóstomo Ibarra que su padre, Don Rafael Ibarra, fue una gran ayuda para desempeñar su trabajo: le consiguió una casa y proveía a los alumnos de papeles y diferentes materiales. Crisóstomo le dice, entonces, que quiere ayudarlo. El maestro le explica que el gran problema que tienen es que fray Dámaso, autoridad máxima, le ordena que golpee a sus alumnos cuando estos se equivocan. A causa de eso, los alumnos no quieren asistir a clases. Además, fray Dámaso ordena que el dictado de clases sea en tagalo, pese a que el idioma español es dominante en las islas.
Capítulo XX – La junta en el tribunal
Ibarra asiste a una reunión en el ayuntamiento con el fin de plantear las problemáticas que le contó el maestro y proponer la fundación de una escuela. En la reunión, sin embargo, se discute el planeamiento del próximo festival del pueblo.
Los liberales, que son los más jóvenes, se oponen a dicho festival, ya que lo ven como un derroche. Los conservadores, entre los que se encuentran los hombres de más edad y el alcalde, lo ven como una necesidad imperiosa. Pese a que en la deliberación ganan los liberales, el alcalde anula lo que se ha decidido y afirma que el sacerdote ya ha decidido que se llevarán a cabo numerosos espectáculos de entretenimiento y religiosos. La deliberación fue una farsa. Tasio y Don Filipo se van tristes, afirmando que el alcalde es esclavo del cura.
Capítulo XXI – Historia de una madre
Sisa, al regresar a su casa tras la búsqueda infructuosa de sus hijos, encuentra allí a dos guardias civiles. Estos le preguntan dónde está el dinero que robaron sus hijos. Sisa dice que sus hijos no robaron nada. A través de ellos, se entera que el hijo mayor, Basilio, está libre. Los guardias la obligan a ir con ellos. Ella, sin embargo, logra escapar y regresa a su casa.
Capítulo XXII – Luces y sombras
Pasan tres días. El pueblo se prepara para el festival. Ibarra tiene un encuentro romántico con María Clara. Luego, se encuentra con un hombre desconocido que le pide ayuda: perdió a sus dos hijos y su mujer se volvió loca.
Capítulo XXIII – La pesca
Ibarra va de pesca junto a María Clara y sus amigos. Decidieron el día y horario de la excursión de tal forma que el Padre Salvi no pudiera asistir. María Clara detesta su presencia, ya que este la mira constantemente.
Durante la pesca, encuentran un cocodrilo. El piloto del barco salta al agua para matarlo. Sin embargo, el animal se le escapa. El piloto del barco se encuentra en grave peligro. Entonces interviene Ibarra, clava su puñal en el animal y salva al piloto.
Capítulo XXIV – En el bosque
Pese a lo planeado, el Padre Salvi se las ingenia para encontrarse con el grupo. Tras espiar a María Clara durante un tiempo, aparece sorpresivamente. Conversa con el grupo. Les pregunta si saben algo acerca de un hombre que el día anterior golpeó a fray Dámaso. Salvi afirma que creen que ese hombre es Elías, aquel que días atrás arrojó al lago al alférez. El alférez se pone colorado de vergüenza.
De repente, aparece Sisa buscando a sus hijos. El alférez se burla de Salvi. Dice que le llama la atención que este busque con tanto ahínco a un delincuente, pero no busque a los dos sacristanes que trabajaban para él y se encuentran desaparecidos. Salvi, entonces, afirma que se escucharon disparos la noche en que estos desaparecieron. Así, culpa a alférez por este hecho.
Luego, mientras juegan un juego de mesa, aparece un grupo de guardias civiles que exige que les entreguen a Elías. Les dicen que Elías era el piloto del barco. El grupo se sorprende. Elías, sin embargo, ya no está allí.
Capítulo XXV – En casa del filósofo
A la mañana siguiente, Ibarra va a la casa de Tasio. Le cuenta su proyecto de fundar una escuela. A Tasio le encanta la idea, pero le dice que él no debe estar en el proyecto, ya que, si esto fuera así, Ibarra sería considerado un loco como él. Le recomienda que consulte con autoridades y funcionarios, quienes le darán consejos inútiles que Ibarra deberá simular seguir. Ibarra, en principio, le dice a Tasio que no es necesario buscar una falsa colaboración, ya que su proyecto, dada su importancia, tendrá aceptación inmediata. Luego, acepta la propuesta de Tasio.
Después, conversan acerca de la relación entre el gobierno y el pueblo. Tasio afirma que los gobernantes desconocen al pueblo. Ibarra se opone a este argumento. Dice que el pueblo está feliz porque los gobernantes son benevolentes. Tasio le dice, entonces, que si el pueblo no se queja es porque no tiene voz, pero que sufre muchísimo. Ibarra acepta que pueden existir abusos, pero considera que España está trabajando para introducir reformas que mejoren las cosas. Sin embargo, se queda reflexionando acerca de la cuestión. Se pregunta si su amor por las Islas Filipinas no se contrapone a su amor por España.
Análisis
La escena en la que el sepulturero le cuenta a Ibarra que, por orden del cura, desenterró el cadáver de su padre y lo tiró al río muestra hasta qué punto tiene poder la Iglesia católica. El sepulturero, un nativo, obedece con sumisión, poniendo al cura, incluso, por encima de sus propias creencias. Como la mayoría de los nativos, el sepulturero es católico. Desenterrar un cadáver es, sin dudas, un grave pecado ante los ojos de su Dios. Sin embargo, lo hace.
El hecho de que se lo cuente a Ibarra también es un punto a destacar. El sepulturero, lógicamente, tiene la orden de mantener el secreto acerca de lo que hizo. Sin embargo, a Ibarra se lo cuenta. ¿Por qué? Porque aunque Ibarra no sea un representante de la Iglesia católica, es un español y su familia, históricamente, ha estado ligada al gobierno. El sepulturero, en definitiva, queda en medio de la puja entre los dos grandes poderes que dominan las islas: el gobierno y la Iglesia católica.
Esa puja, como hemos visto previamente, se agudiza con la llegada de Ibarra. Este, debido a su alto estatus, a diferencia del sepulturero, tiene la potestad de enfrentarse con el padre Salvi, quien incluso se atemoriza ante él y delata a fray Dámaso. A esta altura, Ibarra ya tiene varios motivos para enfrentarse al clero: su ideología liberal, la afrenta personal que le ha hecho Dámaso en el banquete ofrecido por Capitán Tiago y, por supuesto, la deshonra sufrida por su padre.
Hasta ahora, hemos visto personajes que revisten algún tipo de poder, ya sea político, de estatus o religioso. A partir del capítulo XIV, con la presentación de Tasio, el filósofo, comienzan a aparecer personajes fundamentales dentro de la novela que, por el contrario, carecen de todo tipo de poder. Tasio, por ejemplo, pese a ser la persona más culta del pueblo, es detestado por el gobierno y por la iglesia. De hecho, puede afirmarse que es precisamente su enorme cultura la que le vale este desprecio y el apodo de “loco”. De todos modos, Tasio está orgulloso de ser considerado un “loco” por aquellos a quienes considera ignorantes. El filósofo piensa que la ignorancia de los gobernantes y de los clérigos es lo que ha generado que los aldeanos sean también unos ignorantes.
Una idea que subyace a lo largo de toda la novela es que los nativos tenían una cultura más rica antes de la llegada de los españoles, y que con la colonización fueron perdiendo esta cultura propia y reemplazándola por la cultura de la ignorancia, la corrupción y la estupidez. El capítulo XVIII, “Almas en pena”, en el que diferentes mujeres hablan acerca de cómo maximizar las indulgencias “ganadas” en cada confesión para salvarse y salvar a los seres queridos del purgatorio, como si fuera una especie de subasta, satiriza mordazmente la pobreza cultural y la corrupción moral y espiritual de los aldeanos.
Sin dudas, la crueldad de la Iglesia católica contra el pueblo al que ha evangelizado aparece reflejada de la peor forma en la historia de Crispín y Basilio, dos personajes que, como Tasio, carecen de todo poder, pero que, a diferencia del filósofo, son pobres. Tasio es considerado un loco, pero nadie se mete con él. Crispín y Basilio sufren en carne propia los abusos del poder. Crispín es acusado falsamente de haberle robado dinero a la iglesia. Al respecto, cabe destacar lo que le dice a su hermano: “¡Ahora siento no haber robado!” (p. 80). Esta frase, que, a primera vista, puede parecer simple, tiene una gran profundidad, ya que da cuenta de cómo las injusticias pueden convertir a personas inocentes en delincuentes. Esta idea volverá a aparecer en diferentes momentos de la novela.
Sisa, la madre de Crispín y Basilio, es un personaje clave en la novela. Al igual que sus hijos, carece de todo poder. Sisa representa el sufrimiento y la falta de voz del pueblo. Sus hijos desaparecen y nadie le da una respuesta. Por el contrario, sufre diferentes humillaciones por parte del gobierno y de la Iglesia. En el capítulo XXV, “En casa del filósofo”, Tasio, en su conversación con Ibarra, se refiere a situaciones como la de Sisa y dice: “El pueblo no se queja porque no tiene voz, no se mueve porque está aletargado, y dice Ud. que no sufre porque no ha visto lo que sangra su corazón” (p. 145). En el caso de Sisa, sí hay movimiento: el amor por sus hijos la lleva a recorrer el pueblo buscándolos, pero el resultado es sin dudas infructuoso.
Ahora bien, Rizal, más allá de criticar duramente a quienes detentan el poder, no romantiza a los humildes. Esto se ve claramente en la figura del marido de Sisa y padre de Crispín y Basilio. Ese hombre es caracterizado como un apostador al que no le importan sus hijos y su mujer, sino que se gasta todo el dinero en sus apuestas y hasta se come la cena que Sisa prepara para sus hijos. Por supuesto, tal como lo afirma Tasio, este hombre humilde es cruel y se ha envilecido a causa de la crueldad y la injusticia social impartidas por la Iglesia y el gobierno. El hecho de que luego aparezca pidiéndole ayuda a Ibarra para encontrar a sus hijos demuestra que, en el fondo, es un pobre hombre bruto.
Otro personaje carente de poder, pero fundamental para la acción de la novela, es el maestro de escuela. De este ni siquiera se dice el nombre, pero será clave para empujar a Ibarra a llevar a cabo su proyecto de fundar una escuela. En el largo diálogo que el maestro tiene con Ibarra, el lector puede percibir con claridad la falta de conocimiento verdadero que tiene este último sobre la sociedad filipina. Ibarra considera, de manera inocente, que la educación es la solución para todos los males. Pese al revés que ha sufrido con los clérigos por la exhumación del cadáver de su padre, pese a que el maestro le dice que los alumnos abandonan su educación porque los clérigos obligan a que sean golpeados en el proceso de aprendizaje, Ibarra insiste en que la educación debe ir unida a la religión. Tal como sucede en el capítulo XXV, “En casa del filósofo”, cuando Ibarra afirma que el gobierno puede tener algunos excesos, pero que España está haciendo reformas para mejorar la vida de los nativos, aquí, en la charla con el joven maestro, se ve con claridad que el idealismo europeo de Ibarra lo ciega ante los hechos. Ibarra intenta aplicar sus aprendizajes traídos de Europa a las Islas Filipinas sin advertir cuán diferente es el contexto sociopolítico en su país natal. Cree, por ejemplo, que no deberá “negociar” con el gobierno para fundar la escuela, ya que todos comprenderán la importancia del proyecto, y eso mismo alcanzará para que lo aprueben. Rizal, a través de la figura de Ibarra, deja en claro que los conflictos de una sociedad colonial como la filipina no se resuelven aplicando saberes importados de Europa. Ibarra, sin dudas, quiere lo mejor para su país, pero no puede pretender aplicar sus ideas en Filipinas como si estuviera en Madrid.
Otro punto importante que aparece en la conversación entre Ibarra y el maestro de escuela es el del idioma. La Iglesia católica prohíbe que las clases sean en idioma español. Deben ser en tagalo, el idioma de los nativos filipinos. Sin embargo, el idioma que se utiliza en las esferas de poder (tanto gubernamental como religiosa) es el español. Por ende, ni siquiera los nativos que reciben educación pueden ascender socialmente, porque no manejan el español. He aquí otra forma de control ejercida por parte de la iglesia por sobre la población nativa. Por supuesto, otro punto que se deja en claro, y que es prácticamente evidente, es que los niños sin recursos económicos tampoco pueden asistir a clases porque tienen que trabajar.
El poder de la Iglesia, como hemos dicho previamente, se encuentra en tensión con el creciente poder del gobierno. Esto se evidencia en el capítulo en el que el alférez y el padre Salvi discuten acerca de los niños desaparecidos, echándose mutuamente la culpa, como si fuera una estúpida competencia. Pese a esta tensión entre ambas instituciones, el poder de la Iglesia sigue siendo el dominante. Un ejemplo claro al respecto se ve en la falsa deliberación que se da en el ayuntamiento, donde, “democráticamente”, los hombres discuten y votan acerca del modo en que va a celebrarse el festival del pueblo. El resultado de esa deliberación, finalmente, queda a un costado, ya que no coincide con lo que el Padre Salvi quiere. El hecho de que Tasio considere que el alcalde es un esclavo del sacerdote deja en claro que la Iglesia se encuentra en lo más alto de la jerarquía del poder.
En relación al padre Salvi, es fundamental destacar otro punto: su pasión desenfrenada por María Clara. He aquí otra crítica que recae sobre el clero: la de faltar a su voto de castidad y ni siquiera sentir culpa por ello. Salvi no sufre silenciosamente por su pasión, sino que vigila y asedia a María Clara, y le deja bien en claro que la está vigilando, y que ella debe tener cuidado con ser irrespetuosa con él, ya que es un hombre poderoso. De esta manera, Rizal planta la idea de que los sacerdotes filipinos no están realmente abocados a Dios, sino que son hombres pecaminosos que ocupan un lugar en el clero solamente para tener poder dentro de la sociedad. Esta crítica a los representantes de la iglesia volverá más adelante en la novela (y será muy importante).
Otro personaje que aparece en estos capítulos y que se encuentra al margen del poder es Elías. El barquero no solo carece de poder, sino que está prófugo de la justicia. Su rol dentro de la novela se irá aclarando y volviendo fundamental con el paso de los capítulos. Hasta aquí es presentado, aunque no se sabe quién es verdaderamente.