Poemas de Emily Dickinson

Poemas de Emily Dickinson Texto del Poema

Porque Yo no podía detenerme para la Muerte

Porque Yo no podía detenerme para la Muerte ―
Ella amablemente se detuvo por mí ―
El carruaje nos llevaba solo a Nosotros
Y a la Inmortalidad.

Lentamente avanzamos ― Ella no tenía prisa
Y Yo había puesto al costado
Mi labor y mi ocio también,
Por Su Gentileza ―

Pasamos la Escuela, donde los Niños jugaban
Durante el Recreo ― en el Patio ―
Pasamos los Campos de Contemplativo Grano ―
Pasamos el Sol poniente

O mejor ― Ella Nos pasó ―
El Rocío caía tembloroso y frío ―
Pues era solo Gasa, mi Túnica ―
Mi estola ― solo Tul

Nos detuvimos ante una casa que parecía
Una Protuberancia de la Tierra ―
El Techo era escasamente visible ―
La Cornisa ― en la Tierra ―

Desde entonces ― hace Siglos ― y todavía
Siento muy cerca aquel Día
Que, por primera vez, supuse que las Cabezas de los Caballos
apuntaban a la Eternidad ―

Hay un cierto Sesgo de luz

Hay un cierto Sesgo de luz,
en las Tardes de Invierno ―
que oprime, como el Peso
de los Acordes de la Catedral ―

Celeste Herida, nos da ―
No podemos hallar la cicatriz,
sino una interior diferencia,
donde los Significados, están ―

Nada puede explicarla ― Nadie ―
es el Sello de la Desesperación ―
una imperial Aflicción
que nos viene del Aire ―

Cuando llega, el Paisaje escucha ―
las Sombras ― contienen su aliento ―
cuando se va ― es como la Distancia
en la mirada de la Muerte ―

Si yo muriese

Si yo muriese
y tú vivieras,
si el gorjeo del tiempo siguiese,
la mañana sonriera,
quemara el mediodía
como lo ha hecho siempre.
Si siguieran los pájaros, como antes, construyendo,
alborotando las abejas,
una se iría a gusto
de esta empresa de abajo.
Bueno es saber que se sostendrán las acciones
cuando yazgamos entre margaritas,
que el comercio continuará,
que el tráfico será tan animado.
Eso serena el alma
y hace tranquila la partida:
saber que tan vivaces caballeros
dirigirán la grata escena.

Para ser reverentes ante los simples días

Para ser reverentes ante los simples días
que nos traen las estaciones,
es suficiente recordar que pueden
restar —de ti, de mí— la nadería
que se llama mortalidad.

No era la Muerte, pues Yo estaba de Pie

No era la Muerte, pues Yo estaba de Pie,
Y todos los Muertos, yacen ―
No era la Noche, pues todas las Campanas
sonaron sus badajos, a Mediodía.

No era la Helada, pues sobre mi Carne
Sentía Sirocos ― arrastrarse ―
Ni el Fuego ― pues solo mis Pies de Mármol
podían mantener un Santuario, Frío ―

Y sin embargo, se sentía, parecidas a todas ellas,
Las Figuras que había visto
Puestas ordenadamente, para el Funeral,
recordándome, el mío ―

Como si mi vida fuera recortada,
Y ajustada en un marco,
Y no pudiera respirar sin una llave
Y fuera como Medianoche ― algo

Cuando todo lo que late ― se ha detenido ―
Y el Espacio mira con asombro ― todo alrededor ―
las Terribles heladas ― primeras mañanas de Otoño,
anulan la golpeada Tierra ―

Pero, todo, como el Caos ― incesante ― frío ―
Sin Suerte, o Mástil ―
ni aun un informe de la Tierra ―
para justificar ― la Desesperación.

No soy Nadie! ¿Quién eres tú?

No soy Nadie! ¿Quién eres tú?
¿eres tú ― Nadie ― también?
es que hay un par de nosotros?
no lo cuente! ellos se enterarían ― tú sabes!

qué triste ― ser ― Alguien!
qué público ― como una Rana ―
decir su propio nombre ― a lo largo del Verano
a un admirativo Pantano!

Una dignidad nos espera

Una dignidad nos espera
a todos una mitrada tarde.
Nadie puede evadir esta corona
ni evitar esta púrpura

que concede lacayos y carroza,
cámara, multitud y fasto
y campanas cuando imponentes
recorramos el pueblo.

Qué dignos asistentes, qué servicios
cuando el cortejo haga una pausa,
qué lealmente para despedirnos
se alzarán cientos de sombreros.

La pompa excederá a la del armiño
cuando tú y yo —sencillos como somos—
presentemos nuestro sumiso escudo
para solicitar el rango de la muerte.

¡Cuánta alegría! ¡Sí, cuánta alegría!

¡Cuánta alegría! ¡Sí, cuánta alegría!
Y si llego a perder, ¡cuánta pobreza!
Pero otros tan pobres como yo
lo aventuraron todo a un solo lance.
Y ganaron ¡Ganaron! Vacilaron también
de este lado de la victoria.

La vida es sólo vida, la muerte sólo muerte,
la dicha dicha y el aliento aliento.
Y si de veras fallo, al menos
conocer lo peor es dulce:
la derrota no es más que la derrota,
nada peor puede pasar.

Y si gano, ¡oh, cañones en el mar,
campanas en las torres!,
¡repítanlo al comienzo lentamente!
Es muy distinto imaginar el cielo
que despertar en él de súbito.
¡Para mí sería la muerte!

La fama es una abeja

La fama es una abeja,
Tiene una canción ―
Tiene un aguijón ―
Ah!, también, tiene un ala.

Estaría más sola

Estaría más sola
sin mi soledad:
tan hecha estoy a mi destino.
Si lo otro —la paz— viniera,

podría interrumpir la oscuridad
y atestar el pequeño cuarto,
demasiado exiguo
para contener el sacramento.

No estoy acostumbrada a la esperanza.
Sería —si llegara, dulce—
una intrusa y podría profanar
el lugar destinado al sufrimiento.

Quizá sea más fácil fracasar
divisando la tierra
que conquistar mi azul península
para perecer de deleite.

Morir no duele tanto

Morir no duele tanto,
lo que más nos duele es la vida.
La muerte es otra cosa: algo
más allá de la puerta,

la costumbre sureña de los pájaros
que antes que llegue el frío
acepta más benignas latitudes.
Nosotros somos aves que se quedan

tiritando a la puerta del granjero
cuya avara migaja demandamos,
hasta que nieves compasivas
hacia el hogar empujan nuestras alas.

Pliego mi chal y me ato mi sombrero.

Pliego mi chal y me ato mi sombrero.
Hago con precisión las pequeñas tareas
de la vida, como si las menores
para mí fueran infinitas.

Pongo en el vaso nuevas flores
y boto las marchitas,
quito de mi vestido un pétalo
que cayó allí.
Mido el tiempo que hay hasta las seis:
estoy tan ocupada.
No obstante, en algún punto del pasado,
cesaron mi existencia y mi latido.
No podemos hacernos a un lado,
como hombres o mujeres ya completos,
cuando el mandado para el que vinimos
a la carne está hecho.

Puede haber millas de vacío,
de la acción más hastiada.
Es punzante trabajo simular
para que no descubran lo que somos
la ciencia ni la cirugía,
demasiado telescópicos ojos
para —en provecho suyo, no nuestro— soportarlos
sobre nosotros.

Los sobresaltaría

Los sobresaltaría
ver que temblamos.
Pero ya que tenemos
en el pecho una bomba,
mantengámosla en calma.

Por tanto, aunque la vida no nos dé ya su premio,
hacemos las labores de la vida
con una escrupulosa exactitud
para mantener el sentido.

El Dolor ― tiene un Elemento en Blanco

El Dolor ― tiene un Elemento en Blanco ―
no puede comprender
cuándo comenzó ― o si pasó
tiempo cuando él no estaba ―

él no tiene Futuro ― sino a sí mismo ―
es un Infinito contenido ―
es Pasado ― iluminado para percibir
Nuevos Períodos ― de Dolor.

Los cirujanos deben ser muy cuidadosos

Los cirujanos deben ser muy cuidadosos ―
cuando ellos toman un cuchillo!
Debajo de sus finas incisiones
palpita el Culpable ― la Vida!

La visión del cielo de verano

La visión del cielo de verano
Es poesía
Aunque ella nunca repose en un libro.
Los verdaderos poemas huyen.

Yo numero ― cuando me da por contar

Yo numero ― cuando me da por contar ―
Primero ― Poetas ― Luego el Sol ―
Luego el Verano ― Luego el Cielo de Dios ―
Y luego ― la Lista está hecha ―

Pero, reflexionando ― lo Primero parece
Contener la Totalidad ―
Los Otros semejan una inútil Representación
Por lo tanto escribo ― Poetas ― Todo ―

Su Verano ― dura un Año Entero ―
Y Ellos pueden conceder un Sol
Que el Este ― juzgaría extravagante ―
Y si el Futuro Cielo ―

Es Hermoso como ellos lo preparan
Para Aquellos que Los adoran ―
Este es un Don demasiado difícil ―
Para justificar el Sueño ―

Este era un Poeta

Este era un Poeta ― El Que
Destila asombroso sentido
De los significados comunes ―
Y Fragancia tan intensa

De las familiares especies
Que perecieron en la Puerta ―
Nos preguntamos por qué Nosotros mismos
No las apresamos ― antes ―

De Imágenes, el Revelador
El Poeta ― es Él ―
Que Nos da Derecho ― por Contraste ―
A la incesante Pobreza ―

De Parte ― tan inconciente ―
El Ladrón ― no podría robar―
Teniendo el Poeta ― Él mismo-Para sí ― una Fortuna
ajena ― al Tiempo ―

Los Poetas solo encienden Lámparas

Los Poetas solo encienden Lámparas
Y Ellos mismos ― se van ―
En las Mechas activan ―
La vital Luz

Inherente como los Soles ―
Cada Edad tiene una Lente
Diseminando
Su Circunferencia ―

No hay Fragata como un Libro

No hay Fragata como un Libro
para llevarnos Tierras afuera
ni corceles como una Página
de encabritada Poesía ―
esta Travesía puede hacerla hasta el más pobre
sin la opresión del Peaje ―
Cuán frugal es el Carruaje
que carga el alma Humana

¡Las noches tempestuosas, las noches tempestuosas!

¡Las noches tempestuosas, las noches tempestuosas!
Si estuviera contigo,
nuestro lujo serían
las noches tempestuosas.

Los vientos qué le importan
al corazón llegado a puerto,
qué le importa la carta
ni la brújula.

Ya en el Edén remando.
¡Ah, el mar!
Que pueda yo esta noche
morar en ti.

Aprendimos el todo del amor

Aprendimos el todo del amor.
El alfabeto, las palabras,
un capítulo y luego el grueso tomo.
Estaba entera la revelación.

No obstante, cada uno
vio en los ojos del otro una ignorancia
más divina que la de la niñez.
Y cada uno —un niño para el otro—

intentaba exponer lo que ninguno
de los dos comprendió.
¡Ay, es tan grande la sabiduría,
tan varia la verdad!

Me levanté Temprano

Me levanté Temprano ― llevé mi Perro ―
Y visité el Mar ―
Las Sirenas del Sótano
Salieron para mirarme ―

Y Fragatas ― en el Piso Alto
Tendieron Manos de Cáñamo
Presumiendo que Yo era un Ratón ―
Encallado ― en la Arena ―

Pero ningún Hombre me conmovió ― hasta que la Marea
Fue más allá de mi inocente Zapato ―
Y pasó mi Delantal ― y mi Cinturón
Y pasó mi Corpiño ― también ―

E hizo como si Él fuera a devorarme ―
Totalmente como un Rocío
Sobre un macizo de “Diente de León” ―
Y entonces ― comencé ― también

Y Él ― Él me siguió ― de cerca

Y sentí Su Talón de Plata
Sobre mi Tobillo ― Entonces mis zapatos
se desbordaron de Perlas ―

Hasta que Nosotros encontramos el Pueblo Firme ―

Él parecía no conocer a Nadie ―
E inclinándose ― con una Poderosa Mirada
Hacia mí ― El Mar se retiró ―

Que yo era “grande” me dijiste un día

Que yo era “grande” me dijiste un día.
Está bien: seré “grande” si eso te satisface.
O chica. O de cualquier otro tamaño.
Sí, seré del tamaño que te guste.

¿Me quieres alta como el ciervo
o —como el reyezuelo— diminuta?
¿O de otras estaturas como otros
seres que he visto?

Dilo. Es tedioso adivinarlo.
Dilo y seré rinoceronte
o ratón
—a un mismo tiempo— para ti.

Di si quieres que sea reina
o criada,
u otra cosa, si hay otra cosa,
o nada,
con tal —únicamente—
que me ajuste a ti.

Canto para llenar la espera

Canto para llenar la espera.
No tengo más que hacer
que atarme mi sombrero,
cerrar la puerta de mi casa.

Hasta que oiga sus pasos que se acercan
y viajemos al día y nos contemos
cómo cantábamos
para alejar la oscuridad.

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