Resumen
Aristóteles clasifica las palabras que llama nombres (una aproximación al concepto de sustantivos contemporáneo) en dos tipos: simples y dobles. Los simples son los que están compuestos por partes que no poseen significación, y los nombres dobles son aquellos en los que al menos una de sus partes posee significación por sí sola. Luego, Aristóteles distingue entre nombres corrientes, que son los de uso general y común entre la gente, y nombres dialectales, que son aquellos usados en otros países.
Sin embargo, lo más importante de este capítulo es la definición de metáfora que se esboza: “La metáfora es la aplicación del nombre de una cosa a otra mediante la transferencia o transposición del género a la especie, de la especie al género y de la especie a la especie” (p. 100). Aristóteles da muchos ejemplos para que se comprenda su definición, como “Ulises ha llevado a cabo diez mil nobles hazañas” (p. 100), donde diez mil corresponde a un número desmesurado para generar la idea de una cantidad excesiva. Otra forma de la metáfora es la analogía, en la que se establece una relación de sustitución entre varios términos. Así, el poeta puede, por ejemplo, llamar a la tarde “La vejez del día”, donde el término vejez hace referencia al atardecer.
Además, las palabras pueden alargarse o abreviarse mediante el cambio de sus vocales o la sustracción de alguna de sus partes, que es lo que hacen los poetas para embellecer su discurso.
El capítulo siguiente está dedicado a la dicción; Aristóteles señala que el poeta debe ser, al mismo tiempo, claro y elevado: debe evitar la vulgaridad del lenguaje cotidiano, pero tampoco debe incurrir en un exceso de términos dialectales o de metáforas, puesto que en ese caso nadie lograría comprenderlo. Así, el empleo abusivo de una jerga produciría un efecto de ridículo o grotesco que arruinaría por completo la tragedia.
Sin embargo, Aristóteles permite al buen poeta el alargamiento, la contracción o la alteración de las palabras para adaptarlas a su propósito. Al jugar con palabras ordinarias, el poeta crea un lenguaje diferente, pero al mismo tiempo asegura que el lector lo comprenderá.
En el capítulo 23, Aristóteles explora las semejanzas y las diferencias entre la epopeya y la tragedia. En la epopeya o épica, el argumento debe estar construido como en la tragedia, es decir, debe realizarse sobre la base de una acción completa y debe tener un principio, un medio y un final. Sin embargo, la unidad de la acción puede abarcar un periodo temporal mucho mayor que en la tragedia, y puede representar muchos eventos, incluso eventos simultáneos, algo que la tragedia no puede hacer. Esto se debe a las posibilidades de la narrativa, que le permite a un relato referir hechos que suceden de forma simultanea, o que puede explayarse en un hecho a lo largo de, por ejemplo, toda la vida de un personaje.
Además, la poesía épica entra en las mismas categorías que la tragedia: puede ser simple o compleja, ética o patética. Del mismo modo que la tragedia, requiere cambios de fortuna, reconocimientos, escenas de sufrimiento y dicción artística. Un poema épico, sin embargo, no usará canciones o espectáculos para lograr su efecto catártico, ni está pensado para recitarse en una sola sesión. En este sentido, la poesía épica no se limita al escenario; está pensada para que una persona la pueda leer tranquilo en lugar de escucharla. Finalmente, el verso correspondiente a la poesía épica es el hexámetro, mientras que la tragedia suele valerse del verso yámbico y del tetrámetro trocaico.
El capítulo 24 concluye con una consideración sobre la verosimilitud: tanto para la épica como para la tragedia, conviene incluir una imposibilidad probable antes que una posibilidad improbable; especialmente en el poema épico, los hechos absurdos o irracionales pueden servir para complacer al lector y están permitidos en su justa medida. En la tragedia, por su parte, siempre es mejor que exista probabilidad en los hechos, aun si estos parecen imposibles, siempre y cuando el incidente inicial y el argumento sean lógicos y probables.
En el capítulo 25, Aristóteles presenta dos tipos de errores en los que puede incurrir el poeta trágico: los errores relativos a la naturaleza del poema (que incluyen la falta de arte para expresarse, por ejemplo) y los errores por representación equivocada de una cosa. Estos últimos suceden cuando el poeta no es consciente de su ignorancia sobre un tema que está tratando en su tragedia e incurre en un error. Por ejemplo, si un poeta no conoce demasiado sobre medicina, puede deslizar imperfecciones en el discurso de un personaje médico. De estos dos errores, el peor es el primero: cuando el poeta incurre en errores en el arte de componer la obra, esta falta puede poner en juego la efectividad de toda la tragedia.
Existen, a su vez, dos consideraciones más que los poetas deben tener en cuenta al imitar la acción y la vida. En primer lugar, el poeta debe imitar las cosas tal como son, tal como se cree que son o tal como deberían ser. Sófocles, por ejemplo, imita a los hombres tal como deberían ser, mientras que Eurípides los representa tal como son. Segundo, debe imitar de forma verosímil el lenguaje de los personajes, y no debe hacerlos decir cosas que los personajes no dirían si existieran realmente.
Los críticos a menudo discuten la obra de un poeta si se la considera imposible, irracional, moralmente dañina, contradictoria o contraria a las reglas del arte. Aristóteles refuta todos estos juicios diciendo simplemente que es el propósito -la esencia- de la obra lo que importa.
Aristóteles concluye su obra abordando la cuestión de si la forma épica o la tragedia son las formas más elevadas de imitación poética o no. La mayoría de los críticos de su época sostenían que la tragedia era para una audiencia inferior que requería el gesto de los artistas intérpretes o ejecutantes, mientras que la poesía épica era para una audiencia culta que podía comprender una forma narrativa compleja y elevada, abundante en metáforas y palabras dialectales. Al respecto, Aristóteles advierte que la recitación épica se puede estropear con una gesticulación exagerada, de la misma manera que una tragedia. Además, la tragedia, al igual que la epopeya, puede producir su efecto catártico mediante la mera lectura, sin representación dramática.
Aristóteles concluye que la tragedia termina siendo superior a la poesía épica porque tiene todos los elementos épicos, y además el espectáculo y la música para generar efectos más profundos en el público. La tragedia, entonces, a pesar del argumento de los críticos, es el arte superior. Y con esta conclusión bastante controvertida, Aristóteles termina su obra.
Análisis
Los capítulos 21 y 22 de la Poética ofrecen una discusión compleja sobre el uso del lenguaje y las figuras de estilo que pueden resultar un tanto confusas para los lectores sin ningún conocimiento del griego antiguo. Al respecto, conviene recuperar una aclaración que realiza Sergio Albano, traductor de la Poética al español:
Hasta el momento de la unificación de los dialectos griegos hacia el siglo III a.C. (eólico, jónico, dórico, ático) en la forma general del griego koiné; los escritos filosóficos y especulativos en general tendían a escribirse en el lenguaje común y dialectal, no solo utilizando expresiones corrientes sino también apelando a formas poéticas. En la época de Aristóteles, gracias a la sistematización creciente del pensamiento, fue posible discriminar entre lenguaje formal propio de la filosofía o de las ciencias y un lenguaje poético de carácter expresivo. Por lo demás, la poesía se hallaba más vinculada al pueblo y a sus emociones y creencias, mientras que la filosofía se ocupaba de destituir y rebatir las opiniones comunes, le arrancaba al espíritu popular sus creencias y vaciaba el efecto e influencia de sus opiniones. Sin embargo, la filosofía había comenzado a utilizar metáforas y a expresarse en un lenguaje poético. Los diálogos de Platón mostraban el máximo grado alcanzado por la convergencia entre la filosofía y la poesía” (p. 113).
Es conveniente tener en cuenta este trasfondo histórico para comprender mejor el alcance de las reflexiones sobre el lenguaje que incluye Aristóteles en su tratado.
De todas las figuras de estilo que puede utilizar el poeta, la metáfora es, para el autor de la Poética, la más importante. Aristóteles comprende la metáfora como la transferencia del nombre de una cosa hacia otra, en virtud de la cual esa cosa se carga con un significado figurado y no literal. Así lo explica: “La metáfora es la aplicación del nombre de una cosa a otra mediante la transferencia o transposición del género a la especie, de la especie al género y de la especie a la especie, o bien por la vía de la analogía (proporción)” (p. 100). En esta explicación, la idea de especie y género puede comprenderse como una relación del todo con las partes, o de una denominación general por una particular. Por ejemplo, reemplazar el término "espada" (particular) por la idea de "bronce" (más general y abarcativo) es una forma de construir una metáfora. Aristóteles propone el siguiente ejemplo: “habiendo extraído su ánima con el filo del bronce” (p. 100). En este caso, el verbo "extraer" significa “cortar” o “quitar”, mientras que “el filo del bronce” hace referencia a una espada o un objeto cortante similar.
Como puede observarse, la definición de Aristóteles no dista de la comprensión que se tiene actualmente de la metáfora, y los manuales de retórica contemporáneos suelen presentarla como punto de partida. En la actualidad, se considera la metáfora como una figura retórica de pensamiento por medio de la cual una palabra o una construcción (ya sea una cosa, una idea, un sentimiento, etc.) se reemplaza por otra palabra o frase con la que el término sustituido guarda cierta semejanza. Por ejemplo, llamar al sol "Astro rey" es una metáfora.
Las metáforas son más fluidas que el resto del lenguaje figurativo, y por eso Aristóteles las enfoca como el recurso principal del buen poeta. Además, la metáfora pone en evidencia el instinto humano de encontrar conexiones a través de la imitación. En verdad, todo el sistema metafórico de los mitos utiliza el vehículo narrativo para imitar la vida. Si Aristóteles señaló en otros capítulos que la imitación es un dispositivo de aprendizaje fundamental, la metáfora ofrece un recurso fundamental para la imitación, al mismo tiempo que permite al autor desplegar su creatividad para involucrar al lector en su mundo ficcional.
En los últimos capítulos, Aristóteles se dedica a explorar las semejanzas y diferencias entre la poesía épica y la tragedia. En un principio de la explicación, la diferencia entre poesía épica y tragedia resulta un tanto confusa, pero puede reducirse simplemente al hecho de que la poesía épica se desarrolla de forma narrativa, como en la Ilíada, mientras que una tragedia se construye desde el diálogo y depende de la puesta en escena para su efecto catártico, como en el caso de Edipo, de Sófocles. A esta primera distinción, Aristóteles añade otras: la poesía épica puede abarcar un periodo de tiempo mucho más extenso que el de la tragedia, mientras que esta
última en general se limita, en el mejor de los casos, a los acontecimientos de un solo día. Para que el efecto sea más eficaz, las acciones condensadas de la tragedia requieren del espectáculo -la puesta en escena, la gesticulación y el movimiento dinámico de personajes y coro- para lograr la catarsis.
Finalmente, Aristóteles señala que, a pesar de la invención necesaria para la tragedia y la épica, ambas formas dependen de la verosimilitud y la probabilidad. Una tragedia depende de la probabilidad incluso más que de la épica, puesto que, como los eventos son dramatizados en un escenario, el espectador puede detectar rápidamente cualquier acción irracional o absurda, y esta pondrá en peligro la credibilidad de toda la pieza. Un poema épico, por el contrario, puede deslizar en su argumento algún elemento irracional sin que ello ponga en peligro todo el ensamble, puesto que en la narración extensa y sin un soporte visual, la audiencia o el lector pueden tolerar esa irracionalidad como parte del mundo ficcional, y aun encontrar cautivadora la historia que se narra. Ahora bien, si esa acción, más que irracional es falsa o imposible, entonces incluso en la épica la trama quedará comprometida.
Aristóteles concluye la Poética abordando dos críticas principales que a menudo se hacían a la poesía de su época. En primer lugar, está la cuestión qué es lo que hace que una poesía sea mala o buena. Aristóteles señala que toda obra de arte puede reducirse hasta su esencia, es decir, hasta su propósito de imitación. Una obra tiene como objetivo presentar la vida exactamente como es, como la gente piensa que es, o como debería ser. Como señala Aristóteles, los errores que comprometen en mayor grado la imitación no son tanto los que puede cometer un poeta por falta de un conocimiento específico sobre el mundo que imita, sino más bien los que puede cometer debido a limitaciones de su arte. Así, por ejemplo, se puede perdonar que un poeta retrate a una cierva con cuernos, porque desconozca que las hembras no los poseen, pero no que un poeta la retrate “bajo una forma defectuosa e irreconocible o sin arte” (p. 114). En verdad, lo que parece señalar Aristóteles es que existen errores que pervierten la esencia poética y ponen de manifiesto el constructo artificial de la imitación, y es contra ellos que advierte al lector.
En los últimos capítulos de su Poética, Aristóteles reflexiona sobre lo que parece ser un debate de larga data entre los críticos de su época: la primacía de la tragedia o de la poesía épica. Al contrario de los críticos de su época, Aristóteles considera que la tragedia es un género más elevado que la épica, puesto que tiene todas las buenas cualidades de esta última, pero a ellas suma una dimensión adicional: que puede representarse en un escenario, con espectáculo y música, y gracias a ello suscitar emociones más fuertes en el espectador.
La conclusión de la obra también merece una explicación: así como comenzó su obra sin mucha introducción y fue directo a las cuestiones que le interesaban, su conclusión también es breve y solo contiene una enumeración un tanto vaga de los contenidos abordados, pero ninguna consideración final sobre todos los temas expuestos. En verdad, con la conclusión Aristóteles se limita a indicar que ya ha dicho todo lo que deseaba, y con ello cierra su texto.