Cierta mañana me visitaron tres plantadores, diciéndome que iban a hacerme una proposición que requería absoluta reserva. Les aseguré cumplirla y, previos esos preliminares, me declararon sus ganas de aprestar un barco para Guinea sin que se enterase el Gobierno; que todos ellos tenían como yo plantaciones y que nada les perjudicaba tanto como la enorme necesidad que tenían de esclavos. Se proponían, entonces, dedicar ese barco a la búsqueda; desembarcarían secretamente a los negros y los repartirían luego por sus propias plantaciones. Me preguntaron si quería ir a bordo de ese barco como sobrecargo, para cuidarme de todo cuanto concerniera al negocio de la costa de Guinea; me dijeron que en el reparto de los negros tendría una parte igual a los demás, y que me eximirían de proporcionar mi parte a los fondos que habían de reunir para tal empresa...
Los negocios de los plantadores sirven para ilustrar el contexto político, económico y cultural en el que se sitúa la novela. Los plantadores de Brasil, incluido Robinson, atraviesan un momento de prosperidad y expansión íntimamente ligado al comercio marítimo, una de las principales actividades económicas de los siglos XVII y XVIII. Por otra parte, el discurso colonialista internalizado evidencia que la compra de esclavos no significa una problemática para los plantadores ni para Robinson, quienes discuten la propuesta con normalidad.
Al encontrar aquel dinero me sonreí y se me escaparon en voz alta estas palabras: "¡Oh, vanidad de vanidades! ¡Cuán vil eres a mis ojos, engañoso metal! ¿De qué sirves? No, no mereces que yo me agache para recogerte; para mí es mucho más precioso uno de estos cuchillos que todos los tesoros de Creso: no te necesito para nada; quédate donde estás o, más bien, vete al fondo del mar.
Esta cita ejemplifica la mentalidad utilitarista de Robinson Crusoe, quien solo le da valor a todo aquello que le garantice una vida cómoda en la isla. Desde esa perspectiva, el dinero ya no tiene ningún tipo de valor, y un cuchillo resulta más preciado que un saco de monedas.
Por la constante lectura de la Biblia y por el frecuente uso de la oración, mis pensamientos se encaminaban a Dios: sentía consuelos interiores que hasta entonces me eran desconocidos; y como mi salud y mis fuerzas volvían día a día, me ocupaba constantemente en proveerme de todo cuanto me faltaba y de ordenar regularmente todo mi modo de vida.
Durante su estadía en la isla, Robinson se entrega a la lectura de la Biblia y desarrolla un vínculo con la religión que hasta entonces no tenía. Con el pasar del tiempo, se convence de la existencia de una entidad que controla todo, la Providencia, a quien le agradece constantemente por obrar a su favor. Es así que la práctica religiosa se constituye como uno de sus mayores consuelos, y el soporte del cual obtiene fuerzas para atravesar las adversidades.
Logré construir algunas vasijas de barro muy anchas y poco profundas, es decir, que tendrían unos dos pies de diámetro, por nueve pulgadas, a lo sumo, de profundidad; las cocí como las demás y luego las aparté. Entonces, cuando quería meter en el horno el pan, empezaba por hacer un gran fuego en mi hogar, enlosado de ladrillos cuadrados fabricados por mí, y cuando el fuego de leña estaba casi reducido a carbones diseminados por el hogar en forma que lo tapaban del todo, esperaba que éste estuviera sumamente caliente; en aquel momento, retiraba los carbones y las cenizas, barriéndolos con cuidado; luego ponía la masa, cubriéndola con una de las vasijas de barro que he descrito y a cuyo alrededor recogía los carbones con las cenizas para concentrar allí el calor y hasta hacerlo más intenso. De ese modo, cocía los panes tan bien como el mejor horno del mundo, y no contento con hacer de panadero, hacía también de pastelero, puesto que me fabriqué varios bollos y pastelitos de arroz.
Esta cita funciona como ejemplo de la estructura causal del relato, en la que una acción deriva en la otra y así sucesivamente. En este caso, Robinson fabrica vasijas y un horno para poder cocinar pan, con el trigo que previamente cosechó. Con mucha paciencia y perseverancia, Robinson obtiene resultados más que satisfactorios. La novela abunda en estas secuencias de acciones, en las que el protagonista se propone un objetivo y lo consigue luego de mucha dedicación y esfuerzo. De esta forma, Defoe plasma, a través de su estilo lineal de causa y consecuencia, un discurso ético sobre el progreso, basado en el trabajo y el mérito.
De tal manera es nuestra condición: no experimentamos las ventajas de un estado hasta que probamos los sinsabores de otro. No conocemos el valor de las cosas hasta que nos vemos privados de ellas.
Cuando Robinson intenta escapar de la isla y queda varado en su balsa entre dos corrientes de agua, temiendo por su vida, anhela los días en los que vivía en tierra firme, aunque solo. En este momento, el narrador adopta un tono pedagógico y comparte con el lector el aprendizaje que aquella situación le produjo. Este tono aleccionador constituye un rasgo característico del estilo del narrador.
Yo era rey y señor de toda la isla: dueño absoluto de mis súbditos, sobre los cuales tenía derecho de vida y muerte. Podía colgarlos, descuartizarlos, privarlos de su libertad o devolvérsela. No había en mis comarcas ningún rebelde.
En esta cita, Robinson se autoproclama soberano de la isla y de todo aquello que vive en ella. Su postura reproduce en la isla los principios de la propiedad privada y los esquemas despóticos heredados del feudalismo europeo. Desde esta perspectiva, Robinson ejerce su despotismo sobre todos aquellos que llegan a la isla, quienes deben jurarle sumisión para poder permanecer allí.
Había cambiado diametralmente mi capacidad imaginativa, ya no hacía más que soñar de noche y de día en la manera de destruir aquellos monstruos en medio de sus aficiones sanguinarias y, si fuese posible, salvar a sus víctimas.
En este pasaje, los salvajes se constituyen como el enemigo del protagonista. Robinson los conceptualiza de manera colectiva y peyorativa, sin siquiera haber mantenido contacto con ellos. Así, construye una idea de la otredad demonizada que le sirve para considerarse moralmente mejor y superior, y luego justificar el asesinarlos o esclavizarlos.
En síntesis, era la gruta más bella que alguien pudiera imaginarse, aunque totalmente oscura; el fondo era liso y seco, y estaba cubierto de una arena finísima; no se veía allí la menor huella de los animales venenosos ni se percibía ningún vapor o humedad, El único trastorno era la dificultad para entrar; pero eso constituía, a la vez, su resguardo.
Cuando Robinson encuentra la caverna, la descripción que hace de la misma funciona como un perfecto ejemplo del estilo de la narración: simple y utilitario. De la caverna no se mencionan detalles relacionados con su aspecto o su belleza, sino que lo bello de la caverna radica en su utilidad: no tiene humedad, su fondo es liso, es segura porque no hay animales venenosos, y su acceso es muy restringido.
Al verme, se acercó corriendo, se echó a mis pies con todas las pruebas de un alma verdaderamente agradecida, renovó la ceremonia de jurarme fidelidad, poniéndose en mi pie en la cabeza; en una palabra, hizo todos los movimientos imaginables para expresarme su deseo de someterse a mí para siempre.
En esta cita se puede apreciar la construcción simple y plana del personaje de Viernes. Desde el primer encuentro con Robinson, Viernes no demuestra nada más que absoluta sumisión, actitud que mantiene estática hasta el momento de su muerte. Así, queda claro desde el primer encuentro el tipo de vínculo que mantienen Robinson y Viernes a lo largo de toda la novela: el de amo y esclavo.
El país que recorrimos al ir a Nankin estaba, en realidad, intensamente poblado; pero la manera de vivir de los habitantes era miserable comparada con la nuestra. Es verdad que ellos no advertían su miseria y se pensaban felices; porque ni siquiera tenían idea de la felicidad de que gozan los habitantes de las comarcas bien civilizadas de Europa.
En el último capítulo, Robinson viaja a China, donde nuevamente se pone de manifiesto su espíritu colonialista, que lo impulsa a observar las demás culturas con desprecio. Durante toda su estadía, no puede evitar comparar el país visitado con su país de origen, y las comparaciones resultan crueles y sumamente despreciativas.