Robinson Crusoe

Robinson Crusoe Resumen y Análisis Capítulos XXIX-XXXV

Resumen

Capítulo XIX

El capitán le dice a Robinson que el barco y sus vidas ahora le pertenecen por haberlos salvado. En este preciso momento, Robinson sabe que su escape de la isla está completamente asegurado. Luego de celebrar y festejar, les explica a los prisioneros cómo hacer para subsistir en la isla, ya que se quedarán viviendo ahí, y les encomienda recibir al padre de Viernes y a los españoles.

Robinson parte de la isla el 18 diciembre del año 1686 y llega a Inglaterra el 11 junio de 1687, treinta y cinco años después de haberse ido por primera vez. Allí descubre que sus padres están muertos y que sus familiares vivos lo dan por muerto a él. Robinson decide ir a Lisboa para averiguar el estado de sus plantaciones en Brasil.

Capítulo XXX

En Lisboa, Robinson se encuentra con el capitán portugués que lo había salvado décadas atrás y se entera de que sus plantaciones se han mantenido productivas todos esos años, por lo que ahora es un hombre rico. El hijo del capitán portugués se encarga de ir al banco para recoger el dinero del narrador y luego se pone a su servicio. Resuelta su situación económica, Robinson vuelve a su país por tierra, pasando por España y por Francia, con la compañía de otros cinco europeos y sus respectivos lacayos. El narrador describe las complicaciones que tienen durante el viaje, principalmente debidas al frío y a la presencia de lobos y osos. El 11 de enero, Robinson Crusoe y Viernes llegan a Douvres, desde donde pueden cruzar a Inglaterra.

Capítulo XXXI

Luego de un tiempo de tranquilidad, Robinson recibe la propuesta de un sobrino de embarcarse con destino a India y China -pasando antes también por América-, con fines comerciales, y la posibilidad de visitar su isla. A principios del año 1693, Robinson y Viernes se suben al barco junto a una gran cantidad de provisiones y cuatro obreros para mejorar las condiciones de vida de la gente en la isla.

Capítulo XXXII

La visita a la isla es emotiva. Han pasado diez años desde que Robinson se fue de allí, luego de haber vivido en ella por casi tres décadas. Mientras que Viernes se reencuentra con su padre, el español le cuenta a Robinson lo transcurrido en esos años: la convivencia con los marineros empezó conflictiva pero todos lograron vivir pacíficamente.

Robinson le informa a la gente de la isla que no llegó para sacarlos, sino para ayudarlos a establecerse. Para eso, les entrega las provisiones traídas de Inglaterra y les garantiza que costeará los gastos para llevar a sus familias allí.

Capítulo XXXIII

A la vuelta, cientos de salvajes en canoas atacan el barco y se llevan la vida de Viernes. Enfurecido, Robinson contraataca, matando a varios de ellos y obligando al resto de los enemigos a emprender la retirada.

A los pocos días llegan a la Bahía de Todos los Santos, lugar en el que Robinson se hace cargo de las diligencias necesarias para que las familias de los españoles lleguen a la isla.

Capítulo XXXIV

Del viaje a la India el narrador no destaca nada. En cambio, durante el viaje a China relata un episodio en la costa de Cochinchina (lo que actualmente es parte de Vietnam), sitio donde se detienen a reparar una avería del barco. Allí, sufren un ataque de los bárbaros, de quienes logran defenderse sin una sola baja. Al día siguiente, con las reparaciones concluidas, parten hacia el puerto del Imperio chino Ning-pi.

Capítulo XXXV

Una vez en China, Robinson manifiesta su desprecio por las costumbres del país: crítica su cultura alimenticia, su arquitectura, las vestimentas y el trato que le dan a los esclavos. Robinson compara constantemente el Imperio chino con Londres y Europa, convencido de la superioridad de estos últimos. Terminados sus negociados, emprende la vuelta a Londres, un viaje tranquilo con el que el narrador finaliza el relato de sus propias aventuras.

Análisis

Los últimos capítulos de la novela están dedicados al regreso de Robinson a Inglaterra y a una serie de pequeñas aventuras que están poco descritas y de las que Robinson parece extraer una última moraleja.

Hemos dicho en la sección anterior que las características propias del relato no permiten una reflexión en torno a la figura del indígena, sino que lo hacen pasar directamente al plano de la sumisión a la figura del amo en que se convierte Robinson. Él es jefe y dispone de todo y de todos. En verdad, Robinson se constituye paulatinamente como el soberano de su isla, y todo aquel que llega a ella debe someterse a su señorío. Ya hemos señalado en la tercera sección de este análisis que Robinson afirma que toda la isla le pertenece por el solo hecho de haberse instalado en ella antes que nadie. Este afán de posesión se sostiene cuando llegan el español y el padre de Viernes, y Robinson les exige a ambos que le juren sumisión. En este sentido, Robinson emula el despotismo propio de las monarquías absolutas europeas: en su isla, todo el poder de gobierno recae sobre su figura y el resto queda sujeto a su voluntad. Con ello, la voz del narrador se construye como del amo, que se caracteriza por su postura desdeñosa de cualquier cosa que tenga que ver con el otro, así como por la autoafirmación constante del bienestar personal, que se sostiene en la creencia inalterable de poseer el discurso de la verdad.

Esto se traduce al tono de la novela: Robinson construye un relato en el que su voz es segura y no presenta ningún titubeo a la hora de analizar la realidad. En todo momento, él parece saber qué es lo bueno y lo verdadero, y se encarga de transmitirlo al lector, sin dar lugar a matices y sin contemplar las perspectivas del resto de los personajes que se cruzan en su camino. Se trata de un discurso monolítico, unívoco y paternalista que impone su forma de comprender el mundo a cualquier otra. Como ya hemos mencionado en otras secciones del análisis, es más la forma de narrar que lo narrado en sí lo que produce este efecto totalizante.

Un ejemplo de ello puede observarse cuando Robinson somete a Viernes a su voluntad. Cuando señala, por ejemplo, que Viernes se pone contento al recibir ropas, ya que hasta ese entonces siempre había andado desnudo, queda clara la visión europea que domina el relato y la ignorancia cultural del narrador que, como muchos críticos señalan, reproduce la ignorancia del autor sobre los pueblos nativos que representa en su obra. Esta felicidad inverosímil del indígena (que, dado el calor extremo de la región que habita no necesita ropas, sino todo lo contrario) es funcional a los discursos que sustentan el relato, y que capítulo a capítulo se encargan de elogiar la supremacía de la civilización europea. Que Viernes abandone su costumbre de vestimenta a favor de una europea lo convierte en un personaje poco complejo y poco creíble, pero funcional a la ideología y la moral que se instala en el relato. En este sentido, Viernes es más un objeto dentro de la construcción del personaje protagonista que un personaje en sí mismo. Su sumisión implica el fin del ciclo de la evolución de Robinson, y poco más que eso: el narrador comienza su vida en la isla como recolector y cazador; luego logra asentarse y se dedica a la agricultura y la ganadería hasta que, finalmente, llega a adueñarse de un indígena, es decir, se convierte en amo, completando así el ciclo de desarrollo y progreso de la humanidad descrito por el famoso economista Adam Smith.

La situación final de Robinson no deja de ser paradójica: cuando logra escapar de la isla y reintegrarse en la civilización occidental, descubre que sus plantaciones en Brasil han seguido produciendo y su banco le ha guardado las ganancias. Así, Robinson descubre que posee suficientes riquezas como para vivir holgadamente el resto de su vida. Esta opulencia nacida de la explotación hecha por terceros de sus plantaciones contradice la orientación de prácticamente toda la novela: durante los veintiocho años en la isla, Robinson sobrevive gracias a su esfuerzo. Como hemos visto en las secciones anteriores, la narración promueve una moral del trabajo, que es la moral del puritanismo que propulsó el auge del capitalismo en la modernidad. Así, cabría esperar que las riquezas acumuladas por Robinson fueran producto de su arduo trabajo. Sin embargo, esto no es así. No es el empeño personal lo que genera la riqueza de Robinson, sino el dinero que obtiene mediante la explotación de la tierra que compra en Brasil. Este final parece revelar una contradicción propia del sistema capitalista que la narración promueve: es el capital invertido lo que aumenta el capital, mediante el uso de mano de obra pobremente remunerada o no remunerada en absoluto (recordemos que Robinson naufraga mientras realiza un viaje para obtener esclavos como mano de obra no remunerada para sus plantaciones). Todo el esfuerzo que Robinson hizo en la isla, por el contrario, no logra traducirse en un capital que pueda emplearse fuera de la isla.

La última aventura de Robinson lo lleva a China. El choque entre culturas es otra instancia en la que prevalece la mirada eurocéntrica, y se elogia a Inglaterra como epítome de la civilización. El famoso académico Tzvetan Todorov emplea el concepto de nacionalismo cultural para referirse a la perspectiva nacionalista que utiliza lo europeo (y, en este caso, lo inglés) como punto de comparación para el resto de pueblos y culturas. Así, una sociedad y sus individuos pueden ser buenos en la medida en que igualan a lo europeo. Todorov agrega que el nacionalismo cultural manifiesta un apego y una predilección por la cultura propia que tiene pretensiones universalizantes, y esto es lo que opera en la estructura del relato y su focalización. Si esto ya había quedado claro a lo largo de toda la novela en relación con los habitantes nativos del Caribe, se hace incluso más evidente y chocante en el último capítulo, cuando Robinson se encuentra en China y describe con profundo desprecio lo que se presenta ante sus ojos:

... si confronto los pueblos de aquel país, su manera de vivir, su gobierno, su religión y su fastuosidad con lo más notable que se ve en Europa, debo confesar que todo aquello no merece la pena de ser mencionado y aún mucho menos las pomposas descripciones que de allí nos dan ciertos relatos. Si admiramos la grandeza de los chinos, sus riquezas, sus brillantes ceremonias, su comercio, su fuerza, no es porque tales cosas sean admirables en sí mismas, sino porque la idea que tenemos de la gente que habita aquella parte del mundo no nos permite esperar nada grandioso ni extraordinario (pp. 251-252).

Las descripciones de este tipo se extienden por varias páginas, y chocan por la crudeza de su mirada:

¿Qué serían sus edificios comparados con tantos magníficos palacios como se admiran en Europa? (...) [Sus] poblaciones no serían nada comparadas con las nuestras, en cuanto a magnificencia, riqueza y variedad. Nada habría más ridículo que poner en parangón sus puertos, en los que hay un pequeño número de juncos y otras débiles embarcaciones, con nuestras flotas mercantes y nuestras escuadras (...). Una vez más, repito, que solo la idea que tenemos de la barbarie de las gentes de aquel país es la que nos representa de un modo tan ventajoso todo lo que se encuentra notable en China; todo allí nos pareció sorprendente, porque no esperábamos ver nada capaz de sorprendernos (p. 252).

Robinson prosigue y se burla también del poderío militar de China, llegando a indicar que un puñado de europeos bien podría destruir sus ejércitos y hacerse con el país. Luego, demuestra su enojo ante la actitud orgullosa de los chinos: “El orgullo de los chinos era extraordinario. No es posible expresar su petulancia, observada especialmente en los vestidos, en los edificios, en el número de sus criados esclavos y, lo que es aún más ridículo, en el desprecio que aparentan por todas las demás naciones” (p. 253). En este pasaje queda claro que el orgulloso es de Robinson. En verdad, pareciera que lo que molesta al protagonista es que los chinos se muestren orgullosos en vez de inferiores ante los europeos, algo que pone en evidencia una vez más sus prejuicios y la simpleza de su pensamiento. La descripción más violenta se halla en los párrafos finales, cuando Robinson se burla del gobernante de Nankín antes de abandonar China:

Cansados, al fin, de contemplar la arrogancia de aquel pobre imbécil, que imaginaba que estábamos estáticos de admiración, cuando lo contemplábamos con mirada de compasión y de desprecio, proseguimos el viaje. Solo mi sobrino se detuvo un tiempito más, movido por la curiosidad de ver de cerca los manjares que aquel hombre tomaba con tanta ostentación. Nos dijo que los había probado y que eran estofados con los que no quisiera aplacar su hambre un perro dogo inglés (pp. 254-255).

Con todo ello, la perspectiva con la que Robinson observa las demás culturas sirve, sin lugar a dudas, para fomentar el espíritu colonialista de las sociedades europeas modernas y convierte a la novela en un relato del etnocentrismo inglés.

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