El narrador cree que el animal que persigue es idiota, cuando en realidad siempre sabe cómo escaparse (ironía situacional)
"Una tarde muy tranquila de octubre [...], habiendo recorrido en vano la laguna en busca de un somormujo, de repente uno [...] prorrumpió en su risa salvaje y se delató. Lo perseguí con el remo y se sumergió, pero calculé mal la dirección que tomaría y cuando emergió a la superficie nos separaban cincuenta varas, pues yo había contribuido a ensanchar el intervalo, y de nuevo prorrumpió en su larga risa sonora, con más razón que antes. [...] A veces emergía inesperadamente por el lado opuesto al mío, habiendo pasado directamente, al parecer, por debajo del bote. [...] Pensé que era un somormujo idiota. Podía oír el chapoteo del agua cuando emergía y, de este modo, descubrirlo. Pero una hora después seguía tan fresco como siempre, se zambullía a su antojo y nadaba aún más rápido que al principio. [...] Su nota de costumbre era esa risa demoníaca, [...]; pero, en ocasiones, cuando me había burlado con éxito y emergía a mucha distancia, prorrumpía en un largo sostenido aullido sobrenatural, más parecido, probablemente, al de un lobo que al canto de un pájaro [...]". El narrador cuenta una anécdota en la cual sus esfuerzos por atrapar a un somormujo se convirtieron en una situación hilarante, en la cual cada movimiento que hacía para intentar atraparlo se convertían en huidas impredecibles por parte del animal. La interpretación irónica que el mismo narrador ofrece de la situación es risible, ya que acaba sintiéndose burlado por el animal.
El narrador señala irónicamente la pretensión de verdad de quienes en realidad no saben (ironía verbal)
"El mortero adherido tenía cincuenta años y decían que aún se endurecería más, pero esa es una de las cosas que a los hombres les gusta repetir, sean o no verdad. Dichos como ese se endurecen y adhieren más firmemente con la edad, de modo que hacen falta muchos golpes de paleta para limpiar a un viejo sabihondo de ellos". El narrador cuenta que al emprender la construcción de su chimenea utilizó ladrillos de segunda mano, de 50 años de antigüedad. La particularidad de estos materiales era que traían adherido mortero o cemento viejo de misma data. La creencia de que este mortero se endurecerá aún más contra el ladrillo con el paso del tiempo resulta algo extraña, puesto que el tiempo de secado del mortero va de 24 a 48 horas normalmente. Por eso el narrador se burla de quienes afirman que el mortero puede seguir endureciéndose al cabo de 50 años. Mediante el recurso de la ironía verbal, vuelca dicha afirmación contra su predicador, un "viejo sabihondo", en este caso, diciendo que la costumbre de pronunciar tales afirmaciones se adhiere más con los años y requerirá de más y mejores golpes hasta eliminar el hábito.
El narrador cree que cambió el aspecto de la laguna cuando el que cambió fue él (ironía situacional)
"Sin embargo, de todos los personajes que he conocido, tal vez sea Walden el que se conserve mejor y preserve su pureza. A muchos hombres se los ha comparado con ella, pero pocos merecen ese honor. Aunque los leñadores hayan despejado primero esta orilla y luego aquella, y los irlandeses hayan levantado allí sus chozas, y el ferrocarril haya traspasado sus límites, y los cortadores de hielo la hayan rozado, en sí misma es inalterable, la misma agua que vieron mis ojos juveniles; todo el cambio está en mí. […] Me he sorprendido de nuevo esta noche, como si no la hubiera visto casi cada día desde hace veinte años. ¿Por qué?" El narrador se encuentra sorprendido admirando una belleza que, no obstante, tiene el hábito de observar hace veinte años. Sería lógico esperar que el aspecto de la laguna de Walden cambie drásticamente con el paso de tantos años, puesto que ha sido afectada por muchos leñadores y constructores, por el paso del ferrocarril y por la presencia de cortadores de hielo. No obstante, admirado y sorprendido el narrador se da cuenta de que esos veinte años no han pasado para la laguna, sino que, irónicamente, han pasado para él, que ha cambiado notablemente, y probablemente más de lo que desearía. Se reconforta en el sentimiento de que al mirar la laguna vuelve a percibir con los ojos de niño.
El narrador dice ser el 'peor hombre que ha conocido' cuando para no lo piensa verdaderamente (ironía verbal)
"He oído decir a algunos de mis conciudadanos que todo esto es muy egoísta. Confieso que hasta ahora he consentido muy poco en empresas filantrópicas". "No sustraería nada del elogio que se debe a la filantropía, sino que solo exijo justicia para todos los que son una bendición para la humanidad por su vida y su trabajo. [...] y así, con unos pocos años de actividad filantrópica, usado entretanto por las potencias para sus propios fines, sin duda, se cura de su dispepsia, el globo adquiere un desvaído rubor en una o ambas mejillas. Vivir, una vez más, resulta dulce y sano. No he soñado nunca con una atrocidad mayor que la que yo he cometido. Nunca he conocido, ni conoceré, a un hombre peor que yo mismo". Hacia el final del primer capítulo, "Economía", el narrador realiza un "mea culpa" respecto de su forma de vida en los bosques de Walden. Había relatado algunas actividades de supervivencia y técnicas de construcción que había emprendido en solitario, aislado de la sociedad; para luego referirse a una crítica que sus conciudadanos de la vida civilizada le harían respecto de considerar su forma de vida como una actitud egoísta, es decir, desinteresada del prójimo. La réplica que el narrador ofrece a esta crítica es una reivindicación del hombre de bien por sobre el filántropo, siendo el bien una virtud que puede practicarse en solitario y servir de inspiración a otros seres humanos. Por esta razón, con ironía verbal el narrador asume su actitud "egoísta" ante sus críticos, aceptando la consecuencia de ser el peor hombre que ha conocido.