Aura

Aura Imágenes

El centro de la ciudad

Al inicio de la novela, Felipe se dirige a la dirección indicada en el anuncio del periódico. En el camino se detiene observando el centro histórico de la ciudad, y el narrador describe su arquitectura, la cual se resiste a las innovaciones: “Las sinfonolas no perturban, las luces de mercurio no iluminan, las baratijas expuestas no adornan ese segundo rostro de los edificios" (p.5). Así, se emplean imágenes visuales para describir a un centro histórico que parece detenido en el tiempo, en una época pasada: "Unidad del tezontle, los nichos con sus santos truncos coronados de palomas, la piedra labrada de barroco mexicano, los balcones de celosía, las troneras y los canales de lámina, las gárgolas de arenisca” (Ibid.), enumera el narrador pintando un retrato de la ciudad.

La casa de los Llorente

Con la llegada de Felipe a la casa de la señora Consuelo, la narración se detiene a describir, mediante detalladas imágenes sensoriales, el espacio. Así, el lector prácticamente puede ver y sentir

la oscuridad de ese callejón techado —patio, porque puedes oler el musgo, la humedad de las plantas, las raíces podridas, el perfume adormecedor y espeso— (...) [E]l olor de la humedad, de las plantas podridas, te envolverá mientras marcas tus pasos, primero sobre las baldosas de piedra, enseguida sobre esa madera crujiente, fofa por la humedad y el encierro (p.6).

La descripción no termina en el pasillo, sino que se extiende a “esa puerta que huele a pino viejo y húmedo” (p.7), y que al abrirse deja, bajo los pies, “un tapete delgado, mal extendido, que te hará tropezar y darte cuenta de la nueva luz, grisácea y filtrada, que ilumina ciertos contornos” (Ibid.).

En la casa se le dará una gran importancia de la luz, por lo que las descripciones en imágenes apuntarán a relevar las impresiones ligadas a la claridad y oscuridad. El narrador, apenas ingresa al espacio, describe los “muros de reflejos desiguales, donde parpadean docenas de luces”, luego definidas como “veladoras, colocadas sobre repisas y entrepaños de ubicación asimétrica”, aunque también se vislumbran “otras luces que son corazones de plata, frascos de cristal, vidrios enmarcados” (p.7). Todo esto compone un cuadro tenue, donde la luz es apenas un “brillo intermitente” (Ibid.).

En este primer ingreso a la casa, Felipe logra ver

la mesa de noche, los frascos de distinto color, los vasos, las cucharas de aluminio, los cartuchos alineados de píldoras y comprimidos, los demás vasos manchados de líquidos blancuzcos que están dispuestos en el suelo, al alcance de la mano de la mujer recostada sobre esta cama baja (p.9).

Más tarde, apreciará también los "muebles forrados de seda mate, vitrinas donde han sido colocados muñecos de porcelana, relojes musicales, condecoraciones y bolas de cristal; tapetes de diseño persa, cuadros con escenas bucólicas" (p. 15) que componen el salón.

Aura

A pesar de la preponderancia de la figura de Aura en la novela, el relato se detiene en muy pocas ocasiones a describir la apariencia de este personaje. En verdad, solo sabemos de sus “hermosos ojos verdes (...), esos ojos de mar que fluyen, se hacen espuma, vuelven a la calma verde, vuelven a inflamarse como una ola” (p.12). En el encuentro que Felipe tiene con la muchacha en la habitación, observa y besa a una “Aura vestida de verde, con esa bata de tafeta”, con “muslos color de luna” y “pelo negro, suelto, su mejilla pálida” (p.36).

Consuelo

Desde el inicio, el relato se detiene en muchas oportunidades en caracterizar, por medio de imágenes, a Consuelo. Se describen sus "dedos sin temperatura" y sus "manos pálidas" (p.8), sus ojos "claros, líquidos, inmensos, casi del color de la cornea amarillenta que los rodea" y cubiertos por "los pliegues gruesos de los párpados caídos" (p.11). La anciana es, según la narración, “delgada como una escultura medieval, emaciada: las piernas se asoman como dos hebras debajo del camisón, llacas, cubiertas por una erisipela inflamada” (p.18), y Felipe la ve “doblada, corcovada, con la espina dorsal vencida” y sus “mejillas transparentes” (p.19). En otra ocasión, el relato describe su figura “jorobada, sostenida por un báculo nudoso” y su apariencia “pequeña, arrugada, vestida con ese traje blanco, ese velo de gasa teñida, rasgada”, ese "traje de novia amarillento" (p.43). En una de las últimas imágenes de la novela, Felipe descubre, confirma, que Aura es Consuelo, y ve a su amante con su "rostro desgajado, compuesto de capas de cebolla, pálido, seco y arrugado como una ciruela cocida", sus "labios sin carne", "encías sin dientes" y su cuerpo "flojo, rasgado, pequeño y antiguo" (p.49).

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