Felipe considera torpe y poco interesante la escritura de Llorente. Sin embargo, él mismo es Llorente y la obra que desprecia no es más que la suya (Ironía situacional)
La tarea por la que Felipe llega a la casa de Consuelo es la de corregir y completar los escritos del fallecido general Llorente. Cuando comienza a leerlos, Felipe considera torpe la escritura del general, tan alabada por Consuelo, y se pone a trabajar en su propia obra, la cual considera más interesante. La situación es irónica porque, como se devela en el desenlace, el protagonista es en verdad el general Llorente y, por ende, él mismo es el autor de esos escritos que considera inferiores a los propios.
Felipe cree que debe salvar a Aura de su tía Consuelo, cuando, en realidad, Aura no es más que un doble de la anciana engendrado por ella misma (Ironía situacional)
En su intento sostenido por interpretar lógica y racionalmente la situación que se vive en la casa de Consuelo, el protagonista se convence de que la señora es una senil manipuladora que somete a su sobrina Aura para que viva con ella y repita sus movimientos. El hecho de que esa sea su lectura configura una ironía si se tiene en cuenta el desenlace de la trama, ya que Aura solo existe, en verdad, gracias a Consuelo: es la proyección de su deseo de recuperar la juventud y la vida.
Felipe piensa que Consuelo es una anciana loca y senil. Por el contrario, es él quien ha olvidado su propia identidad, su vida y su matrimonio (Ironía situacional)
Quizás la mayor ironía de la novela es la que se demuestra en el giro dramático asociado al desenlace, cuando Felipe descubre su verdadera identidad. Durante gran parte de la trama, el protagonista ve con extrañeza a Consuelo, a quien considera senil y loca. Irónicamente y según su propia lógica, acaba siendo él quien posee en mayor medida esos atributos: a diferencia de Consuelo, que se sabe disociada y reconoce a Aura como su propia creación, Felipe se creyó su propio engaño y llegó a olvidar que es el fallecido general Llorente.
